Como todos auguraban, Michelle Bachelet vuelve al Palacio
de la Moneda con un amplio triunfo sobre la derechista Evelyn Matthei. Poco más
del 62% de votos tienen la suficiente contundencia como para alentar el proceso
de cambio que millones de chilenos esperan. Sin embargo, cerca de 6 de cada 10
ciudadanos habilitados para sufragar prefirieron tomarse el día libre y no
fueron a depositar su voto en las urnas.
Los conservadores más beligerantes se apuraron a interpretar que era un pobre
triunfo el de la representante socialista en la coalición que triunfó el 15 de
diciembre. En síntesis, esa es una pálida muestra de una crisis política que
atraviesa a toda la dirigencia trasandina. Pero para el conservadurismo, es una
pobre manera de pretender ocultar que los cuatro años de gestión del empresario
Sebastián Piñera dejaron un sabor amargo incluso entre sus propios
auspiciantes.
Como sea, el retorno de Bachelet es también una vuelta de
campana para un país que acaba de cumplir cuatro décadas de la dictadura más violenta
que debieron soportar sus habitantes en los dos siglos de existencia
independiente. Es cierto que la médica graduada en la Universidad Humboldt de
la entonces Berlín oriental ya tuvo una primera gestión que le cedió el lugar a
Piñera. Pero la fuerza de los hechos le indica a la hija del general Alberto
Bachelet –fallecido en un campo de prisioneros de la Fuerza Aérea– que ya no
podrá tener un tranquilo paso por el Palacio de La Moneda. De hecho, su
programa dista de aquel que la llevó al poder en 2006: está corrido a la
izquierda y, además, amplió los apoyos tradicionales de la centroizquierda
desde el regreso del sistema democrático y ahora el PC chileno forma parte de
la Nueva Mayoría, el nombre que adquirió esta coalición que suplanta a la Concertación
que administró el país por 20 años.
El perfume del
poder
De la mano de estas nuevas alianzas, las líderes
estudiantiles del PCCh Camila Vallejo y Karol Cariola obtuvieron sendas bancas
en la Cámara Baja. Lo mismo ocurrió con dirigentes juveniles de otras
tendencias como Giorgio Jackson y Gabriel Boric. No es casual que los ejes que
planteara Bachelet cuando ganó la interna de NM para un programa progresista de
gobierno incluyeran en primer lugar la reforma educativa y la tributaria. Una
está íntimamente ligada con la otra; si no se consiguen más recursos, plantear
una educación gratuita y de calidad es ilusorio. El otro eje de la propuesta
«bachelista» pasa por la modificación de la Constitución, que con algunos
parches sigue siendo sustancialmente la misma que el dictador Augusto Pinochet
dejó casi como condición para el retorno de la normalidad institucional, en
1990.
Pero el tema de este nuevo período ya deja hilachas en su
entorno. Por el olor a nuevos tiempos que se viene, todos se apuran a señalarle
candidatos o a ponerle trabas. Por las dudas. Desde sus aliados de la
Democracia Cristiana, el ex presidente del partido, Gutenberg Martínez, le
envió un mensaje sin dobles sentidos. «Creo que sería un error incorporar al
gabinete a miembros del Partido Comunista», dijo el hombre en un reportaje a
Radio Cooperativa que levantó polvareda. Porque Martínez deslizó que el PC no
representa al modelo de democracia que sustenta la vieja Concertación. Además,
dijo, siguen siendo amigos de los Castro.
Bachelet fue clara al respecto y adelantó que la elección
de los secretarios de gobierno será su «exclusiva atribución». El PC, en tanto,
por boca de su presidente, Guillermo Teillier, dijo que aún no habían decidido
si iban a estar «dentro o fuera» del nuevo gabinete, sin dejar de lado algo que
es cierto: es una atribución presidencial convocar o no. Pero es interesante
decir que la DC fue a internas abiertas con el PS y perdió, mientras que el
PCCh apoyó a Bachelet desde esa misma instancia electoral.
Empresarios
inquietos
Sin embargo, los sectores inclinados a la derecha dentro
de la NM no fueron los únicos que pretendieron condicionar el futuro gobierno
de Bachelet. Lo mismo intentaron hacer desde algunas de las más grandes cámaras
empresariales, que saludaron diplomáticamente el triunfo incuestionable, pero
comenzaron a deslizar que si algo valoran del sistema chileno es lo tranquilos
que habían estado hasta ahora. Así, el presidente de la Asociación de
Exportadores de Manufacturas, Roberto Fantuzzi, políticamente correcto al fin,
dijo que la entidad que dirige no está en contra de ningún cambio, aunque
consideró que «si la reforma tributaria para financiar la educación produce paz
social, un aplauso cerrado, pero dudo». La filial local del banco de inversión
estadounidense JP Morgan tampoco se cuidó de establecer sus pautas y transmitió
el mensaje de preocupación por cualquier «programa más radical que lo
esperado». Desde la Asociación de Exportadores, Ronald Bown consideró que «una
Asamblea Constituyente podría ser una solución, pero no es factible ni en el
corto ni en el mediano plazo», mientras que Patricio Crespo, de la Sociedad
Nacional de Agricultura, pidió mantener las políticas neoliberales porque
«nadie invierte en un ambiente enrarecido». El más exagerado sin dudas fue Sven
von Appen, con importantes intereses en la industria naviera, quien amenazó con
que si la nueva gestión no acierta en la conducción de la economía, «habría que
buscar otro Pinochet». Más aún, consultado por la CNN, consideró que, en el
anterior mandato, Bachelet «no hizo mucho en materia económica comparado con
los que estuvieron antes de ella, especialmente Pinochet».
Divididos
Con todo, los problemas que enfrenta Bachelet se refieren
por ahora sólo a la administración de los deseos y las aspiraciones políticas
de sus allegados. Peor la pasa Sebastián Piñera y la derecha chilena en su
conjunto, que no acierta aún a entender cómo fue que el gobierno se le escapó
de las manos tras solamente un período presidencial. Lejos quedaron los «días
de gloria», cuando los 33 mineros finalmente volvían a la superficie luego de
70 días a 700 metros de profundidad, a 8 meses de haber asumido, en octubre de
2010.
Ahora los conservadores llegaron al comicio crudamente
divididos, primero porque el ganador de la interna, Pablo Longueira, no tardó
ni un mes en anunciar que se retiraba de la contienda por problemas depresivos.
Fue entonces que Evelyn Matthei –la hija de uno de los integrantes de la Junta
de Gobierno de la dictadura, el general Fernando Matthei, a la sazón colega y
amigo en algún tramo de su vida de Alberto Bachelet– presionó a Piñera para ser
el reemplazo de Longueira. Luego Piñera presionó a la Alianza, integrada por la
UDI y el RN, para que aceptara a su candidata. Pero la mujer jamás logró
despegar en las encuestas y apenas pasó la primera ronda.
Fue claro que nadie «salvaría la ropa» cuando en la misma
noche de la derrota («la noche de los cuchillos largos», como ironizó alguno)
comenzaron a escucharse las primeras y feroces críticas a los responsables del
fracaso: Evelyn en primer lugar, pero inmediatamente detrás, el propio Piñera.
Entre las críticas, estuvo en primer lugar la de no haber
sabido oír el reclamo de los estudiantes en las calles, que expresaban un
cambio de paradigma como no se había vivido desde la vuelta a la democracia.
Tampoco registraron que a 40 años de su muerte, la figura del presidente
derrocado, Salvador Allende, alcanzaría ribetes de heroísmo en defensa de un
modelo que de un modo sanguinario cambió la dictadura.
Esa es una de las razones para que los conservadores
ahora estén arrojando por la borda, como un lastre inútil, a los viejos
dirigentes que tuvieron participación y simpatías demasiado cercanas con
Pinochet. Es el caso del propio Longueira, que ya se había retirado de la
candidatura. Pero también anunciaron que se van de la política el ex presidente
del Senado Jovino Novoa, el ministro del Interior Andrés Chadwick y el dos
veces candidato presidencial Joaquín Lavín.
Curiosamente –o no– esta movida del pinochetismo coincide
con el recambio en la presidencia de la Corte Suprema de Justicia de Chile. A
10 años de haber saltado a la fama por haber investigado las cuentas secretas y
el origen de la fortuna del dictador Pinochet, el juez Sergio Muñoz Gajardo
dirigirá el supremo tribunal chileno.
Muñoz Gajardo inició su carrera judicial en 1982, y,
entre sus primeros casos, estuvo la investigación del asesinato de Tucapel
Jiménez, líder sindical eliminado por agentes de la policía secreta
pinochetista ese mismo año. Liego probó que los Pinochet se hicieron de 24
millones de dólares en forma ilegal.
En estos días, también, la justicia chilena sobreseyó la
causa abierta contra el general Matthei, por la muerte de su colega Alberto
Bachelet, muerto en 1974 tras una sesión de tortura. Los únicos acusados por el
crimen son los coroneles en retiro de la Fuerza Aérea Edgar Cevallos Jones y
Ramón Cáceres Jorquera. La querella había sido presentada por la Agrupación de
Familiares de Ejecutados Políticos pero no por la familia de Alberto Bachelet,
uno de los pocos militares que se opusieron al golpe contra Allende y que
estaba preso en la Academia de Guerra Aérea, entonces dirigida por Matthei.
La
integración regional
En
su primer encuentro con la prensa extranjera, Michelle Bachelet envió mensajes
bien nítidos hacia el resto de los países latinoamericanos.
Bachelet recordó que cuando se puso en marcha el Arco del Pacífico –antecedente inmediato de la Alianza del Pacífico, que Chile integra con Perú, Colombia y México– el bloque tenía el carácter de un «proyecto comercial hacia la otra ribera del Pacífico, pero nunca como algo contra el Atlántico». Es decir, no era un ariete del neoliberalismo como lo presentan ahora los medios de comunicación concentrados.
Bachelet –la primera presidenta pro témpore de Unasur, con un rol fundamental en la respuesta de ese organismo frente al intento destituyente contra Evo Morales en 2009– recordó que «siempre trabajamos con los gobiernos de Uruguay, Argentina y Brasil pensando en todos los mecanismos de conectividad que permitieran que, a través de los puertos de Chile y de toda la zona del borde del Pacífico de América, pudiéramos ser un puente hacia el Asia Pacífico».
No por nada los primeros saludos de beneplácito por su triunfo provinieron precisamente de los gobiernos de Argentina, Brasil y Venezuela. Pero, aclaró, Chile es miembro asociado de lo que llamó «el Mercosur político», puesto que «en lo comercial tenemos algunos desarrollos distintos que hacen muy difícil que Chile pueda ser un miembro permanente» del bloque atlántico sudamericano. Es que los acuerdos comerciales que el país tiene con el resto del mundo serían un impedimento de peso para acceder al Mercosur.
Entre las primeras cuestiones que deberá abordar en su segundo «inquilinato» en La Moneda figura el dictamen del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya que el 27 de enero entregará su fallo sobre el diferendo limítrofe con Perú. La mandataria electa ya adelantó que apoya lo «hecho y dicho» por Piñera y que, por lo tanto, acatará lo que se dictamine en Holanda. La piedra en el zapato será, como hace décadas, la salida al mar que reclama Bolivia.
Bachelet recordó que cuando se puso en marcha el Arco del Pacífico –antecedente inmediato de la Alianza del Pacífico, que Chile integra con Perú, Colombia y México– el bloque tenía el carácter de un «proyecto comercial hacia la otra ribera del Pacífico, pero nunca como algo contra el Atlántico». Es decir, no era un ariete del neoliberalismo como lo presentan ahora los medios de comunicación concentrados.
Bachelet –la primera presidenta pro témpore de Unasur, con un rol fundamental en la respuesta de ese organismo frente al intento destituyente contra Evo Morales en 2009– recordó que «siempre trabajamos con los gobiernos de Uruguay, Argentina y Brasil pensando en todos los mecanismos de conectividad que permitieran que, a través de los puertos de Chile y de toda la zona del borde del Pacífico de América, pudiéramos ser un puente hacia el Asia Pacífico».
No por nada los primeros saludos de beneplácito por su triunfo provinieron precisamente de los gobiernos de Argentina, Brasil y Venezuela. Pero, aclaró, Chile es miembro asociado de lo que llamó «el Mercosur político», puesto que «en lo comercial tenemos algunos desarrollos distintos que hacen muy difícil que Chile pueda ser un miembro permanente» del bloque atlántico sudamericano. Es que los acuerdos comerciales que el país tiene con el resto del mundo serían un impedimento de peso para acceder al Mercosur.
Entre las primeras cuestiones que deberá abordar en su segundo «inquilinato» en La Moneda figura el dictamen del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya que el 27 de enero entregará su fallo sobre el diferendo limítrofe con Perú. La mandataria electa ya adelantó que apoya lo «hecho y dicho» por Piñera y que, por lo tanto, acatará lo que se dictamine en Holanda. La piedra en el zapato será, como hace décadas, la salida al mar que reclama Bolivia.
Revista Acción
1 Enero 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario