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Irak, torbellino de muerte e impunidad

El 8 de abril de 2003, el periodista español José Couso Permuy, de 38 años, que trabajaba como free lance para la cadena Telecinco, estaba junto a un grupo de colegas en lo que las fuerzas ocupantes habían calificado como "lugar seguro", en medio de la invasión estadounidense a Irak. Con él se habían alojado en el hotel Palestine, de Bagdad, colegas de todo el mundo, entre ellos de la agencia Reuters y de la cadena Al Jazzeera. De pronto, un tanque conducido por el capitán Philip Wolford y el sargento Thomas Gibson, a órdenes del teniente coronel Philip de Camp, disparó un proyectil letal sobre el piso 15 de edificio. Murieron, en el acto, el ucraniano Taras Protsyuk, de 35 años, de Reuters, y el jordano Tarek Ayoub, de 35 años, de la cadena árabe de TV. Couso, casado, dos hijos, estaba grabando la entrada a la ciudad del ejército estadounidense y resultó con heridas gravísimas. Murió cuando lo operaban en el hospital San Rafael de la capital iraquí.


Ayer, el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz señaló que hay "suficientes indicios racionales" de que fuera un crimen de guerra, porque los periodistas habían obedecido la recomendación de los altos oficiales a cargo del operativo de ocupación y no había indicios de ataque desde ese lugar, o sea que los soldados no actuaron defensivamente. Pero informó, al mismo tiempo, que el caso quedará impune. Es que el año pasado, luego de protestas diplomáticas del gobierno chino por el deseo de un magistrado hispano de juzgar al entonces presidente chino por presuntos delitos de lesa humanidad en Tibet, el gobierno de Mariano Rajoy impulsó una limitación al alcance de la jurisdicción universal para delitos fuera del territorio español. Esa figura había permitido que el ex juez Baltasar Garzón procesara a dictadores argentinos y al chileno Augusto Pinochet por sus crímenes contra la sociedad.

Al mismo tiempo, el presidente Barack Obama anunció en envío de otros 450 "asesores" para entrenar a tropas iraquíes en su lucha contra el grupo Estado Islámico, que ya controla gran parte del territorio de Irak. Este contingente se sumará a 3100 "expertos" estadounidenses que el mismo mandatario que se había comprometido a retirar todos los uniformados de ese territorio retornó, ante la amenaza creciente de las milicias yihadistas. Claro que Obama sigue diciendo que no habrán de combatir en el terreno, que sólo se dedicarán a enseñarles a los nativos cómo recuperar el espacio perdido, y sobre todo la estratégica ciudad de Ramadi, tomada por los irregulares en mayo pasado.
Esta semana se cumplió un año desde que los islamistas radicales tomaron otra ciudad clave, Mosul. Al mismo tiempo se supo que el ex canciller iraquí, Tarik Aziz, moría en una cárcel de la ciudad de Nasiriyah. El hombre, de 79 años, era un emblema del viejo partido panárabe Baas y había sido condenado a muerte por su participación en el gobierno de Saddam Hussein. Como se sabe, el ataque final contra el ex mandatario iraquí se inició con el argumento de que tenía armas de destrucción masiva y era un peligro para la humanidad.
Saddam Hussein, como recuerda el politólogo salvadoreño David Hernández, había logrado controlar desde una minoría sunnita a la mayoría chiíta de la población y a los kurdos que habitan en el norte del territorio. Nadie logra eso sin una dosis de violencia y el régimen de Saddam no dudó en aplicarla. También era una figura clave en el equilibrio regional y fue funcional a la Casa Blanca en los 80, cuando entabló una guerra contra el recién iniciado estado teocrático de Irán.
Por otro lado, había creado un régimen laico y no tuvo dramas en confiar las relaciones exteriores a Aziz, que no era sunnita ni chiita, las dos vertientes enfrentadas del islam. Era cristiano caldeo y había adherido de joven al baasismo desde una posición nacionalista árabe. Cuando Saddam fue derrocado, el hombre se entregó a las tropas de ocupación y un tribunal dominado por chiitas lo condenó a la horca. Estuvo 12 años preso porque la sentencia era a todas luces una venganza que resultaba inadmisible para los líderes europeos y hasta a Estados Unidos.
Desde la caída de Saddam el estado iraquí se esfumó. La idea de armar gobierno respetando los cupos que se mantienen en la población fue un polvorín. Y el líder de la mayoría chiíta, Nouri al Maliki, se cobró las cuentas por las persecuciones en la era sadamista. Lo que no hizo sino acentuar una guerra civil larvada que se manifestó en continuos atentados y ataques a centros religiosos.
El clima que se vive en Irak, donde el Pentágono esbozó propuestas "revolucionarias" de control social y los tecnócratas de impronta neoliberal pusieron en práctica lo que la canadiense Naomí Klein denomina doctrina del shock económico, se oscurece a cada momento. Porque allí se desplegaron en el terreno no solo los más modernos artilugios bélicos sino que surgieron como hongos los "contratistas privados".
Mercenarios enrolados en empresas proveedoras de servicios bélicos, la más famosa de las cuales es Blackwater, fundada por un ex militar con una alta dosis de vehemencia psicótica, Erik Prince, recibieron buena paga por sus acciones en estos años. Esa firma fue acusada por el asesinato brutal de 17 civiles iraquíes en 2007, un escándalo que enfureció a los locales.
Esta privatización de la violencia fue paralela a la privatización de todo lo estatal, siguiendo los pasos de los regímenes neoliberales latinoamericanos. Todo esto fomentó el pase de muchos pobladores de la minoría sunnita a los grupos más radicalizados, que ahora confluyen en el califato de Estado Islámico, con el resultado que está a la vista.
La explicación más patética de lo que ocurre la dio hace un par de semanas el  secretario de Defensa, Ashton Carter, quien reveló que la caída de Ramadi se había producido porque "las fuerzas iraquíes simplemente no mostraron la voluntad de luchar". Fue más lejos, dijo que soldados preparados y entrenados por asesores privados y otros no tanto durante más de una década superaban en el campo de batalla a las milicias yihadistas. Pero "pese a ello decidieron no pelear y se retiraron del sitio, lo que me dice, igual que a la mayoría de nosotros, que tenemos un problema con la voluntad de los iraquíes de combatir al EI y de defenderse". Lo peor es que incluso abandonaron material bélico que quedó en manos del enemigo, indicó.
La pregunta es: luego de 12 años de ocupación y destrucción de todo lo existente, del sometimiento a los peores vejámenes a la población iraquí –como revelaron publicaciones del soldado "Bradley" Chelsea Manning- y de los negociados que sirvieron para engordar bolsillos con la millonarios casos de corrupción -como reconoció el Capitolio cuando llamó a rendir cuentas a Paul Bremer, director de la Reconstrucción y Asistencia Humanitaria, por la misteriosa desaparición de nueve mil millones de dólares- ¿Qué esperaban que ocurriera? ¿Este análisis implica aceptar que la salida para Irak es dejar todo en manos del EI? Claramente no, pero ya murieron 1.455.590 iraquíes y 8288 invasores, según cifras oficiales, invisibilizados mayormente porque pocos periodistas occidentales van a cubrir la información, luego del atentado contra Couso y sus compañeros y los asesinatos del EI. Y no se percibe una solución razonable. ¿O no se quiere este tipo de soluciones? Porque la guerra la destrucción es un tremendo negocio para rubros inmobiliarios y de la construcción, y la guerra lo es para la industria más exquisita del mundo en ingenios mortales.
Por lo pronto, Prince, el dueño de Blackwater, declaró hace unos meses que su equipo hubiera podido destruir a los yhadistas si Obama "no les hubiera cortado las piernas", cuando les cortó los contratos ni bien llegó al gobierno. «

Tiempo Argentino
Junio 12 de 2015


Ilustra Sócrates

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