Los conocedores del
cine recuerdan a Terry Jones como el director de los filmes del grupo británico
Monty Python. Entre ellos figuran joyas como La vida de Brian y El sentido de
la vida, las dos últimas. En todas se destaca el conocimiento que el galés –y
en general del grupo humorístico británico, - tienen de la historia de
Occidente. No por nada Monty -formado por alumnos de Oxford que se conocieron
haciendo teatro en los tiempos libres- es todavía hoy, a 40 años de su paso por
la BBC, una referencia de lo que se puede hacer apelando al humor inteligente
pero también extremada y sutilmente culto. ¡Cuántos sketches ingeniosos de
“creadores” actuales nacieron en aquellos 45 brillantes episodios emitidos
entre 1969 y 1974!
En el año 2006,
Jones, que ya había dado muestras de su erudición en el mundo antiguo en libros
y documentales, hizo una serie de cuatro capítulos sobre los Bárbaros, o más
bien, sobre esos pueblos a los que los romanos genéricamente llamaban bárbaros.
La serie, producida, como no, por la BBC, todavía puede verse en el canal
Encuentro y es altamente recomendable para entender muchas cuestiones que ahora
se debaten en torno a la designación de un papa nacido en Latinoamérica,
territorio bárbaro si los hay para la concepción eurocéntrica que domina en las
sedes del poder mundial y las cabezas de las oligarquías vernáculas.
Entre los bárbaros
del imperio romano figuran los pueblos celtas, los godos, los sasánidas, los
hunos y los vándalos. Es interesante el capítulo que Jones tituló "El fin
del mundo", curiosamente, como la frase que usó Jorge Bergoglio para
explicar de dónde es originario. Allí, el documentalista une el nacimiento de
Atila con el de Genserico. Para el imaginario del buen y fácil pensamiento, un
fiero conquistador venido de la lejana Asia con ansias destructivas el huno, y
una suerte de hooligan nacido en la “atrasada” geografía húngara del siglo V el
otro. Pero que en la reconstrucción que hace Jones resultan ser tipos bastante
más racionales y compasivos de lo que los retrata la propaganda romana, la
mejor herramienta con que contó el imperio para prevalecer, destaca el ex Monty
Python.
Jones los junta
porque más o menos para la misma época -452 y 455 respectivamente- llegaron
hasta las puertas de Roma, una ciudad venida a menos por la lenta declinación
del imperio, y cada uno a su manera la devastó luego de que el emperador huyera
como un Sobremonte de las postrimerías de la edad Antigua. Pero no se quedaron
con sus tropas en la ciudad que todavía era el centro imaginario del mundo.
¿Por qué, si eran tan primitivos no la destruyeron totalmente y cubrieron sus
ruinas con sal, como los romanos habían hecho en Cartago 147 años antes del
nacimiento de Jesucristo? Una de las razones es porque no eran tan bárbaros
como los pintaban, arriesga Jones. La otra es que el Papa León-que rigió los
destinos de la Iglesia entre el año 440 y el 461- los convenció de alguna
manera hasta ahora misteriosa de que se fueran. El dato que Jones no deja de
resaltar en el documental es que ese hecho demostró que ya en Roma no mandaban
los emperadores sino que el poder real estaba en manos de la Iglesia. Por ese
hecho y algunos más, León fue llamado El Magno. Es, en cierto modo, el que
concretó el sueño de los primeros cristianos, de ser la religión del imperio
para extenderse luego sobre el mundo. Habían pasado de ser perseguidos a
convertirse en los árbitros de la civilización construida por ese pequeño pero
ambicioso pueblo de la península itálica que debió aprender a navegar para
adueñarse del Mediterráneo y alrededores. Eran ahora los cristianos un
verdadero imperio asentado en las fauces del otro, más terrenal y decadente, el
romano.
Este detalle es uno
más en la profusa historia de la Iglesia Católica Romana, que no por nada es
dos veces milenaria. Es la institución más antigua de Europa y ese es un dato
que convendría tener en cuenta antes de cualquier análisis sobre lo que implica
la designación de Bergoglio como el número 266 en ocupar el trono de Pedro.
Porque es obvio que los cardenales que lo eligieron tienen detrás de sí esos
dos milenios y no las miserias de la derecha argentina o latinoamericana ante
su pérdida de influencia actual.
Ya en los 60, la
región había mostrado el rumbo que le quería dar a la Iglesia en el Concilio
Vaticano II. Y 50 años, para la historia de la Iglesia, se comprenderá que es
menos que un suspiro. ¿Volverá Bergoglio sobre esos pasos que quisieron
clausurar bajo mantos de sal Juan Pablo II y Benedicto XVI? ¿Querrá hacer un
giro copernicano?
Grandes sectores de la izquierda latinoamericana pero también de la derecha con sede en Miami leyeron que Francisco venía a pelear palmo a palmo con los gobiernos populares con un objetivo de liquidación de un proyecto de integración. Amparado este pensamiento en el rol que cumplió el polaco Wojtyla con la Unión Soviética desde 1978. La pregunta sería ¿puede hacerse algo así hoy, en medio de escándalos financieros y sexuales como los que tiene la Iglesia en una Europa que se desmorona lentamente?
Grandes sectores de la izquierda latinoamericana pero también de la derecha con sede en Miami leyeron que Francisco venía a pelear palmo a palmo con los gobiernos populares con un objetivo de liquidación de un proyecto de integración. Amparado este pensamiento en el rol que cumplió el polaco Wojtyla con la Unión Soviética desde 1978. La pregunta sería ¿puede hacerse algo así hoy, en medio de escándalos financieros y sexuales como los que tiene la Iglesia en una Europa que se desmorona lentamente?
Da en el clavo el
politólogo Atilio Borón cuando sostiene que en la región existen “procesos que
cuentan con un enorme apoyo popular que ni remotamente existía allá (en la
URSS)”, y agrega que “la ´revolución de terciopelo´ de Checoslovaquia nada
tiene que ver con la Revolución Bolivariana de Venezuela, Evo Morales no es
Lech Walesa, y Correa no es Ceaucescu”.
Es interesante
reparar en el análisis que hace el suizo Hans Küng, un teólogo de 85 años que
en aquel Concilio participó al lado de Ratzinger y que ahora argumenta que
Bergoglio más bien intentará hacer como Gorbachov en los últimos días de la
URSS, esto es, “propiciará reformas, hará una glasnost (apertura)”, pero no
mucho más. Para lo cual recuerda que Mijail Gorbachov, el último líder
soviético “no hizo una revolución, sino que introdujo reformas que corrigieron
los errores que había antes. Lo mismo espero de Bergoglio, aun cuando no haga
una revolución. Para no dividir la Iglesia, él empezará a introducir reformas.”
¿Qué tipo de
reformas? Habrá que ver.Por estos días circulan versiones sobre la posición
“amistosa” que el nuevo papa habría manifestado en la intimidad durante su
arzobispado porteño para aceptar sino el matrimonio igualitario, al menos la
unión civil entre personas del mismo sexo. Pero también deberá tener en cuenta
–para no abundar en las cuentas del banco Vaticano o las denuncias de abusos
sexuales- los problemas que aquejan a la “militancia” eclesiástica en torno del
celibato. Que para los más conservadores resulta ser un tema eterno del
cristianismo olvidando que en dos milenios hubo de todo, incluso papas que
fueron hijos de papas, o casos como el de los Borgia, Lucrecia y César, hijos de
Alejandro VI, el maquiavélico pontífice nacido en Valencia en 1431 bajo el
nombre de Rodrigo Llançol y Borja.
Francisco recibió en
una extensa audiencia el lunes a Cristina Fernández y ayer a Dilma Rousseff. Es
evidente que hace medio siglo El Vaticano mira a América Latina como el
reservorio más numeroso de católicos. Ya entonces la curia romana había
percibido que el centro de gravedad del mundo se estaba inclinando hacia otros
confines. El conservadurismo eclesiástico se unió al imperio estadounidense para
intentar cortar de cuajo con esa posibilidad desde los 70. Ahora, tal vez, haya
llegado la hora de cambiar de política y quién sabe, alguna vez el Vaticano se
mude a territorios bárbaros ubicables en el Fin del Mundo.
Mientras tanto
conviene no comprar el discurso de la propaganda, que como sugiere Terry Jones,
convierte a santos en demonios y a réprobos en venerables, y no creerse que
estos procesos democráticos están prendidos de alfileres. Porque la tarea de
Francisco, por fuerza, deberá ser algo más que marketing y buenas intenciones
si no quiere que el Vaticano termine como la Unión Soviética.
Tiempo Argentino
Marzo 22 de 2013
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