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El modelo Petraeus

Estos son los líderes que elegí para ayudar a guiarnos a través de los difíciles días que vendrán.” Con estas palabras, el presidente Barack Obama anunció una serie de enroques en un área altamente sensible de su gestión como es el saturado frente bélico estadounidense. Lo hizo cuando se conocían filtraciones de WikiLeaks sobre la barbarie cometida en la cárcel de Guantánamo. Fue también cuando tuvo que sacar a relucir su partida de nacimiento para demostrar de qué lado de la frontera nació. Rara coincidencia.
Los cambios pasan por el retiro del secretario de Defensa, Robert Gates, que había sido designado por George W. Bush. En cadena, el actual titular de la CIA, Leon Panetta, tomará el lugar que deja vacante Gates y el hasta ahora jefe de las operaciones de la OTAN en Afganistán, el general David Petraeus, ocupará el sillón principal en la agencia de los espías estadounidenses.
Las razones que esgrimió el mandatario fueron de orden práctico, pero debajo de esta decisión hay una puja sobre el rumbo en la política exterior de Washington ante el escenario que plantean los levantamientos en el mundo árabe, los resabios de la invasión a Irak y la ocupación de Afganistán, que para la mayoría de la población de los Estados Unidos se convirtió en una pesada carga, no sólo económica sino moral.
Es así que los analistas se devanan los sesos tratando de adivinar cómo reaccionarán los distintos actores de esta movida presidencial. Y sobre todo en la CIA que, como resaltan al unísono, no es una oficina demasiado dispuesta a dejarse dirigir por ajenos “que creen saber más” que quienes la vienen remando desde adentro, según sugieren Adam Goldman y Kimberley Dozier para la agencia AP.
Los especialistas en la trama de la inteligencia estadounidense se relamen para ver cómo Petraeus abordará su nuevo trabajo en “la compañía”. Robert Dreyfuss, en The Nation, descuenta que el general de cuatro estrellas se las verá difíciles frente a un personal en su mayoría civil, famoso “por haberse masticado y escupido a los jefes que no les gustan”. Como pasó con James Schlesinger en 1973 y Porter Goss en 2006. Irónico, Dreyfuss agrega que si tuviera que apostar en una guerra entre “Petraeus y los burócratas de la CIA y sus agentes operativos, yo me quedaría con el personal de la CIA”.
Sin embargo, el prestigioso general tiene avales como para dar batalla en las oficinas de Langley, en Virginia, y de asentarse –como parece que lo están tentando− hacia una carrera política. Ente los lauros de Petraeus, que sucedió al controvertido y dicharachero Stanley McChrystal en el comando de las tropas en Irak y Afganistán, se cuenta un trabajo que culminó en 2006: la actualización del Manual de Contrainsurgencia, que venía de la época de Vietnam y modernizó sus consignas para aplicarlas en tierras árabes luego del 11-S.
El militar, además, se opone a la retirada de tropas de combate de la región, donde según su dossier, todavía da para quedarse y desplegar en toda su extensión las teorías desarrolladas en el Manual, conocido en sus siglas militares como COIN, que significa literalmente “moneda”.
El plan, que inauguró McChrystal, combina tácticas de la más dura línea militar con políticas de seducción a los pobladores. “Uno puede ganar batallas y perder la guerra”, piensa Petraeus. Por eso en uno de los apartados del trabajo (que puede consultarse en ) sostiene que el éxito del COIN requiere alejar a los terroristas del lugar, luego consolidar estrechas relaciones con los habitantes –conociendo no sólo el idioma sino también las costumbres y tradiciones− y más tarde crear las bases para que esa relaciones fructifiquen en instituciones que garanticen que “la subversión” no vuelva. Esto implica el establecimiento de un gobierno legítimo apoyado por la población −cosa que no se hizo en ninguno de los países donde se empleó, como es notorio− y una gran cantidad de tropas durante bastante tiempo. Quizás hasta que una nueva generación “entienda” de qué viene la ocupación.
El convencimiento, supone el estudio, vendrá de acciones en concreto que en su momento entusiasmaron a la actual secretaria de Estado, Hillary Clinton. Puesto que la doctrina de contrainsurgencia exige que los servicios sociales en zonas de guerra −las escuelas, la justicia, el desarrollo económico− sirvan como apoyo de las acciones de los militares.
“Usted no puede luchar contra ex saddamistas y extremistas islámicos del mismo modo que lo hizo contra el Viet cong, los Moros (filipinos musulmanes) o Tupamaros; la aplicación de principios y fundamentos para tratar a cada uno varía considerablemente”, dice el voluminoso expediente elaborado por un equipo que dirigió Petreus, egresado de West Point, la academia militar estadounidense, en 1974, un año después de la derrota en Vietnam.
Entre las técnicas bélicas, el COIN propone el uso de toda la tecnología vigente y sobre todo de imágenes satelitales y de aviones no tripulados Predator. Por eso es que la CIA cada vez trabaja más estrechamente con el Pentágono en todo el mundo, ya que la información básica sobre qué objetivos atacar desde las centrales de comando de los drones debe ser provista por la central de inteligencia. Pero sucede que ya hubo demasiados “errores” y “daños colaterales”.
Por eso, el cambio de un hombre del Pentágono −y el más prestigioso de ellos, con título universitario en Relaciones Internacionales en Princeton y todo− tiene también sabor de ajuste de cuentas. Es que en el geométrico edificio militar se acusa a los espías de recopilar data pero no compartirla con sus colegas uniformados, lo que obliga a crear fuentes de información duplicadas.
“Como un consumidor permanente de inteligencia, sabe que la inteligencia debe ser oportuna, precisa y actuar en forma rápida”, dijo Obama cuando dio cuenta del nuevo rol de Petraeus. “Entiende que mantenerse un paso por delante de adversarios ágiles requiere intercambio y coordinación de la información.”
Petraeus buscará solucionar este problema y fortalecer las operaciones de la agencia, pero además ya dio señales hacia el sector militar. Como que McChrystal fue declarado inocente de cualquier ilícito en la investigación que hizo el Pentágono sobre las declaraciones que publicó el año pasado la revista Rolling Stone y que derivaron en su despido como máximo comandante de las tropas estadounidenses en Asia.
El informe oficial, difundido hace diez días, resalta que al citar a individuos no identificados cercanos a McChrystal, “el artículo le atribuyó al general declaraciones despectivas sobre miembros del grupo de seguridad nacional del presidente Barack Obama, incluido el vicepresidente Joe Biden”, que no se pudo probar que haya hecho realmente.
El documento firmado por el Departamento de Defensa sostiene que la evidencia disponible no alcanza para concluir que McChrystal haya violado alguna norma legal o ética aplicable. Cuando echó a McChrystal, Obama dijo que se había comportado por debajo de “los estándares que debe establecer un general al mando”. Ahora, para resarcirse, lo designó al frente de un organismo que asesorará a familias de militares que padecen las consecuencias de las guerras.
Dicen que Panetta alguna vez recomendó a Obama que ante cualquier duda sobre algún tema en el que el Pentágono tuviera opinión, lo más recomendable sería seguir la línea que le marcaban los militares. Últimamente le está dando la razón. <

Tiempo Argentino
Abril 30 de 2011

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