Cuando se producen
cambios tan llamativos en una institución más que milenaria y sobre todo tan
intrigante como la Iglesia Católica romana, uno está obligado a hacerse
preguntas. Mucho más si los cambios implican incógnitas en dos sentidos, como
ocurre con la designación de un jesuita nacido en Argentina para el trono de
Pedro. Un hombre que, además, adopta el nombre de Francisco, con la carga de
significados que ya se esbozó largamente desde el miércoles. ¿Quién cambió más,
la institución o la orden que por primera vez en casi 500 años de vida coloca a
un soldado de Ignacio en el Vaticano?
Porque es bueno
recordar que la Compañía de Jesús sufrió todo tipo de persecuciones a lo largo
de su existencia. Y las sufrió de los sectores más poderosos de la sociedad y
de la propia jerarquía religiosa, que le había dado vía libre con Pablo III en
1540 para que se constituyera como una orden mediante la bula de confirmación
Regimini militantis ecclesiae (Gobierno de la Iglesia militante). Toda una
definición, porque al frente de la Compañía de Jesús hay un sacerdote con la
dignidad de general. No otra cosa que fervorosos militantes –y nada menos que
eso– fueron los seguidores de la Sociedad de Jesús.
Jorge Bergoglio, el
papa nacido en el porteño barrio de Flores de una familia italiana, dijo al
asumir, con tono de sorna, que lo habían ido a buscar "al fin del
mundo". Visto desde Roma, antiguamente el centro de todos los caminos
posibles, seguramente se verá a este rincón del planeta como el confín de la
Tierra. Sin embargo, fue aquí donde los jesuitas concretaron su experimento más
exitoso y a la vez peligroso para los poderes establecidos.
Porque el proyecto original
de ese batallón de combatientes de la fe era enfrentar el cisma que devino en
la reforma protestante en la Europa central y que Roma percibía como una
estocada final contra su poder. Pero el triunfo no estaría en el Viejo
Continente, como se llamó, sino en el Nuevo Mundo. Allí, en las selvas
paraguayas, en el corazón de América del Sur, sacerdotes de la compañía
lograron seducir a través del arte del violín –según se muestra en la película
La Misión, con Jeremy Irons y Robert de Niro– a las poblaciones guaraníticas
para convertirlas no sólo al catolicismo sino también a la civilización
"occidental". Allí construyeron una treintena de misiones entre lo
que hoy es Paraguay, este de Bolivia, norte de Argentina y Uruguay y el sur del
Brasil.
¿Es este el fin del
mundo? Los primeros sacerdotes europeos que encararon el desafío pensaron que
las comunidades originarias de esa zona selvática eran nómades. Tardarían en
descubrir que en realidad se estaban desplazando en busca de una utopía, la Tierra
Sin Mal. Los himnos de los mbyá –una de las etnias guaraníes– señalan que esta
es "la morada imperfecta" o "la tierra enferma". En ella
reinan los males y el tiempo transcurre circularmente. En la Tierra Sin Mal
–decían que estaba más allá del Poro Guazú Rapytá o Gran Mar Originario, quizás
cruzando Los Andes– no existía ni el sufrimiento ni la muerte. No era como el
Paraíso, adonde uno llegaba sólo en alma. Es que uno vivía para siempre sin
daño alguno.
Sobre esta base los
jesuitas construyeron su paraíso terrenal. Funcionaban como verdaderas
repúblicas y permitieron el ingreso de un pueblo originario en las tecnologías
del momento. Llegaron a producir alimentos y a montar una industria incipiente
más desarrollada que la de los colonos españoles y portugueses, que pronto los
vieron como una molesta competencia. Podrá decirse que los jesuitas eran parte
del imperio. También puede decirse que fueron apenas una ONG progresista. El
caso es que lograron que las misiones fueran unidades de producción que además de
más eficientes que las de los europeos, no utilizaban mano de obra esclava y
fomentaba la liberación de los indígenas. Luego también serían refugio de la
persecución de los bandeirantes que cazaban indios para reducirlos a esclavos,
como el personaje de De Niro en La Misión.
Tanta fue la presión
de los colonos sobre las autoridades en cada lugar donde estuvieran que la
Compañía tuvo que irse de Portugal, a instancias del marqués de Pombal, primer
ministro de José I, quien expulsó a la orden en 1759. Luego, Carlos III la
"invitaría" a retirarse de los territorios de la Corona española por
medio de la Pragmática Sanción de 1767. Poco más tarde, en 1773, Clemente XIV
cedió ante los reyes de Francia, España, Portugal y de las Dos Sicilias y
directamente suprimió a jesuitas de la Iglesia. Volverían a las lides en 1814,
luego de la Revolución Francesa. Otra vez serían útiles para combatir el
desviacionismo secular.
La obra de la
Compañía en la región fue tan firme y permaneció tanto tiempo en el imaginario
popular que sin ellos no se explica el Paraguay de Gaspar José de Francia,
educado por la orden en Córdoba. Ni el Paraguay de los López, destruido en 1870
por el liberalismo mitrista.
El territorio
jesuítico coincide en su mayor parte con el núcleo de lo que es el Mercosur
original. Asunción, incluso, es una "ciudad madre de ciudades", y
desde allí partió Juan de Garay para crear Santa Fe y fundar definitivamente
Buenos Aires. Y allí, en Asunción, también nació el Mercado Común del Sur en
1991. En la capital paraguaya, el año pasado, un golpe antidemocrático puso la
primera pica en el corazón de esta nueva América del Sur, al expulsar del
gobierno a un ex obispo también educado por jesuitas, Fernando Lugo.
Mucho hablan los
medios opositores del enfrentamiento de los Kirchner con Bergoglio y leen la
designación del hincha de San Lorenzo como la respuesta institucional de la
Iglesia ante un gobierno poco adepto al diálogo. En vista de la historia de los
jesuitas, seguramente estos encontronazos le hayan otorgado una medalla a la
hora de postularse.
Mucho se habló
también de la postura conservadora de Bergoglio en varios aspectos en que la
sociedad fue avanzando en estos últimos años, como el matrimonio igualitario o
los debates por el aborto. También se mencionó su paso por Guardia de Hierro,
algo que lo distancia de Cristina sobre la perspectiva con que se juzga a los
'70 en el país.
La elección de un
soldado de Iñigo López Sánchez de Loyola como Papa, cuando el cuarto voto de la
orden precisamente es el de obediencia al Papa, resulta una curiosidad, ya que
era el único de la Compañía que estuvo en el cónclave. En 2005 tal vez la
Iglesia no estaba aún preparada para dar el salto. Ahora, amenazada por una
descomposición interna que ya no se puede ocultar, y ante la pérdida de devotos
en el mundo y de militantes en el terreno de la fe, parece haber apostado
nuevamente por esos que la estuvieron salvando en el último medio milenio.
El crecimiento de
los países emergentes sudamericanos, con eje en las antiguas misiones, tampoco
es un dato que deba desatenderse para el análisis. Tampoco la elección de un
nombre tan caro para los sacerdotes y creyentes más inclinados a la Opción por
los Pobres, que alude sin dudas a San Francisco de Asís, aquel hijo de rico que
dejó todo por los que menos tenían.
¿Será Francisco el
Papa para construir la otra Iglesia que se espera en estas regiones o el que,
como Juan Pablo II hiciera con la Unión Soviética, derrumbará el proyecto de
integración latinoamericana? ¿Ocultó sus verdaderas intenciones para llegar al
trono y ahora mostrará el rostro de jesuita-franciscano auténtico? Eso está por
verse. Por lo pronto, haber dicho que llegó a Roma desde el fin del mundo no
parece una buena señal.
Porque desde hace
algunos años esta parte del planeta anda queriendo demostrar que una Tierra Sin
Mal es posible.
Tiempo Argentino
Marzo 15 de 2013
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