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La fiesta está por comenzar

Hay fiestas que pasado un tiempo inicial de resplandor, de promesa, decaen. No se sabe bien si por eso de la química entre las personas, o porque a veces las preocupaciones le ganan al deseo de pasarla bien. Como sea, nunca falta el optimista que en algún momento grita un esperanzado "!Lo mejor está por ocurrir!" y con un brindis intenta despabilar el ambiente.
Algo de eso ensayó el presidente Barack  Obama en el discurso con el que celebró que se había ganado el derecho a otros cuatro años en la Casa Blanca. "Lo mejor está por ocurrir", dijo en medio de los aplausos de quienes lo rodeaban con la esperanza certera de que sí, lo mejor tendría que venir ahora definitivamente. Porque si es por los cuatro años transcurridos desde que los demócratas volvieron al Salón Oval, no es tanto lo que tendrían por aclamar.
Obama, el primer presidente no blanco en la historia de Estados Unidos, llegó con toda la promesa de cambios pero poco a poco se fue diluyendo en un intento vano por aunar detrás de su proyecto a quienes lo habían votado, pero también a los que jamás lo hubieran aceptado en ese cargo por razones ideológicas y también raciales.
Rodrigue Tremblay, un economista canadiense que dicta clases en la Universidad de Montreal, da en el clavo cuando asegura que "en 2008 Obama dio la impresión de que quería ser todas las cosas para todas las personas. Esperaba que los republicanos en el Congreso dejarían de lado el bipartidismo y le ayudarían a gobernar por consenso".  Ese error, que el académico atribuye a una suerte de  espíritu naif en el demócrata, lo llevó a desperdiciar, por supuesto, esos 100 primeros días de mandato  claves para establecer una línea de acción. Y a dejar en manos de los republicanos, que antes como ahora mantienen el control de la Cámara baja, la llave para aprobar las medidas más profundas que pretendía encarar. Así fue que la ambiciosa reforma a la ley de salud, un legado maldito de la gestión de Richard Nixon contra el Estado de Bienestar, sufrió tantas modificaciones para resultar aprobada que casi se pareció a una renuncia a los principios que la habían sustentado.
Tremblay, en un trabajo publicado por Global Research, señala otras "tibiezas" en las acciones de Obama, y por las que terminó dejando las cosas como estaban en un área tan sensible como la economía, a la espera de un consenso que nunca vino y que tampoco podría esperarse de opositores imbuidos del pensamiento retrógrado del Tea Party.
"Fue persuadido por sus asesores para nombrar como secretario del Tesoro a Timothy Geithner, un portavoz de los grandes bancos de la Reserva Federal de Nueva York, y volvió a nombrar a Ben Bernanke como presidente de la Fed, incluso después de que se hubiera demostrado que Alan Greenspan y Bernanke habían contribuido en gran medida a la creación de la burbuja inmobiliaria en 2001-2005 y a la subsiguiente debacle financiera que siguió", dice el analista. Tremblay recuerda también que Obama eligió a Rahm Emanuel, "un ex empleado de Goldman Sachs", como su jefe de Gabinete. "Rodeado de personajes que habrían encajado fácilmente en el republicano George W. Bush, la administración Obama no se movió sensiblemente de las políticas puestas en marcha por el gobierno anterior", sintetiza lapidariamente.
Para no caer en una impostura, o temeroso de levantar tormentas que no podría luego dominar, Obama prefirió esa línea en lugar de seguir el consejo de economistas demócratas que le pedían tomar el toro por las astas e intervenir más drásticamente en el embrollo de los bancos insolventes que habían generado la crisis, se habían enriquecido con ella y de hecho continuaron llenando los bolsillos de los accionistas en este lapso.
Mientras tanto, el propio Obama y su proyecto de cambios pagaban el costo político de no hacer nada diferente y de su consecuencia más dramática de cara a sus electores, como fue un crecimiento nulo de la economía del país y un índice de desocupación "empecinado", como lo tildan en Estados Unidos.
Uno de los datos relevantes de esta elección fue que durante la campaña, Obama debió enfrentar la acusación de que justamente su talón de Aquiles había sido la economía. Y no pareció muy convencido de responder que los republicanos habían iniciado la crisis y habían sido un palo en la rueda desde el primer día. Que no habían apoyado ninguna de sus iniciativas para reactivar la economía, que no aceptaron que los ricos paguen más ni que los pobres tengan derechos.
En algún momento de los debates presidenciales, muchos se quedaron como aquel personaje de Caro Diario, la película de Nanni Moretti, en la que el protagonista le reclama al eurocomunista Massimo D´Alema en un debate con Silvio Berlusconi: "Di alguna cosa, responde cualquier cosa, algo de izquierda, reacciona, por favor."
¿Obama habrá aprendido la lección para esta segunda oportunidad y ya no confiará en un gesto de benevolencia de los republicanos para que le facilite las cosas?
La buena noticia de estos comicios, vistos desde estas acaloradas regiones, es que a pesar de todo, Obama pudo ganarle a un discurso monolítico en contra del ascenso de los de abajo. Y que lo hizo, como bien apuntan los analistas más sesudos, con la misma alianza que lo había llevado al gobierno: hispanos, afrodescendientes, mujeres, pobres y las clases medias más avispadas. Y si no le ganó a la gran prensa en el sentido de que la mayoría de los diarios masivos apoyó su continuidad, sí derrotó a los medios electrónicos, alineados detrás de un discurso reaccionario liderado por la cadena Fox, que no dudó en recurrir a la diatriba y la mentira con tal de arrimarle algún punto a Mitt Romney.
 Ante el éxito de audiencia que suelen tener ese tipo de programas, era lícito pensar que podrían tener una mayor repercusión electoral. Que no haya ocurrido es una buena señal. Que de todas maneras haya logrado semejante apoyo-50% del electorado- no lo es tanto, porque eso indicaría una partición mucho más grave en la sociedad estadounidense.
Y este es el otro punto que desde acá parece importante de resaltar. Como señala el analista canadiense, Obama quiso lograr un consenso imposible. Porque sabía –y sabe- que intentar cambios en una sociedad demasiado cómoda en la imagen que tiene de sí misma y con instituciones más bien destinadas a impedir los avances sociales, es cuando menos una tarea de cíclopes. Y quizás vislumbre –como ya lo han comprobado los gobiernos sudamericanos y especialmente el argentino- que si se quiere hacer una tortilla no hay más remedio que romper algunos huevos. Lo que implica tomar partido por un sector de la sociedad.
Es esperable que un demócrata haga honor a su tradición y se juegue por los más vulnerables. Pero inevitablemente eso lo llevará a enfrentarse duramente con la parte reaccionaria de su sociedad, como ocurre en este lado del mundo y es evidente justo cuando las cacerolas vuelven a reclamar en contra de los cambios.
Obama debe enfrentar el discurso obcecado del Tea Party. Pero jugando con eso de que party también puede ser traducido como "fiesta", podría decirse que si realmente Obama quiere que lo mejor ocurra, no tendrá más remedio que remover el avispero y hacerse cargo de las consecuencias.
Hay millones que lo volvieron a votar en Estados Unidos -y muchos más que lo hubieran hecho desde el exterior- ansiosos de que se decida a cocinar tortilla. Tiene otros cuatro años para intentarlo.

Tiempo Argentino
Noviembre  9 de 2012

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