Salieron "con
los tapones de punta", algo que no suele cuajar en el estilo brasileño.
Pero el presidente de la FIFA, Joseph Blatter había pasado los límites. El
hombre que comanda la máxima organización del fútbol mundial había señalado que
las protestas populares que se desarrollan justo desde que llegó a Río de
Janeiro para la Copa Confederaciones, no deberían repetirse en el Mundial del
2014. "Brasil es un país democrático, que les asegura a sus ciudadanos
plena libertad de expresión", respondió ácidamente el Ministerio del
Deporte.
No era para menos.
De puro lisonjeros con el administrador nacido en Valais, Suiza, que rige la
FIFA desde 1998 pero integra los altos mandos desde 1975 como director técnico
–o sea que tuvo oportunidad de venir a Argentina cuando el Mundial que organizó
la dictadura en 1978–, las autoridades brasileñas aceptaron todo lo que les
pidió en torno del mundial con el costo político que ahora representa para el
gobierno. La presidenta Dilma Rousseff, sin ir más lejos, se ganó una
generalizada silbatina el 15 de junio pasado cuando inauguró la Copa junto al mandamás
del fútbol-negocio en el inicio de las manifestaciones más importantes de
Brasil en décadas.
Para la FIFA no son
tiempos de promover represiones –no otra cosa sugiere la declaración de Blatter
a la agencia alemana dpa en la que deslizó que "si vuelve a pasar lo mismo
(o sea, si hay protestas) nos deberíamos preguntar si elegimos de forma
equivocada en la votación". Y para añadir algo más de leña al fuego agregó
que confía en que "el gobierno tomó nota y no se repetirá. Tienen un año
para lograrlo", una frase que sonó a irritante amenaza.
Tampoco parecen
épocas de hacer alarde desde el despacho de Blatter luego de que un fallo del
Tribunal de Justicia de la Unión Europea hubiera desestimado un recurso
conjunto de la FIFA y de la UEFA en resguardo de los contratos para la
televisación de los partidos de fútbol en la región. Ante un reclamo de ambas
federaciones futbolísticas por la normativa de Bélgica y Gran Bretaña que
obliga a retransmitir públicamente los partidos de la fase final del Mundial y
la Eurocopa, el TJUE consideró que se debe salvaguardar "el objetivo
consistente en la protección del derecho a la información y en la garantía de
un amplio acceso del público a la cobertura televisiva de tales
acontecimientos", y por lo tanto permite la televisación abierta según las
premisas que entiendan aceptables las autoridades de cada país.
Para los brasileños,
el lunes se abre otra expectativa de muchedumbres con ánimo indignado, por los
gastos que cada vez más ciudadanos consideran superfluos en el marco de las
falencias que padecen grandes capas de la sociedad. Es que la llegada del Papa
Francisco a tierras cariocas para la Jornada Mundial de la Juventud también
levantó quejas por lo que costará el primer viaje al extranjero del Pontífice
nacido en Argentina.
Y así, mientras no
se acallaron las protestas por los millones de los estadios mundialistas,
muchos se preguntan cuánto costará el raid papal y sobre todo de qué modo será
recibido el "administrador" de esa otra institución multinacional
europea. En fuentes de la Iglesia se corroboró que el Papa jesuita dará otra
muestra de austeridad franciscana, pero desde la derecha mediática de Brasil,
como es el caso del diario O Globo, se publicó que el raid papal constará de
casi 73 millones de dólares. Se cuidan bien de no mencionar el estimado de
ingresos por los miles de peregrinos que acudirán a ver a Bergoglio desde todos
los puntos cardinales del continente.
Ese mismo lunes en
que Bergoglio aterrice en Río, otro paso importante se cumplirá en tierras venezolanas,
cuando los presidentes Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro se encuentren para
sellar un nuevo compromiso de pacificación regional. Luego de los chisporroteo
surgidos cuando Santos recibió al opositor venezolano, Henrique Capriles, las
relaciones volvieron a tensarse, no tanto como cuando asumía el colombiano,
pero suficiente como para preocupar al resto de los países.
Por eso la presencia
de Cristina Fernández en Bogotá tuvo la deliberada intención de componer una
relación deteriorada, cosa de repetir, con menos pompa, el abrazo que de la
mano de Néstor mantuvieron Santos y Hugo Chávez en agosto de 2010. El
colombiano adelantó que está en condiciones de aclarar entredichos que, cree,
se deben a malos entendidos no imposibles de arreglar.
Mientras tanto el ex
mandatario Álvaro Uribe, acérrimo enemigo del chavismo, de todo lo que suene a
progresismo y de los acuerdos de paz con las FARC, sigue sembrando cizaña sobre
su sucesor y antiguo delfín. Santos, hombre de la derecha, demostró que no
abandona su ideología pero intenta moverse con libertad en todos los planos,
para desesperación de propios y ajenos. Así, mientras recibe a Capriles y
seduce a la OTAN con propuestas de relaciones carnales, busca no aparecer como
alguien que va a sacar "los pies del plato" en relación con sus
vecinos más cercanos y al resto del continente.
Algo más al sur, en
Santiago de Chile, el presidente Sebastián Piñera se preparaba para recibir a
Capriles en otro desafío a la institucionalidad venezolana. Chile, Perú,
Colombia y México integran el bloque de la Alianza del Pacífico, de notorios
tintes neoliberales pero que se inscribe en la Unasur y la Celac como ámbito de
pertenencia. Pero si pueden dar una mano de brea a la interna de Venezuela no
habrán de evitarlo.
El conservadurismo
chileno está en problemas desde que el candidato presidencial elegido en las
primarias, Pablo Longueira, de la Unión Demócrata Independiente (UDI), acusara
una repentina depresión que lo obligó a renunciar a competir por la presidencia
en este mes de noviembre. La derecha está preocupada porque esta situación
inesperada deja abierta una competencia por la candidatura que no saben aún
cómo resolver sin dejar expuestas diferencias irreconciliables puertas adentro.
El camino de
Michelle Bachelet al Palacio de La Moneda parece a esta altura expedito y con
eso podrían abrirse las puertas, ahora sí, a los cambios que la sociedad
chilena viene reclamando desde que regresó a la democracia. La Coalición
centroizquierdista que gobernó hasta que la propia Bachelet culminó su primer
mandato en marzo de 2010 no había querido "hacer olas" para remover
la herencia que dejó bien abrochada la dictadura con la Constitución
pinochetista y la legislación neoliberal. Pero los estudiantes demostraron en
las calles que estas nuevas generaciones buscan otra cosa más acorde con estos
tiempos. Bachelet pretende hoy por hoy representar esa esperanza con el bagaje
de su experiencia en el gobierno. Para lograrlo deberá enfrentar la realidad de
que en su período no fue mucho lo que cambió para la sociedad chilena.
El ex presidente
Lula da Silva, que también sería favorito para una nueva gestión en el
Planalto, se apuró a decir que no volverá a ser candidato en 2014. Las marchas
de estas últimas semanas limaron en gran medida las esperanzas de que Dilma
gane en primera vuelta en el 2014, como todo hacía prever. El metalúrgico
asegura que no competirá contra su sucesora y al mismo tiempo alienta a los
jóvenes que llenan las calles brasileñas con un rosario de quejas imprevisibles
hasta que comenzó a rodar la bola en el Maracaná el 15 de junio. Lula ve con
buenos ojos el reclamo y espera que su ex jefa de gabinete lo pueda encaminar
hacia reformas políticas que tampoco en Brasil fueron muy profundas desde la
recuperación de la democracia.
Por ahora las calles
marcan la brújula, pero dentro de poco las urnas darán su veredicto.
Julio 20 de 2013
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