Es un excelente recurso que alguna vez inauguró el recordado
Osvaldo Soriano y que sigue como una suerte de homenaje el analista Mario
Wainfeld: imaginar algún estudioso de la Argentina proveniente de un país
escandinavo que en el marco de una tesis doctoral pregunte por la realidad
vernácula, tan proclive a la paradoja y la excentricidad. Los meses previos a
las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) le hubieran dado a ese
doctorando mucho material para su tesis, por lo sorpresivo del escenario
electoral.
Porque el domingo 9 de agosto comenzó en realidad la
verdadera campaña para la sucesión de Cristina Fernández, que puede culminar en
la elección de octubre o se puede prolongar en una eventual segunda vuelta.
Ese escandinavo imaginario podría revisar los medios más
influyentes en este período y encontraría que desde la denuncia y posterior
muerte del fiscal Alberto Nisman en febrero se alertaba sobre un país a punto
de incendiarse con un Gobierno que llegaba sumido en la corrupción e incluso
capaz de llegar al magnicidio con tal de preservar el poder. Paralelamente,
insistían en que se avecinaba un fin de ciclo, que lo que venía luego del 10 de
diciembre de este año –si es que no se cumplía el deseo explícito en muchos de
los voceros mediáticos, de que la presidenta tuviera que irse antes de tiempo–
era otro modelo de país. Porque al mismo tiempo arreciaban las presiones sobre
la economía, alentada por la especulación financiera montada en un contexto
internacional particularmente esquivo para los principales mercados y productos
del país.
Pero mientras el caso Nisman se fue desinflando al ritmo de
la revelación de cuestiones escabrosas de su actuación pública y privada y el
Gobierno fue sofrenando las consecuencias del ataque especulativo, el clima
político fue cambiando. Y con ese clima, el humor de los medios concentrados y
de la dirigencia opositora. A medida que se fueron calmando las aguas y «el
hombre de a pie» fue comprobando que las tormentas pronosticadas no se
presentaban, les resultó necesario cambiar el eje del debate.
Ya lo avizoraba el verdadero diseñador de la campaña de la
derecha local, el ecuatoriano Jaime Duran Barba, asesor del líder del PRO,
Mauricio Macri, cuando a principios de junio le dijo al empresario Francisco De
Narváez, cercano entonces al impulsor del Frente Renovador, Sergio Massa:
«Cristina es imbatible, porque la economía de bolsillo solo va a mejorar». Se
sabe que Duran Barba no tiene pruritos y que el jefe de Gobierno porteño es un
muy buen discípulo de sus recomendaciones. Por eso no extrañó el giro de 180
grados que dio el mismo día en que se conoció el resultado del balotaje
porteño. Esa vez su ladero Horacio Rodríguez Larreta había sufrido bastante
hasta que le confirmaron que venció por muy poco al ex ministro de Economía del
Gobierno kirchnerista, Martín Lousteau. Se lo notaba golpeado a Macri cuando
salió al tablado en el búnker aquella noche. Sin embargo, a medida que tomó
calor sorprendió a los presentes, que con abucheos recibieron la noticia de que
ahora el PRO defendía el rol del Estado en la economía y que celebraba la
estatización de Aerolíneas, YPF, la jubilación y hasta pedía votar por ley los
aumentos a la Asignación Universal por Hijo, algo que en esos días ya se había
aprobado pero que él ignoraba. Habló desde entonces como si su espacio político
hubiera votado a favor de alguna de esas iniciativas.
Giros
Habrá que reconocer que como estrategia mediática funcionó,
porque ya no se habló del pobre desempeño del PRO en esa jornada, ni de que
venía maltrecho de Santa Fe y Córdoba, sino del sorpresivo giro de Macri. En
simultáneo, fue creciendo la figura de Massa, que había sufrido su propio
calvario cuando muchos de los líderes del conurbano que se habían pasado a sus
filas volvieron al kirchnerismo porque olfatearon algo que Duran Barba
necesitaba ver en las encuestas: que los aires soplaban para un nuevo apoyo al
Gobierno.
El nuevo escenario era de un cómodo triunfo del gobernador
bonaerense Daniel Scioli. En la provincia, el jefe de Gabinete Aníbal Fernández
parecía también acercarse a un holgado triunfo en la interna con Julián Domínguez.
Hasta que una semana antes de las PASO se conoció la denuncia de un condenado
por el triple crimen de General Rodríguez, que involucró a Fernández en el
brutal asesinato ligado al tráfico de efedrina, que se había producido
exactamente 7 años antes, un tema que nunca había aparecido en el juicio oral y
público y que golpeó de lleno en el Gobierno. Casi tanto como lo había hecho a
principios de año la denuncia de Nisman y la aparición de su cuerpo sin vida
horas antes de ir a declarar en el Congreso.
En ese marco, y en un fin de semana con inundaciones en
varios distritos, los argentinos fueron a cumplir con una obligación ciudadana
que tiene la particularidad de representar una encuesta real y verdadera. En
las PASO se define quiénes siguen y quienes quedan en el camino. No significa
que en la instancia final se vayan a repetir los guarismos fundamentales, pero
muestran la tendencia y abren la perspectiva de otros enfoques de campaña.
Por lo pronto estas PASO abrieron las puertas a una
renovación en la política que no se daba desde que despuntó el kirchnerismo,
hace 12 años. Los que algunas vez «cruzaron el charco» para irse con Massa y
volvieron al redil –esos que el ex intendente de Tigre llamó «amigos del
campeón»– fueron castigados en sus propias comarcas. Le ocurrió al intendente
de Merlo, Raúl Otacehé, y al que fuera el brazo derecho de Massa, Darío
Giustozzi, en Almirante Brown, entre otros. En muchos de estos casos, los que
ganaron pertenecen a La Cámpora, que revalida así su inserción política con
lauros territoriales, a los que suma la candidatura a diputado por Santa Cruz
de Máximo Kirchner, el hijo de los dos últimos presidentes.
Otro dato es que políticamente podría decirse que
desaparecen protagonistas de estos años de la política y de la batalla
mediática. La UCR, que se adosó a la candidatura de Macri, quedó invisibilizada
a nivel federal. Y Elisa Carrió, habitué de los programas televisivos en los
que amplifican sus frecuentes denuncias, sumó todavía menos. Otro dato
saliente: un referente tradicional del trotskismo como Jorge Altamira perdió su
interna a manos de una joven promesa mendocina, Nicolás del Caño.
Por otro lado, Massa consolida su liderazgo en un sector de
la población que comparte su enfoque sobre el endurecimiento de las leyes
penales, su caballito de batalla. A nivel económico, Massa se rodeó de un
equipo que tuvo participación en el Gobierno de Néstor Kirchner, acaudillado
por el exministro Roberto Lavagna. Es claro en su caso el intento de reflotar
la alianza con que comenzó este proceso, allá por 2003, porque entre sus
espadas cuenta también con el empresario José Ignacio de Mendiguren, que fuera
titular de Producción durante la gestión de Eduardo Duhalde y luego comandó la
Unión Industrial Argentina.
Las PASO alentaron una campaña que venía cayendo en picada
según las encuestas como la del Frente Renovador. Y aquí viene un punto
interesante para analizar por el imaginario amigo escandinavo. Las principales
plumas de los medios dominantes venían presionando sin tapujos a una alianza
entre Macri y Massa para derrotar al kirchnerismo. Ante la deserción en las
filas massistas, pusieron el foco en Macri. Pero el mismo día en que pareció
que Macri perdía en la ciudad, redoblaron sus críticas a una oposición que, al
decir del mismo periodista que hizo la entrevista con el reo condenado por el
triple crimen, «no sirve para nada» porque no fue capaz de encontrar un
Henrique Capriles nativo para ponerle fin al ciclo.
El problema es que según este análisis, más del 60% de la
población está contra el Gobierno. Pero suman a sectores de la derecha
peronista con la izquierda trotskista o la centroizquierda encolumnada detrás
de Margarita Stolbizer, tres sectores que no irían juntos a un comicio.
Entonces, ¿será cierto que Massa venía perdiendo apoyo, o era el deseo de los
estrategas que forzaban su renuncia para sumarle puntos a Macri?.
El caso es que ni bien se conoció el resultado de la
primaria, tanto Massa como Macri dieron señales de que quieren, ahora sí,
elaborar planes en conjunto si es que alguno de los dos logra entrar a un
balotaje con Scioli (ver recuadro). El alcalde porteño, incluso, reforzó su
nueva imagen en el discurso pronunciado al fin de la elección. Dijo, esta vez
sin recibir abucheos, que había aprendido de radicales, de peronistas, de
maestros, de científicos, de sindicalistas, y que por eso ahora valoraba tanto
el rol del Estado.
Scioli exhibe en su favor los 12 años de fidelidad y
consecuencia con el Gobierno. La dupla con Carlos Zannini representa una fusión
razonable para los que piden más kirchnerismo y quienes pretenden continuidad
con moderación. Massa ofrece volver al tiempo dorado del crecimiento a tasas
chinas –entre 2003 y 2008– y un encendido mensaje penalista. Macri busca
contener a los votantes del radicalismo que aceptaron ir a la interna en
Cambiemos y a la vez seducir a peronistas antikirchneristas que lo vean como el
hombre para derrotar al oficialismo.
De aquí a octubre se irán develando incógnitas. ¿Se sumarán
los votos de Elisa Carrió y Sanz a Macri? ¿Irán los de Domínguez a Aníbal
Fernández? ¿Se cumplirá la teoría del voto útil, es decir que los que quieren
un determinado modelo de país votarán aun con un broche en la nariz al que
aliente la esperanza de llevar hacia ese sendero? ¿Les creerán a los antiK que
ahora dicen que sostendrán parte de lo que hizo el Gobierno?
Revista Acción
Agosto 15 de 2015
La foto es de Acción
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