Desde el 5 de julio pasado, cuando los griegos fueron a las
urnas y mayoritariamente rechazaron los planes de ajuste que pretendían imponer
los representantes del ala más dura de la troika, pasaron apenas 45 días, pero
parece que hubiesen sido añares. En este lapso, tanto la imagen de Alexis
Tsipras como de la coalición Syriza, que lo llevó al poder en enero pasado, se
fueron diluyendo ante el resto del mundo.
El primer ministro heleno pasó de ser la esperanza de cambio
en una Eurozona que no aceptaba otra salida para la crisis económica que no
fuera la de ponerle fin a lo que queda de Estado de Bienestar, a convertirse en
un enigma difícil de descifrar. ¿Traicionó sus principios apenas dos días
después del reférendum o la mejor opción para defender a los griegos en vista de que la cuna de la democracia
occidental, como dice, es un enano luchando contra un gigante como Alemania?
¿Qué busca con la renuncia y el llamado a elecciones anticipadas, volver al
gobierno con nuevo sustento electoral, aún a riesgo de destruir la agrupación
que pacientemente ayudó a conformar en oposición a los partidos del ajuste?
El detonante de esta crisis, que ahora repercute al interior
de Syriza y que preanuncia la ruptura del ala izquierda, fue la firma del
Tercer Memorando de Entendimiento con la Eurozona. Allí se vio con mucha mayor
claridad en qué consistía el renunciamiento de Tsipras tras conocerse el
resultado de la consulta popular. Todo era peor de lo que parecía, y para
colmo, la novedad se reveló al mismo tiempo que se informó que una empresa
alemana se quedaría con 14 aeropuertos griegos. No es que una estación aérea
sea el mayor símbolo del orgullo nacional, pero en un contexto de depresión y
caída en picada de una economía puede ser la señal de que cada vez queda menos
por defender. Y eso repercutió claramente en Syriza.
Alguien que conoce muy bien los entresijos de estos
dramáticos meses, que fue parte de su
gabinete como titular del área económica, Yanis Varoufakis, detalló ayer parte
de los temas ríspidos que se fueron discutiendo desde que, junto con Tsipras,
se hicieron cargo de los negocios públicos, a principios de año.
En su página web, el economista señala que lo acusaron los
grandes medios de no haber tenido un plan alternativo ante la eventualidad de
que, como ocurrió, los alemanes, y sobre todo su ministro de Finanzas, Wolfgang
Schäuble, no dieran su brazo a torcer. También le decían, indicó, que los
organismos financieros del continente no sabían qué se traían entre manos en el
gobierno griego.
Varoufakis detalla planes presentados en mayo y junio, que
implicarían una mejora de la economía para hacerse cargo de enfrentar la
voluminosa deuda pública. Y agrega: "La verdad es que ellos sabían
perfectamente lo que nos proponíamos, pero nunca prestaron atención a nuestras
propuestas". Y se pregunta si es que esas propuestas no tenían ningún
valor o, dice, "nuestras propuestas hacían difícil para ellos admitir que
la verdadera razón por la que se negaron a aceptar nuestras sensatas
iniciativas era que sólo se preocupaban por humillar a nuestro gobierno y
descarrilar las negociaciones?"
Varoufakis reconoció desde que presentó la renuncia, ni bien
se supo el resultado del referéndum, que tal vez pecaron de ingenuos al
intentar sostener planes de contingencia contra una muralla de dirigentes que
no pensaban aceptar ninguna otra salida que no fuera el recorte presupuestario
y de beneficios sociales para la mayoría de la población.
Tal vez esa sea la esencia de la actual tragedia griega: la
lucha de los militantes de Syriza fue ideológica, pero al menos en esta etapa
de Europa –y especialmente dentro de la Eurozona- la ideología ha muerto. Lo
único que prima son las razones de Estado.
Y esas razones implican que la batuta para arreglar los
desaguisados económicos de cualquier de los países miembros la tienen los
alemanes. No sólo los miembros del gobierno, sino la mayoría abrumadora de la
población que considera que los griegos, los italianos y los españoles, los
europeos del sur, básicamente son poco afectos al trabajo, desordenados, dados
a la molicie, y por eso están en crisis. Una crisis, reflejan los medios
masivos pero no desmiente la población, arrastra a toda la región hacia
situaciones límite. "Hay que ponerle fin a esta situación", repiten
al unísono. "Hay que disciplinarlos", agregan insidiosos.
Esa es una forma simplista de entender esta crisis y en
general del momento que vive la Unión Europea, errada a juicio de este
columnista.
Otra forma es hacer un pequeño relevamiento de lo que está
ocurriendo fuera de las fronteras continentales. El superdólar está arrastrando
a la mayoría de las monedas fuertes a una guerra en la que salvo Estados
Unidos, todos por ahora tienen mucho que perder. El euro tiene como sostén de
su valor las cuentas claras y precisas y sin déficit importantes entre sus
socios, así quedó establecido desde su origen. China está sufriendo en carne
propia esta guerra de monedas y por eso devaluó el yuan y permitió una baja en
el valor de las acciones –una forma leve de desinflar la burbuja- en la bolsa
de Shangái.
Paralelamente, el gobierno de Barack Obama está apurando los
acuerdos de libre comercio denominados TTIP, por las siglas en inglés de
Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones. Se trata de un ALCA para los
países más desarrollados, como lo es el conjunto de la UE, que haga de
contrapeso para el crecimiento de China, Rusia y Brasil y el resto de las
naciones que integran el BRICS.
Como en todo tratado entre países que necesitan ser pares
para que no estallen las diferencias, ambos contendientes están tratando de
igualarse. Cuando se creó el NAFTA en América del Norte, México era una oferta
de mano de obra barata para las empresas estadounidenses y eso facilitó las
cosas. Pero Europa, por ahora y a pesar de todo lo perdido en estos años, en
general ofrece muchos más beneficios a sus trabajadores de los que pueden
disfrutar los estadounidenses. ¿Alguien podría creer que la administración de
los demócratas subiría beneficios a los propios para empardar? Basta con ver
que Obama apenas logró pasar una copia ajada de su plan de Salud, al que los
republicanos prometen destruir si ganan en 2017. Lo más "sensato"
para todos, entonces, es igualar para abajo. Porque, además, está la
competencia de la industria china, que con esta devaluación y un régimen de
flotación más flexible se hace más difícil de contrarrestar.
Por otro lado, Alemania y sus socios menores de Europa
muestran una actitud que parece de dureza por las formas, pero que en el fondo
refleja una gran debilidad. Si como dicen los gurúes neoliberales –en Argentina
era un discurso habitual durante la convertibilidad- un país tiene que
"seducir" a los inversores para que apuesten por hacer negocios en
ese territorio, europeos y estadounidenses se están peleando por seducir a los
verdaderos dueños del mundo, que son los dueños del capital. Esos que vienen
trasladando –deslocalizando se dice en aquellos sitios- empresas desde ambos
distritos hacia regiones que ofrecen más ventajas, en el Oriente y
especialmente en China.
En este contexto, el debate que plantea Varoufakis se torna
inocente por un lado, pero estéril en lo profundo. Todos saben que los griegos
de Syriza tienen razón, el caso es que de lo que se trata es de otra cosa. Y en
ese juego no hay lugar ni para románticos ni para debates teóricos. "Es el
poder, estúpido", parece haber entendido Tsipras, y pegó el portazo. El
tema es qué espera poder hacer si logra incrementar sustancialmente el respaldo
en el futuro comicio.
Tiempo Argentino
Agosto 21 de 2015
Ilustró, como siempre, Sócrates
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