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La inquietud del Gran Hermano

El 22 de enero de 1984, los Angeles Raiders le dieron una paliza fenomenal a los Washington Redskins en el Super Bowl XVIII, con un récord de 38 a 9 en la final por el trofeo de la NFL, la liga nacional de fútbol americano. Pero ese día figura en los anales de la comunicación por otro hecho relevante: en el descanso del tercer tiempo, mientras millones de televidentes apuraban una cerveza antes del último tramo del encuentro, un corto emitido por esa única vez impactó de un modo tan contundente que se convirtió en una de los 50 más importantes en la historia de la publicidad mundial.
Realizado por Ridley Scott, que venía de filmar la no menos impactante Blade Runner y otro ya clásico, Alien el octavo pasajero, el filme que emitieron en horario central se inspiraba en la alegoría futurista de George Orwell, 1984. El director británico haría más recientemente Gladiador y la última versión de Robin
Hood, y no suele recordar en su curriculum aquella pieza. Una lástima, porque es una joya visual.
En un minuto exacto, la película muestra a una joven con una maza que corre entre una multitud de personajes grises que, subyugados por una enorme pantalla, contemplan el discurso del Gran Hermano. La mujer, la única con vestimenta fuera de la convención apagada del entorno –ropa deportiva roja y blanca– lanza la primitiva herramienta sobre la pantalla, que estalla en mil pedazos. Al texto final del anuncio (puede verse en ), es también un clásico: “Apple Computer presentará Macintosh. Y usted verá por qué 1984 no será como 1984”.
La computadora personal ya era un artefacto conocido en la mayoría de las sociedades desarrolladas para esa época, de la mano de IBM. Pero era un instrumento sólo para iniciados. Lo que hizo Apple fue aplicar un desarrollo de Xerox, la interfase gráfica, y un mouse, lo que acercó la sofisticada tecnología al nivel de cualquier usuario. Como la chica que rompía la dependencia de tiranías mediáticas con algo tan simple como una maza, el aparato desarrollado por Steve Jobs y Steve Wozniak rompió definitivamente con el pasado y aportó las herramientas para una nueva revolución industrial.
Para diciembre de 1990, el inglés Tim Berners-Lee y el belga Robert Cailliau, del CERN, el laboratorio de física ubicado en Suiza, completaron el círculo de este cambio, cuando crearon un lenguaje estandarizado (el hipertexto) que permite conectar a computadoras lejanas utilizando la plataforma de la red militar desarrollada por los Estados Unidos en la Guerra Fría. La World Wide Web (la triple w) se fue constituyendo desde su presentación oficial, en 1993, en la mayor base de datos y de comunicaciones en la historia de la humanidad.
Desde entonces, algunos términos comenzaron a ser cotidianos, aun para gente que no está conectada a Internet y ni siquiera sabe manejar una computadora. Palabras como virtual, en contraposición a real, o hardware, complementario de software. Los cibernautas –otra palabrita reciente– mostraron desde sus comienzos una inventiva deslumbrante y, al estar en contacto con colegas y compinches de todo el planeta, potenciaron su perspicacia y una nueva forma de compartir información, inquietudes, programas y curiosidades.
También fueron compartiendo producciones artísticas y poniendo en cuestión incluso el derecho de propiedad intelectual (copyright) como opuesto al copyleft, el derecho a compartir libremente el fruto de la creación humana. A veces lo hicieron voluntariamente, otras, de un modo que linda con la ilegalidad, como es el caso de los hackers.
Todo este desarrollo coincidió, como no podía ser de otro modo, con un enorme crecimiento de las transacciones comerciales a través de la red de redes. Al punto de que en la actualidad, según la organización Internet World Stats, hay un total de cerca de 2000 millones de internautas (casi un 30% de la población mundial) y de acuerdo a la consultora Everis, se comercia en forma electrónica la friolera de 502.100 millones de dólares a nivel global.
Como ejemplo baste decir que, a la manera del tradicional Viernes Negro estadounidense, donde los negocios “reales” hacen sus ofertas de fin de año, el 29 de noviembre fue el Cyber Monday (Ciber lunes), para operaciones “virtuales”. En un día hubo transacciones por 1028 millones de dólares, lo que representa un crecimiento de 16% con respecto a lo obtenido el año pasado, reveló la consultora comScore.
Sobre esa base hay que entender el fenómeno de esta ciberguerra desatada en torno a WikiLeaks y el ahora detenido Julian Assange.
Porque Bradley Manning, el soldado acusado de haber puesto en circulación el monumental archivo de la Guerra de Irak y Afganistán, cumple por estos días 23 años. Es decir que nació con la Web. Y muchos de los integrantes de ese misterioso grupo Anonymous, que lanzó el plan de venganza contra los sitios que bloquean a WikiLeaks y sus fuentes de ingresos, no son mucho más grandes que el muchacho que está en prisión en Virginia y enfrenta un juicio que lo podría dejar 52 años entre rejas.
Es curioso que el escándalo mediático en torno a la difusión de documentos secretos se desatara con la catarata de cables diplomáticos y no cuando salieron a la luz los papeles secretos de las dos guerras que mantienen los Estados Unidos en Asia. Porque se trata de charlas de chismosas de barrio, en contraposición con las anteriores filtraciones, que prueban múltiples violaciones a los más elementales Derechos Humanos cometidos por tropas que ocupan Irak y Afganistán. A pesar de lo cual, desató una cacería sobre el mensajero y sus sponsors que repentinamente sacó de foco a los autores de aquellas tropelías.
Esta batalla en Internet, en efecto, representa una lucha por espacios que hasta ahora los países más desarrollados no habían declarado por el control de la información que circula por la red de redes. Y que comenzó con planteos de empresas productoras de discos y cine por el tráfico de copias de música y películas, costumbre que amenaza a algunas de las industrias que más facturan.
Por eso estos ciberataques los fogonean hackers y programadores, pero los pueden llevar adelante simples ciudadanos con una herramienta sencilla y hogareña como es el programita LOIC (Low Orbit Ion Cannon) para embestir contra sitios oficiales y de empresas que acorralan a Assange y cortan sus fuentes de ingresos.
“Las intenciones de Anonymous están muy claras –dice una proclama del grupo que encabeza la protesta por WikiLeaks–. Somos un pueblo en campaña por la libertad. Las intenciones de Anonymous residen en cambiar la forma en que los gobiernos del mundo y la gente en general ven en la actualidad la libertad de expresión en Internet.”
La guerra estaba declarada desde hace tiempo. Desde el momento en que esta tecnología se puso a mano de cualquier ciudadano. Y sin dudas el caso WikiLeaks habrá de cambiar las formas en que se difunden internamente archivos clave para la seguridad nacional. Lo que también amenaza la libertad de información, teniendo en cuenta que el nudo central de la red pasa por los Estados Unidos.
Pero en todo caso ya nació una generación que sabe que, más temprano que tarde, tiene en sus manos una fabulosa herramienta con la que combatir. Con la efectividad de la maza en el aviso de Ridley Scott.
Lo que no es fácil de percibir aún es cuáles serán las consecuencias.

Tiempo Argentino
11 de diciembre 2010

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