El suburbio de Saint Louis, de población mayoritariamente
negra pero con una policía mayoritariamente blanca, se levantó por el asesinato
de un chico de 18 años a manos de un agente policial.
“La nuestra es una nación de leyes: tanto para los
ciudadanos que viven bajo ellas como para los ciudadanos que las hacen cumplir,
(por eso digo) a la comunidad de Ferguson que está haciendo daño y buscando
respuestas, que debemos procurar un entendimiento en lugar de simplemente
gritar el uno contra el otro. Debemos curar en lugar de herir a los otros».
Parece la homilía de algún obispo compungido por el
levantamiento de la población negra de ese pequeño suburbio de Saint Louis,
Missouri, Estados Unidos. Pero no, es una de las primeras frases que pronunció
el presidente Barack Obama cuando interrumpió brevemente sus vacaciones en la
isla de Martha’s Vineyard, en Massachusetts. Suspendidas en parte para dar
algún tipo de respuesta a los incidentes generados por el asesinato de un
adolescente negro a manos de un policía blanco en un caso difícil de catalogar
de otra forma que no sea «gatillo fácil racial». Un descanso básicamente
interrumpido también para resolver cuestiones logísticas en torno de la nueva
incursión aérea estadounidense en Irak, pero que necesariamente debió enfocarse
en ese espinoso tema.
«Nunca se puede excusar la violencia contra la policía o
los que se ocultan tras esta tragedia para vandalizar o robar», abundó Obama.
El centro de las quejas radica en que, siendo el primer presidente
afroamericano en ocupar la Casa Blanca, poco hizo por limar las diferencias que
permanecen en la sociedad entre los WASP (blanco americano sajón protestante,
como se autodenomina la mayoría dirigente del país) y los afrodescendientes.
En tren de aquietar las aguas luego de varios días de
protestas, saqueos y detenciones masivas, el gobierno federal decidió enviar al
fiscal general, Eric Holder, también el primer afroamericano en ocupar un cargo
semejante. El gobernador del estado de Missouri, el demócrata Jay Nixon –sin
parentesco alguno con el protagonista del Watergate, el republicano Richard
Nixon– pidió la intervención de la Guardia Nacional, la milicia estatal
conformada por voluntarios que suele movilizarse en catástrofes naturales y
también para afrontar situaciones de desorden público.
Pero hay coincidencia en organismos de derechos civiles
acerca de que esto es más bien agregar combustible al incendio. Por si hiciera
falta, el fósforo para acelerar el estallido viene de la mano de grupos
supremacistas xenófobos de vieja data, como el Ku Klux Klan, que ya avisó que
está juntando dinero para solventar los gastos que demande la defensa del
policía implicado en el crimen.
Seis balazos
Ferguson es un distrito de la principal ciudad de
Missouri, con un 67% de población negra y un 29% de blancos, pero cuya policía
está integrada por 50 blancos y sólo tres negros. Las tensiones eran palpables
y si ahora salieron a la luz fue porque el pueblo se rebeló contra al asesinato
a mansalva de Michael Brown, de 18 años, cuando caminaba por una de las calles
del poblado, Canfield Drive, el 9 de agosto pasado el mediodía junto con un
amigo.
Según los datos más certeros, desde un patrullero el
agente Darren Wilson le exigió al dúo que caminaran por la vereda y no por el
pavimento. Una tontería irritativa en cualquier distrito del planeta con una
mínima circulación de autos como ese. Lo que sigue es difícil de reconstruir,
pero según una pericia encargada en forma particular por la madre de Brown,
Lesley McSpadden, el chico recibió seis disparos, todos de frente. Dos de ellos
fueron en la cabeza, de arriba hacia abajo, lo que indicaría que sea lo que
fuera que hubiera ocurrido, el muchacho estaba arrodillado frente al autor de los
disparos. Es decir, estaba literalmente entregado. Y para colmo, no tenía armas
en su poder.
Tras las primeras manifestaciones de indignación por las
calles de Ferguson, la revuelta comenzó a tomar peso en otras comunidades
estadounidenses. Recién cuando habló Obama y Jay Nixon pidió la Guardia
Nacional, la policía local aceptó dar el nombre del agente que había disparado.
Lo hizo con una pequeña trampa: difundió al mismo tiempo un video de un local
cercano donde presuntamente se demostraría que los adolescentes habían robado
cigarrillos. De ser cierto, se trataría de un delito menor, pero el agente
Wilson no tenía ese dato cuando interceptó a los muchachos, según atestigua un
vecino que colgó en Twitter el relato de la matanza.
Al cierre de esta edición, las autoridades aún no habían
difundido el resultado de la autopsia oficial al cuerpo de Brown. Y Holder
–autor por otro lado de un memo que justifica constitucionalmente el asesinato
selectivo de ciudadanos en cualquier parte del mundo, que se difundió a pedido
de una ONG de derechos civiles tras el homicidio en Irak de un estadounidense
que adhería a Al Qaeda, en 2011– dijo que comprometía al gobierno federal para
realizar una investigación independiente. Enseguida los sabuesos del FBI se
desplegaron sobre el terreno.
Mala imagen
El asesinato de Brown no hizo más que destapar las hondas
diferencias que se mantienen entre dos poblaciones íntimamente vinculadas desde
el nacimiento de la nación. Es que, como decía el actor Denzel Washington, los
negros fueron el único pueblo que fue a Estados Unidos para estar peor que en
sus países de origen. Fueron llevados a la fuerza para convertirse en esclavos
y acrecentar así la riqueza de los WASP. Según estudios de una entidad de
respeto como el Centro de Investigaciones PEW, con base en Washington, el 65%
de los negros del país acusa de excesos a la policía de Ferguson, mientras que
un tercio de los blancos dicen que actuó como corresponde.
Gallup, una encuestadora privada muy activa en cuestiones
de imagen política, señala a su vez que entre 2012 y 2014, el 64% de los
encuestados sin distinción de etnias tenían poca, muy poca o ninguna confianza
en la policía, en tanto el 58% de los blancos tenían mucha o muchísima
confianza en los uniformados. Un estudio previo, realizado entre 2009 y 2011,
revelaba que el 61% de los negros tenían poca o ninguna confianza en la
policía, mientras el 62% de los blancos tenía mucha confianza en las fuerzas de
vigilancia. Lo que implica decir que desde la gestión de Obama las cosas empeoraron.
Por un lado ocurre que desde las grandes revueltas de los
60, que llevaron la firma de la Ley de Derechos Civiles dictada por Lyndon
Johnson –precisamente el 2 de julio se cumplieron 50 años de ese
acontecimiento– se fueron registrando cambios demográficos profundos en muchos
lugares de Estados Unidos que ahora generan nuevas complicaciones, porque el
racismo sigue vigente, sólo que es políticamente incorrecto mencionar ese
detalle.
Ferguson es un ejemplo de estos cambios. Ubicada a unos
15 kilómetros del centro de Saint Louis, esta localidad que ahora tiene 21.000
habitantes era hasta hace medio siglo un poblado mayoritariamente blanco. Pero
luego de las leyes antisegregacionistas en las escuelas, hubo un éxodo hacia
otras regiones. Hacia el inicio de este siglo, los blancos dejaron de ser
mayoría y desde entonces la diferencia se acrecentó hasta los niveles actuales,
cuando representan un cuarto de la población total. Dice Joan Faus en un
artículo del diario español El Pais que «Saint Louis es la gran urbe de EEUU
que ha experimentado una mayor pérdida de población desde 1950, del 62%».
Elizabeth Kneebone, de la Brookings Institution, agregó a la agencia alemana
DPA que el desempleo en Ferguson pasó de menos del 5% en 2000 a más del 13% en
2012 y que además, uno de cada cuatro habitentes vive por debajo de la línea de
pobreza. En este contexto de una isla de dirigencia blanca en un mar de
población negra, no extraña que según datos oficiales del fiscal general de
Missouri, Bob McCulloch, la policía de Ferguson haya arrestado casi dos veces
más a conductores negros que a blancos en iguales circunstancias.
Principales víctimas
«Más afroestadounidenses y latinos que estadounidenses
blancos creen que la policía detiene sin causa, emplea fuerza excesiva y comete
abusos verbales», corroboró a la agencia The Associated Press Ronald Weitzer,
sociólogo especialista en cuestiones raciales. Los ejemplos que recuerda el
periodista Jesse Holland en ese despacho de la agencia son ilustrativos: en
1992 cuatro agentes de Los Angeles fueron absueltos tras el juicio por una
terrible golpiza a Rodney King que desató los más graves incidentes raciales en
décadas. En 1967 hubo un caso similar con una paliza al taxista John Smith en
Newark, Nueva Jersey. Seis uniformados fueron absueltos en Miami en 1980 a
pesar de haberse comprobado que mataron a palos al motociclista negro Arthur
McDuffie. La muerte en Cincinnati en 2001 de Timothy Thomas, de 19 años,
también quedó impune.
«Nos encaminamos hacia un período de creciente protesta
social», pronostica Lawrence Hamm, presidente de la Organización para el
Progreso del Pueblo (POP, por sus siglas en inglés), con sede en Newark, que
nuclea aproximadamente a 10.000 miembros en todo el país. Entrevistado por el
periodista Chris Hedges para el sitio Truthdig (algo así como «extraer la
verdad»), Hamm, que viene de aquellas luchas de hace 50 años y por lo tanto lo
ha visto todo o poco menos, es muy claro sobre lo que ocurre. «El péndulo se
balanceó demasiado hacia la derecha después del 11 de setiembre de 2001. El
miedo y la parálisis se apoderaron del país y crearon nuestro Estado policial
autoritario. Estamos superando ese miedo, la rebelión de Ferguson no fue
planeada, fue espontánea. La gente dijo “basta” y estalló de la única forma que
sabía. Vamos a tener otras rebeliones pero con los cambios demográficos serán
en lugares donde previamente hubo incidentes».
Pero Hamm dice más. El hombre, protagonista de mil
batallas, señala que «la policía es el instrumento de control social primario»,
pero que tras las rebeliones de los 60, Nixon –el presidente que debió
renunciar en 1974– se dio cuenta de que no resultaría suficiente y comenzó
entonces a responder con la Guardia Nacional y la policía estatal e incluso con
las Fuerzas Armadas. Recuerda Hamm que en 1967 Richard Nixon envió a la 82ª
División Aerotransportada para controlar un levantamiento en Detroit y que en 1999
tropas SWAT con pertrecho bélico de última generación intervinieron para
sofocar protestas en Orange, Nueva Jersey. La manifestación, de la que
participó el activista de los derechos civiles, se produjo contra la muerte en
una sesión de tortura de Earl Faison. Hamm cuenta que los reprimieron «y éramos
los manifestantes no violentos. Los verdaderos criminales –quienes mataron
Faison– estaban dentro de las filas de la policía».
Silencio
presidencial
En 2009, Obama se había corrido del protocolo de la Casa Blanca
cuando afirmó que la policía había actuado «estúpidamente» al arrestar a Henry
Louis Gates, un profesor negro de la Universidad de Harvard, en su propia casa
al confundirlo con un ladrón. Esa vez el incidente terminó con un par de
cervezas entre los protagonistas con el presidente.
En febrero de 2012 otro joven negro, Trayvon Martin, fue
asesinado por George Zimmerman, quien vigilaba un suburbio de Orlando, en
Florida, tras una serie de robos, lo que provocó protestas en toda Florida. En
ese momento Obama declaró que se sentía muy ligado con el caso porque el
muchacho le hacía acordar a él mismo 35 años antes.
Pero no abrió la boca en julio pasado, cuando George
Zimmerman fue declarado «no culpable» porque un jurado determinó que había
actuado en defensa propia ante un ataque –no probado– de Trayvon Martin. Salió
libre tres días después del homicidio de Michael Brown.
Revista Acción
Agosto 15 de 2014
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