Cuando Mauricio Rabuffetti nació, en 1975, José Pepe Mujica hacía
tres años que había caído preso por última vez y le faltaban nueve para
recuperar la libertad. Ahora, este periodista uruguayo, editor de
Economía de la agencia AFP para América Latina y colaborador del diario
The New York Times, cruzó el charco para hablar de su libro La
revolución tranquila, un perfil biográfico del mandatario que el domingo
deja la presidencia de Uruguay con un índice de popularidad envidiable
dentro de su país y una imagen de sabio filósofo en el exterior.
–¿Por qué hacer este libro justo ahora?
–Hay muchas cosas que explicar sobre Mujica, no sólo para los uruguayos
sino para afuera. Es un ejercicio de reconstrucción de su vida política y
un análisis de cómo habiéndose iniciado como militante político en las
calles y después como guerrillero termina siendo una figura política de
alcance planetario.
–Afuera causa sensación.
–Afuera no sólo es un político, es como un viejito sabio. Pero en
Uruguay es muy criticada su gestión de gobierno, porque hay mucha gente
que no le perdona su pasado, que nunca apoyó la guerrilla o que
estuvieron en contra de la guerrilla y no pueden entender por qué a
Mujica le va tan bien fuera del Uruguay. A toda esa gente hay que
explicarle por qué le va tan bien afuera, este es el planteo del libro,
explicar el recorrido de esta persona. Explicarles quién es el ser
humano, quién es el dirigente político, cómo se forjó, y de paso me
permití hacer un pequeño retrato de mi país.
–Decía que hay gente que no entiende por qué le va tan bien en el exterior. ¿Cómo le va en el Uruguay?
–Depende de cómo se lo mire. En las últimas elecciones le fue bien,
tiene la mayor bancada en el Legislativo y un índice de aprobación de un
54 por ciento. Pero en cualquier país a un presidente se le piden
ciertas cosas que van mucho más allá de lo que se le puede pedir de
afuera. El balance que yo hago en el libro muestra diferentes aspectos.
Están por un lado las cosas hechas y por el otro las cosas que quedaron
por el camino, como la reforma educativa y la reforma del Estado. Pero
sucede que muchos uruguayos que no le tenían demasiada fe vieron crecer
la figura de Mujica afuera y entendieron que algo estaba pasando.
–¿Qué estaba pasando?
–Uruguay aparecía en todos lados y ya no sólo por (Diego) Forlan o por
(Luis) Suárez). Aparecía en todos lados porque tenía un presidente
austero, que además en determinados momentos empezó a tomar decisiones
fuertes.
–¿Cómo cuáles?
–La lista empieza por la liberalización del cultivo de cannabis. Es una
decisión inédita que el Estado sea garante de la producción,
distribución y consumo del cannabis, en el mundo eso no existe. En el
mismo paquete salieron otras leyes como las que amparan derechos
individuales como el derecho al aborto y el matrimonio igualitario. La
de cannabis se hace con el 64% de la población en contra, lo cual marca
un coraje político muy importante. Luego, la llegada de los presos de la
prisión de Guantánamo no solamente es un mensaje político fuerte,
también amalgama la relación de Uruguay con Estados Unidos de una manera
en que pocas otras decisiones podrían haberlo hecho. Por lo menos, con
la administración de Barak Obama.
–¿Por qué cree que es visto afuera como una especie de santo?
–Hay una crisis sistémica de valores en Europa, en Estados Unidos,
producto de la crisis económica, y la gente se comienza a preguntar para
dónde vamos. Y en el medio de todo esto aparece un presidente que habla
así y vive así. En Estados Unidos es muy llamativo, porque es una
sociedad muy consumista. Pero hay un montón de gente que está buscando
alguna referencia en alguna parte. Y ante los ojos de los indignados de
España, o de Ocuppy Wall Street, este viejito sabio se convierte en un
referente. Que además cuando habla tiene el respaldo de que vive como
dice, eso claramente lo legitima. Obviamente él después aprovecha eso
para posicionar al Uruguay.
–¿Hay contradicciones en su discurso?
–Bueno, él hace hincapié en la sostenibilidad ambiental. No te habla de
ecología, ni de contaminación, te habla de una forma de vida que lleva a
esta crisis que en el fondo, dice él, es política. Pero al mismo tiempo
te promueve a más no poder un proyecto como el de Aratiri, de minería a
cielo abierto que va a destruir 14.500 hectáreas en un país así de
chiquito y que va a dejar esas hectáreas totalmente irrecuperables. La
contradicción en este caso tiene que ver con que él prioriza el uso de
los recursos y la generación del trabajo al cuidado total y completo del
medio ambiente.
–¿Él es consciente de eso?
–Por lo menos en las declaraciones es consciente. Como cualquier
político lo que dice es "bueno, pensemos en el futuro”, mientras que el
mensaje del gobierno es "vamos a hacer todos los estudios de impacto
ambiental", pero los uruguayos todavía no conocemos ni siquiera las
cláusulas del contrato. Más allá de eso, está bueno que aparezca un
líder político que dice: "Muchachos, no consuman tanto, no hace falta
cambiar el celular todos los años y el auto todos los años."
–¿Es una pose o es genuino?
–Cuando vos vas a su casa ves que es una casa sencilla, una casa que podría tener cualquier persona.
–¿Por eso es el presidente más pobre del mundo?
–Ese es un título que puso un periodista europeo. Pero él no dice que
sea pobre. Yo publiqué su declaración jurada de bienes y tiene un
patrimonio de algo más de 300 mil dólares. Eso no te hace pobre ni en
Uruguay ni en ningún otro país. Ahora, como dice él, es un hombre
sobrio, un hombre austero. Que vive como vivían nuestros abuelos, porque
no le interesa lo material. El tiene dos Fuscas (Escarabajos VW) y una
(moto) Vespa que se la prestó a un vecino. Durante la crisis hizo que
mucha gente que estaba en la lona se instalara en su chacra. Realmente
cree en eso, como cree en el cooperativismo, en el trabajo conjunto de
los planes de vivienda por la ayuda mutua. En ese sentido, yo creo que
es un hombre genuino.
–¿Qué le va a dejar Mujica a Uruguay cuando deje el gobierno?
–Hablando en términos de legado, creo que él reposiciona a Uruguay como
un país tolerante, un país abierto, un país de avanzada jurídica. Creo
que hay mucha gente que va a entender esto alguna vez, y creo que otra
gente nunca lo va a entender. Sin embargo, yo volví a Uruguay luego de
estar trabajando en el exterior por cinco años y me encontré con una
parte de la sociedad uruguaya realmente enferma de consumismo. Eso es
algo que atraviesa todos los estratos sociales, todos los niveles
socioeconómicos. Y pasa durante la gestión del presidente más austero
del planeta.
Tiempo Argentino
Febrero 25 de 2015
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