A veces una palabra
en el momento oportuno, más allá de la intención explícita, puede cambiar el
escenario político. Es lo que parece haber ocurrido el lunes por una simple
respuesta del secretario de Estado norteamericano John Kerry a un periodista
londinense, cuando casi terminaba una conferencia de prensa junto al ministro
de Relaciones Exteriores británico William Hague. Venía bélico el mensaje de
Kerry, que había hecho una gira para convencer a sus aliados de la necesidad de
cargarse en conjunto el ataque que ya el presidente Barack Obama había decidido
a Siria.
Pero cuando el
reportero, quizás con una dosis de inocencia, lanzó una pregunta casi de manual
–"¿Hay algo que Bashar al Assad pudiera hacer para evitar la intervención
militar?"– Kerry quedó arrinconado. No sería bien visto decir que no había
nada que pudiese hacer, porque quedaría como un obcecado militarista. Ensayó,
como pudo, una salida de compromiso: "Seguro que sí, podría entregar todas
y cada una de sus armas químicas a la comunidad internacional la semana próxima
–entregarlas todas y sin retraso–, pero no lo va a hacer y además no se puede
hacer." Tranquilo, se acomodó la corbata y fue al aeropuerto para, ya en
Washington, ultimar los detalles del discurso que Obama daría unas pocas horas
más tarde para persuadir, él, a los remisos congresales de la necesidad de que
le aprobaran la acción punitiva contra Al Assad.
Rápido como pocas
veces se lo vio al menos desde estas pampas, el gobierno ruso recogió el guante
y el canciller Sergei Lavrov anunció que estaban de acuerdo con la ¿propuesta?
de Kerry y aseguró que habían hablado con Al Assad de la conveniencia de dejar
las armas químicas bajo control internacional para su posterior destrucción. El
mandatario sirio, con prontitud semejante –no fuera cosa de que se le aguara el
festejo de su cumpleaños 48– se comprometió a someterse a la inspección
extranjera. Con lo cual se mataron más de dos pájaros de un tiro: se bajaban
tensiones antes de que en Estados Unidos hubiera también un recordatorio, el
del 11S, y se podía posponer la votación en el Congreso en momentos en que los
números a Obama no le cerraban. Al mismo tiempo, en el fárrago de novedades se
reconocía que Siria tenía armas químicas, cosa que hasta el momento estaba en
la nebulosa, y se dejaba flotando la idea de que el famoso ataque con gases
venenosos del 21 de agosto era perfectamente posible.
Cuando Kerry se bajó
del avión el aluvión ya era indetenible y, a regañadientes, aceptó que había que
dar una nueva oportunidad a la diplomacia. Rearmaron el discurso y Obama
enfrentó, el martes, las cámaras de televisión con un mensaje de poco más de un
cuarto de hora. Intentó ser duro y por momentos lo fue. Buscó también una dosis
de racionalidad. Reconoció, en sus palabras, que los estadounidenses están
hartos de guerra. También que la oposición siria es un manojo de impresentables
más peligrosos de lo que podría ser incluso un Al Assad desenfrenado. "Me
he resistido a los llamados a una acción militar porque no podemos resolver la
guerra civil de otra nación por medio de la fuerza, particularmente luego de
una década de conflicto armado en Irak y Afganistán", admitió el premio
Nobel de la Paz.
Hasta que le tocó
describir ese aciago día en que las imágenes de miles de personas presuntamente
asesinadas con gas sarín llenaron las pantallas de televisión de todo el mundo.
"Nadie rechaza que se utilizaron armas químicas en Siria. El mundo fue
testigo de miles de videos, fotografías tomadas con teléfonos celulares y
recuentos del ataque en los medios sociales; las organizaciones humanitarias
relataron historias de cómo los hospitales estaban llenos de personas con
síntomas de haber inhalado gases venenosos", se explayó luego como si ese
fuera el tipo de evidencias que servirían en un juicio.
Con esa misma
lógica, añadió luego que si Estados Unidos no actúa, "otros tiranos no
tendrán razón alguna para pensarlo dos veces antes de adquirir gases tóxicos y usarlos.
Con el tiempo, nuestras tropas se volverían a enfrentar a la posibilidad de la
guerra química en el campo de batalla y les podría ser más fácil a las
organizaciones terroristas obtener estas armas y usarlas para atacar a
poblaciones civiles". Un razonamiento que encaja perfectamente en el
imaginario estadounidense promedio de lo que es una acción de castigo: reprime
el uso de armas pero no combate al productor o al comerciante.
Luego subió la
apuesta para explicar que como "presidente de la democracia constitucional
más antigua del mundo", lo asiste "la autoridad para ordenar ataques
militares", algo a lo que afirmó haber renunciado –por esta vez–
"para llevar este debate al Congreso". Pero en un inusual análisis
político, reconoció: "Es cierto que algunos de los adversarios de Assad
son extremistas; pero Al Qaeda solamente se volverá más fuerte en una Siria más
caótica."
Ya definitivamente
en clave heroica, Obama dijo que había decidido aceptar las últimas
negociaciones abiertas tras las palabras de Kerry en Londres. Pero a pesar de
que alguien parece haberle pedido que Estados Unidos deje de ser el policía del
mundo, "cuando, con un esfuerzo modesto y con mínimo riesgo, podemos
evitar que los niños mueran envenenados con gases tóxicos, y por consiguiente,
hacer que nuestros propios hijos estén más seguros a largo plazo, creo que
debemos actuar. Eso es lo que hace diferente a los Estados Unidos. Eso es lo
que nos hace excepcionales. Con humildad, pero con determinación, no perdamos
de vista esa verdad esencial."
Como es usual,
terminó el mensaje con un "Que Dios bendiga a los Estados Unidos de
América". No habían pasado 24 horas cuando Putin, el otrora agente de la
KGB y luego de su sucesora, la FSB, le respondió mediante una carta al The New
York Times donde también hace gala de un descarnado arresto de sinceridad para
explicar su posición en torno del caso Siria.
Comienza Putin
recordando que si bien hubo una época de guerra fría entre ambos países,
"fuimos aliados una vez, y derrotamos a los nazis juntos. Las Naciones
Unidas se establecieron entonces para evitar que semejante devastación vuelva a
suceder". En un toque "multipolar" recuerda que "los
fundadores de las Naciones Unidas entendieron que las decisiones que afectan a
la guerra y la paz deben realizarse solamente por consenso", algo a lo que
Estados Unidos no se opuso. Luego abunda en que "el derecho a veto de los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad fue consagrado en la Carta de las
Naciones Unidas. La profunda sabiduría de este (derecho) ha apuntalado la
estabilidad de las relaciones internacionales desde hace décadas". O sea,
multilaterales pero sólo para los cinco con el privilegio del no.
Más adelante asume
que en Siria no abundan los "campeones de la democracia" y también él
recuerda el peligro de grupos terroristas en la oposición en el país árabe.
Pero insistió en que "la ley sigue siendo la ley, y debemos seguirla, nos
guste o no" y advierte que actuar por fuera del organismo con sede en
Nueva York "es inaceptable en virtud de la Carta de las Naciones Unidas y
constituiría un acto de agresión".
Las críticas contra
EE UU abundan en la polémica misiva del presidente ruso. Cataloga a la
principal potencia del planeta de alguien que "confía únicamente en la
fuerza bruta e improvisa coaliciones bajo el lema o estás con nosotros o contra
nosotros". Pero tal vez lo más sustancioso –y seguramente irritativo en el
país norteamericano– es el desacuerdo con el remate del discurso de Obama.
"Es extremadamente peligroso animar a la gente a verse como algo
excepcional, sea cual sea la motivación. Hay países grandes y países pequeños,
ricos y pobres, los que tienen una larga tradición democrática y aquellos que
todavía buscan su camino a la democracia. Sus políticas son diferentes,
también. Todos somos diferentes, pero cuando pedimos la bendición del Señor, no
debemos olvidar que Dios nos creó iguales."
Al mismo tiempo, el
Washington Post publicaba que la CIA comenzó a entregar armas a los rebeldes
sirios, tras meses de retraso. Los envíos incluyen armas de mano y municiones.
El Departamento de Estado, por su parte, hizo lo propio con vehículos y equipos
de comunicaciones y de asistencia médica.
Al cierre de este
artículo, el sitio Cost of War (el Costo de la Guerra) que ostenta un contador
segundo a segundo de los datos presupuestarios de EE UU, señalaba que desde
2001 en Afganistán se gastaron 657.778.230.650 dólares, en Irak 814.246.552.150
dólares desde el año 2003. Los contribuyentes estadounidenses pagan por su
sofisticado sistema de seguridad exterior más de 36 mil dólares cada hora. En
vidas, el precio era de 4883 soldados en Irak y 3272 en Afganistán. Los civiles
muertos sumaban 1.455.590 en Irak. No había números de Afganistán.
No hay guerras
gratuitas ni paseos "correctores" de tres días, como promete Obama. Y
el riesgo en vidas y haciendas puede ser incalculable.
Tiempo
Argentino
Setiembre 13 de
2013
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