Las cartas están sobre la mesa. A nadie escapa la
importancia política y estratégica que tiene Venezuela para el resto de América
Latina y sobre todo para esta etapa del proceso de integración regional. Por
eso, los actores de esta trama están poniendo toda la carne en el asador en su
intento de modelar el futuro próximo de la región luego de una década de
avances que parecían indefinidos. La cruda realidad es que el camino para la
construcción de la Patria Grande es largo, sinuoso y está plagado de obstáculos.
Sin embargo, es bueno verificar que quienes se oponen a esta necesidad
inexorable de los pueblos latinoamericanos no tienen el menor interés en dejar
que las cosas transiten plácidamente. Por eso no les preocupa el costo en vidas
humanas que pueda dejar la controversia. Como que entre ellos están los
cultores de cuanta matanza hubo en este sufrido continente.
La escalada de violencia en Venezuela, no por casualidad,
comenzó muy poco después de que el gobierno lograra un triunfo importante en
las municipales del 8 de diciembre. Presentada como un plebiscito por la
oposición unificada detrás de la MUD, el resultado demostró que una amplia
mayoría de la población apoya al chavismo y le dio una diferencia de nueve
puntos sobre la oposición (48,69 a 39,34%). Luego del ajustado triunfo de
Maduro en abril de 2013 (apenas 1,49% a favor), la tentación de dar un batacazo
electoral que permitiera apurar un referéndum revocatorio era grande. Pero no
pudo ser y ya no tenían espacio para denunciar fraude, porque la oposición ganó
en distritos clave como nunca antes.
Recuerda mucho a lo que ocurrió en el Chile de Allende,
cuando el 4 de marzo de 1973 se renovaba el Parlamento. El médico socialista
había llegado al poder en 1970 con un muy ajustado margen (1,33% sobre el
segundo, aunque sumando el 36,62% de los sufragios). Los cambios que a pesar de
esa exigua diferencia había implementado despertaron los peores instintos de la
derecha, acostumbrada a cumplir con sus deseos e intereses o, en el peor de los
casos, a manipular a los gobiernos que se intentaran rebelar. Casi tres años
después, esperaban obtener dos tercios del congreso para hacerle juicio
político a Allende. Pero la oposición unificada no pudo superar el 52 por
ciento. Lo relevante fue que la Unidad Popular oficialista alcanzó el 46%, diez
puntos más que cuando llegó al Palacio de la Moneda.
Como se sabe por los documentos desclasificados del gobierno
estadounidense, el Departamento de Estado, entonces a cargo de Henry Kissinger,
juntó las cabezas de la derecha más retrógrada y de los medios afines para
boicotear desde el primer día al gobierno socialista, generando el caos
económico y el escamoteo de productos esenciales, condiciones necesarias pero
no suficientes para que la sociedad perdiera capacidad de reacción. Aun así,
había apoyado a Allende. No tardaron mucho más de seis meses para hundir al
país en un océano de sangre.
Una década antes, en Brasil, João Goulart –que era el
vicepresidente de Jânio Quadros y había llegado al poder en 1961 luego de su
renuncia y con las facultades políticas mermadas tras un acuerdo bajo presión
de militares formateados en la Escuela de la Américas– convocó a un plebiscito
para legitimarse ante la ciudadanía. El referéndum no era en apoyo de Goulart;
buscaba el acuerdo popular para volver al presidencialismo o continuar con un
parlamentarismo a la europea que los uniformados habían forzado con la pistola
en la nuca. El 6 de enero de 1963, ganó la propuesta de Goulart por alrededor
del 78% (9,4 millones de votos contra 2,1 por el Parlamento). Poco más de un
año después, y ante la popularidad que alcanzaba el gobierno con sus medidas progresistas,
los militares se sentaron en el Planalto, de donde no se irían hasta 1985.
Goulart murió en la provincia argentina de Corrientes en diciembre de 1976. En
pocas semanas se confirmará si fue asesinado en el marco del Plan Cóndor, como
las presunciones indican.
Otro dato a tener en cuenta es que el golpe de ese año,
1976, en la Argentina, se produjo con un gobierno desprestigiado y en un clima
de violencia política, pero cuando se acercaban las elecciones que la
desgastada presidenta había anunciado para fin de año como un modo de aliviar
la crisis. Y cuando el progresismo avanzaba electoralmente.
En todos los casos, hubo sectores claves de la sociedad que
no podían hacerse del gobierno por las buenas y recurrieron a militares
formados en la ideología de la Seguridad Nacional en Panamá para mantenerse en
el poder. Y con un sólido apoyo de los medios más influyentes (el año pasado, O
Globo hizo un mea culpa, tardío aunque sugestivo, de su apoyo a la interrupción
democrática del '64).
Cada golpe cruento siguió el mismo libreto, como para no
dejar lugar a dudas. La derecha latinoamericana no es democrática y no tiene
problemas en recurrir al genocidio con tal de imponer sus intereses. Como
colofón, los medios concentrados bailan la misma terrorífica serenata. Y la
frutilla del postre: no pueden lograr sus objetivos sin el apoyo externo. Sin
este sustento no serían nada.
Algo de eso se ve cotidianamente incluso en editoriales de
diarios "serios" como The Washington Post y The New York Times, que
suman barro al lodazal en que ubican al populismo, al chavismo en general y a
Nicolás Maduro en particular. Desde los medios locales y también en el resto
del mundo, un coro de horrorizados actores periodísticos y políticos siguen
este guión sin cuestionarlo. Sin rascar un poco en la información que aparece
para ver qué tanto de verdad guardan.
Por supuesto que son indefendibles la muerte y el caos. El
caso es quién los promueve o, para ser más precisos, a quién beneficia el
crimen. Y habrá que coincidir que perjudican principalmente al gobierno de
Maduro. Hay influyentes comunicadores que se rasgan las vestiduras hablando del
peligro que representa "una sociedad dividida, en medio de una grieta
social de imprevisibles consecuencias". Si el sistema es la democracia y
en las urnas el oficialismo venezolano salió airoso hace apenas 73 días, ¿qué
es lo que se discute en las calles? ¿De qué dictadura hablan, cuando en 15 años
de gestión el chavismo fue a las urnas 16 veces y perdió sólo una? Con ese tono
de políticamente correctos, desde todas las fronteras sostienen que debe primar
el diálogo. Es cierto, en democracia debe primar el diálogo. ¿Cómo se hace para
sentar a la misma mesa que Maduro a los opositores que no lo reconocen como
presidente porque dicen que ganó en comicios fraudulentos? ¿Por qué esquivan
ese dato esencial para comprender el dilema venezolano?
Que la situación política en el país es dramática, nadie lo
duda. Que incluso la situación socioeconómica es preocupante, tampoco. Pero
está claro que la política de la derecha es respirarle al chavismo en la nuca
para hacerle cometer errores. Y sobre todo, para no dejarlo gobernar, con lo
cual el caos puede ser aun mayor. No discuten si Maduro es o no el hombre
adecuado. La estrategia opositora busca impedir que construya su propio
espacio. La sombra de Hugo Chávez es enorme y su figura irremplazable. Pero una
buena gestión del sucesor que eligió en su última aparición pública puede
construir consensos suficientes como para profundizar la obra que dejó inconclusa.
Y eso es precisamente lo que intentan evitar los opositores, tanto el que hasta
ahora lideró al sector, Henrique Capriles (que funge de civilizado dirigente,
una suerte del Lonardi de la Fusiladora argentina de 1955), como el ahora preso
Leopoldo López (el duro de la historia, quizás el Aramburu venezolano).
Es probable que sea un error político, como piensan algunos,
haber apresado al ex alcalde de Chacao, porque así se lo convierte en un héroe.
Para otros, puede ser una jugada para que salga a la luz como el extremista que
es, de modo que termine siendo perjudicial para su propio partido.
Tiene razón Dilma Rousseff en preocuparse por los actos de
vandalismo que se puedan generar en las calles brasileñas de aquí al Mundial de
Fútbol y más allá. Brasil sufrió como pocas veces en su historia
manifestaciones violentas, amparadas en errores de gestión del PT, pero
peligrosamente desestabilizadoras. Tiene razón también Rafael Correa cuando
advierte sobre la necesidad de estar atentos a los golpes blandos en la región.
A esa escalada de tensiones que poco a poco hace crecer la tentación por el
facilismo de aceptar una salida por arriba del laberinto. Y mucha más razón
tiene cuando recuerda que no se pueden sostener semanas de violencia sin un
fuerte financiamiento detrás.
Se suele decir irónicamente que en Estados Unidos no hay
golpe de Estado porque no hay embajadas de Estados Unidos. Hoy se podría
agregar que no hay manifestaciones violentas en las calles de Estados Unidos
porque allí no hay embajadas de Estados Unidos ni pululan ciertas ONG de apoyo
a la democracia.
Tiempo Argentino
Febrero 21 de 2014
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