Es un gran paso
adelante hacia la integración que en un par de años comiencen a
circular los vehículos con patentes del Mercosur. Puede parecer un
avance mínimo, una nimiedad incluso, pero sin dudas representa el
fortalecimiento de un proyecto fundamental de cara a la sociedad de cada
una de las naciones que integran el organismo regional. Es la bandera
de la unidad sudamericana en cada auto, en cada ciudad, en cada rincón.
Un mensaje de pertenencia que hace falta en un organismo que parece por
momentos languidecer en disputas que los medios concentrados se encargan
de magnificar pero muchas veces los gobiernos no alcanzan a resolver
para bien del conjunto. La Unión Europea puso en marcha un mecanismo
similar en 1992, casi una década antes que la moneda común y bastante
después de haberse lanzado a la unión aduanera.
Cierto que con la patente no alcanza. En Europa, donde el proceso de
integración está a todas luces mucho más adelantado, a las tensiones
secesionistas en algunos sitios clave como Cataluña y Escocia se suman
grandes capas de la sociedad que ven con sospecha o resquemor a la
unión, a la que culpan de muchos de sus males. En todo grupo todos
tienen que ceder algo a favor del bien del equipo. El problema se sucede
cuando los vientos soplan en contra, como ocurre en muchos países del
viejo continente. Es allí que las acusaciones se esparcen sobre los
socios. Es entonces que aparecen sobre la mesa aquellas renuncias
originales y en grandes sectores son muchos los que creen que estarían
mejor fuera del paraguas de la UE que adentro.
Los británicos marchan a la cabeza entre los que dudan de las ventajas
de seguir en la UE y no sería extraño que vayan a un referéndum para su
continuidad dentro del organismo paneuropeo en 2016. Partidos
derechistas de Francia –el Frente Nacional– y de Holanda se posicionan
de un modo similar, al igual que grupos más inclinados a la izquierda en
Grecia. Lo que demuestra que el camino hacia la integración está más
sembrado de espinas de lo que se cree en su inicio.
Sin haber llegado a niveles como los alcanzados del otro lado del
Atlántico, hay que admitir que nuestros organismos regionales –Mercosur
en primer lugar, pero Unasur y CELAC a continuación– enfrentan
dificultades luego de una década de avances. En el caso del Mercado
Común al que adhieren Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay, a las
tensiones propias de un nuevo rumbo para el organismo creado durante el
decenio neoliberal se agrega el complicado ingreso de Venezuela como
nuevo miembro. Además, los países más chicos mantienen históricos
reclamos contra los dos socios mayores que, lejos de solucionarse, con
el recrudecimiento de la crisis internacional, se fueron agravando. Lo
que debería quedar claro para las dirigencias, con todo, es que la mejor
opción siempre es la unidad. No hay otra forma de plantarse frente a
los poderosos de turno.
En Brasil, las élites industriales, que desde la llegada de Lula da
Silva a Planalto, en enero de 2003, pudieron desarrollarse a nivel
global mediante políticas de apoyo, créditos oficiales y la ampliación
de su mercado interno, nunca dejaron de ser críticas del PT. Lula solía
decir que no le perdonaban que alguien que jamás había pasado por una
academia universitaria le diera el progreso que él le había dado a
Brasil. Tal vez sea que no toleran que un hombre nacido en la pobreza, y
que por lo tanto estaba destinado a no trabajar de otra cosa más que de
tornero, haya dado vuelta al país con un partido que demuestra su
capacidad de ser el más adecuado para gobernar un territorio de ese
tamaño y contradicciones. Tampoco le toleran el acercamiento a sus
socios vecinales y a las naciones que buscan un nuevo orden mundial,
como las del BRICS.
Los dos candidatos con mayor caudal de votos tras la presidenta Dilma
Rousseff en las elecciones del domingo pasado decidieron sumar
voluntades para derrotar al PT luego de 12 años en el poder. Más allá de
las críticas sobre las que se asienta su discurso opositor en todos los
planos, ambos hicieron hincapié en la necesidad de nuevas alianzas y
miran hacia el Pacífico. Si es cierto, como los mismos sondeos indican,
que la unión regional no es el principal tema de agenda en las
encuestas, la única explicación para semejante compromiso antes del
balotaje sería lograr el apoyo de los grandes jugadores económicos tanto
brasileños como regionales.
Las élites gobernantes, que son las mismas que en los '90, cuando
Fernando Collor de Melo y Carlos Menem firmaron el Tratado de Asunción
que dio origen al Mercosur, apoyaron en su momento la creación del
espacio común. Las empresas multinacionales también, porque les
resultaba y resulta beneficioso planificar e intercambiar libremente
entre los socios y con protección externa común. Entonces también firmó
el uruguayo Luis Alberto Lacalle y el paraguayo Andrés Rodríguez, que
poco antes había desplazado a su consuegro, el dictador Alfredo
Stroessner.
Pero desde la llegada de Néstor Kirchner y Lula da Silva el enfoque con
que se manejó el Mercosur fue cambiando hacia una mayor integración
industrial. Que no favoreció a todos los socios pero le dio un perfil
más autonómico en relación con las potencias centrales, además de haber
avanzado hacia posiciones sociopolíticas más progresistas. Sobre esta
base es que crecen las críticas en Uruguay y Paraguay. Un guante que
recogió el candidato opositor oriental Luis Lacalle Pou, hijo del
mandatario que firmó en Asunción y que ahora intenta canalizar las
quejas por lo que reclaman los uruguayos.
En Brasil el rechazo es más bien porque los caballeros de la industria
paulista consideran que Mercosur es un freno para un país que, creen,
está para cosas mayores. Sueñan con volver al "primer mundo". Pero
fundamentalmente saben que con organismos regionales sólidos y una
integración más profunda a nivel social y económico pierden privilegios
obtenidos de su conexión con el establishment global.
Este domingo hay elecciones en Bolivia y nada indica que Evo Morales
vaya a tener menos votos que hace cinco años, cuando se alzó con el 64%
de los sufragios. Es posible, incluso, que el triunfo sea por un
porcentaje mayor, con el dato adicional de que ganaría en Santa Cruz de
la Sierra, que fuera foco de la resistencia a su gobierno y donde se
llegó a plantear el secesionismo de la mano de sectores vinculados a la
oligarquía más reaccionaria.
No es inocuo que Evo se convierta en el mandatario que más tiempo estuvo
en el poder en su país desde la independencia, superando al general
Andrés de Santa Cruz, quien gobernó entre 1829 y 1839. Pero aquellos
eran otros tiempos y para ocupar un despacho en la casa de gobierno era
necesario mucha voluntad política y bayonetas fieles, algo que nadie
logró desde entonces, al punto de que en los 180 años anteriores al
triunfo del MAS, en 2005, hubo 84 mandatarios –34 de ellos de facto– a
un promedio de 172 días en el cargo para cada uno.
Morales encarnó las transformaciones más profundas desde la Revolución
de Paz Estenssoro en 1952 y tiene el más firme apoyo popular. Hay
razones para su éxito. Uno es la sólida alianza de los sectores
populares y las organizaciones sociales, que ahora son un factor de
poder relevante y con conciencia de su rol. También por la
nacionalización de los recursos hidrocarburíferos, que le permitió
disponer de un excedente para inversiones sociales y desarrollo, cuando
antes iban a bolsillos privados.
Pero hay una realidad a esta altura histórica que explica este momento:
en el tramo más duro del enfrentamiento en la Media Luna próspera de
Oriente, Morales contó con el apoyo de las instituciones regionales y de
los gobiernos de Argentina –estaba ya en el poder Cristina Kirchner– y
de Lula da Silva en Brasil. ¿Podrá tener la misma tranquilidad si cambia
la ecuación política en el vecino mayor y más poderoso? ¿Qué ocurriría
si en Argentina llegara a ganar alguno de los candida
Tiempo Argentino
Octubre 10 de 2014
Ilustró Sócrates
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