Son muchos los que comparan al primer ministro Alexis Tsipras con el ex presidente Fernando de la Rúa. Por haber cedido a todas las imposiciones de los organismos financieros internacionales y a los caprichos del ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble. Pero los integrantes de Syriza, la coalición de centroizquierda que ayudó a crear, lo ven más cercano a Carlos Menem, que llegó al gobierno con promesas de revolución productiva y terminó convertido en una "paloma de iglesia", porque –hablando con cierta elegancia- les enchastró la ropa a los fieles.
Esta praxis acelerada para un académico de fuste como
Varoufakis, lo llevó a sostener que el ala recontradura del Eurogrupo,
capitaneado por su archienemigo Schäuble, logró un triunfo a lo Pirro, por el
general cartaginés que luego de una batalla ganada al costo de la vida de más
de 4000 de sus hombres, exclamó: "Otra victoria como esta y estoy perdido."
Más allá de los análisis que puedan hacerse sobre las
razones de Tsipras para aceptar ese feroz ajuste y de someterse a la
humillación de hacerlo votar luego de ganar el referéndum donde pedía lo
contrario, el bloque proalemán venció, pero no convenció, parafraseando el
discurso de Miguel de Unamuno a un general franquista. Y ese éxito pasajero
tiene destino de derrota futura para el proyecto europeísta. Logró apoyos para
"pegarle al caído" pero enfrentado a socios como Francia e Italia,
que pretenden morigerar los efectos de la crisis griega.
También el FMI mostró su distanciamiento del bloque germano,
al insistir en que el plan que le obligan a cumplir a Atenas es inviable a
menos que haya una quita al monto de la deuda. Lo mismo desliza ahora el
director del Banco Central Europeo, una de las patas de la troika, Mario
Draghi. Como toda respuesta, la canciller Angela Merkel secundó a su inefable
ministro y dice que no ve con malos ojos alejar a Grecia, aunque sea
temporalmente, del euro.
El Grexit es la solución que quiso evitar Tsipras, porque
teme el costo político y social de implementar un bono – emulando los
vernáculos patacones, o un pagaré como le recomendó Varoufakis - para que la
economía funcione a pesar del euro. En este caso, el ejemplo que suele ponerse
es el de Ecuador, que adoptó al dólar como moneda de circulación interna en el
año 2000. Desde la llegada de Rafael Correa, académico también él, se especula
con que su gobierno vuelva a tener una divisa local. Sin embargo el mandatario,
que pateó el hormiguero en todos los rincones de la política ecuatoriana, sigue
considerando como un riesgo muy fuerte para la sociedad salirse del dólar.
La moneda común europea surgió en enero de 1999, poco antes
que la dolarización ecuatoriana y para la misma época en que el creador de la
convertibilidad argentina, Domingo Cavallo, era asesor del gobierno de Abdalá
Bucaram. Nació en medio de convulsiones en los mercados mundiales. Eran los
tiempos del efecto Caipirinha en Brasil, del Vodka en Rusia, una ola que había
comenzado en 1997 en Corea y Tailandia.
Con los años, esa romántica posibilidad de unificación
europea pensada como colofón a siglos de guerras, se convirtió en un corset que
aprieta a los países menos competitivos del sur del continente y atosiga a
Francia e Italia, las dos naciones más industrializadas de la zona luego de
Alemania.
Muchos comentarios circularon en estos días sobre la
explícita humillación con que Berlín somete a Grecia. Un poco en castigo al
gobierno de Tsipras porque desafió al Eurogrupo con un referéndum sobre nuevos
ajustes. Y otro poco porque pretende disciplinar a los ciudadanos de otros
distritos que pretendan salidas democráticas como la que intentó Atenas.
Apuntan a Syriza para pegarle a Podemos en España.
El propio Varoufakis se encargó de aclarar cómo son las
cosas. Dijo que en sus cinco meses de gestión conoció qué es el poder. Que cada
vez que le explicaba a Wolfgang Schäuble las consecuencias de los recortes que
pedía, el alemán le decía que si, que era cierto, pero que lo iban a tener que
hacer igual, les gustara o no.
El germano, además, dijo que los planes económicos habían
sido aprobados por anteriores gobiernos y que no podían cambiar las reglas cada
vez que hay elecciones en alguno de los 19 países.
-Si es así entonces quizás tendríamos que dejar de tener
elecciones- le comentó irónicamente el economista.
-Sí, esa sería una buena idea, pero muy dificultosa de poner
en práctica, así que firme sobre la línea punteada o salgase del euro- dice
Varoufakis que le insinuó Schäuble.
Si de nada vale una elección en los temas que pesan, y si
los gobiernos apenas son administradores de lo ya establecido, poco queda del
sentido profundo de la democracia. Mucho menos sentido tiene que Tsipras piense
que a pesar de haberlo entregado todo aún le queda un resquicio por donde poder
hacer algo fuera del libreto.
Un proceso de integración regional como el europeo tuvo como
objetivo la construcción de un estado supranacional. Era federal, la suma de
sus partes. La foto de hoy muestra a los alemanes saliéndose con la suya luego
de dos terribles guerras perdidas, empeñados en la construcción de un
supraestado unitario que pretende sojuzgar a todos los países de la Eurozona a
través del control de la moneda, un fluido vital en toda sociedad capitalista.
Es lo que marcan los críticos del brutal castigo a Syriza.
Que un verdadero federalismo no puede tener como solución que uno de sus
miembros sufra la expulsión, aunque sea temporal. Como en aquellos juegos
infantiles en los que, curiosamente, los que perdían tenían que ir "al
Berlín".
Vaya un ejemplo de la época del menemismo. Funcionarios del
ministerio de Economía de aquellos años comentaban que uno de los problemas de
la convertibilidad era que algunas provincias no eran "viables". Esto
es, que no tenían economías adecuadas para funcionar con eficiencia en un
esquema de paridad con el dólar. Anotaban en esta lista a Catamarca, Formosa,
el Chaco y La Rioja, entre otras. Este mismo concepto se escucha de economistas
ortodoxos en relación con Grecia. Por eso la quieren echar del euro. Pero
hablando sensatamente, la posibilidad de que con semejantes recortes pueda
tener superávit presupuestario para algún día pagar su deuda es prácticamente
nula.
Una pregunta clave si se habla de federalismo y de
integración: ¿Cómo soluciona un país solidario los problemas en alguno de sus
distritos? En Argentina hay una ley de coparticipación federal mediante la cual
las provincias más productivas, como Buenos Aires, aportan para un pozo común
que distribuye de acuerdo a un esquema de fomento a las otras. En Estados
Unidos sucede algo similar. A ningún ocupante de la Casa Blanca se le ocurriría
expulsar del dólar a un estado con déficit. Pueden quebrar y refinanciar sus
deudas pero no quedar afuera de la Unión. Es como si en 1861 hubieran aceptado
la secesión de los estados del sur. Hubieran evitado la guerra civil, pero
tendrían la mitad del territorio.
Merkel y Schäuble ganaron a lo Pirro, ya se dijo. Por ahora
Tsipras recibe los cascotazos y luce una imagen desgajada. Pero quién sabe cómo
será el próximo capítulo de esta novela. Quien crea que la historia llegó a su
fin, no tiene la menor idea del devenir.
Tiempo Argentino
Julio 17 de 2015
Ilustró Sócrates
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