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lunes

Narcos en zonas de conflicto

La detención del comisario inspector santafesino Gustavo Pereyra es apenas la punta de un iceberg de incalculable profundidad que atraviesa a la sociedad en todos sus estamentos. Eso es, ni más ni menos, el problema de las vinculaciones entre las bandas del narcotráfico y las instituciones estatales. Un tema que se terminó metiendo en la agenda de la campaña electoral pero que desde hace tiempo golpea profundamente en organismos de seguridad y políticos de todos los sectores. Porque la situación en la Policía de la provincia de Santa Fe no es nueva y, además, es un espejo de situaciones similares en las provincias de Córdoba y Buenos Aires, como para sospechar que nadie está exento de resultar salpicado por ese oscuro paradigma que no solo impacta en la Argentina sino que es un tema candente en otros países de la región, aunque lejos en la comparación con la situación local, como México y Colombia.
Para corroborar esta aseveración, esos mismos días se comenzaba a sustanciar el juicio político contra Julio Novo, fiscal general del distrito de San Isidro, acusado de encubrir a una banda de narcotraficantes, la misma causa por la que fue desplazada la procuradora general de Buenos Aires, María del Carmen Falbo. El caso data de 2009 e involucra a agentes policiales y funcionarios judiciales y desliza sospechas sobre dirigentes políticos comunales bonaerenses.
En Córdoba, mientras tanto, el Tribunal Oral Federal Nº 2 rechazó a fines de setiembre un nuevo pedido de excarcelación presentado por el ex jefe de Lucha contra el Narcotráfico de la Policía cordobesa, Rafael Sosa, a la espera del juicio oral y público por el denominado «narcoescándalo». El proceso se inició en 2013 cuando en un programa de TV de Canal 10 un informante de la Policía denunció a la jefatura de esa dependencia por complicidad con bandas de  narcotraficantes. El gobernador José Manuel de la Sota, peronista disidente, tuvo que cambiar entonces la cúpula policial. Lo mismo se vio obligado a hacer un año antes el mandatario santafesino, Antonio Bonfatti, del Partido Socialista. Y en un paralelo notable prosigue el juicio contra el exjefe de la Policía provincial, Hugo Tognoli, quien en octubre de 2012 había saltado a la fama cuando resultó acusado de haber encubierto a narcotraficantes, de amenazas y de haberse enriquecido con este tipo de complicidades con quienes debería haber combatido. Junto con Tognoli están sentados en el banquillo dos exfuncionarios de la Dirección General de  Prevención y Control de Adicciones y el ex subjefe de Inteligencia de la policía provincial, José Luis Bella.
En el caso del también santafesino Pereyra, conocido como Gula, de 54 años, fue procesado por la jueza Alejandra Rodenas, quien le trabó embargo por 100.000 pesos. La acusación es por haber integrado una banda que se dedicaba a cometer homicidios, extorsión y amenazas de la que formaban parte otros miembros de la fuerza junto con una familia vinculada con el delito conocida en Rosario como «Los Monos». La Justicia lo acusa de poner a disposición de la banda «información reservada y secreta» que les permitía mantenerse fuera de la órbita de la ley y escapar a tiempo de procedimientos que el comisario no podía evitar sin verse involucrado. Es decir,  acciones realizadas en el marco de las funciones para las que la sociedad le pagaba su sueldo.

Acusación por televisión
Un hecho que conmovió a la sociedad en 2008 fue el llamado triple crimen de General Rodríguez. El 16 de agosto de ese año un lugareño encontró tres cadáveres en un zanjón a un costado de la ruta 6, en la localidad bonaerense de General Rodríguez. Los cuerpos de Sebastián Forza, de 34 años; Damián Ferrón, de  37; y Leopoldo Bina, de 35, habían sido acribillados con saña y una verdadera muestra de violencia típica de los homicidios mafiosos. Se supo que estaban vinculados con el tráfico de efedrina, un principio activo de origen vegetal para medicamentos vasodilatadores pero al mismo tiempo precursor de anfetaminas.
La trama sobre esas muertes permanece entre las sombras, aunque fueron condenados Víctor y Marcelo Schillaci como partícipes necesarios y los hermanos Christian y Martín Lanatta como autores materiales de los asesinatos. En tanto permanece prófugo Esteban Pérez Corradi, considerado uno de los mayores proveedores de efedrina a los carteles mexicanos. El caso volvió a la escena de un modo impactante una semana antes de las PASO cuando el periodista Jorge Lanata consiguió entrevistar a su casi tocayo Martín Lanatta en la prisión y a otro de los implicados, José Luis Salerno, exsocio de Ferrón, una de las víctimas. Ambos aseguraron que el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, sería el autor intelectual de los homicidios. Unos días más tarde, Salerno se desdijo en sede judicial, mientras que tanto familiares como el abogado de Lanatta aseguraron que en ningún tramo del juicio en su contra había dicho algo en ese sentido. Pero la sospecha quedó instalada, sobre todo desde que el que fue secretario de la Secretaría de Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR) entre 2004 y 2011, Ramón Granero, terminó procesado y a punto de ir a juicio oral en una causa por tráfico de efedrina iniciada en el despacho de la jueza María Servini de Cubría.
Otro caso oscuro es el del doble homicidio de dos ciudadanos colombianos en la playa de estacionamiento del shopping Unicenter, del partido bonaerense de San Isidro, ocurrido en julio de 2008. Hubo una denuncia del exdiputado provincial Marcelo Saín, que se sumó a otra del  entonces fiscal de San Isidro, Luis Angelini. Ambos consideraron que el fiscal Julio Novo y dos de sus subordinados no hicieron sino obstaculizar las investigaciones para determinar quiénes habían sido los responsables de la matanza registrada en un lugar muy concurrido y en el estilo de las ejecuciones que se ven en las películas de narcos colombianas.
Angelini sospechaba que las maniobras de Novo tenían como objetivo  encubrir las vinculaciones entre los asesinatos de los colombianos y los hermanos Gustavo y Eduardo Juliá, hijos de un exjefe de la Fuerza Aérea argentina, condenados y presos en España luego de que les encontraran una tonelada de cocaína en su avión. Angelini fue más lejos y afirmó que «existe una inmensa actividad institucional estatal claramente dirigida a encubrir graves delitos de acción pública que ocultan, a su vez, una enorme trama de narcotráfico nacional y supranacional» y apuntó directamente contra «una multiplicidad de agentes de competencia decisiva que integran el Ministerio Público Fiscal de la provincia de Buenos Aires». La jueza que investigó esta denuncia es Sandra Arroyo Salgado, exesposa y querellante a nombre de sus hijas en la investigación por la muerte del fiscal de la causa AMIA, Alberto Nisman.

Miradas contrapuestas
En este clima de denuncias y sospechas contra fuerzas policiales y funcionarios de algunos de los organismos estatales, en el marco de las repetidas «guerras» de narcos en distintos distritos del país, el tema se coló en la campaña electoral y no solo por la denuncia contra Fernández. Es así que Sergio Massa, el candidato del frente UNA, aliado con el cordobés De la Sota, mostró el perfil más duro en la lucha que proponía contra la droga, mientras que Mauricio Macri, de Cambiemos, se sumaba a la propuesta de combate de ese flagelo, pero no llegó a proponer, como el exintendente tigrense, usar a las Fuerzas Armadas para enfrentar a las bandas de narcotraficantes. Fernández, candidato a la gobernación bonaerense, defendía, en tanto, otro perfil y reclamaba no penalizar el consumo sino poner el eje en tratar los casos de adicciones como una enfermedad, un aspecto que desde la otra vereda parecía no ser tan tenido en cuenta. La posición extrema de Massa de llevar tropas militares a las villas y clausurar las fronteras despertó críticas desde lo legal –la legislación vigente impide que las fuerzas de defensa puedan intervenir en acciones interiores, que deben estar a cargo de fuerzas de seguridad como la Policía y la Gendarmería–, pero también reflotó los antecedentes de otros países, donde ese recurso no hizo sino agravar la situación. Sobre todo por el poder corruptor que muestra el dinero que produce el negocio de las drogas.
El propio Saín, director de la flamante Escuela Nacional de Inteligencia, salió al cruce de esas propuestas. Señaló que el candidato responde a directivas de la embajada estadounidense, el país que promueve desde hace por lo menos cuatro décadas la guerra al narcotráfico. Así, en un reportaje publicado por Tiempo Argentino, reconoció que no hay una gran ciudad donde no haya una red criminal dedicada al tráfico y la distribución de algún tipo de droga «con la particularidad de que (las redes) son regenteadas por el propio Estado, porque son reguladas policialmente».
El exjuez y exministro de Seguridad bonaerense, León Arslanian, recordó a su vez que una semanas atrás un grupo de académicos, dirigentes sociales y políticos y organizaciones no gubernamentales presentaron un Documento de convergencia en que destacan que «las drogas son un síntoma de algo mucho más hondo y su eventual superación requiere afrontar dilemas y retos estructurales que lo nutren y multiplican». Y agregan que «la intervención de las Fuerzas Armadas agravaría las consecuencias, en términos de violencia y abusos (…) que se observan en otros países de América Latina».

Guerra perdida 
En 2013 la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, que integran los expresidentes César Gaviria, de Colombia; Fernando Henrique Cardoso, de Brasil, y Ernesto Zedillo, de México, entre otros, llegó a la conclusión de que es necesario buscar otras soluciones para el problema de la droga y el narcotráfico porque «la guerra contra las drogas»  fue una «guerra perdida» que acarreó costos incalculables.
El presidente mexicano Enrique Peña Nieto reconoció este hecho cuando aseveró que «los escasos resultados obtenidos en décadas obligan a un cambio de paradigma». El mandatario, del PRI, sucedió en el cargo a Felipe Calderón, del PAN, que al llegar al Palacio de los Pinos, en 2006, había desatado una guerra sin cuartel recurriendo al Ejército. El resultado no puede ser más aleccionador: en ese lapso la tasa de homicidios aumentó un 300%, se registraron unos 60.000 muertos y más de 26.000 desaparecidos. El caso de los estudiantes de Ayoztinapa, hace un año, es el más dramático: los chicos quedaron en medio de una disputa entre bandas narcotraficantes del estado de Guerrero y en su desaparición están implicados policías, militares y hasta el alcalde de la localidad de Iguala, José Luis Abarca, del PRD, el partido de la izquierda que había formado Cuauhtémoc Cárdenas y del que luego se abrió, antes de que esta trama siniestra saliera a la luz.


Revista Acción
Octubre 15 de 2015



viernes

México y las flores del mal



Hace un par de años, en una charla en el Instituto Argentino de Estudios Geopolíticos (IADEG), Leopoldo González Aguayo, cientista político y docente en el Centro de Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de México, contaba la añeja relación de las fuerzas militares y la dirigencia política de su país con el comercio de droga. Específicamente, ironizaba, en un país que aún lamenta estar tan lejos de Dios como cerca de la principal potencia global, "eso también se lo debemos a los Estados Unidos".
La explicación no tiene desperdicio. Cuando el gobierno de Franklin Delano Roosevelt –que había hecho del aislacionismo en la segunda guerra una bandera, percibió que le iba a resultar imposible mantenerse al margen– evaluó medidas para volver a los campos de batalla. En toda guerra es imprescindible contar con tecnología y una industria poderosa detrás. Pero entonces también se precisaba suficiente y segura provisión de morfina para aliviar los dolores de los soldados heridos o mutilados en combate.
Fue entonces que, recordaba González Aguayo, "Washington le pidió al gobierno mexicano el abastecimiento de la droga, lo que nuestra dirigencia cumplió con esmero, al igual que el Ejército mexicano. Fue así que se estimuló el cultivo masivo de amapolas en el país, esencialmente para producir opio en cantidades industriales." De ese modo se abandonaron cultivos de frutales, legumbres y hortalizas por uno más rentable.
Hay académicos que rechazan esta versión de la historia porque no han encontrado documentación que la verifique. Lo que no es de extrañar ya que se trató de acuerdos secretos. Revelarlos antes hubiese implicado reconocer que EE UU planeaba entrar en guerra. Reconocerlos después, su rol en el desarrollo de un negocio ominoso que cuesta miles de vidas de la forma más violenta y que incluso subyace entre las causas más profundas en la desaparición de los 43 estudiantes del Colegio de Ayotzinapa, un caso que arrastra a la dirigencia política mexicana en pleno a una crisis que bien pudiera ser terminal.
¿Por qué se habría impuesto el proyecto de adormideras el sur del Río Bravo? La primera razón es que las tradicionales regiones asiáticas –el triángulo dorado de Birmania, Laos y Tailandia– habían sido invadidas por Japón. Los "negacionistas" de aquel espaldarazo a una verdadera fiebre por el cultivo de amapolas –de cuyo bulbo se extrae no solo la morfina y la heroína– sostienen que las zonas elegidas en México no son mejores que otras dentro de Estados Unidos.
Sucede que Washington necesitaba garantizarse, además de la morfina, fronteras seguras. En la primera guerra Alemania propuso ayudar al México de la Revolución a recuperar el territorio que le habían birlado medio siglo antes abriendo un frente en el sur estadounidense.
El caso es que abruptamente quedaron miles de hectáreas aptas y productivas sin mercado legal. Ahí es donde comenzaron a tallar las virtudes empresariales de los sectores más dinámicos de otro triángulo dorado, el de Sinaloa, Durango y Chihuahua. "Constituye lo más granado de nuestro emprendedor y exitoso empresariado", ironizaba González Aguayo.
Para esos años, las principales drogas eran la marihuana y posteriormente la cocaína. México era productor de la primera y Colombia se fue haciendo fuerte en nuevas cepas de coca desarrolladas especialmente para cultivarse en la selva. En poco tiempo, los carteles colombianos se convirtieron en verdaderas multinacionales que vendían una cocaína de primera en los principales mercados del mundo. Estados Unidos en primerísimo lugar, y luego Europa. Para ello contaron con la ayuda inestimable de la CIA y la DEA, de fundación más reciente, para cuando el control de drogas se había convertido en una estrategia destinada a la ocupación, con Richard Nixon. Conviene no olvidar el papel de estos organismos en los '80 en la financiación de los Contras en Nicaragua por medio de negocios ilícitos, como la venta de armas a Irán y la comercialización y el peaje para el tráfico de drogas hacia el país del norte, como reveló oportunamente el periodista Carl Bernstein, uno de los investigadores del escándalo de Watergate.
Tras el homicidio de Pablo Escobar Gaviria y el desmembramiento de los cárteles colombianos, comenzaron a destacar los mexicanos, que ingresan la mercadería producida en Colombia o incluso en Perú por la frontera. El 90% de la cocaína que sale de Colombia, atraviesa América Central y sigue ese camino. Pero también venden producción propia: marihuana, heroína y compuestos de diseño, como la metanfetamina. Se supone que el 70% del tráfico de drogas ilegales que entran en Estados Unidos lo hace desde las zonas calientes de Chihuahua, Sonora o Tamaulipas.
Fue así que prosperaron los carteles de Sinaloa, Michoacán, y se hicieron famosos personajes como el Chapo Guzmán y los hermanos Beltrán Leyva. Precisamente un desprendimiento de esta última organización criminal, Guerreros Unidos, mantiene una vieja disputa con los Rojos por el control del negocio en el estado de Guerrero.
Según cifras que recopiló el periodista Gustavo Castillo García en el diario La Jornada: "En Guerrero se produce más de 60% de la amapola y goma de opio de México. Estadísticas de la Organización de Naciones Unidas refieren que en el país, desde 2008, se duplicó el número de hectáreas de este cultivo ilícito, al pasar de 6900 hectáreas a 15 mil, y aumentar la producción de 150 toneladas a más de 325."
En Guerrero permanece sosteniendo su historia de luchas populares, el Colegio Normal Rural de Ayotzinapa. Es uno de las tantas escuelas fundadas en los años 20 para alfabetizar a los campesinos: ese instituto forma maestros rurales con conciencia de su papel en la sociedad. Allí se formaron Lucio Cabañas Barrientos y Genaro Vázquez Rojas, miembros luego del grupo Partido de los Pobres en la década del sesenta, ambos tempranamente muertos.
Con estos antecedentes, los distintos gobiernos estaduales o nacionales no vieron conveniente cerrar la escuela, pero en concreto la asfixian financieramente. Es así que los reclamos estudiantiles son moneda corriente entre el distrito de Tixtla y en Chilpancingo, la capital de Guerrero. El 12 de diciembre de 2011 en una de esas manifestaciones la policía reprimió mató a dos de alumnos.
El 26 de septiembre pasado, un grupo de muchachos iban a Iguala también con ánimo de reclamo. Las circunstancias posteriores van saliendo a la luz de a poco. El alcalde José Luis Abarca Velázquez tenía vinculaciones con Guerreros Unidos a través de su esposa. Al parecer, no quería protestas en su municipio, Iguala, y pidió impedir la posible manifestación. Los chicos habían tomado tres ómnibus para trasladarse y fueron detenidos por agentes policiales, quienes los habrían entregado a sicarios del cartel. Al día de hoy 43 siguen desaparecidos y según la fiscalía general de México, fueron asesinados y quemados hasta la disolución en polvo en los fondos de un basural, porque los Guerreros los creyeron miembros de los Rojos.
Los padres de los jóvenes solo confían en el Equipo Argentino de Antropología Forense para identificar los restos hallados. Pero la crisis política arrastra a toda la dirigencia: al PRI en el gobierno central, porque demoró una investigación seria; al PRD, el partido de izquierda fundado por Cuauhtémoc Cárdenas que era la esperanza de cambio, porque tanto el gobernador de Guerrero como el alcalde ganaron con el apoyo de esa agrupación. Las policías, porque se reveló que hasta sus salario suelen ser pagados por los narcos. El Ejército esta vez estuvo casi al margen. Buena la habían llevado en el período del Felipe Calderón en el gobierno, cuando las acciones militares no hicieron más que incrementa a límites demenciales el número y la violencia de las respuestas criminales. Por eso también calla el PAN.
Desde La Habana, los negociadores de paz de las FARC recordaron que Colombia también "ha estado sometida a estas prácticas de intolerancia y barbarie, impuestas por concepciones de defensa diseñadas por la estrategia dominadora de los Estados Unidos".
Las cifras globales no desmienten al grupo guerrillero más viejo de América Latina. Los principales productores de droga del mundo son Colombia, México y Afganistán. Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), el negocio representa cerca del 1,5% del PBI mundial, unos 683 mil millones de dólares en 2013, y el 7% de las exportaciones mundiales.
Cómo será que hace un mes la oficina estadística de la Unión Europea, Eurostat, reveló que el PBI de los 28 países de la comunidad es un 2,3% más grande si se le suman los beneficios de la prostitución y del tráfico de drogas. La ONU también alerta que en 2014 las hectáreas cultivadas con amapola en Afganistán crecieron un 7% y que la producción de opio aumentó un 17 por ciento.
Conviene recordar que Estados Unidos mantiene desde 1999 el Plan Colombia, con un enorme despliegue de bases y de militares para supuestamente combatir el narcotráfico. El Plan Mérida, en México, cumple funciones similares desde 2008. Afganistán fue invadido por tropas estadounidenses y de la OTAN en 2001. 

Tiempo Argentino
Noviembre 14 de 2014

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