Paul Craig Roberts es un viejo conocido de esta columna. El hombre, que
ya pasa los 75 años, es un liberal de los que ya casi no quedan. Es
decir, es de derechas, pero cree firmemente en las libertades
individuales. Vale la pena leer las reflexiones de este republicano que
formó parte de la administración de Ronald Reagan como subsecretario del
Tesoro y algunos lo consideran como uno de los creadores de la
desregulación a ultranza de la economía, lo que se llamaría
"reaganomics". Porque allí despliega su recelo sobre la tendencia que
Estados Unidos mantiene en la última década, más precisamente desde los
atentados a las Torres Gemelas, de cercenar derechos que para los
"padres fundadores" de la nación eran sacrosantos. Sin dejar de ser un
anticomunista convencido por ello.
Por eso Roberts titula el más reciente artículo en su sitio web
http://www.paulcraigroberts.org/ como "Los leninistas en la Casa
Blanca", en referencia al líder de la revolución soviética Vladimir
Illich Lenin, quien instauró la dictadura del proletariado –mediante "el
uso ilimitado de la fuerza y sin regla alguna", considera– en la Rusia
zarista hace casi un siglo. Pero en el fondo no es sino una forma
irónica de dar cuenta de la realidad actual de este Estados Unidos que
Barack Obama gobierna desde 2009.
La última manifestación de este "leninismo", para Roberts, sería "el
anuncio de Washington de que no ha planeado coordinar los ataques de EE
UU al grupo yihadista en territorio sirio con el gobierno de Damasco:
Washington reconoce no tener limitaciones para el uso de la fuerza, y
que la soberanía de los países no le provoca inhibiciones". Y añade que
en Washington "la coerción ha suplantado las reglas de la ley".
Los ejemplos que anota el economista son conocidos para cualquiera que
lea lo que ocurre en el cercano Oriente con cierta asiduidad. La
invención del ahora llamado Estado Islámico (EI) es obra de Estados
Unidos, que armó a grupos extremistas islámicos para combatir contra el
gobierno de Bachar al Assad y ahora, según su interpretación, se le
dieron vuelta. A esta altura de Obama en el Salón Oval, es difícil creer
que se trata de errores en continuado como los que habrían cometido en
su momento sus antecesores cuando apoyaron a los talibanes contra los
soviéticos en Afganistán y luego tuvieron que elevar el cuco de Al Qaeda
a la categoría del mayor mal para la civilización occidental.
Ese es el mismo lugar que ahora ocupan los yihadistas de Siria e Irak,
en una jugada geopolítica que convierte en accesible a una región hasta
no hace tanto vedada a las aspiraciones intervencionistas del Pentágono
por la fuerte resistencia de Vladimir Putin a abandonar a su socio
estratégico. Pero que ahora encontró la excusa ideal en las brutalidades
que los extremistas muestran en los medios. Pero hay al menos tres
preguntas por hacerse: ¿antes no eran tan brutales?, ¿no será que fueron
entrenados para serlo?, ¿quién puede constatar fehacientemente qué tan
inhumanos son?
Cierto, hace unos días se reveló un video que exhibe de un modo
especialmente horroroso la decapitación del periodista estadounidense
James Foley. El gobierno de Al Assad salió a decir que Foley, que desde
2012 estaba en manos de los grupos islámicos que combatían inicialmente
en su contra, había sido asesinado el año pasado. El periodista era un
free lance, o sea que trabajaba por las suyas, aunque antes de ese
menester había colaborado con organizaciones no gubernamentales, entre
ellas Teach For América y la conocida USAID. Pero también había
colaborado con publicaciones militares.
Foley podría haber proporcionado al resto del mundo información de
primera mano sobre lo que ocurría en ese andurrial del mundo que ahora
preocupa a los líderes de Europa y de Estados Unidos. Su muerte podría
interpretarse entonces como una pérdida para tener buena información,
que es lo que no abunda en ninguna de las nuevas guerras imperiales.
¿Por qué creer a los informes oficiales, que hasta no hace tanto
hablaban loas de los "luchadores por la libertad" que peleaban por la
democracia conculcada por Al Assad y que repentinamente se convirtieron
en la encarnación del diablo?
En estas semanas, el pueblo de Ferguson se levantó contra un caso de
gatillo fácil racial de un policía blanco en contra de un chico de 18
años, Michael Brown. Luego de medio siglo de aplicación de las leyes
antidiscriminatorias y de la elección del primer presidente de origen
afro en Estados Unidos, no es mucho lo que se avanzó en ese tan sensible
tema. De hecho, en los años '60 Ferguson, un suburbio de Saint Louis,
Missouri, tenía más de un 70% de población negra. Pero ante el cambio de
paradigma, hubo emigraciones masivas para no compartir los mismos
colegios y establecimientos sanitarios. Ahora la proporción se invirtió
con el agregado de que ese casi 70% de negros debe convivir con policías
que en abrumadora mayoría son blancos.
Los negros en ese país pueblan las cárceles y resultan víctimas de más
procesos judiciales que cualquier blanco. Además, tienen menores
oportunidades de trabajo y cuando lo consiguen suelen ganar menos. Los
latinoamericanos se están convirtiendo en la minoría étnica más populosa
y padecen muchos de esos mismos problemas o más aún. Pero además,
suelen ser inmigrantes ilegales, con lo cual sus padecimientos se
incrementan.
El ya mencionado Roberts aporta datos espeluznantes sobre el
funcionamiento de la justicia estadounidense. Sólo el 4% de los casos de
delitos llegan a juicio, señala el economista. La razón es que el 96%
de los imputados prefiere negociar un arreglo con la fiscalía para no
llegar al estrado judicial. Lo que los convierte en los culpables
adecuados cuando su único delito es la portación de piel. "Una vez que
se le provee de un abogado, el acusado aprende que su letrado no tiene
la menor intención de defenderlo ante un jury. El abogado sabe que las
chances de que el tribunal lo encuentre inocente van de escasas a nulas.
Y los fiscales, con el consentimiento de los jueces, inducen a los
testigos a dar falso testimonio, tienen permitido pagar con dinero y
dejar caer pruebas contra los reales criminales y extravían evidencia
favorable al acusado." ¿Las razones? Hay una burocracia judicial que
necesita funcionar con rapidez y mostrar una eficiencia que tranquilice a
la población. La solución fiscal apura resultados –más allá de la
verdad verdadera– y al fin del día cada delito encuentra un culpable.
Por otro lado, los fiscales, que son cargos electivos, pueden ostentar
records que a la hora de los votos, "garpan".
La maquinaria legal tiene otra pata no menos siniestra: las cárceles
privadas, que necesitan estar llenas para ser rentables. Como será de
brutal ese sistema penal-judicial-empresarial que en febrero de 2009 dos
jueces de Pensilvania, Mark A. Ciavarella Jr. y Michael T. Conahan,
fueron encontrados culpables de haber recibido 2,6 millones de dólares
en sobornos para enviar a prisión casi 5000 niños que, en la mayoría de
los casos, reveló entonces la periodista Amy Goodman, nunca habían
tenido acceso a un abogado. "El caso ofrece una mirada extraordinaria a
la vergonzosa industria de las cárceles privadas que está floreciendo en
Estados Unidos", escribió entonces Goodman, conductora del programa
Democracy now!
David Stockman, otro ex miembro del gabinete Reagan, trajo a colación
días pasados en su sitio Contracorner que "hace exactamente un año,
Obama propuso darle una paliza a Al Assad porque supuestamente había
desencadenado un feroz ataque químico sobre sus propios ciudadanos".
Ahora, señala el ex director de la Oficina de Presupuesto de los
republicanos, "la Casa Blanca está amenazando nuevamente con bombardear
Siria, pero esta vez el objetivo de "cambio de régimen" se amplió e
incluye "a ambos lados", esto es, al gobierno y a los yihadistas. Días
pares uno, días impares otro, ironiza.
La maquinaria del horror necesita alimentarse de sangre. Y así como las
camas de una prisión deben estar ocupadas para hacer rentable al
negocio, la industria de la guerra no puede detenerse para que Estados
Unidos no caiga en la recesión.
Ese es el país excepcional con el que Obama intenta justificar las
intervenciones bélicas y las acciones judiciales. Y esas son las
instituciones por las que en la Argentina muchos dirigentes y medios de
comunicación suspiran embelesados.
Tiempo Argentino
Agosto 29 de 2014
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