La suspensión del
viaje oficial de Dilma Rousseff a Estados Unidos representa una muestra más de
las dificultades que atraviesa la potencia imperial para seguir sosteniendo sus
intereses omnipotentes en todo el planeta. A días de haber tenido que dar
marcha atrás al intento intervencionista de Barack Obama en Siria –y de haberse
tenido que digerir el brulote de Vladimir Putin de que dejen de creerse un país
excepcional–, el desplante de la presidenta brasileña sonó para muchos
analistas estadounidenses como una bofetada más en el ajado rostro del Premio
Nobel de la Paz 2009.
Cierto es que fue
una suspensión y no una anulación y que, además, fue tras un acuerdo negociado
entre ambas cancillerías para no dejar demasiado desairado a nadie. Brasil
exigía una disculpa estadounidense por el espionaje a la propia presidenta y a
la empresa petrolera estatal. Un procedimiento que el ex agente Edward Snowden
había revelado a un periodista británico residente en Río de Janeiro. Su
pareja, nativo carioca, tuvo que soportar humillaciones en el aeropuerto
londinense cuando volvía a su patria con documentación de Snowden para Glenn Greenwald,
el corresponsal del The Guardian que aparece en el centro de esta trama.
Dilma no podía pedir
menos que una retractación luego del escándalo que incluso en los medios de la
derecha brasileña –que son prácticamente todos– pusieron en el tapete con una
dosis de nacionalismo curiosamente exacerbado. Obama tampoco podía hacer otra
cosa que emitir un documento en el que reconocía que no es el mejor momento
para hacer ese encuentro, que había sido anunciado como central para su
política, una visita de Estado como no habría otra en la Casa Blanca en el año.
Pero de admitir culpas ni una palabra.
Los estadounidenses,
es cierto, se consideran un país con características excepcionales y en su
subconsciente no entra la frase "nos equivocamos". Mucho menos
"se nos fue la mano". Y eso que tanto el soldado Bradley Manning como
el propio Snowden pusieron el dedo en la llaga al gritar a los cuatro vientos
que si fueran tan excepcionales no podrían permitir los abusos de otra invasión
y de continuar espiando a la ciudadanía con la excusa de buscar terroristas.
Acotación al margen:
el método no es tan efectivo, habida cuenta de la matanza que protagonizó Araón
Alexis en la base de la marina más representativa de su poderío militar, a poco
más de una hora de caminata de la Casa Blanca. Como sea, a los norteamericanos
va a costarles muchas otras "bofetadas" como las de estas semanas
adecuarse a los nuevos vientos que soplan en el mundo. Esto no implica que la
caída del imperio americano está a la vuelta de la esquina pero sí que
actitudes como la que tomó Dilma, impensable tras una alianza del gigante
sudamericano con Washington que viene de la Segunda Guerra Mundial, se van a
profundizar de aquí en más.
Por lo pronto, el
gobierno de Dilma ya anunció planes para desarrollar una red de conexiones de
Internet que esquive a Estados Unidos, el centro por donde pasa la mayoría de
los cables en la actualidad. Como miembros del grupo BRICS, Brasil sabe que en
pocos años los líderes de los países emergentes sumarán 40% de la población
mundial y un PBI de 35 mil billones de dólares, el 25% mundial, mucho más que
Estados Unidos y Europa. Las autoridades no se engañan al entender que el
blanco del espionaje no era Brasil sino los BRICS. De hecho, Rusia y China
bloquearon la intervención en Siria como miembros permanentes del Consejo de
Seguridad y Moscú en especial planteó una jugada para que Bashar al Assad
entregue sus armas químicas y evitar así la salida bélica que ¿necesitaban?
Obama y el francés François Hollande.
Con los medios que
los países del grupo emergente tienen en la actualidad, se dice, en un año
podrían extender una Bricsnet aprovechando tecnología china y rusa con
desarrolladores informáticos indios, brasileños y hasta sudafricanos. Sería un
cable que iría de Vladivostok, en Rusia; pasando por Shantou, en China;
Chennai, en la India; Ciudad del Cabo, en Sudáfrica y cruzando el Atlántico,
directo a Fortaleza, en Brasil. Unos 34 mil kilómetros de fibra óptica de 12,8
terabytes de capacidad, con una virtud "excepcional": no tocaría las
costas estadounidenses.
Según datos que
recopila Tobías Rímoli en el sitio Rebelión, en Sudamérica hay "43.552.918
servidores, mientras que en EE UU existen más de 498 millones, dentro de los
que se incluyen los de Microsoft, Facebook, Twitter, Google, AOL, Yahoo!,
PalTalk, YouTube y Apple". Los cables por donde circula la información
cruzan territorio estadounidense. El dato clave es que el 80% del tráfico en la
web originada en Latinoamérica pasa por el gran país del norte, que aprovecha
la situación para justificar que espía dentro de su territorio y no afuera. Lo
que oculta es que lo hace con material que no se refiere a cuestiones internas
sino de otros países. Como si revisaran las cartas de un mensajero en vuelo que
no tuvo más remedio que hacer una escala técnica en Nueva York, por decir algo,
con el argumento de que el señor en cuestión estaba en Estados Unidos.
El ejemplo que pone
Rímoli es aún más significativo: "Un mail enviado entre dos ciudades
limítrofes de Brasil y Perú, por ejemplo entre Río Branco, capital de Acre, y
Puerto Maldonado, va hasta Brasilia, sale por Fortaleza en cable submarino,
ingresa a Estados Unidos por Miami, llega a California para descender por el
Pacífico hasta Lima y seguir viaje hasta Puerto Maldonado, a escasos 300
kilómetros de donde partió".
Hace unos días el
ministro de Defensa de Brasil, Celso Amorin, firmó con su par argentino Agustín
Rossi un documento en el que los dos países manifiestan la voluntad de luchar
juntos contra ataques cibernéticos. Un eufemismo para decir que estudian
medidas para evitar el espionaje estadounidense. A principios de agosto se
anunció que Unasur pondría en marcha la construcción de un anillo de fibra
óptica de 10 mil kilómetros alrededor de América del Sur gestionado por empresas
estatales de cada uno de los países. Oficialmente se dijo que era un modo de
"abaratar los costos operativos" de usar líneas que atraviesan EE UU.
Pero el objetivo central es disminuir la vulnerabilidad en caso de atentados y
resguardar el secreto de los datos oficiales. Se estima que en dos años ya
habrá algo sustancioso para mostrar en ese terreno.
El otro tema
espinoso en la relación de Brasil con Estados Unidos fue el espionaje a los
archivos de Petrobrás, una noticia que se dio a conocer semanas antes de la
licitación del yacimiento petrolífero Libra, uno de los mayores del mundo. La
vigilancia, según la publicación brasileña Itsoé, se hizo desde la isla de
Ascensión, el territorio británico de ultramar en el medio del océano
Atlántico, entre Recife y Luanda, la capital de Angola, donde hay una base
militar bajo jurisdicción de un comandante ubicado en Malvinas. Allí se
aprovisionaron buques británicos durante el conflicto bélico de 1982 con
Argentina. También allí hay una base perteneciente a Estados Unidos. Ascensión,
destaca el periódico, forma parte del sistema de espionaje global Echelon, del
cual además de EE UU. participan Gran Bretaña, Canadá, Nueva Zelanda y
Australia.
Esa red ya había
sido cuestionada en Europa a principios de este siglo por haber sacado
ilegalmente información del fabricante de aviones Airbus, que perdió entonces
una licitación por 6000 millones de dólares para venderle aeronaves a Arabia
Saudita. El contrato lo ganaron Boeing y McDonnell Douglas. Un lustro antes, el
grupo francés Thompson-CSF perdió un contrato por 1300 millones de dólares en
favor de la estadounidense Raytheon. También entonces la información había
salido de Echelon. Disputaban la provisión de un sistema de vigilancia
satelital para monitorear la destrucción de la selva, destinado el gobierno de
Brasil.
Desde Ascensión y
mediante equipamientos provistos precisamente por Raytheon, con capacidad para
captar 2 millones de comunicaciones simultáneas, se interceptan conversaciones
telefónicas, correos electrónicos y publicaciones de las redes sociales. El
punto de mira son Brasil, Argentina, Uruguay, Colombia y Venezuela.
Para agregar otro
ingrediente a la mezcla, Brasil tiene demorada la compra de 36 aviones de
combate por valor de unos 4500 millones de dólares desde los últimos años de
gobierno de Lula da Silva. El metalúrgico había casi arreglado con el francés
Nicolas Sarkozy los Rafale fabricados por la Dassault. Otro oferente es la
sueca Saab, que elabora los Greppen. El tercero en discordia es el F/A-18 Super
Hornet de Boeing, el preferido de los altos mandos brasileños.
Por ahora, Obama se
tuvo que quedar con las ganas de hablar de esa cuestión.
Tiempo Argentino
Setiembre 20 de 2013
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