Si es cierto que la crisis es una oportunidad, la región latinoamericana constituyó, en lo que va de este siglo, una prueba palpable de que es posible aprovechar situaciones críticas para avanzar y construir modelos de desarrollo e integración. Fue un ejemplo, además, del modo en que la pérdida relativa de poder e influencia de Estados Unidos permitió un avance importante en los procesos de integración regional hacia la construcción de modelos de desarrollo autónomo como hacía décadas no sucedía en esta parte del mundo.
Sin embargo, no se puede negar que son horas decisivas para la región. Es que en las elecciones de Brasil, Bolivia y Uruguay no se juega solamente la continuidad de esos proyectos políticos en particular, sino de una estrategia común que, con sus altibajos y diferencias, tiñó de un modo inédito este comienzo de siglo.
El resultado de la primera vuelta en Brasil es, en tal
sentido, una buena manifestación de las tensiones que atraviesan sociedades,
gobiernos y proyectos en danza. Ganó el Partido de los Trabajadores (PT) creado
por Luiz Inácio Lula da Silva que, con un conglomerado de partidos aliados de
un extenso arco político que incluye desde un conservadurismo moderado hasta
una izquierda más radicalizada, gobierna desde hace 12 años.
Aunque el balance final demuestra que el PT perdió votos
en relación con elecciones anteriores, también revela que, tras más de una
década en el poder, mantiene a casi el 45% del electorado de su lado. La
contracara es que la derecha, representada por Aécio Neves, mantiene un 34% de
voluntades. A pesar de que una amplia capa de la sociedad pudo mejorar su
propia situación y el país en general ya integra el selecto grupo de los «top
ten» a nivel mundial por su poderío económico, hay un tercio de la población
que parece ser reacio a los cambios.
Con sólo ver en qué consiste el enfrentamiento entre
gobierno y oposición en el plano ideológico se puede percibir qué es lo que
está en juego. El gobierno de Dilma Rousseff continuó con las políticas de
mayor autonomía llevadas a cabo por Lula, aunque enfocadas más a la
profundización de su alianza con el grupo de los BRICS (que Brasil integra
junto con Rusia, India, China y Sudáfrica) que con sus vecinos. Eso implicó
distanciarse aún más de Washington, un tradicional aliado de la burguesía
paulista y, sobre todo, del imaginario de pertenencia de las clases dirigentes
brasileñas por décadas.
El punto culminante fue la cancelación, por parte de la
presidenta Dilma Rousseff, de una visita programada a la Casa Blanca, después
de que el ex agente estadounidense Edward Snowden revelara que el gobierno de
Barack Obama espiaba a empresas, organismos y hasta a la presidenta de Brasil. Se trató de una
medida extrema, de un fuerte contenido en la diplomacia internacional: un país
latinoamericano enfrentaba de igual a igual a la gran potencia mundial.
El Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) que
sustenta la candidatura de Neves, es el mismo que aún lidera ideológicamente el
ex presidente Fernando Henrique Cardoso. El intelectual desarrollista de los
60, que devino en defensor del proyecto neoliberal «noventista» en dos
presidencias consecutivas, entregó en 2002 la banda presidencial a Lula da
Silva. Pero nunca renunció a sus últimas posiciones ideológicas, de una
cercanía estrecha con Washington. Cardoso es el padrino político de Neves. Y el
candidato del PSDB, nieto de Tancredo Neves, primer presidente electo tras la
dictadura, que murió antes de poder asumir el cargo en 1985, expresa esta
posición sin ambages: promete que si es electo abandonará las alianzas
recientes a nivel global y se volcará, en cambio, hacia el norte.
El ex gobernador de Minas Gerais propone una mayor
apertura económica pero también un cambio en el sistema de asociaciones
continentales. Esto es, acercarse a los países de la Alianza del Pacífico (AP),
un grupo de corte neoliberal creado en 2011 a instancias de los gobiernos
conservadores del chileno Sebastián Piñera, el peruano Alan García, el
colombiano Juan Manuel Santos y el mexicano Felipe Calderón. Una aspiración que
comparte con la poderosa central industrial paulista, que ve en el Mercosur
actual una traba para lograr acuerdos comerciales fuera del marco regional, a
los que imagina más provechosos para el tamaño de la economía brasileña.
Este es un aspecto central de la disputa política que se
da en las tres elecciones de este octubre caliente en Latinoamérica. Porque, al
igual que el PSDB en Brasil, también los candidatos de la derecha en Bolivia
(el empresario Samuel Doria Medina) y en Uruguay (Pedro Bordaberry y Luis
Lacalle Pou, hijos ambos de ex presidentes conservadores) proponen respuestas neoliberales
a los problemas coyunturales que fueron apareciendo en estos últimos meses en
todos los países de la región. Esa convergencia entre las expresiones de la
derecha en distintos países de América Latina parece abonar la teoría del
presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien habla de un intento de
«restauración oligárquica» para referirse a este proceso.
La otra derecha
Es que desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999,
y de la mano de la consolidación de proyectos de integración regional, los
países latinoamericanos fueron ganando crecientes grados de autonomía. Muchos
de ellos surgieron al calor del impulso del fallecido líder bolivariano,
tomaron vuelo a partir de los gobiernos de Lula da Silva y Néstor Kirchner
desde 2003 y se afirmaron con los triunfos del Frente Amplio (FA) en Uruguay y
de Evo Morales, con el Movimiento al Socialismo (MAS), en Bolivia.
El gran hito en este rumbo fue, sin dudas, el No al Alca,
la primera gran respuesta colectiva al intento de crear un mercado común desde
Canadá hasta Tierra del Fuego, impulsado por el presidente de los Estados
Unidos, George W. Bush, y otros gobiernos neoliberales, como consecuencia del
Consenso de Washington. La IV Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata
en 2005 fue el escenario en el que, por primera vez en la historia
latinoamericana, los presidentes de las principales naciones de la región
expresaron su oposición a un mandatario estadounidense.
Desde entonces se fue consolidando el camino de la
integración. Primero con la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), que
tendría un rol preponderante ante el intento de golpe contra Evo Morales en
2008 y contra Correa en 2010, y luego con la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), una entidad continental que genera
ámbitos de debate y de políticas al margen de Estados Unidos y Canadá.
El proceso de integración no estuvo exento de altibajos.
El firme rechazo de la Unasur a los golpes de Estado en Honduras y Paraguay no
impidió que se consolidaran gobiernos ligados con las oligarquías locales
vinculadas con Estados Unidos. Paralelamente, las negociaciones que se llevan a
cabo en Cuba para alcanzar acuerdos de paz definitivos entre la guerrilla de
las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos, plebiscitado prácticamente con la
reelección del mandatario colombiano, demuestran que otros vientos soplan en
América Latina. Santos representa a la derecha, pero una derecha más racional y
dispuesta a soluciones democráticas de las controversias políticas.
Hay otra derecha que fluctúa entre las reglas
democráticas y la salida golpista. Al venezolano Henrique Capriles le cabe este
sayo. Heredero de una familia de fortuna y notorio antichavista, en el intento
de golpe contra el líder bolivariano de 2002 ocupó con un grupo de seguidores
la embajada de Cuba en Caracas y cuestionó la cercanía del «régimen» con la
revolución. Hace dos años se puso al frente de una coalición, la Mesa de Unidad
Democrática (MUD), que si bien perdió la elección contra el mismo Chávez, tras
la muerte del líder venezolano estuvo a apenas un par de puntos de vencer a su
sucesor, Nicolás Maduro, a principios de 2013.
Ese resultado estrecho le sirvió para encabezar una
campaña de desprestigio que un año después culminó en movilizaciones e intentos
de desestabilización que dejaron como saldo más de 40 muertos y una situación
que dificultó la consolidación del liderazgo de Maduro. Capriles, que es gobernador
de Miranda, hizo campaña comprometiéndose a mantener las conquistas para los
menos favorecidos que el chavismo venía poniendo en práctica desde que llegó al
Palacio Miraflores, en una sociedad exclusiva y excluyente como era la de
Venezuela.
Juegos peligrosos
Con un discurso similar, la candidata brasileña Marina
Silva logró algo más de 22 millones de votos y Neves llegó a la segunda vuelta,
con más de 34 millones. En Bolivia, el triunfo de Morales no resultaba
cuestionado por ninguna encuesta. El líder cocalero pudo llevar a cabo los
cambios más profundos en ese país, hasta no hace mucho convulsionado, al fundar
el Estado Plurinacional. Uno de sus mayores logros es haber derrotado –con la
ayuda de los vecinos regionales, que bloquearon cualquier intento de golpe– a
la derecha más retrógrada, afincada en lo que se conoce como la Media Luna
próspera del Oriente, sobre todo en el departamento de Santa Cruz de la Sierra.
Sólo así se puede explicar que, tras una crisis que
parecía terminal para la unidad territorial de Bolivia, el MAS esté en
condiciones de ganar el comicio departamental y sea la fuerza dominante, como
señalaba el investigador Juan Manuel Karg en una charla llevada a cabo en el
CCC Floreal Gorini. En ese mismo encuentro, el docente e investigador boliviano
Hugo Moldiz señaló que «los grandes empresarios de Santa Cruz que en algún
momento quisieron jugar a desestabilizar al gobierno e incidir a nivel político
en los destinos de Bolivia, han terminado aceptando el liderazgo de Morales y
han dicho “déjanos hacer negocio acá”, dejando de lado lo político». El apenas
14% que logra en los sondeos su más cercano competidor demuestra que algo
ocurrió en Bolivia desde que el MAS está en el Palacio Quemado.
En Uruguay sucede algo similar. Hay una derecha que
entendió algunos de los cambios que se sucedieron desde que, en 2005, el
oncólogo Tabaré Vázquez con el Frente Amplio puso fin a 174 años de
bipartidismo entre Blancos y Colorados. Hoy, el propio Vázquez intenta que el
FA retenga la presidencia tras el gobierno de José Pepe Mujica.
La derecha parece haber encontrado a su candidato en el
representante del Partido Nacional, Luis Lacalle Pou, hijo del ex presidente
Luis Alberto Lacalle, quien gobernó Uruguay durante la década del 90. Lacalle
fue, en palabras del investigador del CCC Agustín Lewit, «el presidente que se
asocia con la implantación del neoliberalismo en Uruguay. Gobernó entre 1990 y
1995 y fue el encargado de aplicar el recetario neoliberal que también se
aplicaba en el resto de los países de la región».
¿Qué propone Lacalle Pou, el favorito de los medios?
Según Lewitt, «despegándose de lo que fue la historia del partido Blanco, muy
ligado con los sectores agrarios, se presenta como el candidato de la
renovación, el candidato de la modernización política. Y centra todo su discurso
en la eficiencia de la gestión. En ese sentido es interesante analizarlo y
cuadra bastante bien en lo que algunos han empezado a llamar la nueva derecha
regional».
Los
nuevos liderazgos
Bolivia,
según datos que publicó la Cepal y que corroboró el FMI, es el país que más
creció en este año, como lo viene haciendo de manera ininterrumpida desde que
Evo Morales asumió el poder. El promedio arroja un 5% durante su gestión y para
los próximos años apunta a un 7%. Tasas chinas, se solía decir en otras épocas.
Al mismo tiempo, redujo la pobreza extrema del 38% al 18%.
En Brasil las cifras son de igual magnitud, con el agregado de que allí se invirtió el tamaño de la ocupación formalizada. La cantidad de trabajadores en negro se redujo aceleradamente al punto que, como señala Amílcar Salas Oroño, investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires, se desarrollaron nuevas clases medias que ingresaron al mercado de consumo con el PT –se calcula que son alrededor de 40 millones de personas, entre las cuales hay muchos trabajadores–. «En concreto se crearon 20 millones de puestos de trabajo desde 2008», agregó.
El gobierno del MAS, en tanto, sufrió el embate de la derecha y de instituciones públicas y secretas ligadas con Estados Unidos desde que Evo Morales llegó al gobierno. A la publicidad en contra de Morales por su origen campesino como cultivador de coca, los medios masivos le añadieron su perfil cercano a Chávez y al líder cubano Fidel Castro. Pero, además, logró aprobar una Constitución que a todas luces es revolucionaria y que les da poder a las organizaciones sociales que sustentan este nuevo Estado Plurinacional.
Durante el año de las grandes revueltas contra Morales, el empresario cruceño Branko Marinkovich, de origen croata, era el representante del ala más dura de la burguesía de Santa Cruz y junto con el entonces prefecto del departamento, Leopoldo Fernández, estaba al frente de un movimiento secesionista, ya que no veían posibilidades de recuperar el poder mediante las urnas. La crisis fue finalmente superada con un poco de mano dura desde La Paz, otro poco de ayuda regional y bastante de muñeca política.
Si algo caracteriza a Evo Morales es su capacidad de negociación, adquirida en sus años de dirigente sindical. Una práctica que lo emparenta con Lula da Silva, pero también con Nicolás Maduro, metalúrgico el uno, transportista el otro. Esto implica que saben sentarse a una mesa de diálogo y tensar la cuerda hasta obtener el mejor resultado para quienes representan en una puja con los poderosos. Algo que no suele estar en los cánones de lo que que se espera de la dirigencia política. De allí las acusaciones de «dictadores» que esgrimen la oposición y los publicistas políticos, que pueden calar hondo en ciertos sectores de la sociedad.
¿Por qué la derecha busca canales alternativos para volver al poder si, como sucedió en todos los países de la región tras la llegada de estos movimientos progresistas, los sectores sociales que representan no dejaron de ganar dinero? Quizás sea porque, como señala Salas Oroño, «estas transformaciones golpean por el lado de lo simbólico».
En el caso de Brasil, Bolivia y Uruguay es más evidente. Estos cambios implicaron el ingreso a lugares relevantes en la estructura del poder de dirigentes surgidos de las clases bajas de la población y de algunos que habían participado en los años de plomo en la lucha armada.
Más allá de la historia personal de Dilma o de Mujica, es interesante resaltar el factor que representa la denominada «plebeyización» de la política, un proceso que implicó, además, la pérdida de influencia de los sectores tradicionales, algo difícil de digerir para muchos.
Para Salas Oroño, «de alguna forma el PT ha popularizado no sólo el Parlamento, sino también los ministerios. Ha sido así no sólo por la figura de Lula, porque en Brasil si uno hila un poco más fino y ve quiénes son efectivamente los diputados y quiénes los ministros que llegaron, cuáles son sus orígenes de clase, descubre que también hay una revolución cultural».
Para Salas Oroño, este es «un fenómeno que no es irrelevante, porque no sólo trae autoestima en los sectores populares, sobre todo rompe la visión respecto a que Brasil es un país de las elites, que estaba muy instalada en la sociología. Porque es cierto, Getulio Vargas era un estanciero y ni Joao Goulart ni Juscelino Kubitschek eran personas de origen popular. Entonces, las transformaciones que se dan con Lula, se dan en ese plano simbólico, son impresionantes».
En Brasil las cifras son de igual magnitud, con el agregado de que allí se invirtió el tamaño de la ocupación formalizada. La cantidad de trabajadores en negro se redujo aceleradamente al punto que, como señala Amílcar Salas Oroño, investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires, se desarrollaron nuevas clases medias que ingresaron al mercado de consumo con el PT –se calcula que son alrededor de 40 millones de personas, entre las cuales hay muchos trabajadores–. «En concreto se crearon 20 millones de puestos de trabajo desde 2008», agregó.
El gobierno del MAS, en tanto, sufrió el embate de la derecha y de instituciones públicas y secretas ligadas con Estados Unidos desde que Evo Morales llegó al gobierno. A la publicidad en contra de Morales por su origen campesino como cultivador de coca, los medios masivos le añadieron su perfil cercano a Chávez y al líder cubano Fidel Castro. Pero, además, logró aprobar una Constitución que a todas luces es revolucionaria y que les da poder a las organizaciones sociales que sustentan este nuevo Estado Plurinacional.
Durante el año de las grandes revueltas contra Morales, el empresario cruceño Branko Marinkovich, de origen croata, era el representante del ala más dura de la burguesía de Santa Cruz y junto con el entonces prefecto del departamento, Leopoldo Fernández, estaba al frente de un movimiento secesionista, ya que no veían posibilidades de recuperar el poder mediante las urnas. La crisis fue finalmente superada con un poco de mano dura desde La Paz, otro poco de ayuda regional y bastante de muñeca política.
Si algo caracteriza a Evo Morales es su capacidad de negociación, adquirida en sus años de dirigente sindical. Una práctica que lo emparenta con Lula da Silva, pero también con Nicolás Maduro, metalúrgico el uno, transportista el otro. Esto implica que saben sentarse a una mesa de diálogo y tensar la cuerda hasta obtener el mejor resultado para quienes representan en una puja con los poderosos. Algo que no suele estar en los cánones de lo que que se espera de la dirigencia política. De allí las acusaciones de «dictadores» que esgrimen la oposición y los publicistas políticos, que pueden calar hondo en ciertos sectores de la sociedad.
¿Por qué la derecha busca canales alternativos para volver al poder si, como sucedió en todos los países de la región tras la llegada de estos movimientos progresistas, los sectores sociales que representan no dejaron de ganar dinero? Quizás sea porque, como señala Salas Oroño, «estas transformaciones golpean por el lado de lo simbólico».
En el caso de Brasil, Bolivia y Uruguay es más evidente. Estos cambios implicaron el ingreso a lugares relevantes en la estructura del poder de dirigentes surgidos de las clases bajas de la población y de algunos que habían participado en los años de plomo en la lucha armada.
Más allá de la historia personal de Dilma o de Mujica, es interesante resaltar el factor que representa la denominada «plebeyización» de la política, un proceso que implicó, además, la pérdida de influencia de los sectores tradicionales, algo difícil de digerir para muchos.
Para Salas Oroño, «de alguna forma el PT ha popularizado no sólo el Parlamento, sino también los ministerios. Ha sido así no sólo por la figura de Lula, porque en Brasil si uno hila un poco más fino y ve quiénes son efectivamente los diputados y quiénes los ministros que llegaron, cuáles son sus orígenes de clase, descubre que también hay una revolución cultural».
Para Salas Oroño, este es «un fenómeno que no es irrelevante, porque no sólo trae autoestima en los sectores populares, sobre todo rompe la visión respecto a que Brasil es un país de las elites, que estaba muy instalada en la sociología. Porque es cierto, Getulio Vargas era un estanciero y ni Joao Goulart ni Juscelino Kubitschek eran personas de origen popular. Entonces, las transformaciones que se dan con Lula, se dan en ese plano simbólico, son impresionantes».
Revista Acción
Octubre 15 de 2014
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