La presidenta Dilma
Rousseff tuvo que salir a aclarar que América Latina es prioridad absoluta de
la política exterior de Brasil. Fue cuando le tomaba juramento a su nuevo
ministro de Relaciones Exteriores, nombrado a las apuradas luego del escándalo
por la fuga de un senador condenado por corrupción en Bolivia. Luego del paso
de Lula da Silva por el Palacio del Planalto, el mandato de su sucesora
apareció más bien deslucido en torno a la necesaria profundización del proceso
de integración regional. Necesaria para los vecinos tanto como para el propio
Brasil, que a pesar de estar jugando en las grandes ligas internacionales –como
el grupo BRICS– necesita como el agua tener las espaldas cubiertas en lo
geopolítico –uno nunca sabe– tanto como preservar sus mercados naturales. Es
que en los últimos años la economía brasileña, de la mano del auge de la
producción primaria, fue cediendo impulso a su crecimiento industrial, y
Latinoamérica y algunos países africanos son su única opción de comercio de
bienes manufacturados.
Eso no impide que
grupos retrógrados desde lo cultural, pero muy bien enquistados en las
burocracias gubernamentales –y principalmente en la Cancillería– hayan puesto
un palo en la rueda de las relaciones de Bolivia con Brasil. Como era de
esperarse, ese grano en las relaciones con un aspirante a ingresar al Mercosur
y proveedor fundamental de energía al polo paulista, venía de antes. De cuando
el pastor evangelista y senador opositor boliviano Roger Pinto Molina ingresa a
la Embajada de Brasil en La Paz, el 28 de mayo de 2012, para pedir asilo. Alegó
ante el entonces embajador Marcel Biato que era un perseguido político. Las
protestas del gobierno de Evo contra Brasil no se hicieron esperar.
Pinto, sin embargo,
cargaba 21 acusaciones de corrupción. Y no sólo eso: como íntimo allegado al ex
prefecto de Pando, Leopoldo Fernández, también pesan sobre él las sospechas por
el asesinato de trece campesinos a manos de grupos paramilitares apoyados por
la oligarquía de la rica "Media Luna" de Bolivia en 2008, en lo que
se conoció como la Masacre de Pando. De hecho, Fernández fue condenado como
autor intelectual de aquella matanza cuando la derecha pensaba en voltear a
Morales o al menos producir la secesión del país. Pinto, que se presenta como
pastor evangélico, siempre estuvo a la derecha del dial. Primero, en el partido
del ex dictador (1971-78) y luego mandatario (1997-2001) Hugo Banzer; y más
tarde, con el sucesor y delfín de aquel, Jorge Quiroga (2001-02). Fue juez y
también gobernador del ganadero distrito de Pando en los '90 y llegaría al
Senado antes de la llegada de Morales al poder. Se acercaría luego a otro
gobernador de la región, el cochabambino Manfred Reyes Villa, quien también caería
en desgracia judicial, aunque fue más rápido y se exilió en Estados Unidos
antes de rendir cuentas en su país de origen.
Las causas contra
Pinto Molina van desde la venta irregular de tierras estatales al traspaso
ilegal de fondos públicos y "daño económico al Estado" cuando era
gobernador de Pando y director de la Zona Franca de Cobija, la capital de la
provincia (2000), y supuestamente habría desviado irregularmente recursos a la
Universidad Amazónica de Pando. Su defensa alega que en todos los casos se
trata de procesos políticos sin sustento judicial. Hablan de persecución.
Hubo tres hechos en
los últimos meses que aceleraron la fuga de Pinto. Uno es que en junio, un
tribunal de sentencia lo condenó a un año de cárcel por una de las causas en su
contra que implicaba el manejo ilícito de 11 millones de pesos bolivianos. En
ese mismo mes el embajador Biato fue retirado y la sede diplomática quedó en
manos del encargado de Negocios, Eduardo Saboia.
El otro dato es que
un mes más tarde, en la última reunión de Mercosur, se emitió una declaración
donde se garantizaba que los países miembros se comprometen a respetar el
derecho de asilo. Bolivia era uno de los firmantes de ese compromiso en su
condición de país que pidió el ingreso al organismo y que espera la
ratificación de los restantes miembros. La declaración hacía referencia al
pedido de asilo de Julian Assange en la embajada ecuatoriana en Londres, pero a
Pinto le cabían las generales de la ley, y a la posibilidad de que Edward
Snowden hiciera lo propio desde Moscú.
Hasta acá todo se
podría haber resuelto por una vía diplomática. La tesis de Itamaraty podría
traducirse como dejar que el tiempo pase y en algún momento convencer al
gobierno de Morales –o a algún sucesor– de que le otorgaran el salvoconducto al
ex senador boliviano para que viajara a Brasil. Pero como el diablo siempre
mete la cola, Saboia parece haberse conmovido por la situación que atravesaba
Pinto, literalmente preso en el edificio de la embajada durante 454 días, y
decidió una operación más propia de Hollywood que de relaciones entre países
hermanos en un contexto de integración regional. Como se sabe, escuchó la voz
de Dios y metió al pastor evangelista en un vehículo oficial custodiado por
fusileros navales, justo a las 14:30 del sábado 24 de agosto –Pinto se sacó una
foto donde muestra en primer plano el reloj pulsera– y lo llevó a atravesar el
país para cruzar la frontera con Brasil 22 horas más tarde. No porque la
distancia sea tan grande, sino porque los caminos son difíciles en llanura pero
mucho más en la montaña desde La Paz hasta Corumbá, en el estado de Matto
Grosso.
Allí esperaba al dúo
una avioneta contratada por el senador del PMDB Ricardo Ferraço, que lo llevó a
su casa en Brasilia. El dirigente de Espíritu Santo pensaba llevar a Pinto al
Senado en Brasilia, donde preside la comisión de Relaciones Exteriores, para
que explicara su situación. Pero el escándalo era demasiado grande como para
que los legisladores pisaran el palito. El PMDB es socio del PT en el gobierno
y aportó apoyo legislativo y, primordialmente, al vicepresidente Michel Temer.
Pero la relación con Bolivia no es para boicotear así como así para el
trabalhismo. Y menos con un gobierno que proviene de la dirigencia gremial como
es el de Evo Morales.
Cierto que no es la
primera vez que hay choques entre La Paz y Brasilia desde que Lula llegó al
gobierno. No se debe olvidar que la derecha brasileña –que no es poca ni
silenciosa precisamente– despotricó contra el metalúrgico cuando el gobierno de
Evo nacionalizó y ocupó militarmente las instalaciones de Petrobras, o cuando a
raíz de las protestas de comunidades indígenas se suspendió el contrato con la
empresa OAS para la construcción de una carretera por el TIPNIS. En el último
encontronazo estuvo presente Ferraço, cuando hinchas del Club Corinthias, del
que es "torcedor", protagonizaron incidentes en el estadio de Oruro,
que dejó como resultado la muerte de un simpatizante del local San José, en
febrero pasado.
El que fue a
interceder entonces por los doce "corinthianos" detenidos por el
crimen fue el bueno de Saboia. Pero allí tomó partido por su caso el senador
Ferraço, que denunció la investigación como una represalia por el asilo a Pinto
Molina. Nadie duda de que aprovechando esa visita es que se armó el operativo
de fuga que ya le costó la cabeza al canciller Antonio Pariota, que en un
enroque de esos que caracterizan a las reglas del buen arte político, trocó su
puesto con el embajador de Brasil en la ONU, Luiz Alberto Figueiredo Machado.
La ONU no es un
puesto menor para ningún diplomático de ese país, habida cuenta de que Brasil
aspira a reformar su carta orgánica para ingresar en el selecto grupo de los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Quiere entrar como representante
de América Latina. Una posición bien diferente a la que plantea la Argentina,
actual presidente pro témpore de ese suborganismo, que propone la desaparición
de la figura de miembro con derecho a veto, porque lo entiende como un
privilegio antidemocrático.
En relación con
Siria, ambos gobiernos mostraron también sus diferencias: no aceptan una
intervención militar, aunque Itamaraty dice que hasta que la ONU no dé el aval.
La Cancillería local, en cambio, señaló que no quiere ser cómplice de nuevas
muertes en ese país. Mientras tanto, el presidente Barack Obama, dice su
gobierno, está decidiendo cuándo y cómo intervenir. Él también quisiera dejar
que todo sucediera sin que nadie haga demasiadas olas. Por eso todavía no
resolvió si en Egipto hubo un golpe militar, dato central para mantener la
ayuda a los militares que gobiernan nuevamente de facto ese país. Pero no
siempre resulta fácil dejarse llevar por la corriente.
Tiempo Argentino
Agosto 30 de 2013
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