El 1 de marzo de 1815, Napoleón Bonaparte desembarcó en la
Costa Azul luego de escapar de la isla de Elba con el proyecto firme de
recuperar el poder. No se puede decir que el emperador fuera el defensor de la
Revolución Francesa que debía haber sido, pero en el contexto europeo de la
época, estaba a la izquierda de las monarquías absolutistas que intentaban
recobrar privilegios perdidos desde el estallido del 1789. Cien días después de
llegar a París, sabedor de que la guerra contra las potencias que lo habían
derrotado un año antes era inevitable, decidió pasar a la ofensiva. El 18 de
junio, hace justo 200 años, terminó vencido por un ejército multinacional del
Reino Unido, Austria, Rusia y Prusia al mando de Arthur Wellesley, duque de
Wellington, en Waterloo, una pequeña aldea a unos 20 kilómetros al sur de Bruselas.
Bélgica era un territorio en disputa entre germanos y
franceses. La creación del estado belga, en 1830, sería obra de otro británico,
el vizconde de Ponsonby, conocido en
estas costas porque aquí había forzado la construcción de un estado tapón entre
Buenos Aires y el Brasil, la República Oriental del Uruguay. No es casual que
Bruselas sea la sede de la Unión Europea al igual que Montevideo lo sea del
Mercosur, como se ve.
El célebre novelista Víctor Hugo diría que Waterloo "no
fue una batalla, fue un cambio de dirección del universo". Y algo de eso
ocurrió, porque tras esta nueva derrota, Napoleón se eclipsó definitivamente y
las monarquías europeas pusieron en marcha los acuerdos del Congreso de Viena,
que no solo trató de volver a las fronteras anteriores a la toma de la Bastilla
sino que buscó repartirse el mundo entre las potencias dominantes. Era la
Restauración del antiguo régimen que permitió que Fernando VII intentara
recuperar para la corona borbónica las rebeldes colonias americanas. Fue entonces
que para los patriotas rioplatenses la declaración de independencia comenzó a
ser una necesidad. Pero esa es otra cuestión.
Toda esta introducción viene a cuento para recordar que en
estos días Europa sigue debatiendo, con mayor o menor virulencia, otro tipo de
restauraciones no menos dramáticas. Lo dijo claramente el primer ministro
griego, Alexis Tsipras, que se defiende como gato en la leña contra los embates
de la troika –Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y la
Comisión Europea– para que aplique nuevas medidas de recortes para hacerse
cargo de la deuda con los organismos centrales. Como se sabe, la crisis griega
llevó al poder, a principios de año, a Syriza, una agrupación joven con una
mirada bastante cercana al populismo latinoamericano sobre el modo de resolver
el intríngulis de la crisis económico-financiera. Tsipras ganó contra el
bipartidismo conservador-socialdemócrata heleno precisamente porque rompió con
los moldes ideológicos que justificaban el ajuste perpetuo que somete a la
ciudadanía a una suerte de retorno a la esclavitud.
Para los medios concentrados y las instituciones
hegemónicas, el gobierno griego debe ser "serio" en sus propuestas de
pago. Tsipras acusa al FMI por su "responsabilidad criminal" en una
situación que podría arreglarse con muy poco, pero ese poco implicaría cambiar
el paradigma impuesto en estos años. Una concepción del mundo que afecta sobre
todo al sur de Europa, los países más afectados por la restauración neoliberal
que tira por tierra con el Estado de Bienestar de la posguerra. Lo dijo
claramente Chantal Mouffe, la compañera del desaparecido Ernesto Laclau, nacida
casualmente en Bélgica, en un reportaje al corresponsal de Página 12. "Si
la UE quisiera, el problema de Grecia, desde el punto de vista económico,
podría resolverse fácilmente (…pero) las
fuerzas neoliberales que la dominan se dan cuenta de que, para ellos, el éxito
de un partido como Syriza es muy grave y mortal."
Por eso también, Podemos es un grano molesto que se debe
extirpar lo antes posible en España. Y si no hay más remedio que tolerar que
haya llegado al gobierno en distritos clave, la cuestión es cómo hacer que
fracase en la gestión cotidiana. El esquema es el mismo que se despliega en
América Latina, donde en los '70 el modelo neoliberal se impuso a sangre y
fuego.
El embate contra Venezuela es un claro ejemplo. Otro tanto
puede atestiguar el ecuatoriano Rafael Correa, quien viene padeciendo una
escalada de manifestaciones en contra de una ley que aplicaba impuesto a las
herencias y a la plusvalía. A pesar de que las retiró preventivamente para
profundizar el debate, las protestas seguían escalando. Los que encabezan el
rechazo son los "dueños del país", propietarios de bancos y de las
mayores fortunas del país. Que aprovechan este momento para tensar la cuerda
porque en unos días el Papa Francisco llegará al país en visita oficial y el
presidente no querrá mostrar ante el mundo un Ecuador en conflicto.
Detalle al margen, Correa –que suele advertir sobre los
riesgos de una restauración oligárquica– se recibió en la tradicional
Universidad Católica de Lovaina, de Bélgica, que cumplió ya 590 años y por
donde pasaron celebridades del pensamiento europeo como Erasmo y Gerardo
Mercator, entre otros. Y está casado con Anne Malherbe, de nacionalidad belga.
No es casual que banqueros y magnates encabecen las
protestas en Ecuador. En estos días una comisión parlamentaria argentina y el
titular de la AFIP viajaron a Francia para interiorizarse de las pruebas con
que cuenta el ex empleado del HSBC Hervé Falciani sobre los mecanismos de
evasión fiscal que el banco desplegó en Argentina, como lo hizo en todo el
mundo. Allí Stéphanie Gibaud, una ex empleada de otro banco, esta vez suizo, el
UBS, también tiene mucho para contar con estos mecanismos de fuga de divisas.
El problema de la evasión no es solamente por el volumen de
dinero que se escamotea al resto de la población de cada país. Es una forma
solapada pero a la vez brutal de ir vaciando el poder de los Estados,
quitándoles ingresos para que la única posibilidad de seguir funcionando con
esas mínimas funcionesque admite el proyecto neoliberal, sea recortando
beneficios sociales o recurriendo a préstamos de los mismos bancos diseñaron la
ingeniería de la evasión. Un círculo perfecto en el que la Grecia de los '90 y
principios del siglo XXI cayó de la mano de la vieja dirigencia. Y que ahora
Syriza se niega a convalidar, con el costo que sin dudas tiene para la
población que la votó pero también para la estabilidad misma de la Unión
Europea y de la moneda común en particular.
Como cada año, y esta vez con mayor impacto porque se
cumplen dos siglos, se reunieron en la granja de Hougoumont –donde se
desarrolló la batalla de Waterloo– descendientes de los protagonistas. Se
dieron la mano el príncipe Charles Bonaparte, heredero del hermano del
emperador, Jerome Bonaparte, y choznos del duque de Wellington y del príncipe
von Blücher Statthalter, pariente lejano en el tiempo del mariscal de Prusia
cuyo apoyo fue crucial para el triunfo aliado.
Frank Samson, un abogado parisino que tiene un gran parecido
a Napoleón y admira al Gran Corso, como cada año se puso el sombrero bicorne
para representar con un grupo de fanáticos de la historia aquella gran batalla.
Sabe que en la realidad el pequeño general de apellido italiano perdió. Pero
tiene una particular interpretación sobre el tema. "En términos de la
gloria y de la historia, es Napoleón quien quedó en el recuerdo de las
personas, no Wellington", le dijo al The New York Times. "Napoleón,
sin sombra de duda, ganó la publicidad de la posguerra y la campaña de
relaciones públicas", ironizó Alasdair White, un experto inglés autor de
varias publicaciones sobre las guerras napoleónicas.
Es que la batalla contra la restauración
oligárquica no tiene fin. Tampoco aquellos valores de la Revolución Francesa. Tiempo Argentino
Junio 19 de 2015
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