En la misma semana hubo dos noticias auspiciosas para el proceso de
integración regional. La primera se produjo en Chile, donde la
socialista Michelle Bachelet, al frente de una alianza de partidos de
centroizquierda, obtuvo un contundente triunfo sobre Evelyn Matthei y
logró sacar a la derecha del gobierno, tras un interregno de cuatro
años. La segunda es que el Congreso paraguayo, finalmente, aprobó el
ingreso de Venezuela al Mercosur, con lo cual se destraba una situación
que mantenía en estado vegetativo al proyecto atlantista sudamericano.
Bachelet dio fuertes señales en su primera rueda de prensa ante
periodistas extranjeros. Habló en ese encuentro para propios y ajenos. A
los de "adentro", les dijo que ella iba a ser la que designara al
futuro gabinete. Fue en respuesta al ex presidente de la Democracia
Cristiana, Gutenberg Martínez, quien en uno de esos exabruptos
perfectamente calculados para generar debate, se adelantó a "sugerirle" a
la médica chilena –que, vale recordar, ya fue presidenta entre 2006 y
2010– que sería bueno evitar que los socios del Partido Comunista
obtengan algún ministerio en la futura administración. Los argumentos
son los de siempre entre los sectores de la derecha: que el PCCh tiene
rémoras antidemocráticas y que se los ve demasiado cerca del "régimen de
los Castro".
Pero en esa rueda de prensa la mandataria electa dio otra señal clara de
que, como ya lo hizo en su anterior gestión, apuesta por la integración
y no ve con malos ojos a sus vecinos del eje atlantista. Cosa de dar
pie a la interpretación de que se puede revivir otro ABC como el que
Perón-Ibañez-Vargas intentaron con poco éxito en los '50, pero ahora con
polleras y mejores perspectivas.
Bachelet no sólo fue la primera presidenta pro témpore de Unasur, sino
que fue una firme impulsora de la unidad regional. Y brindó un fuerte
mensaje institucional en 2009 cuando la intentona
separatista-destituyente de la media luna rica de Bolivia. Incluso apoyó
la investigación de la Masacre de Pando, lo que significó un definitivo
respaldo al gobierno democrático de Evo Morales y la desarticulación
definitiva de la derecha golpista en ese país.
Ahora, Bachelet recordó que la Alianza del Pacífico, que Chile integra
con Perú, Colombia y México, no estaba pensada para ser un eje de poder
que compitiera desde el neoliberalismo con el Mercosur. Pero también
subrayó que no sería fácil intentar que Chile se integrara a los socios
del otro lado de la Cordillera porque hay pactos –sobre todo de libre
comercio internacional– que impedirían ser algo más que "compañeros de
ruta" hacia la Patria Grande.
De todas maneras, no sólo desde la DC le quisieron marcar la cancha a la
chilena. También algunos sectores del empresariado salieron a decirle
que las promesas electorales pueden ser altas y nobles y lúcidas, pero
si las quiere llevar a la práctica la cosa no le va a resultar tan
fácil, por más votos que tenga detrás. Alguno, como el armador Sven von
Appen, llegó a decir sin ruborizarse que si las cosas no iban bien (o
sea, si por remover demasiado las aguas se producen olas) se podría
volver a necesitar de un Pinochet.
En Paraguay, mientras tanto, se dirimían los tramos finales para el
retorno de ese país al Mercosur. Cuando Federico Franco tomó el poder
interrumpiendo el gobierno democrático de Fernando Lugo, se encontró con
una respuesta inesperada, la suspensión de Paraguay de todos los
organismos regionales. Como reacción, pretendió hacer "pata ancha" con
ofrecimientos de acuerdos fuera de la región, y lanzó bravuconadas de un
toque nacionalista que buscaba argumentos en la historia del Paraguay.
Fue así que el Partido Liberal Radical Auténtico quiso comparar al
gobierno de facto con la gesta de José Gaspar de Francia o los López en
el siglo XIX. Pero a Franco no le daba la talla para tanto, ni mucho
menos el Brasil del PT, la Argentina del kirchnerismo o el Uruguay del
Frente Amplio se pueden comparar con la triple infamia de Pedro II de
Braganza, Bartolomé Mitre y Venancio Flores.
La aspiración de los dirigentes que más avanzaron en la integración
–Lula en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina y primero Tabaré Vázquez y
luego José Mujica en Uruguay– era potenciar al Mercosur con la
incorporación completa de más países. Además de Chile están en la gatera
Ecuador y Bolivia. Pero la piedra en el zapato era Venezuela.
Hugo Chávez tenía para ofrecer una ampliación hacia el norte, que pone a
Sudamérica mirando hacia el Caribe. Venezuela, ávida de alimentos –que
no produce– tiene energía para ofrecer, algo vital para el desarrollo de
algunos países. El único problemita era que para la retrógrada derecha
paraguaya, Chávez era un dictador y Venezuela un régimen filomarxista,
cruz diablo. Que además, intentaba cooptar a los paraguayos de la mano
de Lugo.
Por las reglamentaciones internas, la llegada de un nuevo integrante al
bloque tiene que ser refrendada por los congresos de todos y cada una de
las naciones miembro. El senado paraguayo demoró hasta al hartazgo los
pedidos de Lugo. Más aún, uno de los argumentos para derrocarlo fue que
había aceptado firmar sin consulta el Protocolo de Usuahia II, que
obliga a los integrantes de la Unasur a respetar el régimen democrático.
Junto con la suspensión de Paraguay –y como muestra de que no se iba a
tolerar otra interrupción constitucional en esta parte del mundo– los
demás miembros del Mercosur aceptaron el ingreso de Venezuela. Fue un
trámite administrativo que dejaba abiertas demasiadas heridas. Mientras
tanto, la dirigencia (el establishment) de Paraguay se dio cuenta
andando el tiempo de que fuera de la unidad regional nada puede ofrecer
el mundo ni a ese país ni al resto de sus vecinos, por más oportunidades
que parezca haber dando vueltas por allí. A veces la geografía manda y
la cuenca del Plata es una unidad territorial difícil de ignorar. El
asunto era cómo arreglar el entuerto generado por el golpe y la
ampliación del bloque.
Realizadas las elecciones presidenciales, las primeras en saludar al
empresario Horacio Cartes fueron la argentina Cristina Fernández y la
brasileña Dilma Rousseff. Y ambas dieron un mensaje claro y explícito:
queremos a Paraguay de vuelta con nosotros. Pero no a cualquier precio,
sino con Venezuela adentro. Con lo cual había que buscar un mecanismo
que salvara el orgullo nacional paraguayo luego de tantos conatos
agresivos que el PLRA utilizó para justificarse ante un electorado que
había elegido a su aliado Lugo como presidente y ahora presenciaba una
traición.
Cartes, obviamente, no es Francia ni los López precisamente. Pero
tampoco es Bachelet. Más bien uno lo podría acercar a Sebastián Piñera o
incluso a alguien más a la derecha. Las leyes represivas o las que hizo
aprobar para desguazar el Estado y privatizar todo lo que privatizable y
más no dejan lugar a muchas dudas. Tiene muchos otros defectos en su
historial, incluso, pero no el de comer vidrio. Por eso forzó a que los
colorados acepten levantar sanciones de "persona no grata" a Nicolás
Maduro, al que habían acusado de conspirar con los militares paraguayos
cuando era canciller de Chávez para que apoyaran a Lugo en el golpe de
2012. Era el paso previo a la aprobación del ingreso de Venezuela.
Ya no está presente el líder bolivariano, y Maduro consiguió una
victoria que lo consolida como su sucesor en las municipales del 8 de
diciembre. La derecha venezolana, amistosamente cercana del paraguayo,
tuvo que comenzar también un replanteo de sus estrategias para la lucha
política. No había mucho más para discutir en el Congreso de Asunción.
Por eso, primero el Senado, que era el más reacio, y luego Diputados,
aceptaron la incorporación de Venezuela al Mercosur, que es como decir
que Paraguay aceptaba volver al bloque regional.
Ahora los medios pueden titular que fue Paraguay el que concedió el
ingreso de la República Bolivariana al proyecto de integración nacido en
Asunción en los '90, o que es el bloque el que obligó a aceptar la
realidad que se fue alineando en este año y pico en la región. Lo mismo
da. Lo concreto es que se percibe un renacer al menos institucional del
Mercosur y nuevos aires para una integración que parecía haber perdido
cuerpo meses atrás.
Quizás Bachelet no pueda realizar todo lo que prometió y desea.
Seguramente Cartes es un empresario mañero que preferiría ganar más
amigos en Washington que en el sur del continente. Pero como dicen del
otro lado del Atlántico, lo que manda es la Real Politik. Un concepto
que tranquilamente puede traducirse como "es lo que hay". Y sobre esa
base habrá que seguir construyendo. ¿O alguien tiene otra opción mejor?
Tiempo Argentino
Diciembre 20 de 2013
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