Existe una categoría de extranjeros
malhechores que fabrican opio y lo traen a nuestro país para venderlo,
incitando a los necios a destruirse a sí mismos, simplemente con el fin
de sacar provecho (...) Ahora el vicio se ha extendido por todas partes y
el veneno va penetrando cada vez más profundamente (...) Por este
motivo, hemos decidido castigar con penas muy severas a los mercaderes y
a los fumadores de opio, con el fin de poner término definitivamente a
la propagación de este vicio." Para las autoridades chinas, esa carta de
Lin Hse Tsu a la reina Victoria era toda una revelación. No por la
monarca británica, la mayor potencia del mundo en ese año de 1839, sino
porque la dinastía gobernante, Qing, no estaba acostumbrada a dar
explicaciones.
Pero era el imperio más poderoso hasta entonces y China estaba probando el amargo sabor de la decadencia, al punto de que para la milenaria nación se iniciaría con esa primera Guerra del Opio lo que se llamó el Siglo de las Humillaciones. La cosa había comenzado así: China tenía mucho para ofrecer a los anglos, como el té, la seda y la porcelana. Pero no había muchos productos que interesaran a los asiáticos, que mantenían sus mercados cerrados al comercio con Occidente y no permitían la instalación de embajadores. De modo que Londres tenía un déficit permanente que sólo podía equilibrar con la venta de la adormidera que se cultivaba en regiones cercanas.
La primera guerra fue entre 1839 y 1842, la segunda y definitiva, entre 1856 y 1860. Confrontar las fechas con la historia argentina puede ser todo un desafío: en 1858 el emperador Daoguang tuvo que aceptar condiciones de paz severísimas con Inglaterra y sus aliados por las cuales tuvo que permitir el comercio del narcótico, cedió territorios como Hong Kong al Reino Unido y Macao a Portugal, permitió la apertura de puertos para el comercio irrestricto y, como frutilla de postre, abrió la libre navegación por el río Yangtsé. Esto fue a seis años de que Urquiza derrotara a Rosas con ayuda extranjera y acordara la libre navegación de los ríos interiores, y a trece de la Batalla de Obligado.
Pero la historia de las adicciones y su estrecha relación con las prohibiciones y el equilibrio fiscal no empezó con ese incidente. Ya a principios de 1600 el comercio del tabaco enfrentaba a prohibicionistas –cuando aún no se conocía su relación con el cáncer– con los recaudadores. El paradigma tal vez sea Jacobo I de Inglaterra, que escribió "A Counterblaste to Tobacco", un alegato contra el consumo de la planta americana en sus versiones fumables o aspirables en rapé. "Su desaprobación no le impide aumentar los impuestos que pesaban sobre el tabaco cuarenta veces por encima de los precios fijados por la Reina Isabel I", según indica en su página web la British American Tobacco,
una de las multinacionales predominantes en el actual mercado mundial.
Para la época de la Guerra del Opio, los grupos puritanos de Estados
Unidos comienzan su prédica contra el consumo de opio, según recuerda el
español Antonio Escohotado. El especialista anota en uno de sus textos
que ya en 1832 la Rosengarten and Co –origen de la Merck, Sharpe &
Dohme– fabrica morfina y poco más tarde Parke-Davis y Bayer producen
gran parte de los opiáceos y la cocaína que se vende en ese país. Para
1869 el negocio es floreciente y parece no tener techo. Fue el año del
nacimiento del Partido Prohibicionista, creado por Toby Davis en
Michigan.
El lobby que ejerce el PP hace que en 1905 Theodore Roosevelt pida al
Departamento de Estado la creación de tres comisiones para investigar
"el mal", destaca Escohotado. Los debates fueron feroces, porque
involucraban la vida privada de las personas y el derecho a la
privacidad, uno de los pilares de la sociedad estadounidense. El
demócrata Francis Burton Harrison llegó a proponer, incluso, que se
prohibiera la Coca Cola, la Pepsi-Cola y "todas esas cosas que se venden
a los negros del sur". La Asociación Médica Americana, mientras tanto,
advertía que el abuso de drogas sólo se podría controlar a través de la
educación. "Con ese criterio –dijeron– habría que prohibir los
automóviles, porque pueden matar a las personas."
El momento de gloria del PP fue en 1919, cuando lograron imponer la
XVIII Enmienda en la Constitución de los Estados Unidos, que prohibía el
consumo de alcohol.
"Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación",
dijo en ese momento el senador Andrew Volstead, el principal impulsor de
la a norma que, por tanto, llevó su nombre. "El demonio de la bebida
hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales.
Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y
correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y
fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas
las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las
puertas del infierno", se ilusionó.
Para 1932, en plena crisis económica posterior al crack de 1929,
Franklin Delano Roosevelt prometía en su campaña presidencial terminar
con la desocupación, poner el país nuevamente en marcha… y terminar con
la Ley Seca, que ya había demostrado no sólo que era ineficaz, sino que
además había generado una camada de gángsters que había lucrado con la
venta ilegal de licores. Cuando asumió, en 1933, las arcas del Estado
estaban exhaustas, de modo que se juntaron las dos coincidencias para
conseguir voltear la XVIII Enmienda y ponerle un impuesto importante a
las bebidas alcohólicas. La misma medida que Jacobo I aplicó a los
tabacos.
La lucha contra las drogas se convertiría más tarde en uno de los más
formidables argumentos con los que el nuevo imperio extendió sus
tentáculos por todo el mundo y diseñó políticas represivas "para
combatir el nuevo flagelo de la humanidad". En 1982 el presidente Ronald
Reagan declaró la guerra a las drogas y seis años más tarde la
Convención de Viena, a instancias de Naciones Unidas, endureció medidas
de control en todo el ciclo de la elaboración. Lo que no figura en ese
expediente es la relación entre ocupación militar estadounidense y
aumento de la producción, teniendo en cuenta que el Pentágono tiene
tropas desplegadas en Afganistán y Colombia. Pero esa es otra historia.
Luego de la matanza en la primaria de Newtown, Connecticut, la clase
dirigente de Estados Unidos se ve en la obligación de dar alguna
respuesta a esa otra adicción de los Estados Unidos –el gran consumidor
de droga de Occidente– como es el uso de armas. Adicción protegida en
este caso por una enmienda constitucional. La Segunda, para más datos.
Posterior solamente a la que asegura la libertad de culto y de prensa.
El presidente Barack Obama prometió crear una fuerza de tareas al mando
de su vicepresidente, Joe Biden, para estudiar medidas que impidan
muevas masacres. El debate repite argumentos de la Ley Seca, sólo cambia
el "mal", que ya no es el consumo sino los "límites a la libertad y las
garantías constitucionales". Esta vez el mandatario promete llegar
hasta el hueso, con una comisión que realmente llegue a algo, aunque sin
modificar la sacrosanta Segunda Enmienda. "El hecho de que se trate de
un problema complejo no puede seguir siendo una excusa para no hacer
nada –dijo Obama–, el hecho de que no podamos evitar todo acto de
violencia no significa que no podamos reducirla progresivamente y evitar
la peor."
Los temas en análisis por este equipo –que como especificó, el
presidente tendrá que hacer un informe que sirva y no un dossier para
"cajonear"– incluyen el acceso a la salud mental, la seguridad en las
escuelas y la educación. El corolario debería ser alguna forma de
prohibición de venta de armas semiautomáticas o de asalto.
César Gaviria fue presidente de Colombia y uno de los fundadores de la
Comisión Global sobre Drogas. "Yo era prohibicionista", admitió
recientemente en un congreso científico, como si fuera un adicto
recuperado, para concluir: "Debe cuestionarse si la prohibición no
genera corrupción y violencia en la sociedad." En esa misma línea, el
uruguayo José "Pepe" Mujica piensa que si el Estado se convierte en
proveedor de marihuana, esas miserias pueden ser combatidas con mayor
provecho. Pero las críticas que levantó su propuesta lo hicieron bajar
un cambio y ordenó debatir más las cosas. La sociedad aún no está madura
para entender su propuesta, evaluó.
Cuando hay tanto dinero y poder en juego, las adicciones generan
respuestas contradictorias. Y las prohibiciones se terminan acomodando
según como soplan los vientos.
Tiempo Argentino
Diciembre 21 de 2012
Pero era el imperio más poderoso hasta entonces y China estaba probando el amargo sabor de la decadencia, al punto de que para la milenaria nación se iniciaría con esa primera Guerra del Opio lo que se llamó el Siglo de las Humillaciones. La cosa había comenzado así: China tenía mucho para ofrecer a los anglos, como el té, la seda y la porcelana. Pero no había muchos productos que interesaran a los asiáticos, que mantenían sus mercados cerrados al comercio con Occidente y no permitían la instalación de embajadores. De modo que Londres tenía un déficit permanente que sólo podía equilibrar con la venta de la adormidera que se cultivaba en regiones cercanas.
La primera guerra fue entre 1839 y 1842, la segunda y definitiva, entre 1856 y 1860. Confrontar las fechas con la historia argentina puede ser todo un desafío: en 1858 el emperador Daoguang tuvo que aceptar condiciones de paz severísimas con Inglaterra y sus aliados por las cuales tuvo que permitir el comercio del narcótico, cedió territorios como Hong Kong al Reino Unido y Macao a Portugal, permitió la apertura de puertos para el comercio irrestricto y, como frutilla de postre, abrió la libre navegación por el río Yangtsé. Esto fue a seis años de que Urquiza derrotara a Rosas con ayuda extranjera y acordara la libre navegación de los ríos interiores, y a trece de la Batalla de Obligado.
Pero la historia de las adicciones y su estrecha relación con las prohibiciones y el equilibrio fiscal no empezó con ese incidente. Ya a principios de 1600 el comercio del tabaco enfrentaba a prohibicionistas –cuando aún no se conocía su relación con el cáncer– con los recaudadores. El paradigma tal vez sea Jacobo I de Inglaterra, que escribió "A Counterblaste to Tobacco", un alegato contra el consumo de la planta americana en sus versiones fumables o aspirables en rapé. "Su desaprobación no le impide aumentar los impuestos que pesaban sobre el tabaco cuarenta veces por encima de los precios fijados por la Reina Isabel I", según indica en su página web la British American Tobacco
Tiempo Argentino
Diciembre 21 de 2012
2 comentarios:
Control Poblacional
Desde el punto de vista de un país sub desarrollado.
Religiones, Sectas, sociedades secretas, mafias, gansters, nazis, etc todos son lo mismo.
No es que los toleren hasta un cierto punto, sino que cumplen una función para las personas de poder, son los tontos útiles a quienes se les echa la culpa de todo.
Cuando la CÍA dice que “no tortura a nadie”, pero si dejan que los mafiosos y los ganster lo hagan, como cuando intentan envenenar a Fidel Castro.
El liberalismo no es otra cosa que el control de los militares. Para invadir económicamente un país solo tienes que controlar a los militares (la política de prevención de Bush). No es raro que exista esta mayor tolerancia con la corrupción en países como, España Italia.
Los primeros grandes Imperios, se formaron entre otras causas debido al exceso poblacional.
Lo que no dicen, es que hacían sus conquistas territoriales con 2 fines.
Primero, si ganaban tenían nuevos territorios y a la vez solucionaban el exceso poblacional y Segundo, si perdían les daba igual, los lideres solucionaban el exceso poblacional.
En nuestros días, con la crisis económica el control poblacional se realiza hipócritamente, con el negocio de la salud (Si tienes dinero buena suerte, si no mala suerte), o cometiendo genocidio (India, Africa, etc)
Mi libro favorito es Millenium y como escritor si quiero ganarme el premio novel, solo tengo hacer criticas buenas al país de origen del libro.
Totalmente de acuerdo Dr x-ray, muy buen aporte.
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