Costa Rica es un país plagado de peculiaridades que, fiel a esa
tradición, inicia este 8 de mayo una nueva etapa en su vida
institucional. A partir de ese día, un presidente –hasta fines del año
pasado desconocido para la mayoría de la población, y que como
irónicamente dicen «le ganó a un fantasma»– gobernará por fuera del
bipartidismo que rigió los destinos de esa nación en los últimos 60
años. Y enfrentará el desafío de fijarle, si cabe, un nuevo objetivo a
una población que se mostraba orgullosa de ser la democracia más sólida
al sur del Río Bravo, sin fuerzas armadas, y hasta se permitía el lujo
de ser mediadora en conflictos regionales por el prestigio de sus
dirigentes.
Pero, como todo en la vida, el desgaste y la falta de horizontes
renovados llevaron a que el gobierno de Laura Chinchilla, el segundo en
continuado del Partido Liberación Nacional (PLN), terminara con tal
descrédito que arrastró a todo el sistema político, y ni siquiera su
natural oposición, el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), logró la
alternancia. Es así que el favorito para los comicios que se
desarrollaron el 2 febrero pasado fue el izquierdista José María
Villalta, por sobre el oficialista Johnny Araya Monge, alcalde de San
José desde 1998.
Pero la primera vuelta fue toda una sorpresa, porque alguien que para
los encuestadores aparecía en cuarto lugar en los sondeos y representaba
el «relleno» que todo proceso electoral suele presentar terminó en
primer lugar, con casi 31% de los votos. Luis Guillermo Solís Rivera, un
historiador y especialista en ciencias políticas, se instaló así como
la gran revelación, al superar por más de un punto al Lord Mayor de la
capital costarricense y al aplastar al candidato izquierdista, la
promesa de los sectores más progresistas del país. Lo que vino después
no dejó de sorprender tampoco. Sacudidos por el inesperado resultado,
los sectores más conservadores y el establishment de la pequeña nación
centroamericana buscaron de inmediato reposicionarse para no quedar mal
parados ante lo que se venía. Y lo que se venía, según los nuevos
análisis –también las encuestadoras tuvieron que afilar el lápiz tras
tildar al representante del PAC de ser el «candidato del margen de
error»– era un triunfo importante de Solís.
Fue tal el espasmo, y tan acelerado, que de inmediato Araya salió a
anunciar que se bajaba del balotaje; algo imposible en los términos de
la Constitución de Costa Rica, que obliga a dar batalla a los dos más
votados hasta el final. Sucede que los grupos económicos más
concentrados decidieron retirar el apoyo no sólo verbal sino monetario
al oficialista, que solapadamente denunció la «traición» al declarar que
se había quedado sin fondos para proseguir la campaña. Cuando la Corte
ratificó que le gustara o no habría segunda vuelta, «aclaró» que en
realidad se bajaba de la campaña pero no de la pelea. Fue entonces que
desde la derecha se dijo que el representante del Partido Acción
Ciudadana (PAC) competía con un fantasma. Como fuera, el 6 de abril
Solís fue votado por casi 1,3 millón de ciudadanos, un par de puntos
menos que el 80% del total del electorado, aunque con una abstención del
43%. Fue el candidato más votado en la historia de la Segunda República
y el primero en superar el millón de sufragios en un país que hoy tiene
4,8 millones de habitantes. La sorpresa se trasladó a los medios de
comunicación internacionales, que se preparaban para un triunfo de la
izquierda por pocos puntos, pero no tenían en la mira al académico. Y
recién allí salió a la luz quién es Solís Rivera, ex jefe de Gabinete de
la cancillería durante el primer mandato de Oscar Arias Sánchez, del
PLN, entre 1986 y 1990. Desde ese lugar participó del proceso de
pacificación en Centroamérica, atravesada por la guerra civil en
Guatemala y los ataques contra la revolución sandinista en Nicaragua.
Luego, desencantado por el perfil de las sucesivas dirigencias y los
oscuros procedimientos para la elección de candidatos en el partido que
en 2010 puso en el poder a Chinchilla, se alejó en 2005 mediante una
carta que hoy resulta reveladora. «Creemos en la empresa privada como
instrumento legítimo y necesario para la generación de riqueza, pero en
la obligación de que ésta contribuya solidariamente con el desarrollo
nacional. Creemos en un Estado eficaz y eficiente, pero también en un
Estado fuerte, regulador y capaz de neutralizar los efectos perversos
del libre mercado». Luego se integraría al PAC, fundado poco antes.
Solís Rivera, que asumirá el cargo a poco de cumplir los 56 años, es
hijo de Vivienne Rivera Allen, que integró el núcleo fundador de la
Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica (UCR). Su padre,
Freddy Solís, heredó una zapatería familiar y gracias a la política
estatal durante los años 50 pudo erigir una pequeña industria del
calzado en San Pedro de Montes de Oca. Allí, en el simbólico barrio
Roosevelt, creció el nuevo presidente costarricense. El flamante
mandatario se recibió de historiador en la UCR, luego hizo una maestría
en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Tulane, Estados
Unidos. Allí trabó relación con sectores de la intelectualidad
«latinoamericanista» y, ya como docente, dictó cursos en la UCR y en las
universidades norteamericanas de Michigan y de Florida, y también en
FLACSO. Su extenso currículum agrega tareas en el consejo editorial de
las revistas Foreign affairs y Global governance.
Los desafíos
Tras haber estado en contra de la firma de los Tratados de Libre
Comercio con Washington en 2006, ahora dice que es hora de volver a
analizar ventajas y desventajas. Hizo campaña prometiendo hacer el
esfuerzo de bajar el costo de la electricidad en un país que tiene
empresa estatal y que genera la energía por medios hidroeléctricos casi
en su totalidad.
Entre los desafíos que le esperan está también el de resolver una
cuestión limítrofe con Nicaragua que se ventila en La Haya y la firma de
un concordato con el Vaticano. Es que la Constitución, tan progresista
en muchos aspectos, establece como religión del Estado al catolicismo y
la firma de un acuerdo con la Santa Sede permitiría ir hacia un Estado
laico, como también prometió.
Pero quizás su mayor problema vendrá por el lado de resolver los
problemas económicos. El país creció menos de lo previsto y la pobreza
se plantó en un 20%, sin avances durante la gestión Chinchilla; una
presidencia acusada además de no haber combatido la corrupción, o
incluso de haberla tolerado.
Por si fuera poco, la empresa Intel, fabricante de microchips instalada
en Belén de Heredia desde 1996, con un plantel de 3.000 trabajadores y
que representa el 20% de las exportaciones costarricenses, anunció que
cerrará su planta para trasladarla a Vietnam.
Revista Acción
Mayo 2 de 2014
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