Ayer, el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz
señaló que hay "suficientes indicios racionales" de que fuera un
crimen de guerra, porque los periodistas habían obedecido la recomendación de
los altos oficiales a cargo del operativo de ocupación y no había indicios de
ataque desde ese lugar, o sea que los soldados no actuaron defensivamente. Pero
informó, al mismo tiempo, que el caso quedará impune. Es que el año pasado,
luego de protestas diplomáticas del gobierno chino por el deseo de un magistrado
hispano de juzgar al entonces presidente chino por presuntos delitos de lesa
humanidad en Tibet, el gobierno de Mariano Rajoy impulsó una limitación al
alcance de la jurisdicción universal para delitos fuera del territorio español.
Esa figura había permitido que el ex juez Baltasar Garzón procesara a
dictadores argentinos y al chileno Augusto Pinochet por sus crímenes contra la
sociedad.
Al mismo tiempo, el presidente Barack Obama anunció en envío
de otros 450 "asesores" para entrenar a tropas iraquíes en su lucha
contra el grupo Estado Islámico, que ya controla gran parte del territorio de
Irak. Este contingente se sumará a 3100 "expertos" estadounidenses
que el mismo mandatario que se había comprometido a retirar todos los
uniformados de ese territorio retornó, ante la amenaza creciente de las
milicias yihadistas. Claro que Obama sigue diciendo que no habrán de combatir
en el terreno, que sólo se dedicarán a enseñarles a los nativos cómo recuperar
el espacio perdido, y sobre todo la estratégica ciudad de Ramadi, tomada por
los irregulares en mayo pasado.
Esta semana se cumplió un año desde que los islamistas
radicales tomaron otra ciudad clave, Mosul. Al mismo tiempo se supo que el ex
canciller iraquí, Tarik Aziz, moría en una cárcel de la ciudad de Nasiriyah. El
hombre, de 79 años, era un emblema del viejo partido panárabe Baas y había sido
condenado a muerte por su participación en el gobierno de Saddam Hussein. Como
se sabe, el ataque final contra el ex mandatario iraquí se inició con el
argumento de que tenía armas de destrucción masiva y era un peligro para la
humanidad.
Saddam Hussein, como recuerda el politólogo salvadoreño
David Hernández, había logrado controlar desde una minoría sunnita a la mayoría
chiíta de la población y a los kurdos que habitan en el norte del territorio.
Nadie logra eso sin una dosis de violencia y el régimen de Saddam no dudó en
aplicarla. También era una figura clave en el equilibrio regional y fue
funcional a la Casa Blanca en los 80, cuando entabló una guerra contra el recién
iniciado estado teocrático de Irán.
Por otro lado, había creado un régimen laico y no tuvo
dramas en confiar las relaciones exteriores a Aziz, que no era sunnita ni
chiita, las dos vertientes enfrentadas del islam. Era cristiano caldeo y había
adherido de joven al baasismo desde una posición nacionalista árabe. Cuando
Saddam fue derrocado, el hombre se entregó a las tropas de ocupación y un
tribunal dominado por chiitas lo condenó a la horca. Estuvo 12 años preso
porque la sentencia era a todas luces una venganza que resultaba inadmisible
para los líderes europeos y hasta a Estados Unidos.
Desde la caída de Saddam el estado iraquí se esfumó. La idea
de armar gobierno respetando los cupos que se mantienen en la población fue un
polvorín. Y el líder de la mayoría chiíta, Nouri al Maliki, se cobró las
cuentas por las persecuciones en la era sadamista. Lo que no hizo sino acentuar
una guerra civil larvada que se manifestó en continuos atentados y ataques a
centros religiosos.
El clima que se vive en Irak, donde el Pentágono esbozó
propuestas "revolucionarias" de control social y los tecnócratas de
impronta neoliberal pusieron en práctica lo que la canadiense Naomí Klein
denomina doctrina del shock económico, se oscurece a cada momento. Porque allí
se desplegaron en el terreno no solo los más modernos artilugios bélicos sino
que surgieron como hongos los "contratistas privados".
Mercenarios enrolados en empresas proveedoras de servicios
bélicos, la más famosa de las cuales es Blackwater, fundada por un ex militar
con una alta dosis de vehemencia psicótica, Erik Prince, recibieron buena paga
por sus acciones en estos años. Esa firma fue acusada por el asesinato brutal
de 17 civiles iraquíes en 2007, un escándalo que enfureció a los locales.
Esta privatización de la violencia fue paralela a la
privatización de todo lo estatal, siguiendo los pasos de los regímenes
neoliberales latinoamericanos. Todo esto fomentó el pase de muchos pobladores
de la minoría sunnita a los grupos más radicalizados, que ahora confluyen en el
califato de Estado Islámico, con el resultado que está a la vista.
La explicación más patética de lo que ocurre la dio hace un
par de semanas el secretario de Defensa,
Ashton Carter, quien reveló que la caída de Ramadi se había producido porque
"las fuerzas iraquíes simplemente no mostraron la voluntad de
luchar". Fue más lejos, dijo que soldados preparados y entrenados por
asesores privados y otros no tanto durante más de una década superaban en el
campo de batalla a las milicias yihadistas. Pero "pese a ello decidieron
no pelear y se retiraron del sitio, lo que me dice, igual que a la mayoría de
nosotros, que tenemos un problema con la voluntad de los iraquíes de combatir
al EI y de defenderse". Lo peor es que incluso abandonaron material bélico
que quedó en manos del enemigo, indicó.
La pregunta es: luego de 12 años de ocupación y destrucción
de todo lo existente, del sometimiento a los peores vejámenes a la población
iraquí –como revelaron publicaciones del soldado "Bradley" Chelsea
Manning- y de los negociados que sirvieron para engordar bolsillos con la
millonarios casos de corrupción -como reconoció el Capitolio cuando llamó a
rendir cuentas a Paul Bremer, director de la Reconstrucción y Asistencia
Humanitaria, por la misteriosa desaparición de nueve mil millones de dólares-
¿Qué esperaban que ocurriera? ¿Este análisis implica aceptar que la salida para
Irak es dejar todo en manos del EI? Claramente no, pero ya murieron 1.455.590
iraquíes y 8288 invasores, según cifras oficiales, invisibilizados mayormente
porque pocos periodistas occidentales van a cubrir la información, luego del
atentado contra Couso y sus compañeros y los asesinatos del EI. Y no se percibe
una solución razonable. ¿O no se quiere este tipo de soluciones? Porque la
guerra la destrucción es un tremendo negocio para rubros inmobiliarios y de la
construcción, y la guerra lo es para la industria más exquisita del mundo en
ingenios mortales.
Por lo pronto, Prince, el dueño de Blackwater, declaró hace
unos meses que su equipo hubiera podido destruir a los yhadistas si Obama
"no les hubiera cortado las piernas", cuando les cortó los contratos
ni bien llegó al gobierno. «
Tiempo Argentino
Junio 12 de 2015
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