Nació en Andalucía pero prefiere definirse como «cada vez
más latinoamericano». De hecho, trabaja estrechamente vinculado con gobiernos
de la región y reparte sus días entre Buenos Aires, Quito, La Paz y Caracas
como director del Centro Estratégico Latinoamericano Geopolítico (CELAG).
Pronto a cumplir 40 años, Serrano Mancilla tiene un doctorado en Economía por
la Universidad Autónoma de Barcelona y un posdoctorado en la Université Laval,
de Quebec, Canadá. Su último libro, El pensamiento económico de Hugo Chávez, es
un intento de mostrar las raíces de uno de los gestores fundamentales de esta
América Latina del siglo XXI. «El libro pretende caracterizar esa mirada
heterogénea, ecléctica, casi de alquimista con que Chávez fue construyendo su
pensamiento a partir de toda su vida», sintetiza Serrano Mancilla.
–¿Investigó solo la
perspectiva económica del expresidente venezolano?
–La perspectiva es económica pero no como lo puede mirar la
ortodoxia, sino desde una mirada amplia, desde la política, la educación, desde
su propia praxis transformadora. La idea era reconstruir su pensamiento de una
forma dialéctica, con su contexto latinoamericano y venezolano, pasando por su
etapa inicial en un pueblo perdido del llano venezolano y esa relación especial
que Chávez tenía con la gente de la calle. Desde lo que era la Venezuela de los
años 60, del boom petrolero que no llegaba a esos lugares y su tránsito por la
escuela militar. Eso a él le va complejizando su propio pensamiento político y
económico porque va empezando a tener influencia de aquellos líderes latinoamericanos,
militares nacionales desarrollistas como Omar Torrijos en Panamá, Velazco
Alvarado en Perú, Juan José Torres en Bolivia y también de otros próceres
históricos como Simón Rodríguez, Bolívar, Ezequiel Zamora. Lo que él define
como su árbol de las tres raíces.
–¿Cuáles son las
fuentes utilizadas en el trabajo del libro?
–Fui releyendo todas las biografías que hay y luego
indagando en el contexto de la época, que él mismo cita. Chávez cuenta de
manera anecdótica cómo descubre a John Kenneth Galbraith, uno de los
economistas más influyentes del siglo XX y muy cercano a la socialdemocracia de
EE.UU. Dice que paseando por Caracas se encuentra con un libro que le llama la
atención. Y dice que pasó dos días de cárcel en la escuela militar porque se lo
descubrieron y creían que con Economía y subversión, de Galbraith, estaba
preparando algo contra el establishment del momento. Así se fue formando, de
una manera muy desordenada, porque incluso tenía mucha influencia del hermano,
Adán Chávez, con una formación más marxista. Chávez venía leyendo de todo:
desde Georgi Plejanov, a Lenin, al Che. Me atrevo a decir que a Antonio Gramsci
lo leyó de la mano de Jorge Giordani, el economista de referencia del marxismo
en Venezuela, con el que pasó dos años trabajando cuando estaba preso. Luego
Giordani sería, hasta hace poco, ministro y colaborador muy cercano de Chávez.
En la cárcel escribe Cómo salir de este laberinto, un texto muy chiquito donde
plantea cómo va construyendo su pensamiento, a partir de una alergia reactiva
al neoliberalismo. Es muy interesante porque rompió con todos los dogmas de que
para pensar adónde ir primero hay que pensar cómo salir del lugar donde se
está. Luego le llegan todas las influencias, incluso de István Mészáros, al que
lee mucho más tarde.
–Era como una
esponja.
–Exactamente. Por eso rompe con la idea de un pensamiento
único, homogéneo en estos líderes que han transformado realidades. Hay una
frase que dijo cuando asumió en el 99: «Yo vengo aquí con un poquito de todo».
Para mí refleja ese pensamiento de una manera muy virtuosa, porque lo
interesante no es que venga con un cóctel, sino saber qué utilizar en cada
situación. Y luego la forma en que lleva lo militar a lo económico. Él estaba
muy pendiente siempre de lo táctico y lo estratégico. Decía siempre cuál era la
sala situacional y cómo abordarla en lo táctico y en lo estratégico. Cualquier
propuesta económica tenía que ir siempre diferenciada en esa doble dimensión.
Para él lo táctico fue resolver primero el hambre y lo estratégico el horizonte
hacia dónde ir.
–Además, su vida militar lo hizo conocer la realidad de cada
punto del país.
–Chávez cristaliza en él la Venezuela del llano, la de la
costa, la de la frontera con Colombia, de la zona de Sucre, y eso le permite
ver de muy cerca las realidades sociales. En un momento él se pregunta si tenía
que estar con la guerrilla o contra la guerrilla. Incluso cuenta que una vez
vio en un operativo en una calle que dentro de un auto había un maletero con
libros y pensó si quedárselos para leer o entregarlos y al final dio unos y se
quedó con otros. Eso le permite tener una mirada sobre la práctica que no las
tiene ningún teórico, sin ningún corsé económico. Cuando uno se forma en la
universidad parece que solo tienes que aprender sobre una episteme. Y él tenía
esa capacidad de esponja para empaparse de todo lo venezolano pero también de
lo latinoamericano. Yo creo que uno de los puntos fuertes del chavismo como
identidad política y económica es haber sabido actualizar el pensamiento de
Bolívar en el siglo XXI. Me sorprendió cómo él había llegado el concepto de
Sur, a partir de un presidente africano, Julius Nyerere, de Tanzania, en un
escrito de los 80 para la ONU, Los desafíos para el sur. Chávez lo leyó y se
quedó con el término.
–¿Quienes trabajaron
en su gobierno en el área económica eran capaces de entender este derrotero?
–Tuvo dificultades, no todos entendían a Chávez, porque de
momentos tenía virajes hacia el marxismo y luego tenía algo de socialdemócrata
keynesiano, de repente era un humanista empedernido, pero podía acudir a Simón
Rodríguez si quería jugar con la cuestión pedagógica o recurrir a lo
bolivariano. Y eso lo hacía difícil de entender no solo a la oposición sino a
la gente como el propio Giordani. Hubo economistas que fueron dejándolo en el
camino, porque Chávez en 2004 da un salto adelante, utilizando un término
maoísta, y plantea el socialismo del siglo XXI, que también descoloca a todo el
mundo. En 1996 el peruano Jaime Bayly, un hombre de la derecha latinoamericana,
le preguntó en una entrevista si en caso de ser gobierno iba a hacer control de
tipo de cambio y él responde que no, pero que el tipo de cambio no podía
afectar a la soberanía. Y eso desconcertaba porque lo ortodoxo te obligaba a
una respuesta ortodoxa y él no lo era. Chávez decía: «Yo no nací ni marxista ni
socialista de cuna», y al final fue más socialista que cualquier otro.
–Lo fue encontrando
en el camino.
–Lo fue encontrando y complejizando en el camino, lo fue
adaptando a la realidad venezolana y latinoamericana.
–¿Cómo analizan los académicos el pensamiento de Chávez?
–Creo que ha habido poco trabajo serio a favor o en contra
de su pensamiento económico. Todo el mundo se hace experto en la economía
venezolana habiendo nacido en España o en la Argentina o China y yo creo que
para entender el pensamiento económico de Chávez hay que entender la economía
venezolana. Él parte de una confrontación con una economía rentista
exportadora, de un siglo XX con un pacto del Punto Fijo que marca la democracia
en la IV República. Chávez construyó una mirada muy holística, muy integral, y
eso en economía es muy mal visto. Si uno habla de educación o de cultura para
abordar una política económica parece que uno no es un economista serio. Y él
no creía que hubiera una política económica acertada si no venía acompañada de
una explicación virtuosa. Entendía que la economía y la pedagogía iban de la
mano, que no había una economía para expertos. Por eso la academia lo
rechazaba. Y Chávez se reía porque él intentaba popularizar la economía para
que mi mamá o su mamá la entendieran. La academia siempre te enseña que es un
grupo muy reducido el que tiene la capacidad y la potestad de hacer grandes
análisis eruditos, aunque luego no aciertan ninguna previsión (risas). Y el
lenguaje de Chávez era muy cercano, pero con mucha rigurosidad. Él podía jugar
con lo más terrenal, de la calle, y luego podía hablar del metabolismo social
del capital a lo Mészáros, y esa combinación de espacio en dos dimensiones
hacía difícil la crítica rápida de cualquier economista venido de Harvard.
Porque Chávez había leído a Gramsci o a Kenneth Galbraith pero no por encima. Y
eso le daba mucha fortaleza pedagógica.
–¿Cuáles serían los
ejes de su ideario económico?
–Yo diría que uno es la jerarquía que le da a la economía
del ahora, a la economía de la urgencia. Chávez pensaba que el mediano y largo
plazo tenían que venir siempre y cuando se resolviera el corto plazo. Los
economistas pensamos en 20 o 30 años vista, queremos el mejor modelo pero el
mientras tanto no lo resuelve nadie. Chávez también tiene influencia de un
argentino al que yo no conocía, Oscar Varsavsky, y de Carlos Matus, exministro
de Salvador Allende. Ellos habían tratado mucho el tema de la planificación a
partir de cubrir las necesidades básicas, y eso se le quedó muy impregnado. Y
hay otra cuestión que es el Estado de las Misiones. Él no construye un Estado
de Bienestar, no copia ni pega ningún tipo de Estado a la europea, crea un
Estado de las Misiones muy sui generis que parte de una respuesta táctica a los
problemas sociales y acaba consolidándose en un proyecto estratégico.
–¿Cuál sería la
diferencia?
–El Estado de Bienestar pide permiso al capital, «usted
tiene una tasa de ganancia tal, repártame para que yo lo pueda distribuir a las
mayorías sociales». El Estado de las Misiones es más irreverente porque no le
está pidiendo permiso al capital. Y el ejemplo para mí es el 2014. El año
pasado cae el PBI un 3%, la inflación está por las nubes, y sin embargo el
Estado de las Misiones se garantiza más del 60% del presupuesto para los
derechos sociales en el país. Eso para mí es un pilar angular. Chávez plantea
«por cada necesidad una misión». Al principio parecía que era como un parche,
pero luego son tantos los parches y los va hilvanando tanto que arma un pilar
de un nuevo Estado, del que el poder comunal participa como receptor y como
actor, donde las Fuerzas Armadas ya no son solo garantes de la frontera externa
sino de la frontera interior, que era algo que le había leído a Juan José
Torres. Otro pilar clave es el pensamiento geopolítico. Chávez piensa que no
hay una revolución nacional exitosa si no viene acompañada de una revolución
supranacional. No hay forma de resistir al capital trasnacional sin alianzas
grannacionales en la región, algo que tiene claro desde el minuto uno de juego.
Y sabía también que pasado el período del rentismo exportador ahora hay un
nuevo rentismo importador. Ahora las clases bajas consumen, se ha democratizado
el acceso a los bienes básicos y al consumo pero no se democratizó el aparato
productivo. Y si no resolvía eso no podía resolver el metabolismo del capital.
–¿Qué es el
metabolismo del capital?
–Es cómo la economía está organizada, él lo planteaba de una
forma muy sencilla: el capitalismo no se te va tan rápido, aunque tú quieras.
En Venezuela primero peleó la renta en origen, la petrolera. Al perder esa
batalla cuando el Estado se reapropió de los recursos petroleros, el
capitalismo se quedó a discutir la renta en destino, esto es, en los bolsillos
de los venezolanos, a través de las importaciones. Te pongo el producto aquí,
te inflo los precios y me quedo con buena parte de la ganancia captando la
renta petrolera ya no en origen sino en destino. Chávez planteaba la necesidad
de cambiar ese metabolismo, esa forma en que el capitalismo se inserta en el
proceso como en un cuerpo humano. A la vez, él tenía muy claro que tenía que
dar un salto hacia delante porque una revolución exige, como decía, las tres R:
Rectificar, Reimpulsar y Reiniciar, en esa lógica de estar en constante
revolución.
–¿Cómo ve en la
actualidad la situación en Venezuela?
–La muerte de Chávez indudablemente tiene un gran efecto y
no solo en Venezuela. Porque muere en plena forma política y cuando tenía mucho
para dar todavía. Pero dejó un legado programático, el Plan de la Patria
2013-2019, que es un poco la carta de navegación hacia el futuro. Yo quería
mostrar en el libro no solo el Chávez mito sino el Chávez programático, ese
estudioso que siempre marcaba el rumbo estratégico económico. Las dificultades
existen y la derecha vio la oportunidad para volver a dar un asalto. Pero no
entendieron que el chavismo va más allá de Chávez y está muy instalado en el
sentido común de Venezuela. Es muy complicado para la oposición entender esto.
–La oposición apela
al recetario que se conoce desde el ataque a Allende en Chile.
–Y tiene efectos. Hay desabastecimiento, la inflación es
galopante, es duro para la sociedad. Sin embargo las encuestas siguen dando que
el PSUV va a ganar por amplia mayoría en las próximas elecciones legislativas.
Ellos pensaban que el año pasado iban a ganar las municipales, pero es que no
miran la integralidad de la situación. Es cierto que existen todos esos
problemas, pero también es cierta esa inversión social del 60% del PBI y una
tasa de desempleo de menos del 6%.
–¿Cuáles son las
claves para solucionar esta coyuntura?
–El gran reto pasa por lo productivo y por repensar el modo
de importar. Ya se han dado pasos, se ha creado una corporación de
importaciones públicas, un banco de insumos productivos. Pero Venezuela está
muy respaldada por la comunidad internacional en lo económico y en lo político.
No hablo del FMI, sino de la inversión china, la rusa, la brasileña, los BRICS,
América Latina. Inversiones extranjeras y respaldo político. Allá van
empresarios e inversores de afuera que como no son ni europeos ni
estadounidenses no los miran las agencias de calificación. El problema de
Venezuela no es de poder adquisitivo ni de empleo ni de capacidad de compra
sino de desabastecimiento. Yo en lugar de hablar de problemas prefiero hablar
de retos. Y bienvenidos los retos cuando no hay hambre, como lo reconoce la FAO
al declarar a Venezuela como un territorio sin hambre. O como la ha hecho la
Unesco al reconocer los planes de alfabetización.
Revista Acción
Junio 15 de 2015
Foto: Jorge Aloy
1 comentario:
No deja de sorprender que el Dr. Serrano no mencione el tema del control de cambio y los tipos preferenciales, el control de divisas, la expropiación de grandes sectores del aparato productivo... Su teoría de la apropiación de la renta "en destino" flaquea si tenemos estos elementos en cuenta. Tampoco explica cómo, teniendo el petróleo por las nubes durante quince años, la política económica no haya conseguido crear estructuras reales de desarrollo y formación para la marginada mayoría y, sobre todo, no explica el dinero en las cuentas suizas.
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