No puede haber democracia cuando una parte sustancial del
territorio no está bajo el control del estado central. Tampoco puede
hablarse de democracia cuando un sector importante de la población no
acepta que el poder se reparta entre las pocas manos de siempre. Y
negociar con los grupos insurgentes es hablar de nuevas reglas de juego,
no solo de la incorporación de milicianos a la arena política.
El desafío para Santos es grande. Deberá frenar a los extremistas
de derecha que siempre apostaron por la continuidad del conflicto. Las
FARC y el ELN, a su vez, no olvidan que se juegan la vida en el intento,
porque la historia les demuestra que la visibilidad pública los puede
convertir en blancos móviles.
El continente también respira tranquilo. Más allá de la posición
política de cada gobierno, todos saben que un triunfo del uribismo
hubiese significado el riesgo de extender el conflicto hacia los
vecinos, Venezuela y Ecuador en primer lugar. Muchos colombianos habrán
elegido a Santos con un broche en la nariz, como el mal menor. Pero
estos pequeños pasos hacen camino hacia un futuro promisorio para los
latinoamericanos.
Tiempo Argentino
Junio 16 de 2014
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