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Un bloque a la medida de Washington

Cuando en abril de 2011, poco antes de entregar el gobierno, Alan García logró cristalizar la Alianza del Pacífico (AP), muchos creyeron ver en esta iniciativa del peruano una zancadilla a su sucesor, Ollanta Humala. Porque el bloque que nacía, conformado por Chile, Perú, Colombia y México, nacía de la unión de gobiernos teñidos de una notoria impronta neoliberal. Andando el tiempo, la AP se dio el gusto en la última Cumbre Iberoamericana de Cádiz –escuálida por la ausencia de tres mandatarios del Mercosur como Cristina Fernández, José Mujica y Hugo Chávez, pero también por la suspensión de Paraguay tras el golpe contra Fernando Lugo– de mostrar sus credenciales al mundo y de incluir, como miembro observador, precisamente a España, que ante la crisis terminal de su modelo económico busca alternativas hasta debajo de las piedras y ahora mira de otro modo a América Latina.
De este modo, la AP fue la cara visible de un modelo de integración regional, en detrimento del Mercosur, que sólo mantuvo presencia con la brasileña Dilma Rousseff, tratada con algodones por los españoles porque, de paso, y a sabiendas del rol que Brasil está alcanzando entre las potencias económicas, también le podría servir para superar su encerrona.
Estos actos protocolares desnudaron, así, una crisis subterránea en la región que hasta no hace mucho se jactaba de haber construido, más allá de las diferencias, un organismo como Unasur que podría cobijar todas las tendencias de los países sudamericanos hacia un destino común, que no podría ser otro, se suponía, que sumarse a la sociedad comercial representada por Mercosur.
Pero sucede que el mercado común nacido en Asunción en 1991 representa una visión del mundo relacionada con un parque industrial bastante desarrollado pero fundamentalmente una producción agropecuaria de gran importancia para el mundo.


Dos miradas
La dificultad para juntar los dos océanos, como sugieren conocedores del tema, entre ellos, el argentino Alberto Sosa, miembro del Instituto Argentino de Geopolítica (IADEG), se basa en que el eje del Pacífico tiene una mayor producción de minerales y se ubica como punto clave en el área de mayor crecimiento de las últimas décadas y es llamado a convertirse en el centro económico mundial para el resto del siglo. O sea que hay dos miradas diferentes sobre cómo insertarse en los mercados internacionales.
De hecho, la AP representa a países que tienen tratados de libre comercio entre ellos, con Estados Unidos y también con la mayoría de las naciones del mundo. Chile es el caso más paradigmático, pero México y Colombia no le van en zaga. De allí la posibilidad más concreta de avanzar hacia otras políticas de integración, como la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas.
Más puntualmente, Chile y Colombia son fuertes en los servicios y energía, México es un importante centro regional de producción con acceso directo a la economía mas grande del mundo, y Perú ostenta niveles récord de crecimiento económico y alto nivel de producción de materias primas.
Los números fríos dicen que los 4 países tienen 205 millones de habitantes, reúnen el 35% del PBI de Latinoamérica y exportan más de la mitad de bienes de toda la región. Si se lo computara como un solo país, representaría la novena economía del planeta, con pautas similares en cuanto al rol que debe tener el Estado. Por otro lado, para integrar la AP se requiere la plena vigencia del Estado de derecho, de la democracia y del orden constitucional.
Porque todos sostienen a rajatabla una economía de libre mercado y un sistema de multipartidismo que, por ejemplo, llevó a que esos países morigeraran el castigo de Unasur a la dirigencia paraguaya por el golpe contra Lugo como así también a mantener en el último encuentro de ministros de Defensa continentales en Punta del Este las posiciones más cercanas a lo que pretende el Pentágono para su patio trasero.
No por nada la mitad de los miembros del grupo tienen una fuerte injerencia de tropas de EE.UU. en planes armados con la excusa del combate al narcotráfico, como el plan Colombia y el plan Mérida. O sea, son territorio de libre tránsito también para uniformados con la bandera de las barras y estrellas en el brazo izquierdo. Y el Paraguay de hoy no está demasiado alejado de esa «amistad» con los uniformados estadounidenses.

Cabeza de puente

A diferencia de lo que ocurría en el mundo hispanohablante en la edad de oro del Consenso de Washington, Piñera dijo que «hoy día América Latina puede ser una plataforma para proyectarse al mundo del Asia Pacífico». Y luego se ofreció como puente para el mercado español hacia los países asiáticos.
Es que el bloque se propone firmar un tratado de libre comercio con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), una alianza de 10 países de «la otra orilla» entre los que se cuentan Indonesia, Tailandia, Vietnam y Singapur.
En Cádiz, todo un símbolo, Piñera, el peruano Humala, el colombiano Juan Manuel Santos y el mexicano Felipe Calderón firmaron una declaración conjunta en la que aseguran, entre otras cosas, que durante el 2013 reducirán los aranceles internos en un 90% y que ya no habrá que tener visa para que los ciudadanos viajen de un país a otro.
«Nuestra meta es lograr que a comienzos del próximo año más del 90% de los bienes puedan circular libremente sin ningún arancel entre nuestros países», abundó Piñera.
La cita sirvió también para dar la bienvenida oficial a 5 países que se incorporaron como observadores: España, Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Uruguay. Costa Rica y Panamá continúan con su estatus inicial de candidatos a miembros plenos en cualquier momento.
Mientras tanto, de este lado de los Andes, todavía resuenan los ecos de la renuncia de Samuel Pinheiro Guimarães, alto representante del Mercosur, que pegó un portazo antes de la cumbre de Mendoza donde se formalizó la suspensión de Paraguay y el ingreso de Venezuela. El brasileño alegó entonces falta de apoyo para sus proyectos de integración que denominó «Mercosur x 9», que incluían, entre otras cosas, la convocatoria a Bolivia, Ecuador, Guyana y Surinam.
Guimarães, un diplomático de carrera en Itamaraty con un bagaje de experiencia y vocación integradora que lo ubica como uno de los propulsores de Mercosur desde sus orígenes, percibía que el eje Argentina-Brasil estaba perdiendo la partida en el armado de la unidad regional tras la muerte de Néstor Kirchner y el recambio de Lula da Silva por Dilma Rousseff en Brasil. Pero por lo que se ve, su sonoro alejamiento no logró despabilar a la «alianza atlántica» sudamericana.


El neogolpismo
Guimarães denunció luego ante la prensa (ver recuadro) el «neogolpismo» en Sudamérica, «impulsado por las clases tradicionales hegemónicas que, ante la victoria (electoral) de candidatos progresistas, construyen una teoría según la cual (estos presidentes) fueron elegidos pero no gobiernan democráticamente, hacen políticas populistas, están en contra de la libertad de prensa».
Como para sopesar esto que se dice, conviene tomar en cuenta un artículo del vocero del «latinoamericanismo» proestadounidense afincado en Miami, Andrés Oppenheimer. El periodista nacido en Argentina describió en el Miami Herald a la Alianza del Pacífico como una muy auspiciosa entidad para la defensa del mercado libre y la democracia. «Los 4 miembros del nuevo bloque (…) tienen ante sí una oportunidad de oro. Sigo siendo respetuosamente escéptico sobre la Alianza del Pacífico, pero mucho menos que con respecto a los otros bloques comerciales y políticos que han surgido recientemente en la región, porque arranca con bases más concretas». Si él lo dice.


Revista Acción
Diciembre 1 de 2012

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