Barack Obama apareció con una oferta razonable para terminar con las
incursiones bélicas de Estados Unidos en los rincones más alejados del
mundo. Empantanado en Afganistán y en Irak, el gobierno de George W.
Bush enfrentaba en sus horas póstumas de 2008 una grave crisis económica
que amenazaba la estabilidad del sistema financiero internacional.
Además, los sectores progresistas o simplemente liberales le imputaban
los ataques contra las garantías individuales a partir de las leyes
"patrióticas" dictadas tras el 11S.
El "Yes, we can" (Sí, podemos) fue todo un símbolo para una sociedad
que, hastiada de las gestiones republicanas y sobre todo de décadas de
neoliberalismo, soñó con un giro hacia aquellos ideales representados
por el partido demócrata desde el cuatro veces electo presidente
Franklin Roosevelt en adelante.
Pero luego de cinco años en la Casa Blanca, hay poco espacio para malos
entendidos. Obama es lo que mostró hasta ahora, más allá de que aparezca
incómodo dando la orden de volver a los bombardeos en Irak. A tres
meses de los cruciales comicios de medio término, ahora enfrenta en el
oficialismo a alguien que aspira a sucederlo y se quiere ofrecer como su
contracara: Hillary Clinton.
La ex primera dama y ex secretaria de Estado del propio Obama salió a la
palestra como precandidata para 2017 con un libro, Decisiones
difíciles, donde critica la política exterior del actual inquilino de la
Casa Blanca. Claro que, como se usa por estas costas, le cuestiona las
iniciativas que tomó desde que ella dejó el cargo, en febrero de 2013.
Así, en un reportaje a la revista The Atlantic le recrimina a su ex jefe
haber dejado un vacío en Siria "que fue llenado por los yihadistas".
Luego buscó despegarse del gobierno sumándose a la acidez que los
republicanos suelen dedicarle a Obama. La oposición ironiza que la toda
política del demócrata consiste en "no hacer idioteces", y Hillary
replica que "las grandes naciones necesitan principios rectores, y 'no
hacer idioteces' no es un principio rector".
Hay un economista y docente de la Universidad de Quebec, Rodrigue
Tremblay, autor entre otros libros de El nuevo imperio americano, que en
un texto que tituló "Las decisiones inspiradas por los neoconservadores
que gatillaron las mayores crisis de nuestro tiempo", anota algunos
puntos que pueden servir para clarificar la responsabilidad de
demócratas y republicanos en el mundo que nos toca padecer.
Recuerda Tremblay tres hechos fundamentales que tuvieron lugar durante
la gestión de Bill Clinton, el esposo de la ahora crítica precandidata:
la justificación de las guerras por razones humanitarias, la derogación
de la ley Glass-Steagall en 1999 y la cancelación de la promesa de Bush
padre y de Baker al presidente Mijail Gorbachov de que la OTAN no
avanzaría sobre Europa oriental y la frontera rusa.
William Jefferson Clinton hizo uso –y abuso– del salón Oval entre 1993 y
2001. Poco antes la Unión Soviética se había diluido en una implosión
inimaginable. George Herbert Walker Bush fue vicepresidente de Ronald
Reagan entre 1981 y 1989 y luego presidente hasta 1993. Fue, por tanto,
testigo y protagonista clave en el lento derrumbe del bloque socialista.
James Baker fue su secretario de Estado. En un momento de esta
historia, ambos se habían comprometido a mantener un status quo en el
continente que contemplaba sorprendido la reunificación de Alemania y el
avance del capitalismo en lo que fuera la "Cortina de Hierro". Mijail
Gorbachov necesitaba ciertas garantías para tranquilizar a su frente
militar interno, que el dúo Bush-Baker mantuvo mientras permaneció en el
gobierno.
La guerra civil en Yugoslavia, que terminó con el desmembramiento del
país en los inicios de los '90, sirvió de excusa para la expansión de
aquella Europa en crecimiento que enfrentaba el desafío de una moneda
común. Azuzada como estaba por un gobierno como el de Clinton, que veía
"el campo orégano" para avanzar sobre las fronteras rusas.
En 1998 el Senado de EE UU aprobó la extensión de la OTAN a Polonia,
Hungría y la República Checa. Poco después, en la primavera del '99, y
luego de ocho años de guerras genocidas entre los pueblos balcánicos, se
inició una intervención humanitaria "para proteger al pueblo kosovar".
En ese mismo fin de siglo XX el gobierno demócrata liberalizó el mercado
financiero. La Ley Glass-Steagal, promulgada durante el primer mandato
de Roosevelt, estableció en 1933 medidas tendientes a evitar la
especulación financiera como la que había llevado a la crisis del
treinta. Tremblay pone en su artículo una frase de un libro de Luigi
Zingales, Un capitalismo para el pueblo: "La belleza de la Ley
Glass-Steagall, después de todo, era su simplicidad: los bancos no deben
apostar con dinero asegurado por el gobierno, hasta un chico de seis
años puede entender eso."
Un especialista en relaciones diplomáticas con Rusia, George F. Kennan
–que no era precisamente un amigo del comunismo ni de la URSS–, escribió
para la misma época que con la ampliación de la OTAN comenzaba una
nueva Guerra Fría. "Creo que los rusos gradualmente reaccionarán muy
negativamente. Creo que es un error trágico (...este acto) demuestra muy
poca comprensión de la historia rusa y soviética. Por supuesto, va a
haber una mala reacción de Rusia, y luego dirán que siempre dijimos que
(los culpables) son los rusos, pero esto está mal."
Estados Unidos siempre osciló entre la voluntad de tomar al mundo por
asalto y el debate de las ideas más sublimes de la humanidad. Fueron
república antes que la revolución francesa, pero una república
conservadora, lo que no impidió que las ideas liberales calaran hondo en
la sociedad. Luego sería una república imperial, como registró el
francés Jean-Jacques Servan-Schreiber.
Hace un par de años el cineasta Oliver Stone filmó el documental La
historia no contada de Estados Unidos. Comienza por la segunda guerra
mundial, que es cuando el país abandonó su aislacionismo para lanzarse a
la conquista del planeta. Stone muestra con sólida documentación una
posición si se quiere romántica de Roosevelt sobre el mundo que estaban
diseñando con Stalin y Winston Churchill.
Pero poco antes de que terminara la contienda, Roosevelt murió y quedó a
cargo su vicepresidente, Harry Truman. Demócratas ambos, representaban
visiones totalmente diferentes sobre el rol que debería desempeñar
Estados Unidos en el futuro. Con mencionar que –prueba Stone– Truman
ordenó arrojar dos bombas atómicas sobre Japón cuando el Imperio del Sol
Naciente estaba a punto de rendirse está todo dicho.
Desde entonces, la industria bélica condiciona a cuanto gobierno se
instaló en Washington. Ya lo sabía el general Dwight Eisenhower,
triunfador en la batalla por Europa contra los nazis, que en el discurso
de despedida de su presidencia, en 1960, pronunció la célebre frase:
"Nunca debemos permitir que el peso del complejo militar industrial
ponga en peligro nuestras libertades ni nuestros procesos democráticos."
Obama ganó en 2008 en medio de una crisis financiera provocada por haber
abandonado las regulaciones del '33 y un descrédito fenomenal por esas
guerras de las que no resulta fácil salirse. Prometió y se convirtió en
promesa. Pero ni bien se instaló en la Casa Blanca fue virando hacia lo
que juraba que no debía de hacerse. No supo, no pudo o no quiso
enfrentarse con el complejo militar-industrial ni con su socio no menos
despiadado: el complejo financiero.
Poco queda de aquel senador que en 2002 tildó a la aventura en Irak de
una "guerra tonta, una guerra precipitada, una guerra no basada en la
razón sino en la pasión, no basada en principios sino en la política".
Una guerra, puede agregarse, que sumió al país asiático en un infierno.
Que Obama no haya cerrado la cárcel de Guantánamo es casi lo menos que
le reprochan. Porque además profundizó el estado vigilante heredado y
buscó rendijas constitucionales para legalizar los asesinatos selectivos
en cualquier parte del mundo.
El tránsito hacia el belicismo fue profusamente fundamentado por el
periodista Bob Woodward –uno de los investigadores del escándalo
Watergate en 1972– en Las guerras de Obama. Como no había versión en
castellano, Fidel Castro lo hizo traducir y lo fue resumiendo en una
serie de artículos publicados en octubre de 2010. Se lo puede consultar
en: www.cubadebate.cu/?s=el+imperio+por+dentro. Vale la pena.
Tiempo Argentino
Agosto 15 de 2014
Ilustró Sócrates
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