La asunción de Máxima Zorreguieta al trono de Holanda reaviva un debate
que de este lado del mundo suena extemporáneo, el de la monarquía. Es
que en un tiempo signado por una crisis sin final, sobre todo en Europa,
la realeza aparece fuertemente cuestionada en los países donde aún
persisten testas coronadas.
Como se repitió hasta el hartazgo en los medios conservadores, que
celebraron a la primera reina nacida en estas tierras con una mezcla de
nacionalismo chabacano y orgullo tilingo, Máxima será la reina consorte
de Guillermo de Orange-Nassau, luego de la abdicación de la reina
Beatriz, que cumplió 75 años.
No es la primera vez que un monarca «renuncia» en la historia de
los Países Bajos, pero esta vez sorprendió incluso a la casa reinante en
España, que salió a aclarar que no veía la necesidad de que Juan Carlos
de Borbón debiera abdicar a favor del príncipe Felipe. El rey español,
que también cumplió 75 años, tiene sobradas razones para dar un paso al
costado, luego de los últimos escándalos que envuelven no sólo a su
figura –matanza de elefantes y amante alemana– sino a toda la familia
real a raíz de la investigación en el llamado «caso Urdangarín», el
yerno real acusado de corrupción junto con el secretario de su esposa,
la infanta Cristina.
Los británicos también suelen cuestionarse de tanto en tanto la
continuidad de una tradición real envuelta en escándalos con relativa
regularidad. Ni siquiera los Orange-Nassau están al margen de
controversias; de hecho, el padre de Guillermo, el aristócrata germano
Nicolás de Amsberg, fue miembro de las Juventudes Hitlerianas y de la
Wehrmacht, lo que en su momento generó olas de indignación en la
población holandesa, que fue víctima del nazismo en la Segunda Guerra
Mundial. Como se sabe, Máxima es hija de un alto funcionario de la
dictadura argentina que no asistió al casamiento de su hija a pedido del
gobierno holandés de entonces. Tampoco viajará a la coronación.
Revista Acción
Febrero 15 de 2013
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