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Gerónimo y el Gran Garrote

"Geronimo EKIA" (por las siglas en ingles de Enemy Killed In Action). Algo así como “Gerónimo, el enemigo, fue muerto en acción”. Con esta contundente frase, el todavía director de la CIA, Leon Panetta, anunció la eliminación de Osama bin Laden en un lejano suburbio de Islamabad. El rostro entre absorto y exaltado de la plana mayor del gobierno de Barack Obama contemplando la escena en tiempo real, como gusta decirse en tiempos de Playstation, algún día será el ícono más acertado para describir esos 38 minutos tan intensos en la vida de personas como la secretaria de Estado, Hillary Clinton.
Los voceros de los organismos públicos estadounidenses se apuraron a decir que Gerónimo no era el nombre clave de la operación (según parece, la habían bautizado Jackpot, como el Gordo de Navidad en la lotería) y ni siquiera aludía al líder de Al Qaeda. Pero ese detalle se lo van a tener que explicar a los ofuscados representantes de los pueblos originarios de Norteamérica. “Demuestra hasta qué punto la idea de indio igual a enemigo está incrustada en la mentalidad de este país”, se indignó Suzan Harjo, integrante de un grupo de abogados indios que presentaron una protesta en el Congreso de los Estados Unidos. “Es un insulto y un terrible error”, agregó Harlyn Gerónimo, quien vistió uniforme militar en Vietnam y es bisnieto del último jefe apache, perseguido durante casi tres décadas por las tropas federales en el territorio de sus ancestros, por entonces una amplia región de la actual frontera entre México y los Estados Unidos.
Goyaalé, (“el que bosteza”, en lengua chiricagua) había nacido en 1823 en Arizona, territorios llamados por los nativos como Bedonkohe. Su abuelo, Mako, llegó a ser cacique de la tribu. Cuando murió su padre, dice la historia, lo llevaron a criar a Chihenne y luego se casó con una mujer de la tribu nedni-chiricahua.
Ni él ni su pueblo jamás admitieron la ocupación de sus territorios por el hombre blanco, ya sea que hablara en castellano, como los mexicanos, o que fueran gringos. Pero el hecho que cambió su vida fue el ataque del coronel José María Carrasco al campamento que ocupaban. Corría el año 1858 y las tropas mexicanas esperaron a que los hombres no estuvieran para provocar una masacre en la que murieron la esposa, los hijos y la madre de Goyaalé, entre otros miles de nativos.
Sombrío, organizó una alianza con otro célebre indio, Cochise. Podría pensarse livianamente en venganza, pero en realidad era la última batalla por la subsistencia de los aborígenes del norte de América, acorralados en un territorio apetecido por la “civilización y el progreso”. Se dice que el nombre con el que pasó a la fama surgió durante uno de sus golpes de guerrilla contra los invasores. Armados de cuchillos, presentaron batalla contra fusileros mexicanos, que se encomendaban a San Jerónimo para aventar el miedo que les producía semejante acto de valentía. Un estadounidense creyó que esa imprecación se refería al nombre del impetuoso caudillo, que desde entonces fue conocido como Gerónimo, con G.
Las llamadas “Guerras Apaches” continuaron hasta que desde Washington pusieron toda la carne en el asador y mandaron a 5000 hombres del Cuarto Regimiento de Caballería, que después de eliminar a gran parte de la población indígena, logró la rendición de Gerónimo, en 1886. El cacique pasó el resto de su vida prisionero. Encerrado en Fort Sill, Oklahoma, fue llevado a olvidar a sus dioses y a convertirse al Cristianismo. La peor afrenta fue que, totalmente doblegado, lo pasearon como una de las maravillas del mundo en ferias y kermeses. Murió en 1909.
Presentado como atractivo extra en un desfile, estuvo frente a frente con el entonces presidente Theodore Roosevelt, tío abuelo de Franklin Delano. Hombre enérgico, Theodore, representa el espíritu de conquista estadounidense a caballo de los siglos XIX y XX. Por un lado, fue un ferviente defensor de la libertad de empresa, pero a la vez atacó a la concentración del capital –se enfrentó con el JP Morgan, sin ir más lejos– y todavía se recuerda que en persona puso fin a una huelga de mineros, consiguiendo lo que llamó un “acuerdo equitativo”, que consistió en un 10% de aumento y la reducción de la jornada laboral de 8 horas.
Al mismo tiempo, despreciaba en profundidad a negros, indios, asiáticos y latinoamericanos. Antes de llegar a la presidencia, Theodore Roosevelt había planificado la guerra contra España, que le permitió a los Estados Unidos extender sus dominios a Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Ya en la Casa Banca, pergeñó la revuelta en la que Panamá se independizó de Colombia, con lo que consiguió hacer el Canal bioceánico de acuerdo a los intereses de Washington. Construyó, también, la base de Guantánamo, en Cuba.
Pero se lo recuerda más por el lema Speak softly and carry a big stick, you will go far (Habla suave y carga un gran garrote, así llegarás lejos), convertida en doctrina del imperialismo estadounidense. Roosevelt obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1906, por haber mediado en la guerra rusojaponesa de un año antes.
Desde hace algunas semanas el gobierno de Barack Obama está dando señales de que quiere mantenerse a toda costa en la Casa Blanca. Y para eso decidió apelar a los más profundos sentimientos del pueblo estadounidense, sin importarle que deja de lado las consignas con las que en 2008 sedujo a los votantes más progresistas o incluso liberales.
Así fue que, lejos de desmantelar la cárcel de Guantánamo, como había prometido en la campaña, a principios de marzo pasado aprobó la reanudación de los juicios militares a los detenidos en esa prisión. Un mes más tarde, y cuando sus socios de la Otan se mostraban empantanados en Libia, ordenó el envío de aviones no tripulados para atacar a las tropas leales a Khadafi. Desde esta misma columna se alertó sobre las consecuencias que la aplicación de esas tecnologías letales ya venían trayendo para las relaciones con Pakistán (“Depredadores electrónicos”, 23 de abril).
La semana pasada nuestro panorama “El modelo Petraeus” terminaba recordando: “Panetta alguna vez recomendó a Obama que ante cualquier duda sobre algún tema en el que el Pentágono tuviera opinión, lo más recomendable sería seguir la línea que le marcaban los militares. Últimamente le está dando la razón.” El mismo día en que salió publicada, la OTAN mató a un hijo de Khadafi y a tres nietos en un ataque a una de sus residencias. Y el domingo tropas estadounidenses hicieron lo propio con Osama bin Laden.
La información para llegar al líder de Al Qaeda, reconoció Panetta, fue obtenida en Guantánamo con métodos de tortura. Para cuando Obama dio la orden de aniquilar a Bin Laden, se daban a conocer nuevas filtraciones sobre la barbarie cometida en esa base de la isla de Cuba. Y, según sospechas generalizadas, en cualquier momento se iba a difundir el nombre de la fuente a la que se le sacó el dato exacto luego de sesiones de ablandamiento brutales. Igual trato está recibiendo el soldado que habría hecho las filtraciones WikiLeaks, Bradely Manning. Quien sabe algún día vayan a exponerlo como hicieron con Gerónimo.
Después de todo, Obama también es Premio Nobel de la Paz. Y aceptó ejercer la política del Big Stick, el Gran Garrote.

Tiempo Argentino
Mayo 7 de 2011

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