En política internacional –al igual que en la vida en general, aunque
esto es más discutible– conviene no creer que las casualidades existen.
Durante las últimas semanas fueron corriendo en paralelo un puñado de
situaciones que no podrían asociarse al azar. Por un lado, la crisis en
la frontera rusa fue generando una serie de sanciones contra el
gobierno de Vladimir Putin, al que se acusa de intentar rehacer el
imperio zarista. Mientras tanto, persiste el acoso al gobierno de
Nicolás Maduro, que también fue sancionado por la administración de
Barack Obama por lo que considera una violación de los Derechos Humanos.
En otro tablero de esta partida de ajedrez, el precio del petróleo se
seguía desplomando en una operación de la que no es ajena la Casa
Blanca, principal apoyo político y militar de Arabia Saudita. Es que la
Organización de Países Productores de Petróleo, OPEP, fundada en 1960 a
instancias del gobierno venezolano de Rómulo Betancourt, no pudo acordar
una reducción en la producción del crudo ante la negativa del reino
saudí. Integrada, entre otros, por venezolanos y saudíes, la OPEP cuenta
entre sus miembros a países como Libia, Irak, Irán, Ecuador y Nigeria.
En 1973, la organización fue clave en la crisis del petróleo que disparó
los precios en boca de refinería al doble.
A pesar de las diferencias ideológicas y económicas, durante décadas
hubo marcos para el acuerdo entre un rey Abdalá bin Abdelaziz en Riad
con un Saddam Hussein en Bagdad, Muhammad Khadafi en Trípoli, los
ayatolás en Teherán y hasta un Hugo Chávez en Caracas. Esta vez, la
negativa de Arabia Saudita a disminuir la extracción para que los
precios no caigan le dio un golpe mortal a la propuesta encabezada por
el presidente Nicolás Maduro. La propuesta funcionaría si todos se
pliegan, si de las arenas saudíes sigue fluyendo el líquido, además de
que no se evitaría la caída se reducirían aún más los precios del
principal ingreso venezolano.
Como se entiende, la jugada también perjudica a Irán, Libia e Irak. Pero
sucede que en estos dos últimos países hay grupos irregulares (como el
EI en el caso iraquí) que venden por su cuenta y sin intervención de
ningún Estado establecido. Pero este escenario golpea sobremanera a
Rusia, que no integra la OPEP pero es el tercer productor mundial y
obtiene del oro negro su principal ingreso, junto con el gas, también
devaluado por la caída de precios.
Circula la idea de que la baja tiene como objetivo lesionar el naciente
negocio del fracking, con lo cual resultaría a salvo la sospecha sobre
Estados Unidos, que se coló entre los top ten productivos precisamente a
través de esta nueva técnica en territorio propio. Pero no parece un
buen argumento puntual: cualquier dumping es inicialmente una pérdida
para el que lo realiza, pero con suficientes espaldas, a la larga
destruye a los competidores. Nadie duda del aguante que tiene quien
maneje la maquinita de fabricar dólares.
Y aquí viene la otra cuestión: ayer Putin tuvo que salir a señalar que
los rusos deberán soportar dos años de crisis por la debacle de la
economía. El rublo se desplomó un 30% en lo que va del mes y como el
mandatario explicó, la poco diversificada economía de ese país impide
evitar una caída semejante porque muchos productos que se podrían
elaborar en Rusia deben importarse, y en moneda dura. Para Putin, las
sanciones son responsables de esta crisis en parte, y otra parte lo es
el derrumbe del precio del petróleo.
La economía venezolana también sufre el embate de esta pérdida en su
principal activo, que es el crudo. Hay otro país que hace fuerza por
ingresar a las grandes ligas de productores y que sufre las
consecuencias de otra crisis que afecta a su empresa de bandera. En
Brasil arreciaron estos días las denuncias por corrupción en Petrobras
que amenaza a funcionarios del gobierno, opositores y empresarios
privados y además, arrastraron a la baja sus acciones a un nivel
histórico, a pesar de los yacimientos marinos que multiplicaron sus
reservas en los últimos años.
Tras la derrota electoral de los demócratas en la elección de medio
término de noviembre pasado, el gobierno de Obama intentó quitarse de
encima la resaca a las apuradas. La iniciativa de legalizar a millones
de inmigrantes indocumentados fue una, rechazada por la oposición
republicana. Los medios más influyentes, léase The New York Times en
primer lugar, venían insistiendo en el carácter retrógrado de mantener
el bloqueo económico a Cuba, mientras denunciaban operaciones
encubiertas a través de la USAID para desestabilizar al gobierno de la
revolución.
La frutilla del postre parecía el informe del Senado –todavía
controlado por los demócratas– sobre las bárbaras torturas cometidas por
la CIA en cárceles ilegales e incluso en Guantánamo. Desde esa base en
la isla de Cuba salieron seis presos con rumbo a Montevideo, en el marco
de un acuerdo con el gobierno de José Mujica para encontrar dónde
llevar a acusados de terrorismo nunca juzgados ni condenados por los
delitos por los que estuvieron detenidos. Pero faltaba algo más.
Mujica había pedido a cambio de aceptar a los presos de Guantánamo un
gesto de Obama para levantar las sanciones a Cuba, que ya llevan 53 años
de vigencia. Parecía un pedido que caería en saco roto. Pero
inesperadamente el miércoles, en ¿coincidencia? con el cumpleaños de
Jorge Bergoglio y con la sesión en la capital entrerriana de los
presidentes del Mercosur, Obama y Raúl Castro anunciaron un intercambio
de presos y la apertura de negociaciones para reanudar las relaciones
diplomáticas, suspendidas cuando Fidel Castro declaró que Cuba marchaba
al socialismo. Por la misma fecha en que un grupo de aventureros con
apoyo de la CIA intentaba una invasión a la isla en Playa Girón.
"Estos 50 años de aislamiento no han funcionado, es momento de cambiar
de postura. No creo que debamos de hacer lo mismo durante otras cinco
décadas y esperar un resultado distinto", dijo Obama en su discurso. Fue
una de las tantas frases con las que trató de edulcorar el fracaso de
este medio siglo. La política que buscaba aislar a Cuba, reconoció el
inquilino de la Casa Blanca, terminó por aislar a Estados Unidos. Las
últimas votaciones en la ONU para levantar el bloqueo –188 a favor de
Cuba y dos a favor de Estados Unidos– son la prueba más evidente,
analizó Obama.
La reunión presidencial de Paraná estalló en alegría. Era un triunfo no
solo de los cubanos, que resistieron las peores presiones durante más de
cinco décadas, sino de los latinoamericanos, que cada uno a su manera
fueron desandando un camino sinuoso iniciado durante los años 60 por
dirigencias teñidas de un anticomunismo cerril cuando no de una
obsecuencia venal con los mandatos de Washington.
Pero la cumbre del Mercosur no olvidó tras este gesto arriesgado de
Obama –los anticastristas antediluvianos abundan en Estados Unidos– de
rechazar las sanciones que paralelamente su administración había
aprobado contra Venezuela.
Para Cuba se inicia un período de expectativas favorables. La reapertura
de relaciones permitirá despejar un flujo de inversiones latentes que
se demoraban por las restricciones y las sanciones establecidas en el
paquete de leyes que sustentan el bloqueo, y que castigan también a
terceros países que negocien con la isla.
Castro aleccionó en su discurso sobre la necesidad de aprender "el arte
de la convivencia" entre naciones con perspectivas y sistemas
diferentes. Y le aclaró a Obama que lo principal, que es el bloqueo, no
está resuelto. Y que tiene cómo sortear lo que seguramente será un
rechazo del congreso republicano a levantar la cincuentenaria medida,
algo sobre lo que el presidente estadounidense ya había anunciado
avances.
Los demócratas, en tanto, despejan el camino hacia la posibilidad de un
nuevo período demócrata, en las elecciones de 2016. Con un tercer Bush
en la gatera –Jeff, ex gobernador de Florida– el camino de Hillary
Clinton suena menos dificultoso Obama cumple con promesas hechas a la
comunidad hispana en su campaña. No cerró Guantánamo, pero fue liberando
presos. No levantó el bloqueo, pero fue quien más avanzó en ese
sendero. No logro una ley de inmigración, pero facilitó la legalización.
Al mismo tiempo, libera tensiones en el agitado "patio trasero"
latinoamericano en vista de los frentes abiertos en Ucrania, Siria, Irak
e Irán. No conviene creer que una potencia es capaz de dar una puntada
sin nudo y menos si un discurso presidencial termina con un "todos somos
americanos". En castellano.
Tiempo Argentino
Diciembre 19 de 2014
Ilustró Sócrates
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