El desborde de los ríos en San
Antonio de Areco, Arrecifes y Luján provocó un intenso debate nacional en el
que hubo reparto de culpas por el drama. El hecho, sin embargo, reveló el
déficit de políticas de Estado en torno a algunos de los problemas más
acuciantes para la población. Una primera explicación con tintes científicos
fue inscribir a estas inundaciones en el marco del cambio climático, que
provoca lluvias desproporcionadas y recurrentes como las de principios de
agosto –esta vez Luján se inundó dos años consecutivos– y en otras regiones
sequías devastadoras. Algunos especialistas hablaron del llamado fenómeno de El
Niño, que en ciclos de entre 3 y 7 años modifica la distribución de las
precipitaciones en todo el planeta.Durante esos días intensos de
discusión mediática aparecieron también críticas por la falta de obras de
infraestructura para evitar las inundaciones y sus consecuencias. Pero también
por las obras realizadas… Es decir, por emprendimientos privados en el delta
del Paraná que afectan de un modo crucial el escurrimiento de las aguas en la
desembocadura del río Luján, donde unas 9.200 hectáreas de humedales resultaron
invadidas por barrios privados. Se reveló, asimismo, la existencia de por lo
menos 90 canales clandestinos río arriba, construidos por terratenientes para
que los campos más fructíferos no queden anegados ante cada tormenta.En tal sentido, la deuda pendiente
con la sociedad es importante. Durante los 90 muchas de las instituciones
estatales fueron reducidas o directamente eliminadas en pos de un concepto
neoliberal que reclamaba sustituir lo público por supuestas soluciones
privadas. El caso de las problemáticas ambientales es un ejemplo típico de por
qué hay cuestiones que exigen que dependencias pertenecientes a la sociedad
sean las que se encarguen de estudiar y advertir sobre los peligros que pueden
desencadenar determinadas decisiones gubernamentales. Y por qué es necesario
que, además, se escuche y se responda ante los requerimientos de quienes tienen
el conocimiento como para determinar las políticas más adecuadas.Esto excede a nuestro país. Hace 10
años el huracán Katrina provocó una tragedia en los distritos más pobres de
Nueva Orléans como no se recuerda en la historia de Estados Unidos. Lo que dejó
como corolario aquel evento fue la ausencia del Estado, que no solo no tomó medidas
cuando fue advertido de lo que se venía sino que luego no hizo nada para
remediar la situación de las víctimas.Lo contradictorio es que hay
investigadores dedicados al tema que, por otro lado, son pagados por la
sociedad a través de los impuestos. En la Argentina hay expertos de fuste en el
Conicet y en universidades públicas que vienen alertando no solo acerca de los
fenómenos climáticos, sino también sobre la necesidad de regular la
construcción de barrios privados en la zona de Tigre y controlar que los
productores rurales no construyan desvíos de agua irregulares.Pero si las urgencias políticas o
electorales priman en las decisiones en cada distrito porque se necesitan los
recursos que proveen los emprendimientos o la producción agropecuaria; o si se
aprueban proyectos urbanos del tamaño de ciudades sin contemplar el impacto que
producirán en el medio ambiente; o peor aún, si se cree que «la mano invisible
del mercado» puede aportar las respuestas y que no es bueno alterar el «clima
de negocios», lo único que cabe esperar es dramas mayores.Es cierto que faltan obras, y se sabe
que en general esas obras de infraestructura no son visibles y por lo tanto
pueden no aportar a la hora de ir a las urnas. Y que muchos de los daños
ambientales se generan en el contexto de extendidos sistemas de corrupción. El
cambio climático existe, el fenómeno de El Niño existe, pero ¿qué se hace para
prevenir o remediar sus consecuencias? Ante tamaño desafío es esencial contar
con políticas de Estado dictadas sobre la base del estudio científico para que
la tormenta no aparezca como una sorpresa desagradable.Revista AcciónAgosto 30 de 2015
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