Seymour Hersh tiene prestigio como periodista desde que en 1969 publicó
una investigación sobre la masacre cometida por tropas estadounidenses
en la aldea vietnamita de My Lai. Ganador de cuanto galardón existe en
Estados Unidos a una profesión que supo tener mejores tiempos en todo el
mundo –Pultizer, George Polk y George Orwell– "Sy" Hersh se destapó en
2004 con otro caso espeluznante: los vejámenes contra detenidos en la
prisión iraquí de Abu Ghraib. Hace unos días, de su pluma salió otra
denuncia que si bien tiene menos carnadura, no dejó de generar escozor
en la política norteamericana y especialmente en el gobierno de Barack
Obama.
Según Hersh –que como se percibe, es de los que de verdad tienen fuentes
recontrachequeadas– la Casa Blanca mintió en su versión sobre la muerte
de Osama bin Laden en mayo de 2011. La administración demócrata indicó
en su momento que había obtenido información sobre el líder de Al Qaeda
rastreando su servicio de mensajería y que al intentar detenerlo fue
baleado en un tiroteo con un comando de los Navy Seals, todo esto sin
conocimiento de las autoridades pakistaníes.
Hersh, en cambio, contó que el Pentágono ubicó a Bin Laden por los datos
que aportó un soplón del servicio de inteligencia de Pakistán y que los
espías de ese país guiaron a los Navy Seals hasta la habitación que
ocupaba el creador de Al Qaeda. "La historia de la Casa Blanca pudo
haber sido escrita por Lewis Carroll", reflexionaba Hersh, que ligó de
un plumazo la versión oficial con la inventiva del autor de Alicia
en el País de las Maravillas. De paso, le quitaba heroísmo a una acción
que, más allá de la legalidad y de la legitimidad de un crimen cometido
en una nación extranjera y sin juicio alguno, había reimpulsado la
imagen de Obama como de un presidente ejecutivo en el orden exterior a
meses de su reelección.
Como era de esperar, el gobierno salió a desmentir a Hersh. Y ayer
agregó otro punto sobre la cuestión que en principio desvía la atención
del planteo del periodista. Así fue que la Oficina del Director Nacional
de Inteligencia (ODNI) anunció la desclasificación de documentos
relacionados con el caso y corroboró es que efectivamente hubo un
soplón, Usman Khalid, un oficial del Ejército pakistaní que había vivido
por 35 años en Londres y murió en 2014. La otra cuestión sobre Bin
Laden es que se difundió la lista de los libros de su biblioteca y de
sus futuros objetivos terroristas. Los libros, justo es decir, valen la
pena puesto que van desde Noam Chomsky y Paul Kennedy hasta Bon
Woodward, uno de los que reveló el escándalo Watergate.
Es interesante constatar que en el mundo del marketing se suele decir
que Obama es uno de los mejores cultores de una técnica desarrollada en
los inicios de los '90, el storytelling. Una traducción pobre diría que
se trata de una narración de cuentos. Y tiene mucho de eso, pero no
solamente es eso. Como alerta el francés Christian Salmon, el
storytelling es una "máquina de fabricar historias y formatear las
mentes".
Según publicó el especialista colombiano David Gómez, contar historias
para vender un producto tiene varias ventajas: generan confianza, son
fáciles de recordar y de contar, brindan un contexto de datos pero por
sobre todas las cosas, apela al costado emocional de las personas
porque, dicho sea de paso, "todos amamos las historias".
El ejemplo que ponen los especialistas es el de Steve Jobs, el fallecido
creador de Apple que, cuando presentó la revolucionaria Macintosh, en
1984, no detalló en qué consistía sino que asoció su creación a la lucha
de seres de espíritu libre por romper con el Gran Hermano,
representado en la televisión unidireccional, mediante la metáfora del famoso libro
de Orwell.
En política hay coincidencia en que el mayor storyteller fue Ronald
Reagan, presidente de Estados Unidos entre 1981 y 1989. La imagen de
Reagan, un hombre que mostraba pocas luces, surgido de Hollywood, donde
había protagonizado películas menores como cowboy elemental, no lo
autorizada para ocupar el Salón Oval. Una de las peores críticas a un
film de 1942 fue que "había estado solo casualmente en contacto con su
personaje". Luego sería dirigente gremial de los actores y desde allí
delató a todos los que en Hollywood tenían inclinaciones de izquierda en
la época del macartismo. Como gobernador de California y luego
candidato a presidente solía cometer errores incluso de geografía y
tenía un lenguaje más bien escaso. Sin embargo, logró captar a
multitudes hacia un proyecto notoriamente retrógrado, como fue la
imposición a nivel mundial del neoliberalismo más descarnado, junto con
su socia británica Margaret Thatcher.
¿Cuál era el secreto del actor devenido en líder político? En la década
del '50 la General Electric lo contrató para presentador en un programa
de ficción en la recién nacida televisión que se hizo muy popular. Los
directivos de la multinacional le extendieron entonces el contrato para
hacer giras por todas las plantas de la firma. Debía dar hasta 14
discursos por día ante un público popular, lo que le granjeó una
experiencia inigualable para seducir audiencias con frases cortas,
contundentes y sobre todo sencillas. "Él era demócrata. Pero recorrió el
país en tren, leyó libros sobre economía e historia. En todos lados
donde fue, la gente le contaba historias de cómo el gobierno se
entrometía y lastimaba en sus negocios. Así se hizo republicano", señaló
hace unos días la revista británica The Economist al presentar la
última biografía sobre Reagan, del historiador Henry William Brands.
Otro de los biógrafos del actor-presidente, que murió con Alzheimer en
2004, es William F. Lewis, quien también hace hincapié en este aspecto
de Reagan para explicar el secreto de su éxito. "Reagan usó dos tipos de
historias. Era experto en anécdotas cortas, chistes y detalles que
ilustraban preceptos simples, porque las historias parecían verdaderas o
al menos verdaderas para la vida." Pero también el ex presidente
derechista –ligado al combate ilegal del sandinismo y al apoyo a feroces
dictaduras latinoamericanas pero también a la caída de la Unión
Soviética ayudado por el Papa Juan Pablo II– usó el mito para seducir al
electorado con la historia de un Estados Unidos como nación elegida con
base en la familia y el vecindario "conducido inevitablemente hacia
adelante por su heroico pueblo trabajador".
Salmon anota en su libro –que debe esta columna a la generosidad de
Jorge Mancinelli– una frase de los expertos en imagen política James
Carville, conocido en estas pampas por haber asesorado alguna vez a
Eduardo Duhalde, y Paul Begala: "Reagan ha sido el mayor narrador de la
historia política de los últimos 50 años, aunque la mayoría de las
historias que contaba eran simplemente falsas." Una de ellas narraba el
caso de una "reina bienestar" (queen welfare) que se había comprado un
Cadillac gracias a la demagogia económica del gobierno en contra de
todos los trabajadores asediados por impuestos. El discurso caló hondo.
El miércoles se conoció un Manual de Instrucciones del asesor del PRO
Jaime Duran Barba para los candidatos de la alianza Juntos por Córdoba.
Llamó la atención de los medios desprevenidos pero en realidad es una
vieja guía que Mauricio Macri viene siguiendo al pie de la letra
desde que se cruzó en la vida con el experto en marketing político
ecuatoriano. Dice el texto filtrado a la prensa que en el discurso de
campaña se debe "contar historias (con nombre, apellido y localidad) de
gente común que haya conocido durante la campaña. No importa hablar de
propuestas, importa emocionar a la gente que está escuchando, mostrar a
los candidatos humanos, cercanos. Reforzar la idea de cambio. Hablar de
la gente."
Es decir, el catálogo del storytelling que llevó al éxito a Reagan y sus
políticas que perjudicaron irremisiblemente a quienes lo votaron y no
sólo en el aspecto económico. Y que ahora, de la mano de otro
conservador británico, David Cameron, prometen profundizarse en Gran
Bretaña luego del triunfo del 7 de mayo. En Argentina, por
los ejemplos que mostraron sus pupilos del PRO, el eje pasa por la
seguridad y la historia de un Juan, esposo de una María amiga de un
Cacho. O algo así.
Tiempo Argentino
Mayoi 22 de 2015
Ilustró Sócrates
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