Cuando el presidente Barack Obama habló este lunes ante representantes
de la comunidad hispana, no hizo más que cumplir con un objetivo
estratégico de largo plazo para el país que dirige. Un objetivo que
desde los rincones más retrógrados del Tea Party se niegan a aceptarle y
que en esta parte del mundo no alcanza demasiada relevancia, a pesar de
los lazos en común con aquel confín americano.
Obama festejó el Cinco de Mayo, una fecha clave para la historia de
México, y pidió que el Congreso le apruebe la demorada ley de
inmigración, que legalizaría la situación de más de once millones de
indocumentados que ingresaron "por izquierda" a un territorio que cada
vez más les resulta más propio. También el mandatario mexicano Enrique
Peña Nieto celebró del otro lado de la frontera, pero acosado por los
opositores a las reformas de la ley energética, encarnados en la demanda
de debate del ganador del Oscar Alfonso Cuarón, que prefiere no ver el
petróleo mexicano en manos privadas.
El 5 de mayo de 1862 se produjo la Batalla de Puebla, entre los
ejércitos de México y tropas francesas. Milicias precarias y mal
armadas, las unas, y soldados fogueados en mil contiendas y con los
mayores adelantos bélicos, los otros. No hace falta aclarar quién es
quién. Esta batalla significó un triunfo para el orgullo de los
mexicanos, que venían golpeados tras la derrota en la Guerra de Texas,
que implicó la renuncia a todo el norte del país, una superficie de más
del 50% del total, alrededor de 1,2 millones de kilómetros cuadrados
"cedidos" por el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848. Es el territorio
que ocupan los actuales estados de California, Nevada, Utah, Nuevo
México y Texas, y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y
Oklahoma.
Había dos razones de peso para la intervención francesa: una, que el
gobierno de Benito Juárez anunció la suspensión de pagos de la deuda
externa, en 1861. Francia, Gran Bretaña y España decidieron entonces un
castigo militar contra el deudor, que finalmente sólo encaró Napoleón
III. La otra cuestión de peso fue que los estados esclavistas del sur se
habían embarcado en una guerra de secesión contra el gobierno federal
de Abraham Lincoln. El sobrino nieto del Gran Corso venía de probar
suerte en la Guerra de Crimea y quería intentar una jugada geopolítica
ante una posible partición del que ya se perfilaba como el imperio del
próximo siglo.
Pero un general que había nacido en los territorios perdidos de Texas,
Ignacio Zaragoza, les propinó una sorpresiva derrota. En la arenga a sus
tropas había dicho: "Nuestros enemigos son los primeros soldados del
mundo, pero ustedes son los primeros hijos de México y nos quieren
arrebatar nuestra patria." Y era cierto. Al igual que la Batalla de la
Vuelta de Obligado en el Río de la Plata tiempo antes, no fue el fin de
la guerra, pero demostró que no se la iban a llevar tan fácil. Para no
abundar demasiado, en unos años los franceses, un poco por la
resistencia y otro porque los federales ganaron la guerra civil en el
norte, se terminaron retirando.
En el lejano sur, buques anglofranceses pudieron cruzar ese pliegue del
Paraná al norte de San Pedro, en 1845. Para esa época ya Texas había
pasado de mano, tras una declaración de independencia un tanto forzada
porque la hicieron colonos angloparlantes que nunca habían pensado en
ser ciudadanos de México. Esa primera intervención francesa en el país
norteamericano fue llamada la Guerra de los Pasteles –por unos
delicatessen no pagados a reposteros galos– y ocurrió en simultáneo con
la escalada contra el gobierno de Juan Manuel de Rosas. También en el
norte, fueron batallas por conseguir privilegios comerciales en
detrimento de las economías de jóvenes naciones latinoamericanas.
Andando el tiempo, dentro del territorio de los actuales Estados Unidos
quedaron millones de pobladores de habla y cultura hispanoamericana,
además de una prolífica toponimia que bastante trabajo les cuesta
pronunciar a los angloparlantes. En alguna época se los conocía como
chicanos. La frontera del Río Bravo fue luego la puerta de ingreso para
millones de empobrecidos latinoamericanos venidos principalmente de
Centroamérica. Distinta es la inmigración cubana –fundamentalmente
exiliados de la Revolución y furiosos anticastristas– o puertorriqueña
–una isla colonizada por EE UU– de la de los países del Mercosur. Los
emigrantes argentinos, brasileños o uruguayos son en su mayoría
individuos de clases medias o medias altas. Los venezolanos comparten
este perfil, además de un irremediable antichavismo. Se entiende que
cruzar desde México resulta más accesible en términos económicos y
fácticos para gentes de pueblo desesperadas.
El Cinco de Mayo es, por lo tanto, una celebración de la "mexicanidad", y
suele ser más recordado en Estados Unidos que en su propio país. No es
casual que Obama haya querido estar presente con los latinos que
celebraban. Tampoco es casual que el 31 de marzo pasado haya querido
decir presente para conmemorar el Día de Chávez. No por el fallecido
presidente venezolano, por cierto, sino por César Estrada Chávez, un
"chicano" nacido en San Luis, Arizona, en 1927, que protagonizó
memorables luchas por los derechos civiles para los campesinos y que
junto con otra militante social, Dolores Huerta, originaria de Nuevo
México, fundó la Asociación Nacional de Trabajadores del Campo (NFWA,
por sus siglas en inglés) luego devenida en Unión de Trabajadores
Campesinos (UFW), organización afiliada a la AFL-CIO, la principal
central sindical estadounidense, tradicionalmente vinculada al Partido
Demócrata. Se recuerda aún la huelga de los recolectores de uva de 1965
en demanda de mejores salarios, que derivó en un generalizado boicot de
uvas. El actor Diego Luna dirigió un film aún no estrenado en Argentina
sobre la vida de este Chávez –quien murió en 1993– con las actuaciones
de John Malkovich, Wes Bentley y Rosario Dawson.
"Cuando nos organizamos contra la desigualdad y luchamos para elevar el
salario mínimo (...) tomamos nuestra fuerza de su visión y ejemplo",
dijo Obama al recordar a Chávez. ¿A qué viene tanta adulación al pueblo
mexicano? Sin dudas, la asociación comercial que tienen ambos países en
el NAFTA es un dato a tener en cuenta, lo mismo que la extensa frontera
común. Por más de que, a pesar de esa declarada amistad, se haya
construido un paredón de más de 1100 kilómetros que se comenzó a
levantar hace 20 años para evitar la "silenciosa invasión hispana".
Hay motivos económicos para mantener el statu quo: un inmigrante
indocumentado está obligado a venderse por pocas monedas ante el riesgo
de ser expulsado. Hay razones electorales para legalizarlos: esos once
millones y medio de personas inclinarían la balanza en cualquier
comicio. Pero hay sobre todo razones estratégicas para acercarse a la
comunidad hispanohablante. Según la Oficina de Censos de Estados Unidos,
en la actualidad hay más de 50 millones de latinos residentes en ese
país entre los que tienen papeles en regla y los que no, el 14,3% del
total. Para 2042 se estima que tres de cada diez estadounidenses serán
de origen hispanoamericano –alrededor de 130 millones–, mientras que
para 2050 se calcula que el 39% de los niños tendrán como lengua madre
el castellano. Para entonces, los WASP (las siglas en inglés para
Norteamericano Blanco Sajón y Caucásico) no superarán el 43 por ciento.
El actual congreso estadounidense es el que tiene más hispanos, con 31
miembros. Pero entre ellos están los legisladores más relevantes en
términos políticos de cara al futuro de la dirigencia del país. Entre
ellos figura el demócrata por Nueva Jersey Robert Menéndez y los
republicanos Marco Rubio, por Florida, y Ted Cruz, por Texas. Rubio y
Cruz, sobre todo, destacan por su conservadurismo antediluviano. No más
ver sus posiciones en relación con la ley de salud de Obama o la defensa
de los fondos buitre que litigan contra Argentina. A la derecha de
ellos ni siquiera quedó una pared.
Los centros de difusión ideológica más tradicionales de Estados Unidos,
verdaderos "tanques de ideas" a nivel continental, alimentan este
"latinoamericanismo con capital en Miami" y muy afín a las oligarquías
locales. Se entiende que los Rubio y los Cruz promuevan la fe del
converso a niveles fanáticos. Pero la mayoría de la población hispana
debería ser una cantera donde los sectores más progresistas de la región
deberían sembrar otra visión del mundo. Es decir, considerar que
América Latina no termina en el Río Bravo sino bastante más al norte.
Por los que no perdieron sus raíces a pesar de la "cesión" territorial y
también por esa enorme masa que no dejó familia ni historia personal de
este lado del muro por voluntad propia, sino por leyes de mercado que
ellos no habían podido evitar.
Tiempo Argentino
Mayo 9 de 2014
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