miércoles

El sabor de la derrota

La derrota del kirchnerismo entraña un riesgo no para la gobernabilidad, como teme el oficialismo o ansía la oposición de derecha, sino para el espacio que en estos seis años fue ocupando, con sus más y sus menos. El espacio del peronismo plebeyo, guarango, atropellador, reivindicativo, latinoamericanista. Estatista, incluso. Ese peronismo que sedujo a las izquierdas más abiertas y asqueó por igual a conservadores y gentes bienpensantes con deseos igualitarios pero nariz levantada.
Tal vez en ese perfil haya que buscar una de las razones para la debacle. Porque por estos frutos es que buena parte de las clases medias –tan proclives al suicidio político- hicieron pito catalán hace un año largo, durante el conflicto con los patrones de estancias.
Pero en esta hora en que desde los sectores más retrógrados de la sociedad se reclama escuchar el mensaje de las urnas, también sería bueno poner la oreja para atender otras razones más subterráneas. En lugares más amigables, como la propia tropa, sin ir más lejos. Y, por ejemplo, indagar en aquellos distritos donde la muchachada le dio la espalda a los candidatos impuestos desde la Casa Rosada, qué anduvo sucediendo en estos meses definitivos.
Para ser más claros, ¿cuántos se fueron descon.Solá.dos porque se veían obligados a apoyar a dirigentes locales sin el menor prestigio ni la altura moral como para representarlos? ¿Cuántos se cansaron de tragar sapos sin mayores explicaciones?
¿Cuántos militantes leales y consecuentes quedaron en el camino solo por el delito de pretender decir que había cosas que se estaban haciendo mal? ¿Alguien puede creer que esas actitudes no se pagan, a la corta o a la larga?
¿Cuántos, finalmente, vieron en Sabbatella o en Solanas a las únicas opciones posibles para el desmadre que sospechaban, cuando notaron los dientes rebosantes de espuma de los enemigos de siempre, cuando vieron a todos los que se probaban el traje del cadáver antes de enterrarlo, cuando temen tener que volver discutir jubilaciones, estatizaciones, paritarias, juicio y castigo, etcetc?

Tristezas
Había sensación de tristeza el domingo a la noche, el lunes por la mañana, hace un rato. No sólo en la gente que votó la oferta oficialista –algo previsible- sino en muchos que votaron en contra. Esos que never in the life apoyarían a un peronista aunque reconozcan que blablabla. Porque no pueden votar a Hugo Moyano, Lorenzo Miguel, Herminio Iglesias, López Rega y tutti gli fiocchi.
Preguntonta: ¿qué problema se hacen si no ganaron los K? ¿A qué viene eso de que “yo no los votaría pero lástima que perdieron”? ¿O es que de repente se dan cuenta de que pueden perder algo de lo que obtuvieron en estos años? Malas noticias: si, pueden perder algo, mucho, todo, quién te dice. Ya sabemos qué se traen entre manos los Macri, De Narváez, Biolcattis y Roccas.
La cuestión sería darse cuenta de que los K no son el problema. Que el PJ no es el problema. Que ese espacio que hasta ellos no había tenido cabida en el gobierno en décadas podía ocuparse para ir contra los noventas. El caso es que igualmente puede perderse, y con más rapidez.
Es cierto que los K no avanzaron con una profunda reforma del sistema impositivo, ni se modificó la ley de entidades financieras ni la de radiodifusión, que no se repartió la torta como debería y todo eso. Bueno, vayamos a por eso entonces, en el espacio que hay. Los K son una dato más, en definitiva.

Tiempos duros
Para este gobierno se avecinan momentos difíciles. Porque desde todos los rincones les van a devolver “gentilezas”. Sería bueno que apuesten a defender esas banderas que los hicieron diferentes. Y que pongan lo que haga falta para agrandar esa pequeña quintita en la que todos esperamos abrevar nuestras inquietudes. Sin mezquindades ni facturas indebidas. La experiencia de la revolución sandinista debería ser un espejo para no repetir, cuando tras su primera derrota electoral cayeron en desbandada, provocando un desprestigio enorme para la izquierda nicaragüense por demasiados años con sus tropelías.
Los pueblos pueden equivocarse, pueden ser injustos en no reconocer lo que se hizo bien, en no recordar desde dónde se partió y cuál era el rumbo. Sin embargo, el peor error sería castigarlo con la desmesura sin ver los propios yerros.

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