Hace justo un mes se aprobó en Beijing un plan quinquenal de
cooperación entre China y los 33 países que integran la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) y se acordaron las bases
para un nuevo encuentro en Chile dentro de tres años. Un puñado de
presidentes latinoamericanos viajó para esta cumbre inusual en términos
de diplomacia pero ilustrativa de los tiempos que se viven.
El encuentro había sido pactado seis meses antes en Brasilia y el
consenso para su realización marchó en tiempo récord para este tipo de
reuniones. Fue en este contexto que el ecuatoriano Rafael Correa firmó
convenios de inversión con el gigante asiático por algo más de 5 mil
millones de dólares y el venezolano Nicolás Maduro refrendó proyectos de
cooperación y financiación por más de 20 mil millones de dólares en
sectores energéticos, industriales y de desarrollo.
En ese foro, la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para
América Latina (CEPAL), la mexicana Alicia Bárcena, recalcó la necesidad
imperiosa de que la región trabaje "en una aproximación estratégica
hacia China para conseguir mayores niveles de inversión extranjera
directa china, especialmente dirigida a mejorar la infraestructura" con
el objetivo de "promover la diversificación productiva y exportadora, y
estimular alianzas empresariales sino-latinoamericanas". La titular del
organismo creado en 1948 para el desarrollo latinoamericano no se ahorra
palabras para señalar que en el marco de la crisis económica de los
países occidentales, "el papel de China va a ser fundamental".
El presidente chino, Xi Jinping, auguró entonces que el comercio
entre su país y los integrantes de la CELAC alcanzará en 2020 –dentro de
apenas cinco años– los 500 mil millones de dólares, mientras las
inversiones rondarán los 250 mil millones.
No debería resultar extraño con estos antecedentes que la mandataria
argentina Cristina Fernández de Kirchner haya ido un poco más lejos al
indicar en su gira por China que "se acabó el mundo unipolar; entramos
en una nueva era de multipolaridad en la que las naciones emergentes
desempeñan un papel cada vez más preponderante en los designios de la
humanidad y en la construcción de un mundo más justo y BRICS, Mecsino que conforma una política de Estado. Esto es,
de esas que quien la suceda en el sillón de Rivadavia, sea cual fuere el
ganador de los comicios de octubre, debería mantener y profundizar.
Desde usinas opositoras y de la Unión Industrial Argentina (UIA) se
encargaron de fustigar los acuerdos firmados alegando que temen peligros
para la mano de obra local. Desde lo que podría denominarse "el club de
los ex secretarios de Energía" criticaron la forma de contratación
establecida para los proyectos relativos al área. El presidente de la
Sociedad Rural, Luis Miguel Etchevehere, aprovechó para cuestionar la
política oficial de retenciones, no sin reconocer que a China "año a año
llega el 80% de las exportaciones argentinas de soja".
Lo cual plantea una contradicción importante: China beneficia a
productores locales con su mercado impresionante al punto que todo el
potencial local alcanzaría para alimentar 400 millones de personas,
según la presidenta. Pero esa cantidad es menos del tercio de la
población china y hay rubros en que los proveedores vernáculos no están
en condiciones de satisfacer al demanda.
Los temores que expresan fuentes opositoras locales –ligados
ideológicamente en su abrumadora mayoría al establishment de EE UU y
Europa– tienen una base que los sectores más progresistas de la región
no ignoran. El riesgo de que una gran potencia industrial ávida de
alimentos y productos primarios se devore las ansias de desarrollo
autónomo es real y atendible. Pero para eso se necesitan políticas
consensuadas y de Estado. Y la oposición no está jugando ese mismo
partido.
Cuando en la segunda mitad del siglo XIX las elites porteñas lograron
el control total del país para comerciar sus ventajas comparativas con
el Imperio Británico, fue en base a una guerra a sangre y fuego contra
los caudillos del interior. No viene al caso recordar detalles que los
lectores conocen. Fue entonces que se consolidaron las oligarquías
regionales, ricas hasta la obscenidad en medio de la pobreza
generalizada.
Ahora, los sucesores de esas mismas oligarquías –que no pararon de
ganar dinero en estos años de acercamiento regional a China– son los
mismos que en cada país denostan las políticas oficiales en este nuevo
escenario de retracción de la potencia dominante y de empoderamiento de
nuevos jugadores globales, como los países BRICS (Brasil, Rusia, India,
China y Sudáfrica), la CELAC y el propio Mercosur.
Según un reporte del banco suizo UBS AG correspondiente al año 2014,
Bolivia tiene 40 nuevos ricos –245 en total– y Ecuador tiene en esta
lista de los que tienen un patrimonio de más de 30 millones de dólares, a
280 personas. Esta nómina de supermillonarios está encabezada en
América latina por Brasil, con 4225 señores que atesoran unos 820
milmillones de dólares.
Argentina es el tercero, con 1185 individuos (75 más que en 2013) que
juntan un total de 160 mil millones de dólares, suficientes para dejar
la deuda externa en cero. Paraguay, uno de los estadísticamente más
pobres del continente, tiene 190 mega-ricos con 25 mil millones de
dólares.
Venezuela, acosada por desabastecimiento al punto que el presidente
Maduro debió procesar a varios empresarios, quejosos de falta de
rentabilidad por las medidas de control del chavismo, tiene 450
acaudalados (15 más), que suman riquezas por 60 mil millones, de acuerdo
al "World Ultra Weath Report” (http://www.wealthx.com/home/, hay que
loguearse pero se baja gratis).
En el total, los que tienen más de "30 palos verdes" en la región
suman 14.805 y acumulan unos 2225 billones de dólares, un 4,6% y un 5,5 %
más respectivamente que en 2013. La cifra es más contundente si sólo se
toman los "billonarios", o sea, los que tienen más de mil millones.
Apunta el estudio del UBS AG que en América Latina hay 153 personas
dentro de esa categoría, con 511 mil millones de dólares en capital. Son
42 (un 37%), más que hace un año y crecieron económicamente un 3% en
ese lapso, el doble que el PBI regional, por cierto. ¿Cuánta de esa
riqueza que no para de incrementarse es por negocios con China? Difícil
estimarlo, sin embargo ideológicamente la mayoría de las entidades
empresariales y de medios sostienen un discurso en contrario.
Una de las razones para el rechazo verbal es la presión de los
centros de poder occidental sobre el gigante asiático, al que si bien
todavía no lo ponen al nivel del "eje del mal" Rusia o Venezuela, ya
comienzan a anotarle, sobre todo en Europa, señales de alarma.
En tal sentido, un libro de reciente aparición escrito por Michael
Pillsbury, un experto que asesoró a todas las administraciones
estadounidenses desde Richard Nixon a esta parte, marcará tendencia. En
The Hundred year Marathon (La maratón de los cien años), Pillbury
sostiene que en 1955 Mao Zedong lanzó un programa secreto para desplazar
a Estados Unidos como potencia mundial para 2049, cuando se cumpla un
siglo de la Revolución China. Pillsbury está convencido de que las
agencias de inteligencia de EE UU. subestimaron la influencia de los
chinos y "siguen obviando su poder e influencia".
El detalle es que tras la muerte de Mao, en 1976, China dio un giro
copernicano en su economía y Deng Xiaoping dio inicio en 1979 al proceso
de apertura que devino en esta potencia gobernada por un Partido
Comunista pero con premisas económicas de cuño capitalista.
Ese giro al gusto de los poderosos del mundo colocó al gigante
asiático al tope de los destinos para la inversión global. El total de
inversiones directas en 2014 trepó a 127,6 mil millones de dólares, un
3% más que un año antes, mientras que durante ese año bajaron las
inversiones en Estados Unidos de 230,8 mil millones a 86 mil millones.
El riesgo de generar condiciones para un neocolonialismo no sólo en
Argentina sino en el resto de la región es cierto, más allá de las
intenciones de la dirigencia china (business are business, después de
todo). Por eso es necesaria una política de Estado y el apoyo de todos
los actores involucrados. Para que no sólo los más ricos se lleven las
ganancias.
Tiempo Argentino
Febrero 6 de 2014
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