El domingo se plebiscitan dos proyectos políticos que
atraviesan América Latina casi desde que este puñado de naciones inició su vida
independiente. Uno vinculado a clases dominantes y el otro, a las grandes
mayorías. En ambos casos, el núcleo político que desafía al establishment es un
conglomerado de partidos y sindicatos creados en el curso de los últimos 40
años. En ambos casos, llegaron al gobierno luego de varios traspiés
electorales. El precio pagado, además, se hizo sentir e interpela en términos ideológicos
hacia el futuro.
El Frente Amplio es una construcción que comenzó en Uruguay
en febrero de 1971, cuando esta parte del mundo estaba atravesada los embates
de la Guerra Fría y los militares se formaban en la Escuela de Panamá, donde la
materia principal era la identificación del enemigo como quien luchaba por los
derechos sociales y las reivindicaciones populares.
Gran parte de los militantes del FA fueron presos o debieron
exiliarse durante la dictadura. Con el retorno de la democracia, en 1984, y con
su líder histórico Líber Seregni de candidato, nunca superó el 22 % de los
votos. Escasos como para subir a la cima pero suficientes como para dar
testimonio. Dos veces fue candidato y dos veces perdió el médico oncólogo
Tabaré Vázquez, aunque el Frente seguía creciendo y en 2004 dio el batacazo:
ganó en primera vuelta con casi el 51 por ciento. Era la primera vez en 174
años que alguien por fuera de los tradicionales partidos ocupaba
democráticamente el gobierno. Un golpe difícil de asimilar para la derecha
uruguaya.
En Brasil la historia fue diferente. El golpe militar de
1964 arrasó con lo que quedaba del Estado Novo creado por Getulio Vargas en
1930 y los intentos progresistas de Juscelino Kubischek y Joao Goulart de
principios de los '60. Los viejos gremios ligados al varguismo también se
esfumaron en medio de un golpe feroz que había llevado a la cárcel a líderes
guerrilleros como la actual presidenta Dilma Rousseff o José Dirceu.
Eso evitó grandes conflictos gremiales en los primeros años
del régimen militar, pero a la vez facilitó la creación de nuevos sindicatos,
más influidos de propuestas socialistas y marxistas. En ese marco fue
ascendiendo en el cinturón industrial de San Pablo el liderazgo de un joven e
impetuoso dirigente metalúrgico, Lula da Silva, que por una de esas
casualidades del destino, había perdido parte del índice de su mano izquierda
en una prensa hidráulica en el mismo año en que se produjo el golpe.
Para 1980, Lula fundaba el Partido de los Trabajadores, una
herramienta política a la que se fueron adosando dirigentes e intelectuales de
izquierda que en muchos casos ya comenzaban a retornar al país con la tenue
apertura que permitía para entonces la dictadura. En abril de ese año, Lula
encabezó una huelga de 41 días en las fábricas automotrices y terminó preso y
procesado.
Otra vez la Guerra Fría se coló en la historia de estos
pueblos: en octubre de 1978 el polaco Karol Wojtyla había sido ungido Papa.
Indisimulable anticomunista, Juan Pablo II se reunía semanalmente con el jefe
de la CIA, William Casey, para analizar la situación detrás de "la cortina
de hierro". También comenzaban los tiempos del neoliberalismo, de la mano
de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Gran Bretaña.
La gran apuesta de la agencia de inteligencia –y de la Casa
Blanca– era un líder también metalúrgico, aunque polaco, Lech Walesa. El hombre
había creado Solidarnosc (Solidaridad), y dirigía las protestas contra el
régimen comunista. Era el primer sindicato opositor en un país del bloque
soviético y la punta de lanza de la ofensiva sobre la Unión Soviética que los
estrategas de Washington encontraron para perforar el mundo del socialismo
real.
Walesa, católico militante, fue el estandarte del
"mundo libre" en contra de la "opresión comunista". ¿Podía,
en ese contexto, un aliado incondicional de Estados Unidos como Brasil tener
entre rejas a otro metalúrgico que reclamaba derechos? Así fue como Lula fue
liberado y terminó desprocesado.
Tras la primera ronda electoral luego del retiro de los
militares, el PT decidió que era hora de participar en la lucha por el poder
desde la democracia establecida. Tres veces se presentó Lula y tres veces
perdió contra candidatos de la derecha, en 1989, 1994 y 1998. El sistema
electoral pergeñado por los dictadores no dejaba demasiados resquicios por
donde llegar al gobierno. Como detalle a anotar, las últimas dos derrotas del
PT fueron ante Fernando Henrique Cardoso, del Partido de la Social Democracia
Brasileña (PSDB), un intelectual de fuste en los movimientos progresistas de
los '60 que debió exiliarse pero terminó siendo defensor del modelo neoliberal
tres décadas más tarde.
Fue en ese contexto que grupos internos del PT, entre los
cuales Dirceu fue quizás el más influyente, resolvieron aliarse con sectores
tradicionales para dejar de ser un partido testimonial. Fue así que el Partido
del Movimiento de la Democracia Brasileña (PMDB) se convirtió en el principal
socio del laborismo brasileño. El PMDB es la continuación del movimiento
"opositor" legalmente aceptado por el régimen militar y en tal
sentido resultó el ganador del primer comicio tras la dictadura, en 1985.
Sarney era el candidato a vicepresidente de Tancredo Neves, el abuelo de Aécio,
el mismo que ahora disputa la presidencia con Dilma. Pero Tancredo enfermó tras
la elección y murió antes de poder asumir.
Mediante la coalición con sectores centroderechistas, el 1º
de enero de 2003 por primera vez un obrero industrial podría llegar al gobierno
en un país americano. Pero allí comenzarían también algunos de los problemas
que arrastra esta nueva reelección para el PT. Dirceu y encumbrados dirigentes
del partido, entre ellos el tesorero, resultaron acusados de pagos irregulares
a partidos afines para sacar las leyes que necesitaba el gobierno de Lula. La
causa se inició en 2005 con la denuncia de uno de los personeros de esos socios
políticos y generó ríos de tinta en los medios concentrados, entre ellos la
revista Veja. Culminó con la condena de todos ellos por la Suprema Corte, en
2012.
Cuando Dilma sucedió a Lula, en enero de 2011, sabía que el
tema de la corrupción sería un asunto central en su gestión. Por eso obligó a
renunciar a todo funcionario que resultara acusado de no ir por el camino
correcto. De ese modo, se fueron siete ministros en el primer tramo de su
gestión. Todos de partidos aliados. Las condenas a Dirceu y al presidente del
PT José Genoino golpearon de lleno en el partido de Lula.
El tema de la corrupción fue, como se esperaba, central en
la campaña tanto en la primera vuelta como en la segunda. Pero en ese sentido,
nadie quedó exento de acusaciones, como la presidenta se encargó de recordar en
los debates televisados a su oponente, quien fuera gobernador de Minas Geraes y
a quien le caben también las generales de la ley.
En Uruguay, los avances que logró el FA no se vieron
manchados por denuncias y el inefable José Mujica, resistido por algunos
sectores de la sociedad en su momento debido a su pasado guerrillero y sus
gestos inusitados, deja el cargo con una imagen favorable del 80%, la misma que
tenía Lula cuando entregó la banda presidencial.
Tabaré, un socialista moderado, lleva once puntos de ventaja
sobre su inmediato perseguidor, el representante del Partido Blanco Luis
Lacalle Pou, hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle. El tercero en
discordia, Pedro Bordaberry, es hijo del dictador civil Juan María Bordaberry,
quien siendo electo presidente dio un golpe institucional en 1973.
Como eje de todas las campañas, aparte de la corrupción y la
inseguridad –en Uruguay hay también un referéndum por la baja en la edad de
imputabilidad– figura en lugar destacado la cuestión social. Todos los
opositores prometen dejar este esbozo de Estado de bienestar nacido al calor de
los gobiernos de Lula y el primer Tabaré. Todos se presentan, también como
"lo nuevo".
El recuento de esta historia muestra que nada hubo de nuevo
bajo el sol en Brasil y en Uruguay hasta los gobiernos del PT y el FA. Pero que
deberán renovar lo nuevo para que esa bandera no la enarbole la derecha,
vaciándola de contenido. Un gran porcentaje de los votantes estaba en la
escuela primaria cuando lo nuevo llegó al poder, tal vez necesiten más
persistencia en el mensaje para percatarse de cómo eran las cosas antes. Y de
cómo pueden volver a ser en cualquier momento.
Tiempo Argentino
Octubre 24 de 2014
Ilustró Sócrates
No hay comentarios:
Publicar un comentario