El gobierno chileno se apuró a calificar al hecho de vergonzoso y a
exigirle a la cúpula de los marinos una pronta explicación y castigo
por el contenido que trasuntaba la consigna –los medios lo tildaron de
xenófobo cuando en realidad debería llamárselo genocida– pero sobre todo
porque cae en un momento en que Chile se ve envuelto en una situación
explosiva en lo interior por un conflicto con la comunidad mapuche que
no tiene miras de disminuir y unas relaciones con sus vecinos,
principalmente Bolivia y Perú, que atraviesan coyunturas difíciles. En
ambos casos como consecuencia de viejas diferencias limítrofes que
tampoco son de fácil resolución.
Pero también está complicada la situación política del empresario
Sebastián Piñera, de fuertes vínculos incluso familiares con algunos de
los mayores exponentes del pinochetismo, como que su hermano José Manuel
fue ministro de Trabajo y Previsión Social del dictador y es
considerado el padre del sistema de jubilaciones privadas. A la caída
vertical de su imagen tras las masivas marchas estudiantiles en reclamo
de una sustancial modificación de un régimen educativo hijo de aquella
concepción neoliberal del mundo, se suma un escenario económico poco
alentador.
Las últimas cifras indican que el superávit comercial del país, una
de las claves del crecimiento desde aquellos funestos años, continúa en
baja y sin perspectivas de que las ventas puedan equiparar a las
importaciones en un corto plazo. La novedad es que el PBI de Perú, por
primera vez en décadas, supera al chileno, toda una afrenta en estos
tiempos. Para colmo, la ex presidenta Michelle Bachelet sigue cómoda al
frente de las encuestas para suceder al mandatario conservador y nadie
en su sector está en condiciones siquiera de opacar a la figura de la
socialista.
Hace unos días Santiago fue escenario de la Cumbre de la CELAC, esa
organización panamericana sin presencia de Estados Unidos y Canadá que
nuclea a todos los países sin distingos de pelambre ideológica. Allí
Piñera creyó oportuno resaltar esas diferencias, en un áspero discurso
con que le trasmitió la presidencia pro tempore al cubano Raúl Castro.
Un poco porque Piñera, que se doctoró en Harvard en aquellos
difíciles '70 (se cuenta que su primer día de clases fue justo el 11 de
septiembre de 1973, y que su profesor Kenneth Arrow, premio Nobel de
Economía, fue el que le dio la novedad) y otro poco porque la derecha
chilena, que pudo poner al fin a uno de los suyos en el Palacio de la
Moneda por las vías democráticas en 2010, no tiene otra que plegarse a
lo que resulta una política de Estado: navegar entre dos opciones. Por
un lado, mantiene las leyes esenciales que le dan estabilidad a la
economía al precio de mantener un status quo regresivo que los
estudiantes se encargaron de poner sobre el tapete. Porque los reclamos
que le estallaron a Piñera no difieren de los que durante 20 años la
Concertación, la alianza que agrupa al centro izquierda, tampoco
escuchó.
La otra pata de ese Estado represivo y para pocos que persiste en
el país trasandino es la ley antiterrorista con que suelen ser juzgados
miembros de la comunidad mapuche que en la Patagonia chilena reclaman
por sus tierras y sus derechos. Un grupo de ellos llegó a estar 87 días
en huelga de hambre sin que al gobierno se le moviera un pelo. El ataque
incendiario a una familia de agricultores cerca de Temuco acrecentó la
virulencia verbal contra la comunidad y hubo amenazas tanto entre
allegados al gobierno como a los colonos. Llegaron a hablar de la
existencia de grupos terroristas entrenados por las FARC, una denuncia
que no se sostiene con ningún hecho de la realidad pero sirve para
encender ánimos temerosos por el incremento del conflicto y la respuesta
oficial. De hecho, la zona está virtualmente militarizada para prevenir
enfrentamientos. El diario derechista El Mercurio señaló que además hay
reuniones semanales entre miembros de las fuerzas de seguridad y la
Agencia Nacional de Inteligencia (ANI) para estudiar la cuestión día a
día.
La bravuconada de los grumetes consiguió soliviantar a bolivianos y
peruanos. El reclamo de una salida al mar de Bolivia ya es histórico y
los escasos avances que hubo sobre todo desde que Evo Morales está en el
gobierno se redujeron aun más por la posición de la derecha chilena,
que no quiere oír hablar de ceder algo que considera de su soberanía,
aunque fue arrebatado en una contienda trinacional en 1879 que la
historia demuestra hasta el hartazgo que fue amañada por capitales
británicos ligados a la explotación del salitre y el guano.
La última novedad había sido una confusa declaración de Piñera en
que se entendía que Chile podía otorgar un trecho de su territorio sin
cesión de soberanía. Pero que de alguna manera violaba acuerdos con
Perú, que por esas cuestiones de las guerras a nombre de otro, en este
caso de empresas británicas de fines del siglo XIX, obligan a que
cualquier cambio fronterizo deba ser acordado por ambas partes. Sin
embargo, hay otra pastilla difícil de digerir para los peruanos, porque
aquellas palabras del chileno dejaban abierta la interpretación de que
parte de esa lonja de tierra para Bolivia podía terminar siendo dentro
de las actuales fronteras peruanas. Es que en La Haya, Santiago y Lima
intentan dirimir por las buenas un tramo de no mucho más de 37 mil
kilómetros cuadrados en el mar pero que podría arrastrar algo de
superficie terrestre.
Más allá de esos devaneos que mezclan maliciosamente el concepto
territorial con la idea de soberanía, pero que no se ocupa del bienestar
de los pueblos como objetivo primordial de las élites gobernantes, por
estos días mujeres aborígenes del Perú, Bolivia y Chile participarán del
Primer Parlamento Nacional de la Mujer Aymara 2013, que se llevará a
cabo en la ciudad peruana de Puno. Allí debatirán derechos de la mujer,
identidad cultural, educación intercultural, igualdad de oportunidades.
En el sur, se desarrollará un encuentro similar dentro de la
comunidad mapuche, que incluye nacidos en Chile y en Argentina. La
jornada cultural Wiño traule tuiñ –Volvemos a encontrarnos– busca
generar espacios de discusión y debate acerca de la identidad, la lucha y
proyección del pueblo mapuche a ambos lados de la cordillera.
Los militares chilenos, como se recuerda, apoyaron a los ingleses
cuando la insensata guerra emprendida por los dictadores argentinos para
la recuperación de las Islas Malvinas. Movida iniciada cuatro años
después de que las tropas de los dos países, que alguna vez
compartieron bandera para luchar por la independencia a las órdenes de
San Martín y O'Higgins, estuvieron a punto de enfrentarse por el fallo
sobre el canal de Beagle.
Entre Argentina y Chile, desde el retorno a la democracia de este
lado de los Andes, fueron limando asperezas y construyendo confianza.
Raúl Alfonsín había dado una muestra de racionalidad al someter a
referéndum el Tratado del Beagle. Carlos Menem se acercó más, cuando en
1990 la Concertación derrotó a Pinochet y cerró el último litigio, el de
la Laguna del Desierto. Ya con Néstor Kirchner en el poder, se puso en
marcha la Fuerza de Paz Conjunta Cruz del Sur, con militares de las dos
naciones, que además completan cursos de cooperación y perfeccionamiento
en las respectivas Escuelas de Guerra.
Resultaría impensable plantear un endurecimiento de relaciones por
un grupo de jóvenes incentivados por algún oficial con rémoras
pinochetistas en un mundo que ya cambió. Lo que termina de marcar esta
contradicción es un cartelito sobre una columna de iluminación en la
costanera de Viña del Mar al final de ese controvertido video. Allí se
invita a un espectáculo de tango en el Cien Club de esa ciudad chilena.
"Después de Argentina, respetando a Japón, somos el país con más
tradición tanguera. En pleno siglo XX, Valparaíso y Viña del Mar fueron
cuna de grandes orquestas y cultores del tango en general", explicó hace
un tiempo Raúl Carreño Varas, académico de la Universidad de Playa
Ancha, quien hizo su tesis de Magister en Arte sobre la música del Río
de la Plata.
Como suele decirse, para bailar tango y hacer la guerra se
necesitan dos. Sectores de la derecha chilena, como en los viejos
dancings, están cabeceando a ver si alguno acepta pelea. Adentro o
afuera del país.Tiempo Argentino
Febrero 8 de 2013
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