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La democracia y el respeto a las mayorías

Entre todo lo que dijo el presidente Hugo Chávez cuando en la noche del domingo salió al balcón para celebrar el triunfo electoral, hubo una mención mínima pero trascendente para entender el significado que el mandatario venezolano le dio al resultado del domingo.
"Fue una demostración cívica de la oposición, de los que no votaron por nosotros", advirtió Chávez ante cientos de miles de personas agolpadas para el festejo. Era su modo de reconocer el impacto de los más de 6 millones de votos que ponen a Henrique Capriles como líder de la oposición, algo que desde la óptica del bolivariano alienta esperanzas de consolidar un nuevo modelo para la sociedad venezolana. "Porque cada vez más (los opositores) van a estar de acuerdo con la Constitución bolivariana", agregó, para terminar felicitando "a la dirigencia opositora, porque no entró en el juego desestabilizador que algunos estaban acariciando. Han reconocido la victoria del pueblo. Esto es muy importante en la construcción de la paz y de la convivencia en Venezuela".
Fue una sutileza de Chávez que se manifiesta en su profundidad al repasar un par de mensajes enviados por autoridades de Estados Unidos y la Unión Europea, y que también se inscribe en la historia nacional desde mitad del siglo XX a esta parte. Algo que Jorge Lanata no olvidó mencionar, aunque sesgadamente, en un artículo escrito en la tarde del domingo y publicado en la edición de ayer de Clarín.
Los "mensajes", vistos con malicia, muestran un cierto tufillo mafioso. Catherine Ashton, representante de la UE para las Relaciones Exteriores, no tuvo empacho en pedirle a Chávez que aproveche su nuevo mandato para "tender la mano a todos los sectores de la sociedad" y promover "las libertades fundamentales". William Ostick, portavoz para América Latina del Departamento de Estado estadounidense, dijo en un mail enviado a las agencias noticiosas: "Creemos que las posiciones de los más de 6 millones de personas que votaron por la oposición deben ser tenidas en cuenta en el futuro".
El primer director de Página 12 venía insistiendo en su programa de Canal 13 que el final venezolano era reñido y trató sin éxito de demostrar que podía haber fraude. No lo consiguió siquiera cuando sentó en el estudio caraqueño desde el que transmitía a Gabriela Michetti, quien viajó como representante del PRO para apoyar a Capriles y muy entusiasmada dejó de una pieza al conductor al decirle que el sistema electoral venezolano es impecable y que sería muy bueno que la Argentina lo incorporara de inmediato.
En Clarín, Lanata dijo en unas líneas escritas en caliente: "La mitad de Venezuela va a festejar. No importa demasiado cuál mitad. Será la mitad más uno la que festeje". Primer error: terminaron siendo más de un millón de votos, no uno más que la mitad. Luego agrega que la división se asemeja a la que desde los '50 atravesó a la sociedad argentina. "Perón sentó por primera vez a la mesa a la clase obrera argentina y Chávez le dio visibilidad y existencia ciudadana a los pobres de Venezuela. Ambos se excusaron en el fondo para atropellar las formas: persecución a los opositores, prensa controlada, capitalismo de amigos, reescritura de la historia, clientelismo, realidad y relato. Un tajo atraviesa Venezuela y ese tajo no se cura con una elección". Otro gravísimo "error" en el que usualmente eligen caer dirigentes, historiadores y comunicadores vernáculos.
Porque vamos: la Constitución bolivariana fue aprobada en referéndum por el 70% de los votos diez meses después de que Chávez asumiera su primer turno presidencial, en 1999. Es una de las más progresistas del mundo y legisla sobre derechos sociales, de los consumidores y de género, entre otros fundamentales. Siete meses más tarde, el presidente fue nuevamente a elecciones para revalidar su mandato de acuerdo a la nueva Constitución. El bolivariano ganó esa vez por el 56,7 por ciento.
No pasaría mucho tiempo para que la poderosa central empresaria venezolana y los sectores oligárquicos comenzaran un trabajo de zapa para derrocar al mandatario. Cosa que lograron de modo efímero en abril de 2002, cuando colocaron al titular de la patronal, Pedro Carmona, como presidente de facto. Vuelto al poder por un levantamiento de militares afines y sobre todo por la participación del pueblo en las calles en un 17 de Octubre chavista, el mandatario denunció la injerencia de Estados Unidos, que se apresuró a reconocer al gobierno anticonstitucional en otro papelón histórico del gobierno de George Bush, al que acompañó el derechista español José María Aznar.
En diciembre de ese mismo 2002 se inició un paro petrolero organizado por los sectores dirigenciales que desembozadamente buscaba sacar del poder a Chávez y que terminó en febrero de 2003. La oposición propuso entonces utilizar una institución constitucional de la Carta Magna bolivariana como es el referéndum revocatorio, por el cual un mandatario puede ser sometido a consulta popular para sacarlo del poder. Chávez aceptó el desafío y en agosto de 2004 ganó ese plebiscito con el 59 por ciento. El 40% destituyente no se quedó conforme y en 2005 llamó a boicotear las elecciones parlamentarias denunciando el "autoritarismo chavista". En 2006 Chávez volvió a ganar las presidenciales, con más del 62 por ciento.
Luego vendría otra consulta popular para reformar la Constitución, que Chávez perdió en 2007. Se le criticaba que esa enmienda sólo pretendía la reelección permanente. Finalmente, en febrero de 2009, el bolivariano ganó con el 54,36% otra consulta para aprobar la reforma que ahora le permite un nuevo período.
En 1949, el peronismo sancionó una Constitución que incorporaba los derechos sociales y recuperaba la soberanía nacional sobre los recursos naturales. Fue reconocida como de avanzada por juristas de todo pelambre –menos los conservadores, claro– y había sido elaborada por una comisión que integraban miembros de la oposición. No viene a cuento extenderse en detalles –otros lo sabrán hacer mejor–, el caso es que el tema provocó una división interna en el radicalismo, ya que el arco más derechista de la UCR impugnó el llamado a elección de constituyentes alegando que no se habían respetado los pasos previstos por la Carta Magna liberal de 1853.
Como sea, la Constitución de 1949 –que también aceptaba la reelección sin límites, como por otro lado hasta un par de años antes sucedía incluso en Estados Unidos, al punto que Franklin Roosevelt fue elegido cuatro veces– fue derogada por un bando militar tras el golpe de 1955 usando los argumentos del radicalismo más "contrera". En los papeles, la "revolución libertadora” volvió a la Constitución de 1853 pero propuso "adecuarla" a los tiempos que corrían. Así, en 1957 hizo una enmienda para incorporar algunos derechos sociales. Fue ese lamentable artículo 14 Bis, un parrafito con el que esperaban remedar los beneficios justicialistas del '49. Que aprobaron los partidos políticos menos el justicialismo, que estaba "democráticamente" proscripto.
Otra dictadura, la de Alejandro Lanusse, impuso una reforma en 1972 con la que el peronismo –que, proscripto su líder, aceptó como un modo de resolver un entuerto interminable– llevó al poder a Héctor Cámpora en 1973 por un período de cuatro años y no los seis que permitía la del '53. Raúl Alfonsín fue votado con la Constitución del 14 Bis, ya que se había hecho insostenible aquella reforma hecha hace hoy 40 años.
En 1994, la dirigencia política aceptó cerrar el capítulo de la Constitución del '49 en aras de la convivencia democrática. Sin embargo, incorporó a la nueva Constitución muchas de las reformas de los militares setentistas alcanzaron estatus legal en el '94. Esta vez sí, votada libremente por los argentinos, aunque en un tiempo dominado por el neoliberalismo.

Hoy le reclaman convivencia a Chávez. Suena a burla que hablen de tomar en cuenta a las minorías aquellos que no se caracterizaron nunca por respetar a las mayorías. La buena señal es que Capriles insistió en que "para saber ganar hay que saber perder". La incógnita pasa por saber si quienes votaron por él o lo apoyaron desde el resto del mundo, incluida la Argentina, comparten esa visión elemental pero razonable de la democracia. 

Tiempo Argentino
Octubre 9 de 2012

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