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Brasil: la pelea por el modelo

Los candidatos opositores van dejando cada día más en claro lo que se juega en la campaña para las elecciones brasileñas de octubre: la continuidad no sólo de un modelo político y económico sino de la unidad regional. Así lo dejaron en claro los principales postulantes a la renovación de mandato de Dilma Rousseff, Aecio Neves y Eduardo Campos, quienes adelantaron que en caso de desplazar al partido de los Trabajadores (PT) luego de 12 años de gestión, dejarán de tener en sus oraciones al «eje Mercosur-Unasur» para inclinarse hacia conversaciones directas con Estados Unidos y la Alianza del Pacífico. Si no bastara con esto, deslizaron señales claras en un encuentro con la poderosa Confederación Nacional de la Industria donde endulzaron los oídos de las patronales con promesas de bajas de impuestos y de una mayor independencia del Banco Central.
El Brasil que encuentra esta renovación presidencial es bien diferente del que tomó el líder sindical Luiz Inazio Lula da Silva cuando ganó por primera vez, en 2002. Este Brasil se sienta en la mesa de las grandes discusiones, integra la selecta lista de los que suelen figurar en el podio en todos los foros y sueña con una banca en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. No es casual que a la final del Mundial de Fútbol hayan acudido los principales mandatarios internacionales y que algunos de ellos se hayan quedado para la Cumbre de los BRiCS, el clan de los mayores emergentes que tiene al país sudamericano como uno de sus pilares.
Pero si estos comicios hasta no hace tanto podrían haber sido considerados como un mero trámite para la reelección –así lo reflejaban las encuestas, que daban ganadora a Dilma en primera vuelta– la expectativa se fue empañando lentamente.  Las protestas por el aumento del boleto de transporte en San Pablo generaron las primeras movilizaciones masivas en décadas. A estas demandas se sumaron grupos que pusieron en las calles el debate, que no se había dado en otros estamentos  políticos, sobre los gastos de la realización de la máxima competencia futbolística. Más violentas que las anteriores y más extendidas en el país al punto que hicieron repensar la relación del partido creado por Lula en los 80 con los jóvenes de Brasil, esos que habían crecido al amparo de las políticas de inclusión que se desplegaron desde el Palacio del Planalto, la sede del gobierno federal en Brasilia, a la llegada del metalúrgico aquel primero de enero de 2003.
Pero cuando comenzó a «rodar la bola» en el Maracaná esos fuegos se fueron apagando. Ni el catastrófico resultado ante Alemania en semifinales alcanzó para que se repitieran. Lo que queda de ahora en más es campaña electoral hecha y derecha.

Cuestiones económicas
Luego del Mundial volvieron a la luz algunos problemas que el gobierno debe atender. Entre ellos la inflación y una baja en el crecimiento económico que preocupa al gobierno tanto como deja flancos abiertos para la oposición. Rousseff se entusiasma mostrando un dato: que Brasil figura entre una media docena de países del G20 –el otro foro que lo cuenta como protagonista– que más crecieron el año pasado, con un 2,3%. Los analistas del mercado que suelen aparecer en los grandes medios señalaron que el incremento de precios rondará el 6,4%, poco menos del  6,5% que se establece como límite para la meta anotada a inicios de año, que fue de un 4,5% más un 2% de tolerancia. «La cifra está en el techo de la meta. Vamos a quedarnos en ese techo», puntualizó la presidenta.
Pero la cuestión de la desaceleración de la economía venía siendo tema de inquietud desde fines del año pasado y no sólo fronteras adentro, puesto que una parte sustancial de la caída en la producción industrial argentina se explica por el declive en la economía brasileña, destino del grueso de las exportaciones automotrices, por ejemplo. Se supone que el PBI de Brasil de este año crecerá apenas 1%, lo que, contrastado con el índice de crecimiento demográfico, muestra una baja real en el ingreso promedio de la población.
Por supuesto que estos datos engolosinan a los gurúes comunicacionales de la oposición, pero mucho más tela le dieron para cortar a  una analista del Banco Santander brasileño, la que provocó la tirria tanto de Dilma como de Lula. Un informe elaborado por un departamento de la entidad de capitales españoles, que se envió a los clientes que cuentan con ingresos mensuales superiores a 4.500 dólares, afirma que si Dilma resulta electa en octubre, la situación se agravará y el país caerá en recesión.
En un envenado texto titulado Usted y su dinero, el banco de la familia Botin, que es el quinto de Brasil, el primero entre los extranjeros, y además obtiene el 20% de sus ingresos globales de los negocios que maneja en el gigante sudamericano, dice que son un grave problema «el bajo crecimiento, la inflación alta, el déficit en cuenta corriente y la inseguridad jurídica». Añade también que si el Bovespa, el indicador de la Bolsa de San Pablo tomado como referencia para los inversores, tuvo un alza en los últimos meses es sólo porque cayó la popularidad de las encuestas.
«Si la presidenta se estabiliza o vuelve a subir en las encuestas –alerta el informe– un escenario de recesión puede surgir. La moneda se volverá a desvalorizar, los intereses subirán de nuevo, el índice Bovespa caerá, dejando atrás las subas recientes. Este último escenario estaría de acuerdo con el deterioro de nuestros fundamentos macroeconómicos. En función de este panorama, converse con su gerente de Relacionamento Select para colocar sus inversiones de la manera más adecuada a su perfil».
Una evaluación semejante no podía recibir otra respuesta que la proporcionada por el gobierno. «Es lamentable lo que sucedió, es inadmisible, ningún país debe aceptar una intromisión de ninguna institución financiera de ningún nivel», retrucó la presidenta. «La ejecutiva que escribió el informe no entiende nada de Brasil ni del gobierno de Dilma Rousseff», sentenció Lula, para pedir luego que la despidieran. Rui Falcao, integrante del equipo de campaña del PT, fue más lejos y catalogó al fúnebre análisis como «terrorismo electoral».  El banco se limitó a pedir disculpas oficialmente y señalar que ignoraba el contenido de ese informe.

Liderazgo mundial
No es la única pelea que llevaba adelante Dilma Rousseff desde que Alemania obtuvo la última copa mundial de fútbol en tierras cariocas. Para entonces los ataques israelíes en la Franja de Gaza habían generado más de un millar de muertos en la población palestina y protestas por doquier. El gobierno de Brasil fue particularmente duro con la política belicista seguida por el derechista primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. «Lo que está ocurriendo en Gaza es peligroso. No creo que se le pueda llamar genocidio, pero estoy segura de que esto es una masacre. Se produce un uso desproporcionado de la fuerza», publicó el Folha de São Paulo, uno se los medios más influyentes de Brasil, citando a Dilma.
Ni lerdo ni perezoso, el vocero de la cancillería de Israel, Yigal Palmor, tildó a Brasil, ante los medios escritos en Tel Aviv, de ser un gran país pero un «enano diplomático». Más tarde, y frente a un micrófono radial, fue más agrio: «Dicen que es desproporcionada la respuesta contra Hamas. Desproporcionado es el 7 a 1 (del seleccionado brasileño contra Alemania en el Mundial)». A esta altura, Brasil había llamado en consulta a su embajador en Tel Aviv y forzaba una declaración del Mercosur contra la escalada militar en Oriente Medio en la cumbre que se desarrolló en Caracas.
No era la primera vez que Dilma mostraba los dientes ante un gobierno extranjero en una actitud propia de una potencia que quiere dar cuenta de su importancia. Ante las revelaciones del espía estadounidense Edward Snowden sobre el espionaje de la agencia NSA al gobierno brasileño y a la propia mandataria, Dilma Rousseff impulsó la creación de alternativas tecnológicas para la circulación de información por Internet.
Los países del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) estudian una conexión desde Fortaleza a Ciudad del Cabo que lleve hasta Vladiovostok el flujo de la red sin pasar por Estados Unidos. Al mismo tiempo, se acordó con la Unión Europea tender un cable de fibra óptica a Lisboa con el mismo objetivo. Ya se había plantado frente a Barack Obama al cancelar en octubre pasado una entrevista programada en la Casa Blanca. Un desplante que muestra no tanto un enojo personal como el rol que juega Brasil en este momento de la historia internacional. Un papel que el oficialismo busca mantener y profundizar, pero que desde la oposición intentan cuestionar animando las posibles ventajas de otras alianzas.

Los opositores

Según los últimos sondeos, Dilma Rousseff ganaría la primera vuelta con un margen considerable sobre su inmediato perseguidor, el senador del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) Aécio Neves. Pero todo indica que habrá un balotaje donde el PSDB se tiene confianza. El principal apoyo político de Neves –el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, quien gobernó entre 1995 y 2002– dijo en un reportaje a la revista Istoé que hace dos años «no creía en la posibilidad de una derrota electoral del gobierno», pero que las multitudinarias protestas previas al Mundial le fueron haciendo cambiar de idea. Para Cardoso, que le entregó la banda presidencial a Lula, las aspiraciones insatisfechas de los brasileños de mejoras en la educación, la seguridad y el transporte muestran «un malestar que se puede reflejar en las urnas». Claro que no lo recomienda como tema de campaña porque, evalúa, el electorado lo podría interpretar como un oportunismo político.
Neves fue gobernador del estado de Minas Gerais entre 2003 y el 2010 y asumió una banca en el Senado en 2011. La revista guía del establishment financiero internacional The Economist tiene en Neves a su preferido y resalta la «gestión de shock» que desarrolló cuando llegó a la gobernación, con recortes de gastos, impulso a los ingresos tributarios y «racionalización de las compras». Destacan que, por ejemplo, se bajó su salario en un 45%.
Aecio es nieto de Tancredo Neves, un socialdemócrata que llegó a ser primer ministro de João Goulart entre 1961 y 1962 y tras el golpe del 64 se unió a la oposición permitida del Movimiento Democrático Brasileño en aquel remedo de Congreso que sostuvo el andamiaje legal de la dictadura. En 1985 resultó elegido presidente en una fórmula con José Sarney, pero no llegó a asumir porque cayó gravemente enfermo y murió a poco de que su vicepresidente se calzara la banda presidencial. Sarney todavía ejerce, como presidente casi vitalicio del Senado, y es un fuerte aliado del PT en el Congreso.
El otro rival, que se ofrece, como para captar votos de centroizquierda, es Eduardo Campos, hijo del periodista y escritor Maximiano Campos y de la actual ministra del Tribunal de Cuentas, Ana Arraes. Campos es miembro del Partido Socialista Brasileño (PSB) y en 2004 ocupó el cargo de ministro de Ciencia y Tecnología en el primer mandato de  Lula. Era el más joven del gabinete –ahora tiene 48 años– y se jacta de haber elaborado la planificación estratégica y el programa espacial y nuclear de Brasil. Fue gobernador de Pernambuco en 2006 y en 2010 obtuvo  para la reelección un 80% de los votos, un verdadero récord. Lleva como compañera de fórmula a la ecologista Marina Silva, quien también acompañó a Lula en su primera gestión como ministra de Medio Ambiente, y alcanzó casi el 20% de votos en 2010.

Revista Acción
Agosto 1 de 2014

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