La historia de la relaciones de Cuba con Estados Unidos
es en gran medida la historia del surgimiento de Estados Unidos como potencia
imperial y la desaparición de España como imperio dominante en el Atlántico y
el Pacifico. Porque la firma del Tratado de París en 1898, que ponía fin a la
guerra hispano-estadounidense, significó el fin de la dominación española sobre
Cuba, Puerto Rico y Filipinas, pero al mismo tiempo abrió el proceso de
dominación estadounidense sobre esas naciones.
En el caso cubano, fue el comienzo de una relación que
haría eclosión después del 1° de enero de 1959, cuando la guerrilla comandada
por Fidel Castro tomó el poder en La Habana luego de la huída del dictador
Fulgencio Batista. El gobierno del general estadounidense Dwight Eisenhower se
apuró a reconocer a las nuevas autoridades. La dictadura de Batista era
políticamente insostenible y en Washington pensaban que todo iba a cambiar para
que todo permaneciera, como había sido desde fines del siglo XIX.
La Casa Blanca no tardó mucho en darse cuenta de que la
Revolución Cubana iba a ser inmanejable para los intereses estadounidenses, al
punto que ya a mediados de 1959 el propio Fidel Castro viajó a Estados Unidos y
mostró su postura sobre el comunismo y la Unión Soviética. El rechazo de
Eisenhower no se hizo esperar y la respuesta de Castro también fue
endureciéndose.
Fue la hora de la nacionalización de empresas
estadounidenses y de la reforma agraria. Las elecciones presidenciales no
hicieron más que tensar la cuerda en Estados Unidos, que en 1960 disputaba la
primera magistratura entre el vicepresidente Richard Nixon y la fulgurante
promesa demócrata, John F. Kennedy. En ese marco, Eisenhower apoyó planes de
invasión pergeñados por la CIA con grupos de cubanos que se habían exiliado en
Miami por su odio visceral a los revolucionarios. Un odio nacido de la pérdida
de privilegios de décadas, sustentados en su relación con los intereses
estadounidenses. El proyecto que venía elucubrando la CIA corría paralelo a los
planes de eliminación física del líder cubano, que incluyeron propuestas que
solo podrían entenderse en el marco de la Guerra Fría. El caso es que Kennedy,
que asumió en enero de 1961, se encontró con un plan de intervención a medio
armar y no tuvo el coraje para abortarlo, aunque tampoco le puso todas las
fichas que habrían colocado los republicanos en la misma situación.
En abril de ese año se produjo el intento de invasión a
la isla en Playa Girón. Fue el triunfo más resonante de la Revolución, que pudo
derrotar a un grupo de aventureros apoyados por Estados Unidos en forma
encubierta. La respuesta de La Habana fue profundizar la relación con la URSS y
el anuncio de que Cuba había elegido el camino socialista. Es cierto que en
otras situaciones Estados Unidos había recurrido sin culpas a una invasión
desembozada o a un golpe de Estado. ¿Por qué en este caso todo terminó en un
fracaso? En primer lugar porque Playa Girón (o Bahía de Cochinos, para la
nomenclatura estadounidense) demostró el apoyo popular con que contaba la Revolución.
No es casual que el argentino Ernesto Che Guevara y los hermanos Fidel y Raúl
Castro hubieran estado en la Guatemala de 1954, cuando la CIA organizó el golpe
contra Jacobo Arbenz. Tampoco que Fidel haya sido testigo de la situación
colombiana cuando a la par que se creaba la Organización de Estados Americanos
(OEA), era asesinado el líder liberal Jorge Eliecer Gaitán, en 1948. La
historia algo enseña. En este caso, cómo se manejaba el imperio en estas
circunstancias. Pero, además, la URSS ya había dado su apoyo a la Revolución
Cubana.
Orgullo y
prejuicio
Coinciden historiadores y en su momento el fiscal Jim
Garrison, el único que investigó la red que sustentó a los exiliados que
participaron en la frustrada invasión –es la tesis que se muestra en la
película JFK de Oliver Stone–, que el asesinato de John Kennedy, en noviembre
de 1963, fue una operación de los grupos descontentos con la falta de apoyo del
demócrata a la intentona, y que apañó la agencia de espionaje e incluso el FBI
del ultra-anticomunista Edgard Hoover. Es que Cuba, a 90 millas de Florida, era
un golpe que, más allá de cuestiones geopolíticas, lastimaba al orgullo
nacional.
Lo que vino después fue una escalada de los sucesivos
gobiernos estadounidenses por asfixiar el proyecto cubano. Así fue que se
desarrollaron leyes cada vez más restrictivas contra la economía, al tiempo que
Cuba era expulsada de la OEA, en 1962. Es bueno recordar que en gran medida el
derrocamiento de los presidentes Arturo Frondizi y Juscelino Kubitschek en Argentina
y Brasil tuvo como componente principal el rechazo de las cúpulas militares de
cada nación a la reunión que ambos mandatarios mantuvieron con el Che Guevara.
Ninguno aceptaba expulsar a Cuba del organismo interamericano ni romper
relaciones con su gobierno, pero ya era fuerte en la región la Doctrina de la
Defensa Nacional que desde la Escuela de las Américas formateaba a los
uniformados latinoamericanos.
A nivel internacional, lo que vino luego fue el deterioro
y la debacle de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín, hace 25 años.
Contra todos los pronósticos, mientras los países del bloque socialista,
incluida Rusia, iban inclinándose hacia el modelo capitalista, los cubanos se
«arremangaron» y en lo que se conoció como el «período especial» apostaron a
mantener el socialismo a pesar de los vientos en contra.
Fue un momento duro y crucial y mientras desde Washington
se estrechaba el cerco económico y financiero, poco a poco Cuba iba logrando
persistir con renovados ímpetus. Fue cuando apostó por las investigaciones y
las industrias ligadas con la medicina y la salud, al tiempo que con el apoyo
de empresas europeas y canadienses impulsó el potencial turístico de la isla.
Patria grande
Con el nuevo siglo, Cuba se fue integrando cada vez más a
la región. La llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela fue como un oasis,
por el espaldarazo económico que significaron los acuerdos comerciales de
intercambio de los avances científicos cubanos por el petróleo venezolano. Lo
mismo hizo Lula desde el gobierno brasileño. Fueron empresas brasileñas con
crédito oficial las que construyeron el Puerto Mariel, a 40 kilómetros de La
Habana, un emprendimiento destinado a recibir capitales extranjeros para
desarrollar la industria y expandir el comercio cubano.
Las nuevas medidas para la actualización del modelo
económico fueron una señal de cambio contundente que daba Raúl Castro, quien
reemplazó a su hermano Fidel en julio de 2006. Pero el avance esperado por los
propios cubanos choca continuamente con el bloqueo, que no solo impide el
comercio de estadounidenses con Cuba sino que penaliza a empresas extranjeras
que hagan lo propio o a bancos que realicen transacciones financieras con la
isla. El costo del embargo, según computan las autoridades cubanas, supera el
billón de dólares desde que se implementó inicialmente, en 1962. Esa cifra es
aproximadamente el doble del PBI argentino.
En los últimos 18 meses se fueron acelerando
conversaciones entre representantes de los gobiernos de Obama y de Castro
fomentadas por Canadá pero también y principalmente por el papa Francisco, como
reconocieron específicamente ambas delegaciones. La última votación en la ONU a
favor de levantar las sanciones fue de 188 a favor de Cuba y apenas 2 por
Estados Unidos: uno el voto propio y otro el de Israel. Un resultado que se
viene repitiendo desde hace años.
Se trataba entonces de encontrar coincidencias para
cambiar este aislamiento que, como admitió Barack Obama, se volcó en contra de
la nación que lo promovió.
Desde 1998 cinco agentes cubanos permanecían presos en
Estados Unidos acusados de integrar una célula de espionaje. Conocidos en Cuba
como «Los cinco héroes», por orden de La Habana se habían infiltrado en
organizaciones de exiliados («gusanos» para los revolucionarios) que venían
realizando una serie de atentados contra bienes y personas en la isla.
Denunciaron a los autores de los ataques ante el FBI y el resultado fue que los
condenados terminaron siendo ellos. Dos ya habían podido volver a Cuba,
restaban tres que seguían reclamando por un proceso viciado por la intervención
de los organismos de seguridad estadounidenses que no querían dar el brazo a
torcer.
En 2009, el contratista Alan Gross era detenido en La
Habana acusado de formar parte de una red de espionaje bajo la máscara de la
Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
Cualquier acercamiento debería pasar por un canje de prisioneros al mejor
estilo de la Guerra Fría.
Y así ocurrió el 17 de diciembre: en un operativo
sincronizado al detalle, mientras Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Antonio
Guerrero viajaban para reencontrarse en total libertad con Fernando y René
González, Gross viajaba hacia Florida. Pasado el mediodía, Obama y Raúl Castro
aparecían ante las pantallas de televisión para anunciar un histórico
acontecimiento: luego de 53 años,
reanudarían relaciones. No por casualidad, fue cuando se llevaba a cabo
en Paraná la cumbre de presidentes del Mercosur. Señal de que Obama también
quiere terminar con el aislamiento del resto de los países latinoamericanos.
«Es hora de poner fin a una política hacia Cuba que está
obsoleta y que ha fracasado durante décadas», se justificó Obama. Sus palabras
parecían calcadas de la serie de editoriales que The New York Times venía
publicando desde antes de los comicios de medio término de noviembre pasado.
Castro respondió recordando que aún faltaba resolver el problema más acuciante
para Cuba, el bloqueo.
Fidel, en 1961, había dicho: «Algo sí podemos comunicarle
al señor Kennedy: que primero verá una revolución victoriosa en Estados Unidos,
que una contrarrevolución victoriosa en Cuba». Obama reconoció que «en la
actualidad Cuba está gobernada por los hermanos Castro y el Partido Comunista,
igual que en 1961». Y remató: «Estos 50 años de aislamiento no han funcionado,
es momento de cambiar de postura. No creo que debamos hacer lo mismo durante
otras cinco décadas y esperar un resultado distinto».
Romper el cerco
Raúl Castro le recordó a Obama que la normalización de
relaciones es un paso decisivo. Pero agregó dos puntos fundamentales. Uno es
que todavía falta resolver la cuestión del bloqueo. El otro es que este
acercamiento no implica renunciar al socialismo. «Debemos aprender a convivir
con nuestras diferencias», aleccionó. Castro deslizó luego que el presidente
estadounidense tiene herramientas para avanzar en la liberación total, pero
faltaría ponerle fin a 53 años de reglamentaciones superpuestas que coinciden
en castigar a un país que no se sometió a los intereses de Estados Unidos. El
paquete de medidas que anunció Obama implica una suavización del embargo, pero
no la eliminación. La decisión de levantar el cerco económico corresponderá a
un Congreso que está en manos de los republicanos.
Revista Acción
Enero 2 de 2015
Revista Acción
Enero 2 de 2015
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