«Pa’ una ciudad del norte/ yo me fui a trabajar/ mi vida la
dejé/ entre Ceuta y Gibraltar», canta Manu Chao, hijo de un exiliado español de
la Guerra Civil, en «Clandestino», el tema que narra las desventuras de otros
que, como su familia, debieron dejar su tierra para labrarse un futuro mejor. O
simplemente un futuro. En esa canción, Chao detalla los avatares de
latinoamericanos y africanos sin papeles, «ilegales, clandestinos» obligados a
correr «para burlar la ley». Perseguidos por el hambre y la falta de
expectativas, víctimas de guerras civiles y de la avidez de grandes empresas
que devastan regiones para explotar sus recursos naturales. Según datos de la
Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en 2014 se registró un
flujo de 214 millones de migrantes en todo el planeta, esto es, más de 4 veces
la población de Argentina.
Tratándose de un proceso que por fuerza se hace a
hurtadillas, el cómputo completo podría estimarse 3 y 4 veces mayor, según la
misma fuente. Pero no todos logran su objetivo, y en ese mismo período más de
4.000 personas murieron en el intento.
Las imágenes de los que cada día cruzan en barcos
desvencijados y sobrepasados de pasajeros hacia Lampedusa, al norte de Túnez y
cerca de Sicilia en Italia, las que cada tanto se ven en el enclave español de
Ceuta y las de quienes intentan cruzar la frontera caliente entre México y Estados
Unidos, al igual que las que fugazmente se mostraron de Malasia, son
elocuentes. Impotencia y represión violenta, tiendas de campaña para alojar a
los sin refugio, disputas políticas entre quienes no quieren hacerse cargo de
un problema que hasta el papa Francisco puso de relieve con una visita a uno de
esos campos del espanto.
Europa atraviesa una crisis económica que, en algunos países
del sur, es demoledora. Sin embargo, miles de desesperados tratan de ingresar
cada día a Italia, Grecia y en menor medida a España. Es que son las naciones
más cercanas a esos «territorios de fuga» y quienes logran entrar en general no
planean quedarse allí, sino que hacen una primera escala para atravesar
fronteras interiores del continente hacia un lugar donde afincarse.
Pero nada es fácil para ellos. Y en todos los lugares adonde
llegan –si es que no caen en el camino– encuentran resistencia, rechazo,
estigma. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, autor de Ceguera moral, ensaya una
explicación a este drama contemporáneo: «Desde la modernidad, los refugiados de
la brutalidad de guerras y despotismo, de una vida sin esperanza, golpearon a
nuestras puertas. Para la gente de este lado de las puertas, esas personas han
sido siempre “los extraños”, “los otros”». Esos otros están en la mira de los
movimientos xenófobos o directamente nazis que prosperan en casi todos los
países de Europa. El crecimiento del partido de los Le Pen, padre e hija, en
Francia, Amanecer Dorado en Grecia, los grupos neonazis alemanes y neofascistas
en el norte de Italia son muestras del arraigo de la intolerancia en el
continente. El periodista catalán Pere Rusiñol describe la situación: «Los
inmigrantes son el chivo expiatorio perfecto» y «una amenaza a la visión del
mundo de la ultraderecha porque, por definición, introducen elementos de
diferencia en una sociedad. La ultraderecha, en cambio, persigue la quimera del
pueblo absolutamente homogéneo y cohesionado por compartir una lengua, una
cultura, una religión».
Del otro lado del océano, el millonario Donald Trump, en su
lanzamiento como precandidato presidencial de los Estados Unidos, arremetió
contra los emigrantes mexicanos: «Están enviando gente que tiene muchos
problemas, nos están enviando sus problemas, traen drogas, son violadores, y
algunos supongo que serán buena gente, pero yo hablo con agentes de la frontera
y me cuentan lo que hay», dijo.
Cercos militares
En el mapa actual de las migraciones internacionales se
observan dos grandes fenómenos. Uno de ellos es el flujo migratorio más o menos
ordenado, más o menos pacífico, más o menos consentido, que permite la
circulación de poblaciones que se integran a las sociedades receptoras. Por
ejemplo, las migraciones suramericanas hacia la Argentina, donde existen planes
generosos para la acogida y la legalización junto con oportunidades de trabajo,
estudio y sistemas de salud pública que los locales cuestionan pero son a todas
luces superiores a los que tienen en sus territorios de origen los inmigrantes.
El otro fenómeno, violento y trágico, es el de los flujos
migratorios que intentan atravesar fronteras cerradas y militarizadas, como
sucede en el Mediterráneo y los Balcanes. Allí, en lo que va del siglo, las
organizaciones internacionales registraron unos 40.000 muertos, lo que llevó a
que el último informe sobre migraciones de la OIM se titulara Viajes fatales.
El 70% de esas muertes tuvo lugar en el Mediterráneo. En ese informe se aclara
que por cada muerto registrado hay por lo menos otros dos o tres desaparecidos.
«Nada te prepara para ver a 369 personas hacinadas en un
barco de pesca», declaró hace poco Chris Catrambone, cofundador de la Estación
de Ayuda al Migrante por Mar, que se dedica a la ayuda a los que cruzan desde
África a Italia. Fue durante uno de los tantos naufragios que se suceden porque
las embarcaciones carecen de las más elementales medidas de seguridad. «Se está
creando una fosa común en el mar Mediterráneo y las políticas europeas son las
responsables», denunció Loris De Filippi, presidente de Médicos Sin Fronteras
(MSF).
Solo en lo que va de 2015 cerca de 2.000 personas se
ahogaron tratando de escapar de Libia hacia Lampedusa, y durante el último año
alrededor de 100.000 consiguieron entrar a Europa por distintas vías, de
acuerdo con estadísticas de la OIM. Casi 55.000 cruzaron el mar desde el
devastado norte africano, mientras que más de 46.000 llegaron a Grecia desde
Turquía. La dramática situación motivó quejas de Italia porque sus socios de la
Unión Europea (UE) cierran fronteras para evitar recibirlos, violando los
principios establecidos en el Tratado de Schengen. A mediados de junio se
decidió aceptar la reubicación de hasta 40.000 extranjeros llegados a Italia y
Grecia, más que por cuestiones humanitarias para aliviar a dos de los países
más castigados por la crisis económica.
En otras geografías se suceden verdaderas tragedias
humanitarias no solo por la cantidad creciente de seres humanos que mueren en
el intento de migrar, sino porque a ese drama se acopla el tráfico de personas,
secuestros masivos, asesinatos y desapariciones forzadas. Esas tres zonas son
la ya mencionada frontera sur (Mediterráneo) y este (Balcanes) de la UE, otra es
la frontera entre Estados Unidos y México, a las que se añadió recientemente el
Golfo de Bengala y el Mar de Andamán, en el sudeste asiático. En América la
situación tiene sus matices. Los 3.152 kilómetros de frontera entre México y
los Estados Unidos en particular, y el territorio mexicano en general, reviste
la inocultable condición de tragedia humanitaria. Solo en 2014, al menos 1.000
personas perdieron la vida en su intento por atravesar ese borde sellado con
una muralla o por los caminos que aún quedan sin dividir. Pero no todos son
mexicanos. Al menos la mitad provienen de otros países centroamericanos cuyo
primer desafío es alcanzar la frontera con Estados Unidos sin ser secuestrados
en el camino. Un porcentaje menor está compuesto por asiáticos, suramericanos,
africanos, caribeños y antillanos, que utilizan a México como trampolín de
acceso al «paraíso americano». Los registros del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la OIM estiman que entre 1.200 y
1.500 personas intentan cruzar ese peligroso límite por tierra.
El vecino de al lado
México es uno de los mayores expulsores de población del
mundo, cada día abandonan tierra azteca unas 700 personas, de las cuales 600
van a Estados Unidos, 55 a Canadá y 45 al resto del mundo. Los cuatro mayores
países emisores de la región latinoamericana y caribeña siguen siendo Brasil
(23%), Colombia (11%), Perú (9%) y Ecuador (9%). La Argentina, en este
contexto, durante los 90 fue expulsor de nativos pero al mismo tiempo receptor
de países vecinos, un raro fenómeno con pocos antecedentes en el planeta. En la
actualidad es uno de los cuatro puntos de acogida de emigrantes, aunque ya no
vienen mayoría de europeos como a lo largo de la primera mitad del siglo XX,
sino que son migrantes de Bolivia, Paraguay y Chile, además de los jóvenes
colombianos y brasileños del sur del país que cruzan las fronteras para
aprovechar las ventajas de la educación superior gratuita y de calidad que se
ofrece en el país. Por otro lado, España, que pocos años atrás fue el destino
soñado para las atribuladas poblaciones locales, desde hace tres años no hace
sino expulsar a miles de ecuatorianos y peruanos que vuelven a su países de
origen, e incluso lo hace con españoles nativos que ven cerradas sus puertas en
la península y encuentran oportunidades en América Latina.
En Estados Unidos residen 33 millones de descendientes de
mexicanos y 11 millones de migrantes de ese origen, de los cuales solo el 25%
obtendrá la ciudadanía, muchos de ellos luego de enrolarse en el Ejército. El
50% de los mexicanos residentes son pobres. Según el Instituto Nacional de
Migraciones de México (INMM), un total de 1 millón de personas al año utiliza
ese país como plataforma de ingreso a los Estados Unidos, sean documentados o
indocumentados, registrados o invisibles. Al mismo tiempo, cada año regresan a
través de México unos 400.000 migrantes. De ellos, una parte se queda en el
país azteca, una parte regresa a su país de origen y otra comienza un nuevo
itinerario para reintentar el ingreso por otra vía. El mismo INMM define que la
frontera entre los Estados Unidos y México es la más transitada del mundo.
Entre 300 y 500 dólares por cabeza paga un migrante a los traficantes (polleros
o coyotes) para cruzar, bastante menos de lo que pagan los africanos para
escapar a Europa. Los traficantes, que controlan al menos 8 de cada 10 cruces,
los recogen en el lado mexicano y los sueltan del lado estadounidense. Pasan la
frontera de múltiples modos, ocultos y hacinados en camiones, camionetas, doble
fondo del piso de micros, flotando en el interior de camiones cisterna, incluso
en el tren infelizmente conocido como La bestia. Solo en 2014 la OIM
contabilizó 250 muertes de migrantes en las inmediaciones de ese borde tabicado
por un muro de cemento y hierro. La cifra llega hasta los 6.000 muertos en este
tramo del siglo XXI.
Efecto rebote
La vieja y orgullosa Europa, protagonista de las peores
guerras, genocidios y ocupaciones coloniales que vivió la humanidad, padece
ahora el rebote de muchas de esas intromisiones bélicas en otras regiones hacia
su propio territorio. Así, recibe oleadas de migrantes por el sur y por el este
que escapan de situaciones provocadas por acciones de las dirigencias políticas
no tan lejanas en el tiempo que desataron verdaderos infiernos en África y el
Oriente Medio. Millares de migrantes africanos, en parte magrebíes y en parte
subsaharianos, se desplazan durante meses a través del desierto más grande del
planeta para ingresar a Ceuta y Melilla, dos resabios de la etapa colonial de
España, como trampolín de acceso a Europa. Para impedir el ingreso terrestre,
primero por su cuenta y luego con auxilio de Bruselas, España construyó dos
gigantescos muros de alambre, cemento y acero que están permanentemente
monitoreados por cámaras de visión nocturna y sensores de movimiento y ruido. En
2012 España llegó a establecer un acuerdo con Marruecos para que las
autoridades del reino africano se encarguen de frenar el paso de migrantes por
su territorio mediante un control represivo mucho más duro, que España no puede
aplicar por su adhesión a tratados de la UE. En otras palabras, los marroquíes
hacen el trabajo sucio a los españoles. Por eso se incrementó el paso por otros
canales, aunque las autoridades magrebíes no suelen ser muy afectuosas con los
migrantes subsaharianos. El Gobierno de Argel, por ejemplo, carga con decenas
de denuncias en su contra por capturar a migrantes en Tánger y expulsarlos al
desierto. Ninguna administración europea se dio por enterada de esas prácticas.
Libia y Túnez son, entonces, los puertos de salida para fugitivos
procedentes de Guinea, Senegal, Sudán,
Mali, Nigeria, Camerún, Togo, Ghana y Chad. A Italia cruzan en su gran mayoría
magrebíes y en particular libios que huyen de la guerra civil desatada tras la
intervención europea para derrocar y asesinar a Muhamar Khadafi en 2011. Por el
Mediterráneo oriental ingresan millares de sirios, egipcios, iraquíes, afganos,
somalíes y eritreos, entre otros, por rutas que los llevan a Grecia a través o
del mar Egeo o de la frontera con Turquía. La OIM certifica que «Europa es el
destino más peligroso del mundo para las migraciones irregulares». Y computa la
muerte de 2.000 personas por año, equivalentes a unos 28.000 durante este
siglo. Un tercio de los que cayeron durante 2015 eran magrebíes, un tercio
subsaharianos, el 11% del cuerno de África (Somalia y Eritrea) y el resto sin
identificación. Italia es el país que más migrantes recibe por vía marítima,
con 130.000 en 2014, más del doble que un año antes. La situación fue advertida
por la actriz Angelina Jolie, quien visitó un centro de refugiados en Malta y
dijo que «existe una relación directa entre los conflictos en Siria y en otros
países de la región, y el incremento de las muertes en el Mediterráneo. Si no
atajamos la raíz de esos conflictos, el número de refugiados que mueren seguirá
en crecimiento».
Nobel fallido
El continente asiático, en tanto, es una zona de permanentes
y gigantescas migraciones, compuesta por una natural movilidad migratoria sin
mayores conflictos, y una migración violenta ocasional originada en conflictos
bélicos o sociales, protagonizada por desplazados y refugiados, y que genera
innegables catástrofes humanitarias. Es lo que está sucediendo actualmente en
la bahía de Bengala y el mar de Andamán, con refugiados rohingyas procedentes
de Myanmar y Bangladesh, que son rechazados por Tailandia, Malasia e Indonesia.
Las cifras son escalofriantes. Durante 2014, cuando escaló la crisis
migratoria, entre 90.000 y 100.000 personas se movilizaron por la zona, y más
de 25.000 entre enero y marzo de este año. De estos, el ACNUR contabilizó más
de 2.000 muertos en el mismo lapso, la mitad por naufragios o enfermedades
contraídas en alta mar, y la otra mitad de manos de los traficantes tailandeses
y malasios. Forman parte de los 180.000 rohingyas que huyen desesperadamente de
la limpieza étnica lanzada desde 2012 en Myanmar. El relator de las Naciones
Unidas para este caso, el argentino Tomás Ojea Quintana, lo calificó como
genocidio. «En Myanmar se están cometiendo crímenes contra la humanidad. Hay
elementos claros y más que suficientes para determinar que hay un genocidio
contra los rohingyas en Arakán», destaca (ver Políticas de Persecusión).
Estos ataques revelaron una actitud esquiva de Aung San
Swkyi, premio Nobel de la Paz de 1991, una líder opositora que pasó 20 años
encarcelada por la dictadura militar y que ahora aparece como favorita para las
elecciones de 2016. Varios premiados con ese galardón que se reunieron
recientemente en Oslo para denunciar la tragedia de los rohingya decidieron no
invitar a Suu Kyi y la criticaron ácidamente. «Si eres neutral en situaciones
de injusticia, has elegido el bando del opresor», espetó el arzobispo
sudafricano Desmond Tutu, Nobel de 1984 que le reclamaba «desesperadamente su
liderazgo moral» para poner fin a las matanzas.
Políticas de persecución
Invisibilizados por los grandes medios, no tanto por
ocultamiento como por ignorancia, los rohingyas son en Myanmar, la antigua
Birmania, una minoría étnica musulmana que viene sufriendo persecuciones por
décadas. Es en este marco que ocurre lo que el argentino Tomás Ojea Quintana,
relator especial de la ONU para los derechos humanos en Myanmar, describe de
este modo: «Familias enteras de rohingyas escapan, lanzándose desde la
provincia de Rakhine a las turbulentas aguas del golfo de Bengala, en precarias
barcazas, con la desesperación de alcanzar, en general, las costas de Malasia».
Por eso considera que los integrantes de esa comunidad étnico-religiosa que
logran huir de ese infierno, debieran ser definidos –de acuerdo con lo que
indican los términos legales de la ONU– no como inmigrantes sino como
refugiados.
¿Qué consecuencias tiene para ellos esta divergencia
semántica? Para Ojea Quintana, los rohingyas que navegan a la deriva merecen
los derechos de todo refugiado, «y no deberían ser devueltos al mar o
encarcelados, y mucho menos obligados retornar a Myanmar». El relator de la ONU
acusa a Tailandia, Bangladesh y Malasia por desentenderse de esta grave
situación. Pero la alerta es también para los países occidentales que
levantaron sanciones contra el régimen militar y para naciones o empresas
privadas que «se aprestan a invertir en un país que se abre al mundo», insiste
Ojea Quintana. «Deben priorizar la exigencia de que las autoridades de Myanmar
desarticulen las políticas de persecución en vigencia», concluye.
OPINIÓN:
Gabriel Pérez Dupart*
Crisis humanitaria
La migración en la frontera entre México y Estados Unidos es
sin lugar a dudas una tragedia humanitaria que no solo se contabiliza en
pérdida de vidas, sino en el sufrir de millares de migrantes que son víctimas
de la delincuencia organizada. El 95% de los transmigrantes centroamericanos
han sido víctimas de al menos una acción de los grupos delictivos, como robo,
secuestro, extorsión y discriminación, o trata y esclavismo laboral y sexual.
La cantidad de transmigrantes centroamericanos registra un marcado incremento
desde 2012 por la pobreza y la falta de oportunidades, pero cada vez más
también por el aumento de la violencia y criminalidad de los grupos delictivos,
las mafias y las maras en sus países. Se percibe que hay una cooptación
territorial de las mafias que conforman un Estado subterráneo con alianzas o
control de las fuerzas de seguridad, y que les permite diversificarse en varios
negocios. Uno de esos negocios es con los migrantes. El Estado mexicano ha
asumido una política de contención en el sur de país, pero no combate
abiertamente a las mafias sino que busca impedir el tránsito. En 2012 hubo
88.000 deportaciones, que ascendieron a 127.000 en 2014, y todo indica que este
año serán más.
Desde 2012 hay un incremento sideral de menores solos en las
migraciones. En 2012 rondaban los 4.000, pero en 2014 ya fueron 23.000 los de
menos de 18 años retenidos por el Estado. Se puede inferir entonces que es
mucho mayor la cantidad total, todos ellos, a su vez, más vulnerables a la
delincuencia.
Esta crisis humanitaria evidencia un Estado que pierde
terreno frente al crimen organizado, niveles crecientes de impunidad y
corrupción que limitan la garantía de los derechos humanos y el acceso a la
Justicia, así como un ambiente de xenofobia y violencia generalizada. Factores
que convierten el tránsito por México en un viaje muy peligroso.
*Investigador en Migraciones del Colegio de la Frontera, de
la ciudad de Tijuana, México
Revista Acción
Julio 15 de 2015
Informe: Alejandro Pairone
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