Leo Strauss fue un
filósofo político de origen alemán que tuvo que emigrar y terminó como profesor
en la Universidad de Chicago. En un artículo publicado en 1951 planteó una
suerte de humorada lógica, la reductio ad Hitlerum, una falacia del tipo ad
hominem. La tesis de Strauss era que cuando una discusión se alarga demasiado
no habrá de faltar el que acuse a su oponente de defender posiciones nazis, con
lo cual se termina todo debate posible. Parafraseando a Mafalda, el inmortal
personaje de Quino, hubiera bastado con decir que Hitler amaba la sopa para que
la madre de la adelantada niñita hubiese dejado de atormentarla con el
despreciado potaje. Siguiendo esta línea podría razonarse que como el genocida
austríaco era vegetariano, comer vegetales lleva inevitablemente al
antisemitismo. El genial Woody Allen bromeó en cierta ocasión con que cada vez
que escuchaba a Wagner le venían ganas de invadir Polonia.
En plena época de
internet, el estadounidense Mike Godwin elaboró en 1990 la llamada “Ley de
Godwin”, que establece que "a medida que una discusión online se alarga,
la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler
o a los nazis, tiende a uno".
La propensión a caer
en estas exageraciones –que le dan la razón a Strauss y a Godwin- lleva a que
en Estados Unidos el Tea Party haya acusado a Barack Obama de nazi cuando logró
aprobar la ley de Salud, que obliga a que cada ciudadano tenga alguna forma de
cobertura sanitaria y sino a que el Estado se la provea. O cuando intentó en
vano limitar el permiso para disponer de armas de fuego en poder de civiles.
Llegaron a trucar una foto del presidente al que le agregaron el bigotito y un
mechón bien hitlerianos. Nada más alejado de cualquier tipo de alegoría: si
algo caracterizó al nazismo fue un racismo para nada compatible con un negro.
Pero en fin…
Fue tan desmesurada
la comparación que hubo quien estableció las similitudes entre el mandatario
estadounidense y el canciller del Reich. "Ambos, Hitler y Obama, llevaron
a cabo concentraciones en estadios al aire libre para excitar y para inflamar
las pasiones de la gente (…) escribieron libros antes de llegar al poder y
luego escribieron otro libro con las metas para (sus países).
Ambos cambiaron sus
apellidos a lo largo de sus vidas. Hitler solía ser Schickelbruber, Obama fue
Soetoro. Uno ocultó sus ancestros judíos, el otro hizo alarde de sus raíces
musulmanas para calmar la tormenta inevitable. Ambos fueron seguidos por sus
partidarios ciegamente, sin cuestionarlos(…) usaron su poder y coerción para
ocultar sus certificados de nacimiento (…) recurrieron a los jóvenes para crear
una fuerza juvenil dedicada a sus ideales (…) fueron conocidos por su tremenda
destreza oratoria, recibieron mesiánicas comparaciones, tienen canciones de
adoración escritas para ellos. Como Hitler, Obama hipnotiza al pueblo incluso
cuando es obvio que lo que está diciendo no es verdad, usa el asesinato como
medio de control de la población". Uno de los mayores cultores de estas
exorbitancias es un comunicador de la derecha más retrógrada de Fox Channel,
Glenn Beck.
Pero no solo en
Estados Unidos se aplica con ligereza el mote de nazi o fascista, otra forma de
reductio ad Hitlerum que pone fin a cualquier discusión. Como cuando se le pone
bigotito a la canciller Ángela Merkel. Contra esta demasía tropezó el
periodista Carlos Boyero, del diario El País, condenado a pagarle 6000 euros al
entrenador José Mourinho por haber escrito en agosto de 2011 que el técnico del
Real Madrid "es un nazi portugués".
En Argentina el
término también tiene un uso frecuente. Elisa Carrió, una de las más proclives
al brulote, trató de "nazis e idiotas útiles" a los legisladores que
votaron por la recuperación de los fondos de las AFJP. Repitió la acusación
cuando se aprobó la ley para la extracción compulsiva de ADN para determinar la
identidad de posibles hijos de desaparecidos. "Esto es fascismo
puro", sostuvo, al considerar que la norma tenía como únicos destinatarios
a los hijos adoptados por Ernestina Herrera de Noble. "El kirchnerismo es
el nazismo sin campos de concentración", abundó más tarde. Era más o menos
para la época en que la revista Noticias publicó en tapa una foto trucada de
Néstor Kirchner con uniforme nazi y el título "Fachoprogresismo, la
maquinaria del miedo".
Otro que abusa del
mote es el alcalde porteño, Mauricio Macri, quien no dudó en calificar de
fascista al gobierno nacional luego de la sanción de la Ley de Medios.
"Este es el gobierno más fascista que hemos tenido en años",
consideró en un encuentro de la derecha hispanohablante al que asistió el
presidente de gobierno español, José María Aznar. No fue mucho después de aquel
incidente que costó la vida de tres personas (uno nacido en Paraguay y los
otros dos en Bolivia) durante la ocupación del Parque Indoamericano. “La
inmigración está descontrolada”, había dicho esa vez, sin que le temblara el
bigotito.
El fascismo es una
ideología basada en la unidad monolítica de la sociedad en torno de estructuras
corporativas. Según la Enciclopedia Clarín, publicada en el año 1999 sobre la
base de una de Plaza y Janés, fascismo es un "sistema político
caracterizado por tendencias autoritarias antiparlamentarias, a menudo
antisemíticas, totalitarias, militaristas, nacionalistas, imperialistas y
corporativistas (…) se caracteriza por la reacción contra el movimiento
democrático que partió de la revolución francesa y también por la encarnizada
oposición a las concepciones liberales y socialistas del hombre y el ciudadano
(…) sus fuerzas de choque (los camisas pardas) fueron subvencionados por la
alta burguesía y recibieron ayuda de militares de la reserva e incluso del
propio Estado”. Otra enciclopedia, esta vez publicada por La Nación en 1992
pero elaborada por Salvat, agrega a esta definición que el fascismo “desató una
sangrienta represión contra obreros y campesinos”.
Esta no es más que
una larga introducción a un par de consideraciones acerca del editorial de La
Nación titulado 1933, del que ya otros hablaron con mayor solvencia. Publicado
por el diario que fundó aquel militar que persiguió a los últimos caudillos
federales para retomar el poder de los porteños y que luego, y al mismo tiempo,
fue protagonista principal del genocidio del pueblo paraguayo en una guerra
hecha solo para beneficio de la alta burguesía vernácula e internacional. Y que
como para ponerle una frutilla al postre, fundó ese mismo diario el 4 de enero
de 1870, cuando era evidente que Paraguay no podría ganar la guerra de la
Triple Infamia pero Solano López todavía intentaba salvar a su pueblo en una
derrotero final que lo llevó a la muerte el 1 de marzo en Cerro Corá. Un diario
que, en paralelo a la historiografía oficial pergeñada por Mitre, está
destinado a ocultar el genocidio de un millón de paraguayos y las matanzas que
se sucedieron desde entonces en el país.
Mitre tuvo como
embajador plenipotenciario en Estados Unidos a Domingo Faustino Sarmiento,
quien lo sucedería en la presidencia en 1868. "Se nos habla de gauchos...
La lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de
economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al
país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que
tienen de seres humanos", le había escrito a Mitre el 20 de setiembre de
1861.
Hace varias semanas
el tema de la corrupción volvió a ser eje de debate en el terreno político. En
ese marco es que La Nación publica el incendiario texto sin firma, con lo que
se destaca como política editorial. Una pocas líneas donde asocia al gobierno
de encaminarse hacia acciones que justamente combatió al forzar el
enjuiciamiento hasta las últimas consecuencias de los delitos de lesa
humanidad. Pero además, para calificar a alguien de nazi o fascista se debería
estar parado en la vereda de enfrente de las corporaciones y la alta burguesía,
por lo menos, y no es ese el caso de La Nación.
Porque puede ocurrir
como en el cierre del programa más visto la noche del domingo pasado, cuando el
conductor, visiblemente irritado, dijo mirando a cámara pero hablándole al
empresario Báez : "Lázaro, usted antes de 2003 era sub-nadie. Era menos
que nadie. Era un cajero del Banco Santa Cruz. Sub nadie. Hoy maneja el 93% de
la obra pública de la provincia".
Cuando se escuchan
frases como esta uno no puede menos que preguntarse si el problema con Báez
–que deberá probar que no cometió delitos ni se aprovechó de su cercanía con
Kirchner para enriquecerse a costa de la sociedad- es que robó o que era un
empleado bancario. Y si, además, un cajero es un sub-nadie. Sería como
cuestionar que Magnetto era apenas un contador, un sub-nadie, o que Ernestina
Herrera era secretaria, otra sub-nadie, y hoy son dueños del Grupo Clarín, que
muy bien aprovechó dineros públicos para crecer.
Raro que el gremio
bancario no saliera a cuestionar esa desvalorización de su tarea. Tal vez
estaban mirando el fútbol (cualquier cosa acá lo tienen,
http://tn.com.ar/politica/lanata-a-lazaro-tiene-que-agradecerle-a-dios-que-todavia-esta-libre_390049
). O temen que los acusen de defender a Báez, cosa que esta columna no
pretende. Pero así están las cosas.
Tiempo Argentino
Junio 1 de 2013
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