Hay una línea de pensamiento que atraviesa la  historia argentina y latinoamericana desde sus orígenes, que entiende a  los nativos de estas tierras como seres en una etapa inferior de la  evolución histórica. La dicotomía civilización o barbarie es la que  mejor sintetiza la cuestión.
Enrique Szewach es uno de los personajes  que sabe expresar esa ideología afín al establishment del modo más  claro. Por eso, desde hace más de dos décadas, este licenciado en  Economía de la Universidad Nacional de Buenos Aires siempre tiene a su  alcance algún medio disponible donde expresar sus ideas. Y cuando no, es  fuente inevitable de consulta para empresas trasnacionales y los  sectores vernáculos más ligados a la élite financiera del planeta.  Sectores a los que suele asesorar para aprovechar apetecibles nichos de  inversión o la mejor manera de defender sus intereses en cualquier foro.  Y mejor si el foro es exterior, porque los tribunales criollos no le  resultan confiables.
Pero no puede decirse que el hombre, pronto a  cumplir sus 58 años, disfrace su pensamiento. Más bien, habrá que  reconocerle la persistencia empecinada en sus ideas, que defiende de un  modo hasta provocativo. Una prueba es que su sitio web se llama  “szewachnomics”. Un modesto homenaje tal vez a las medidas que en los  ’80 implementó el entonces presidente estadounidense Ronald Reagan, las  reaganomics, que impulsaron la ola neoliberal que todavía azota a buena  parte del “mundo civilizado”.
Hombre con mucho sentido del humor y  agradable discurso, fue interlocutor habitual del fallecido Bernardo  Neustadt en los años ’80 y ’90, dirigió la revista Panorama y el diario  El Cronista y suele ser columnista en medios electrónicos. Es autor,  además, de un par de libros que desde el título lo ubican de manera  definitiva: La eterna novela argentina y La trampa populista. En su  extenso curriculum agrega que es presidente de Evaluadora  Latinoamericana, una agencia calificadora de riesgos que desde 1995  aspira a cubrir en esta parte del mundo el rol que en otras latitudes  cumplen Fitch o Standard & Poor’s. Olvida mencionar, sin embargo, el  rol que tuvo no hace tanto como consejero de empresas trasnacionales  que litigaban contra Argentina en el Centro Internacional de Arreglo de  Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI).
En su sitio (como se  dijo, 
Bajo ese auspicio –¿será un canje o le pagarán por el  aviso?- Szewach colgó hace unos días un artículo sobre Malvinas que  reprodujo el diario La Nación. Una nota que pinta de cuerpo entero su  enfoque sobre los problemas argentinos y los de la clase a la que  pertenece, y que se suma a una posición que venía expresando el diario  creado por Bartolomé Mitre. Allí escribe que, más allá de cuestiones  relacionadas con apelaciones que califica de patrioterismo barato,  “el  verdadero interés (en las islas) surge de la explotación de recursos  naturales en el mar y en la posibilidad de que, en algún momento de este  siglo, la Antártida sea abierta a dicha explotación, para los países  con derechos geográficos o políticos sobre esa zona”.
El texto  intenta mostrar otra forma de negociar con los británicos desde el  enfoque que Szewach y el periódico quisieran. Por eso agrega luego que   “en la Argentina, miles de ciudadanos, muchos más que los que habitan  las islas del sur, han preferido tener, además de su ciudadanía local,  el pasaporte de una nación extranjera, de su “Madre Patria”, y no por  ello tienen menos derechos que el resto de los argentinos, o son  denostados o acusados de “vendepatrias”. 
Una salida para el  intríngulis que agitan las autoridades inglesas sobre respetar el deseo  de los kelpers sería entonces, permitirles “conservar su ciudadanía  británica y sus costumbres”. Una tesis interesante, y fácil de resolver  en la teoría, claro.
Para el evaluador latinoamericano, se debería  permitir incluso que los malvinenses puedan optar por manejarse en sus  contratos y disputas con las leyes y jueces británicos o con las leyes  argentinas. Pero a continuación Szewach despliega toda su artillería  (ideológica, se entiende) mediante un paréntesis revelador: “(De hecho,  ‘puestos a elegir’, y dado el funcionamiento de la justicia argentina,  muchos compatriotas, también preferiríamos, con dolor, aceptar otro  marco legal y otros jueces, antes que muchos de los nuestros.)”
Es  cierto que la justicia argentina ofrece muchos flancos por donde  atacarla, como a la mayoría de las instituciones nacionales. Pero baste  mirar el modo en que la justicia española trata el caso Garzón, o el  modo en que en Estados Unidos se respetan los derechos de los presos en  Guantánamo, para darse cuenta de que por lo menos, en todos lados se  cuecen habas. Pero eso no es todo.
Szewach, en los albores del  kirchnerismo, apareció como testigo de inversores foráneos contra la  Argentina en el CIADI, un organismo donde los estados se someten  sumisamente al juicio de un tribunal sin derecho a apelación que  defiende invariablemente los intereses de los inversores  internacionales. Una rémora de los ’90 del mismo peso específico que los  Tratados de Protección de Inversiones, que con la excusa de atraer  inversores extranjeros –señores encumbrados que saborean habanos en  ambientes climatizados, sin duda– resignó la soberanía de los jueces  naturales argentinos en beneficios de instituciones no legitimadas por  ninguna sociedad democrática.
Este periodista le hizo por aquellos  meses una entrevista para la revista Veintitrés en su elegante oficina  de Leandro Alem al 600. Quería conocer detalles sobre su intervención en  el CIADI, pero fundamentalmente, preguntarle si no se sentía un traidor  a la Patria, si es que esto significaba algo para él.
Todo se puede  preguntar si uno lo hace de buenos modos. Szewach encendió su propio  grabador junto con el del cronista, para que no se lo tergiversara. Un  aparato digital de esos que todavía no estaban al alcance de cualquier  escriba, habituado como estaba uno a mirar el giro monótono de la cinta  para quedarse tranquilo de que todo funcionaba correctamente.
Dijo  que no se sentía un traidor, que tenía familia e hijos en esta bendita  tierra y que buscaba lo mejor para ellos y para el resto de la sociedad.  Habló, incluso, de una parva de hijos “de dos gestiones (matrimonios)  diferentes” a los que deseaba dejarles un país mejor. Que su intención  era explicarles a sus contratantes extranjeros la forma en que podían  hacer valer los contratos firmados durante el gobierno de Menem con  servicios a un valor de un peso igual a un dólar. “Un país serio debe  respetar lo que firma”, cree uno recordar que dijo, firme y definitivo.  Nada muy diferente de lo que sigue sosteniendo hoy, justo es reconocer.
En  otro tramo del texto referido a Malvinas, Szewach anota que para  recuperar el archipiélago nuestro país debe encontrar solidaridad  mundial y regional, para lo cual aconseja “dejar de enfrentarse con el  mundo en materia de comercio internacional, acatar fallos de organismos  internacionales, normalizar, dentro de lo posible y en condiciones  razonables, las relaciones financieras, en síntesis, mostrarse como un  país ‘normal’ que ‘juega con las reglas’ y no que anda reclamando  excepciones hasta en la FIFA. Presentarse al mundo como un país normal  que defiende sus derechos, pero que reconoce las limitaciones de la ley y  las buenas costumbres y que tiene una propuesta negociadora concreta,  más allá de un justo reclamo, le quitará argumentos al Reino Unido y a  los habitantes de las islas”, finaliza.
Es decir, lo mismo que  propusieron Cavallo y su aluvión de seguidores (Neustadt a la cabeza)  para que el país definitivamente entrara en la senda del crecimiento  gracias a la montaña de inversiones que vendrían a una nación respetuosa  de las reglas de juego neoliberales. Una nación que debía seducir a los  dueños del dinero con una promesa de relaciones carnales. Creencia que  se demostró tan falsa antes en Argentina como ahora en Grecia, Italia,  España, Portugal y el resto de Europa.
Peor aún: con un argumento  parecido, la dictadura emprendió la aventura invasora de 1982, cuando  pensó que el trabajo sucio hecho en el país y en Centroamérica en pos de  las ideas “occidentales y cristianas” le iba a permitir legitimarse  cumpliendo con un viejo reclamo del pueblo argentino.
En el Viejo  Continente, mientras tanto, los organismos centrales intentan intervenir  en la gestión (no en el matrimonio, se entiende) de la crisis de países  “menores”. Pero los gobiernos ya empiezan a mostrarles los dientes a  las agencias calificadoras como la que quisiera emular Szewach. Y  Londres se refugia en su propio archipiélago para no ceder soberanía a  la Unión Europea.
Tiempo Argentino
Febrero 5 de 2012
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