Esta aventura comienza a develarse cuando Bruno Pedro De Alto,
licenciado en Organización Industrial, se topó durante un posgrado en
Innovación Tecnológica a cargo de Bernardo Kosacoff con un dato
sorprendente: alguna vez la Argentina estuvo entre los países más
adelantados en tecnología electrónica. En esta historia –una
investigación hecha a pulmón durante dos años por este docente de la
Universidad Tecnológica Nacional Regional General Pacheco que también
integra el staff del INTI– hay suficientes ingredientes como para
convertirla en un ícono del país que todavía puede ser. O de cómo
científicos de primer nivel internacional expulsados por una dictadura
de la universidad pública lograron construir una utopía en una empresa
privada con aspiraciones de autonomía tecnológica. Y de paso,
desarrollar un producto propio que llegó a competir ventajosamente con
multinacionales de fuste. Y de cómo ese proyecto quedó frustrado cuando
otra dictadura puso punto final a esa aspiración a sangre y fuego.
Afuera y dentro de los límites de la fábrica.
La aventura que muestra De Alto en "Autonomía Tecnológica. La audacia de
la División Electrónica de Fate" tiene varios protagonistas: el
empresario Manuel Madanes, asociado para la época con quien luego sería
ministro de Economía de Perón, José Ber Gelbard; y un equipo de
"cerebros" protegidos por el matemático Manuel Sadosky. Entre ellos
figuraban el astrónomo Carlos Varsavsky y los ingenieros Humberto
Ciancaglini y Roberto Zubieta, junto con una pléyade de especialistas y
trabajadores de todas las inclinaciones políticas de la hora que aunaron
esfuerzos con la certeza de que desde allí estaban haciendo una
revolución.
"En algunos ámbitos se comentaba que la fabricante de neumáticos había
hecho calculadoras de mesa, de escritorio y de mano en la década del '70
y que para ese proyecto había recurrido a científicos que habían
emigrado de la UBA en el '66", explica De Alto.
–¿Los había repatriado?
–Más bien los había incorporado, porque habían perdido su trabajo con el
golpe de (Juan Carlos) Onganía. La historia que se contaba era que el
proyecto había tenido dificultades para seguir tras el golpe del '76.
Eso era lo que se contaba, lo que se sabía. La historia me impactó, me
daba elementos para decir que si queremos hacer tecnología nacional
alguien siempre va a aparecer. Kosacoff decía que la Argentina pudo
haber sido lo que hoy es Corea del Sur porque tenía todas las
condiciones para serlo. Cuando Corea cultivaba arroz, la Argentina hacía
cableados electrónicos.
–¿Con tecnología propia? Porque hoy día la tecnología es importada, aunque algunos elementos puedan fabricarse acá.
–En este caso hubo todo un marco conceptual que se propuso hacer
tecnología propia. Hay que ubicarse en la época. Puntualmente el
proyecto comenzó en 1969 en plena dictadura de Onganía, (Roberto
Marcelo) Levingston y (Alejandro Agustín) Lanusse. Fate era una empresa
muy particular, con una trayectoria. Porque los Madanes siempre tuvieron
dos líneas de trabajo permanentes: un fuerte apego a dominar tecnología
para apropiarse y tener dominio de los productos y la otra contar con
mecanismos aceitados con el Estado. Porque ambas son variables
ineludibles para hacer tecnología propia.
–¿Cómo comenzó Fate?
–Fate se remonta a una familia de inmigrantes. El viejo Leiser Madanes
fue un inmigrante judío que importaba y vendía telas engomadas,
fundamentalmente para vestir, impermeables. Tuvo cinco hijos. Los dos
más grandes –Adolfo, contador, y Manuel, ingeniero– deciden a cierta
edad fabricar la tela engomada, porque había que sustituir importaciones
a raíz de la guerra. Ellos dos fundan la Fábrica Argentina de Telas
Engomadas, que eso es Fate, como empresa aparte. Ahí se asocian con un
ingeniero Horn, que era el que sabía hacer las cosas. En forma muy
primitiva dan todo un mensaje de que hay que asociarse con las personas
que saben. El negocio crece y hacen parches, que era buen negocio porque
no ingresaban cubiertas y había que emparcharlas cientos de veces para
seguir andando. Cuando deciden hacer los neumáticos Horn se va porque no
se siente capaz. Los hermanos siguen adelante y ya como empresa
familiar se ponen a fabricar. Pero al principio eran muy malos y encaran
otra movida estratégica. Ellos tenían como competencia a Goodyear y
Firestone, que tenían plantas en Argentina. En Fate no tenían a quién
preguntarle y este es un elemento interesante que se relaciona con el
acceso al conocimiento necesario para hacer tecnología y para hacer
negocios industriales. Porque los hermanos se asocian con la
estadounidense General Tires (GT), que no tenía planta en Argentina.
–¿Le produce las gomas en la Argentina?
–Acá está el detalle: Fate no compra la patente, su política siempre fue
aprender. GT accede a este trato, cobra un royalty por cada neumático
vendido y los técnicos argentinos aprenden a hacer cubiertas, lo que
produce un salto muy grande. Estamos en 1956 y un par de años después
viene (Arturo) Frondizi con su política de apertura a la industria
automotriz. Ellos entonces se posicionan de manera clave y les va muy
bien.
–¿Ellos quedaron bien posicionados con el gobierno? Porque Frondizi era desarrollista.
–Manuel y Frondizi tenían una relación de mucho afecto y aprecio según
cuentan los parientes. Como decía, ellos logran dominar la tecnología
del neumático y se multiplican por tres. Manuel, que es el ingeniero,
quiere diversificarse. Ocurre que también para esa época que Gelbard
forma parte de la sociedad.
–¿Cómo fue eso?
–Luego del golpe del '55, Gelbard había quedado marginado por su
participación en la CGE y los Madanes le debían algunos favores de
gestiones que les había hecho durante el gobierno de Perón, de modo que
le habían dado un lugar físico en la empresa. El caso es que Gelbard va
creciendo hasta tener un 19% de la sociedad y es entonces cuando se
decide diversificar. El primer intento que hicieron fue la electrónica,
que en términos estratégicos era una tecnología totalmente novedosa.
–Novedosa pero ponía al país a la cabeza de lo que se venía.
–Es que los saltos tecnológicos hay que darlos por las nuevas
tecnologías, cuando todavía estamos todos en iguales condiciones. Y ahí
es donde mi investigación se mete en el núcleo duro de cómo pasó esto.
Manuel Madanes había estudiado ingeniería con Manuel Sadosky.
–¿El mismo que trajo la computadora Clementina a la UBA, la primera que hubo en el país?
–También fue el creador del Instituto de Matemática Aplicada y del
Instituto de Cálculo de la Universidad de Buenos Aires, entre otras
cosas. Imaginate lo que significaba como cabeza preclara. No me lo
dijeron pero se deduce que lo orientó a Madanes. Sadosky tenía muy buena
relación con el área de electrónica de la Facultad de Ingeniería de la
UBA, donde había otro personaje clave que fue Humberto Ciancaglini, que
había formado muchos ingenieros. El laboratorio de Ciancaglini era de
vanguardia, estudiaban lo que apenas se sabía en otras partes del mundo.
Hicieron una computadora, la CEFIBA (Computadora Experimental Facultad
de Ingeniería Buenos Aires), que si bien era lenta y con poca capacidad
de memoria, hacía exactamente lo que cualquier computadora en otro lado.
–¿Pero cómo llegan a Fate?
–Con el golpe del '66, Sadosky se propone retener y colocar a su gente.
Él se va a Uruguay y lleva a algunos y otros se ubican en la industria
privada. Sadosky le recomienda a Madanes incorporar a Carlos Varsasvky,
el padre de Martín Varsavsky, el empresario de Internet. Carlos era
físico de formación pero era astrónomo y estaba organizando el Instituto
de Radioastronomía. Es el que propone meterse en esa área como elemento
de diversificación. Lo nombran gerente de Investigación y Desarrollo.
–¿Un científico como gerente industrial? Qué cosa rara.
–Rara y maravillosa, un científico puesto a hacer negocios. Él estudia
el convenio con la GT y entiende que el proceso de adquisición de
conocimiento es previo a cualquier desarrollo y a cualquier negocio. Si
no dominás la tecnología no tenés futuro. Entonces convoca a Roberto
Zubieta, que era uno de los ingenieros de la UBA que había trabajado en
electrónica, y él es el que recomienda hacer técnicas digitales,
computación, la electrónica aplicada al cálculo. Empieza el proyecto en
el '69 y en noviembre del '70 se presentan cinco prototipos de
calculadora Cifra de escritorio. Acá viene la parte del rol del Estado,
porque había en principio un decreto de la época de Aldo Ferrer como
ministro de Economía (1970-1971). Cuando hablé con él no tenía presente
esos decretos específicos pero sí recordaba perfectamente la
presentación como un hecho destacado.
–Debió ser impactante.
–Ahí me cayó la ficha de lo que debió haber representado esto. La
historia de cómo se hizo es también muy jugosa, porque era un armatoste
con carcasa de aluminio, ellos decían que era una calculadora con
ruedas. Pero funcionaba. Ellos se plantean una producción escalonada,
primero calculadoras de escritorio, luego una manual que pensaban que no
iba a ser competitiva y luego aparatos de cálculo y finalmente la
computadora.
–Todavía no existían las computadoras personales.
–No, eran equipos que venían bajando de tamaño pero una computadora de
entonces era como un pequeño armario. Ellos planteaban que había
capacidad de mercado para hacer equipos que fueran más sencillos que los
que venían importados. Computadoras que hicieran los cálculos que el
cliente necesitara y no operaciones que no le servirían.
–¿Había programación detrás de todo esto?
–Es que entonces no habían diferencia entre hardware y software. Era
todo lo mismo. Volviendo al rol del Estado, ellos lograron para la Cifra
311 un decreto que otorgaba exenciones para los componentes importados
con un compromiso de fabricación y de integración creciente. Empezó con un 44% de importado y el plan era llegar al 95% en el año
'82. El problema que tenían era la respuesta de la industria local.
–¿Por qué?
–Esa era una isla de innovación y el sector local no acompañó. ¿Cómo lo
resolvieron? Fabricando circuitos integrados y circuitos impresos.
Armaron las propias fábricas y los equipos. El proyecto estaba previsto
para el año '78, pero en el '75 ya tenían un prototipo armado, con
algunas dificultades que tendían a ser solucionadas. Sin embargo, había
muerto Perón y llega el Rodrigazo. Para colmo, Gelbard cayó en desgracia
y comienzan a perseguirlo.
–Ahí la empresa entra en problemas.
–Mucho más problemas tiene el proyecto. Hay ingenieros que están
vinculados a la actividad política y la Triple A los va obligando a
emigrar. La empresa, por otro lado, ve que hay dificultades serias para
mantener este proyecto en la Argentina que se venía y contratan a
algunos ingenieros que vienen del sector neoliberal que van forzando al
cierre. Uno de ellos al clausurar la parte de Desarrollo Tecnológico les
dijo: "Señores, hacer circuitos integrados es lo mismo que hacer papas
fritas." Mucho antes de que lo dijera la dictadura… «
Haciendo la revolución
–Todas mis fuentes coinciden en que la tragedia es muy fuerte. Los
protagonistas hoy son todas personas de alrededor de 80 años. Todos te
dicen que este fue el momento más brillante de sus vidas. Estaban
haciendo la revolución en una fábrica. Y es que allí había Montoneros,
gente del ERP, tupamaros, comunistas, todos ellos trabajando juntos en
un proyecto industrial.
–¿Hay muchos desaparecidos?
–Muchos, serán unos 20. Héctor Abrales es el más conocido, porque tenía
una trayectoria importante, venía de las Juventudes Católicas, escribió
en algunas revistas de la Tendencia y trabajó en la universidad, o sea
que es un desaparecido de varios grupos.
–Es todo un símbolo de esa Argentina que se estrelló con el golpe del '76…
–Una Argentina que está latente y necesita mirar esta experiencia.
Porque el Estado tiene que ser determinante en estas cuestiones. Es el
que decide darle o no preeminencia a lo nacional. Pero también se
necesitan empresarios que decidan apostar a lo novedoso. Demostrarse que
aquí también se pueden hacer estas cosas.
–¿Cómo terminó el proyecto?
–El proyecto tiene varias muertes, primero el área de I+D. Desde
entonces pasa a importar y en el '80 trae productos de la japonesa NEC.
La División Electrónica se terminó de cerrar en el año 1982. La marca
ahora la tiene una empresa mexicana.
Atentado
Carlos Prats González, el general chuileno perseguido por el dictadotr Pinochet, encontró refuguo en Argentina luego del golpe del 11 de setiembre de 1973. Por recomendación de Gelbard fue contratado por Fate en una de sus gerencias. Fue asesinado por un agente de la CÏA que le colocó una bomba en el auytomóvil y la hizo estallas, en setmeibre de 1974, cuando Prats iba a su trabajo.
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