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jueves

Otra agenda argentina



El 5 de noviembre de 2005 es considerado por muchos analistas como el hito fundacional de un proceso de integración regional sin precedentes. Ese día, en Mar del Plata, los entonces presidentes Néstor Kirchner, Luiz Inacio Lula da Silva y Hugo Chávez, acompañados por el uruguayo Tabaré Vázquez y el paraguayo Nicanor Duarte Frutos, le dijeron No al Alca, poniendo una pica en el sistema de libre comercio continental que se había pergeñado una década antes en Washington y sepultando el proyecto de George W. Bush de hacer un mercado común «desde Alaska a Tierra del Fuego» que fogonearon los líderes neoliberales de los años 90 desde la capital de los Estados Unidos.

Quienes conocían más cercanamente a Kirchner, ese dirigente peronista patagónico que sorpresivamente alcanzó la primera magistratura en marzo del 2003, sostienen aún hoy que no le interesaba la política exterior. Que su máxima preocupación estaba fronteras adentro y que las relaciones con el resto del mundo prefería dejárselas a otros, más avezados. Sin embargo, sus primeros movimientos desde que llegó al poder –de manera no solo sorpresiva sino también en una situación de cierta debilidad, en vista de que había obtenido apenas 22% de los votos, 2,1% menos que el ex presidente Carlos Menem, quien resignó la posibilidad de presentarse al balotaje– indican todo lo contrario.

La prueba más evidente la dio el mismo Kirchner unos días antes de que Carlos Menem oficializara que se bajaba de la segunda vuelta ante la evidencia de que se estaba quedando sin aliados. Antes aún de confirmar que se vestiría la banda presidencial, el entonces gobernador santacruceño tomó un avión y bajó en Brasilia, en lo que sería su primer encuentro con Lula, que había asumido el gobierno unos meses antes, el 1° de enero de 2003. «Nuestro futuro está en la integración política de América Latina, no en las relaciones carnales, y esa será mi decisión si la ciudadanía me acompaña», dijo Kirchner al pie de la escalerilla.

Ya ungido presidente, hizo un segundo viaje a Brasil en junio y fue entonces cuando ambos mandatarios ultimaron los detalles del Consenso de Buenos Aires, un documento con espíritu independentista y claramente latinoamericanista que se firmaría el 16 de octubre de 2003. En 4 carillas y 22 artículos, Lula y Kirchner declaran, entre otras cuestiones, «que la integración regional constituye una opción estratégica para fortalecer la inserción de nuestros países en el mundo, aumentando su capacidad de negociación» y añaden que «una mayor autonomía de decisión nos permitirá hacer frente más eficazmente a los movimientos desestabilizadores del capital financiero especulativo y a los intereses contrapuestos de los bloques más desarrollados, amplificando nuestra voz en los diversos foros y organismos multilaterales». Y al mismo tiempo que adhieren a lo que llamaron «nuestro compromiso histórico con el fortalecimiento de un orden multilateral fundado en la igualdad soberana de todos los Estados», rechazan «todo ejercicio de poder unilateral incompatible con los principios y propósitos consagrados por la Organización de las Naciones Unidas.»

Toda una declaración de principios que se fueron cumpliendo durante el gobierno de Kirchner y Lula y que sus sucesoras, Cristina Fernández y Dilma Rousseff, mantuvieron y hasta profundizaron. Es que más allá de diferencias e, incluso, en algunas circunstancias, de divergencias, para hablar de los últimos 12 años de política exterior argentina es inevitable recordar la confluencia en los lineamientos con los gobiernos del

No es que el eje Buenos Aires-Brasilia haya digitado lo que ocurrió en el resto del continente durante esos años. Pero el apoyo de Kirchner fue importante, por ejemplo, para que el Frente Amplio ganara las elecciones que llevaron al poder a Tabaré Vázquez en marzo de 2005, rompiendo así con 174 años de bipartidismo y abriendo un espacio para la centroizquierda del otro lado del río. La relación se tiñó de sinsabores con el avance de las obras de las plantas elaboradoras de pasta de papel frente a las costas de Gualeguaychú, pero la situación se fue encauzando durante la gestión de José Mujica. La vuelta de Tabaré en estos días encuentra a ambas naciones en otro momento histórico.

También sería importante el apoyo argentino para el ascenso y la permanencia de Evo Morales en el poder en Bolivia. Ganador de los comicios de fines de 2005, Morales se calzó la banda presidencial en Tiwanaku el 22 de enero de 2006, pero desde el inicio debió enfrentar todo tipo de boicots y levantamientos de la oligarquía boliviana. Como el presidente boliviano se encarga de repetir, fue crucial el envío de alimentos y combustible argentino durante los aciagos días de la rebelión de la derecha del Oriente en 2008 para que no se profundizara la crisis desatada en esos días, y también la postura política de la recién creada Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), ante lo que podría haber sido un golpe de Estado o una escisión territorial.

La entidad, una institución política supranacional impulsada por el venezolano Hugo Chávez cuyo tratado constitutivo se firmó el 23 de mayo de 2008 en Brasilia, cumplió un papel importante. Néstor Kirchner ocupó la secretaría durante un corto lapso, desde el 4 de mayo de 2010 hasta el día de su muerte, el 27 de octubre de ese año. El organismo nucleó a países con gobiernos tan disímiles como la Venezuela bolivariana y la Colombia de Álvaro Uribe; el Perú de Alan García con el Chile de Michelle Bachelet o de Sebastián Piñera. Y fue Kirchner el que, en agosto de 2010, encabezó el acercamiento del recién electo Juan Manuel Santos y Hugo Chávez, después de que Uribe hubiera tensado peligrosamente las relaciones entre Colombia y Venezuela. También el ex presidente argentino fue clave para abortar la intentona golpista en Ecuador contra el presidente Rafael Correa en setiembre.

Mientras tanto, las Naciones Unidas se convertirían en estos años en el foro internacional más importante para los mandatarios argentinos. Desde allí, Néstor Kirchner y Cristina Fernández pidieron cada año la reanudación de las negociaciones con Gran Bretaña por la soberanía en las islas Malvinas, un reclamo con características de política de Estado que ambas administraciones asumieron como desafío.

El estrado de la ONU en Nueva York también fue escenario del constante pedido para que Irán extraditara a los acusados por el atentado a la AMIA del 18 de julio de 1994. Luego lo sería para las negociaciones del más alto nivel en torno del Memorándum de Entendimiento para lograr por la vía de la negociación una solución al entuerto judicial. Pero esta agenda fue paralela a la elaboración –sobre todo en el período de Cristina– de extensas argumentaciones acerca del mundo multipolar que Néstor Kirchner y Lula da Silva ya habían adelantado. La ONU sería, además, como se había establecido en el programa del Consenso de Buenos Aires, el marco al cual se llevaría la disputa con los fondos buitre. Allí se logró imponer una resolución contra el accionar de los holdouts y otra para la resolución de la deuda soberana de los países frente al embate de los grupos especuladores. Por otra parte, el G-20 fue el lugar propicio para que la presidenta desplegara su visión de una economía enfocada en la distribución y no en el ajuste presupuestario.

Esta posición, que en gran medida resulta confrontativa, despertó airadas críticas de sectores políticos y mediáticos internacionales afines a Washington pero también de dirigentes locales enrolados ideológicamente en el establishment mundial. En ocasión de anunciarse la firma del Memorándum con Irán, la diputada Elisa Carrió declaró que el gobierno argentino cambiaba su política exterior «por influencia de Chávez».

Luego del último discurso de Cristina en la ONU, el jefe de Gobierno porteño y aspirante al sillón de Rivadavia, Mauricio Macri, declaró: «Salimos al mundo y en un par de horas nos peleamos con Estados Unidos, con Alemania y con la comunidad judía. Ese no es el camino, el camino de la Argentina es encontrar el lugar en el mundo que nos corresponde. Es absurdo pensar que nuestro único lugar es peleándonos con todo el mundo». Macri no explicó cuál sería ese lugar pero Diego Guelar, su jefe de Relaciones Internacionales, embajador en los Estados Unidos, Brasil y ante la Unión Europea de Carlos Menem –por lo tanto representante diplomático durante los años de las llamadas «relaciones carnales»– asegura que lo que debe primar de aquí en más es un «multipolarismo consensuado» con las nuevas potencias internacionales, con sede en Washington, Beijing, Berlín, Moscú, Nueva Delhi y Brasilia.

Otro postulante a la sucesión del kirchnerismo, el diputado Sergio Massa, indicó oportunamente que «el destino económico de Argentina es con el mundo, no contra el mundo». «Creo que Argentina –dijo–, si tiene que diseñar su estrategia como país, tiene que mirar primero al Mercosur, por una cuestión de relación histórica y de sinergias en las economías, después al resto de América y establecer una relación madura, en la cual tenemos cosas que consolidar». Y agregó:  «Todo lo que hagamos para salir de ese esquema por el cual el mundo solo nos ve ligados con Venezuela e Irán, es bueno»

Los recientes acuerdos comerciales con China son un capítulo más de este debate. Ni bien la presidenta partió hacia Beijing surgieron críticas desde diversos sectores ante lo que consideran una relación perjudicial con el gigante asiático. Desde grupos empresariales enrolados en la Unión Industrial Argentina cuestionaron la presunta «sumisión» de un país supuestamente débil como la Argentina a una potencia que hasta estaría en condiciones de enviar su propia mano de obra para realizar trabajos comprometidos en las represas de Santa Cruz o en la planta nuclear acordada en Atucha.

La cuestión, desde lo económico, es bastante más intrincada. De hecho, para algunos sectores productivos nacionales, China es lo mejor que podría haber ocurrido desde la caída del Imperio Británico. Es así que, a pesar de críticas feroces, el titular de la Sociedad Rural, Luis Miguel Etchevehere, reconoce que a la segunda potencia económica mundial «año a año llega el 80% de las exportaciones argentinas de soja». No ahorra críticas hacia la política económica del Gobierno, al tiempo que pide medidas para poder exportar más frutas y otros productos agroindustriales.

La preocupación del presidente de la SRA pasa por lo económico. En tanto, la de Joaquín Morales Solá, sin dudas la principal espada ideológica del diario La Nación, es de índole geopolítica. En este sentido, una reciente columna de opinión del editorialista, que resume las principales objeciones del establishment a la política exterior implementada en la última década, podría entenderse como una suerte de ultimátum a cualquier potencial futuro gobierno. Luego de anotar ciertas diferencias actuales con Brasil, señala que «los amigos actuales de Cristina Kirchner son China, Rusia e Irán. No son amigos para presentar en ninguna sociedad democrática del mundo (se trata de países gobernados por regímenes autoritarios que violan derechos humanos esenciales), pero son los únicos que soportan amablemente las extravagancias del cristinismo argentino. Esa será otra herencia que le dejará al próximo gobierno: reordenar la dirección de la política exterior de acuerdo con los alineamientos históricos del país». Se trata, precisamente, del alineamiento que Lula y el propio Kirchner buscaron clausurar hace 12 años.

El senador mendocino Ernesto Sanz, uno de los precandidatos a la presidencia de las alianzas que se proponen desde la Unión Cívica Radical, no le va en zaga al columnista de La Nación y, en un artículo publicado por el portal Infobae, inscribe a las relaciones con China en el mismo marco que las que en otros tiempos el país tuvo con naciones del bloque socialista. «Así como en aquella época fue la Unión Soviética, por estos años los elegidos han sido Angola, Azerbaiján, Rusia, Irán y China. Muchos de esos acuerdos son pintorescos, porque sencillamente no tienen más efecto que el publicitario. Otros son graves por lo que transmiten, y allí podemos inscribir esos abrazos amistosos con Putin, tal vez el líder global más cuestionado en estos momentos. Pero el caso de China es especialmente grave, por lo que muestra, por lo que esconde y por lo que proyecta».

Una visión diametralmente opuesta es la del diputado por Nuevo Encuentro porteño, Carlos Heller. «Tanto la relación con China como con Brasil son procesos importantes de integración comercial, y también complicados, dado que cada país desea obtener las máximas ventajas; se trata entonces de ir avanzando y persiguiendo el beneficio mutuo en estos acuerdos, en especial, una fórmula equilibrada que permita incrementar el comercio y que genere potencialmente nuevas oportunidades de exportación con alto valor agregado para nuestro país, asociado con un incremento en la capacitación y utilización de nuestra fuerza laboral», señala Heller.

Tras la denuncia y posterior muerte del fiscal Alberto Nisman, sumadas a la ola de atentados que se registran en Europa luego del ataque a la redacción del semanario Charlie Hebdo, la política exterior ocupará, como pocas veces en la historia, un lugar central en la campaña. Los discursos sobre la necesidad de alinearse con Europa y Estados Unidos serán, seguramente, un componente clave de la discusión política. El rechazo a Irán, a Venezuela y a Rusia también. Pero el país bolivariano es miembro pleno del Mercosur, mientras que tras las sanciones contra Moscú, Rusia representa una oportunidad de negocios que a la hora de la verdad pocos podrían desestimar. China es una cuestión aparte: si bien la relación comercial es deficitaria, para el complejo agroindustrial el comercio con esa milenaria nación es ineludible. En tanto, mientras las empresas familiares de uno de los candidatos tienen fuertes negocios tanto en Argentina como Uruguay con empresas chinas, y sectores como los representados por Sociedad Rural se ven beneficiados por las millonarias exportaciones de soja al gigante asiático, las declaraciones públicas parecen ir por otro carril. Sobre todo en tiempos preelectorales, cuando formadores de opinión y dirigentes políticos van marcando la cancha acerca de sus intenciones frente a la cercanía del fin del mandato de Cristina Kirchner. Sin dudas, la campaña no girará, como es previsible en toda elección, en torno de la economía, sino también acerca de los alineamientos en los que el país debería encolumnarse en los próximos años.
 

Consensos y alianzas

La firma del Consenso de Buenos Aires entre Néstor Kirchner y el presidente Lula da Silva, en octubre de 2003, fue un claro ejemplo de hacia dónde pensaba dirigir sus esfuerzos el mandatario recién asumido. Hubo otros dos reclamos permanentes en la agenda del Gobierno: la soberanía de Malvinas y el reclamo a Irán por el atentado a la AMIA.

Pero sin este acuerdo argentino-brasileño, cuando aún el gobierno de George W. Bush estaba en su esplendor –a dos años de los atentados a las Torres Gemelas–, los gestos de independencia regional tomados con posterioridad resultarían difíciles de contextualizar.

Esa alianza permitió que en noviembre de 2005 se clausurara en Mar del Plata el proyecto neoliberal de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Un mes más tarde, en otra operación coordinada, Lula anunció el pago total de la deuda que Brasil tenía con el FMI y dos días después, el 12 de diciembre, hizo lo propio Kirchner. En el caso argentino, sería el comienzo del proceso de reestructuración de la deuda externa.

Sin embargo, mientras se iba fortaleciendo el proyecto regional, una nube ensombreció las relaciones con Uruguay. La instalación de plantas elaboradoras de pasta de celulosa frente a Gualeguaychú, tras varias marchas y cortes de los pasos a Uruguay, generó un piquete que interrumpió entre 2007 y 2010 el paso hacia el puente internacional a Fray Bentos. El conflicto enturbió la relación de Kirchner y el presidente uruguayo Tabaré Vázquez y terminó en la Corte de La Haya, que laudó por Uruguay. Pero también motivó la intervención del rey español Juan Carlos y del entonces primer ministro José Luis Rodríguez Zapatero, ya que una de las pasteras ese origen.

Más allá de este entuerto, la integración regional se fue plasmando en organizaciones como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), que desde su constitución, en mayo de 2008, fue clave para el apoyo a los procesos constitucionales en esta parte del continente y logró contener a gobiernos de signos disímiles, cuando no contrapuestos.

Unasur fue clave para evitar un golpe de Estado en Bolivia cuando los sectores oligárquicos del Oriente –Santa Cruz de la Sierra, Beni y Pando– propugnaban la escisión territorial. El país acompañó, en conjunto con las demás naciones de la región, cada una de las votaciones en la ONU por el levantamiento del bloqueo a Cuba y por el reconocimiento del Estado Palestino, en 2012. Y un año más tarde, en ese foro repercutió el Memorándum de Entendimiento firmado con Irán por la causa AMIA. De inmediato, la embajada argentina solicitó que se incluyera el tema en las negociaciones entre Washington y Teherán por el plan nuclear iraní, algo a lo que el gobierno de Barack Obama se negó.

Con Cristina Fernández, además, el G20 fue escenario de fuertes reclamos contra los fondos especulativos. Y cuando se conoció el fallo del juez Thomas Griesa, la ONU sería nuevamente el sitio donde Argentina encontraría apoyo, al lograr que se aprobara por amplia mayoría una resolución que condena a los fondos buitre, en setiembre pasado.

Paralelamente, el país se fue acercando a China y Rusia, miembros del grupo BRICS, en la búsqueda de socios comerciales y estratégicos. Las visitas de Cristina a Moscú y Beijing y la devolución de gentilezas de Vladimir Putin (julio de 2014) y Xi JInping (febrero de 2015) son muestras de ello.


Revista Acción
Febrero 1 de 2015

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viernes

Integradores y desintegrados

Hubo un tiempo en que Europa era un paraíso, pero como suele suceder, no lo sabía. Hasta que la crisis económica se extendió desde el sur del continente a raíz de la explosión de la burbuja inmobiliaria, y quedaron al descubierto ciertas inconsistencias macroeconómicas que los intereses neoliberales se encargaron de magnificar para llevar agua hacia su molino.
En ese tiempo dorado, los europeos, que acababan de levantarse de las ruinas que había dejado la Segunda Guerra Mundial, construían a pasos agigantados un Estado de Bienestar que era mirado desde este lado del mundo con "la ñata contra el vidrio", como quien dice.
Ese arquetipo ideal se formó en torno a sociedades dispuestas a superar diferencias históricas que habían dejado  millones de cadáveres y bajo el influjo de dirigencias políticas que apostaban a un modelo que repartía para conservar. Dirigencias que habían decidido que era mejor negocio aceptar que todos estuvieran económicamente mejor al precio de mantener la paz y el progreso como posibilidades de futuro.
Con la crisis, el modelo cambió rotundamente y ahora muestra un neoliberalismo extremo, que expresa muy bien la alemana Angela Merkel pero que se monta sobre consensos tecnocráticos que van de Bruselas a Frankfurt, de la sede del gobierno europeo a la del Banco Central, sin escalas. Y que castigan a los que, dentro de ese marco conceptual, aparecen como menos eficientes. En esa "bolsa" colocan a las naciones del sur del continente, como España, Portugal e Italia.
Antes, en aquellos buenos viejos tiempos, ganara quien ganara una elección daba lo mismo para las grandes mayorías, porque las garantías sociales eran inconmovibles. Nadie les iba quitar los derechos laborales, o a la salud y la educación,  o a una jubilación digna.
No es que con la crisis se perdieron consensos, más bien que los acuerdos inconmovibles ahora son en perjuicio de los que menos tienen. Da lo mismo quien gane una elección, el caso es que siempre van a implementar un plan de ajustes permanentes y darán de baja conquistas sociales afianzadas en la sociedad.
Lo saben ya los socialistas franceses, que pensaron que François Hollande era la esperanza de recuperar viejas consignas y ahora llegan a decir que apoyan a otro François, el Papa Jorge Bergoglio, toda una señal en un partido que tiene entre sus fundamentos la creación de una sociedad laica. Los van sabiendo también los italianos, que comienzan a develar el camino que emprende Mateo Renzi, por ahora algo más tímidamente.
Como contrapartida a todo eso, surgen movimientos que por ultraderecha rechazan la construcción paneuropea. Porque ante la imposibilidad de cambiar el curso de las cosas por medio de las urnas, son pocas las alternativas a las que puede aspirar una sociedad que por primera vez en décadas ve que sus hijos vivirán peor que ellos. Son grupos que promueven retirarse de la Unión Europea y azuzan tendencias xenófobas de las distintas sociedades. Así crecen el UKIP en Gran Bretaña, el Frente Nacional en Francia y grupos más o menos extremos de Holanda y Grecia, sin ir más lejos.
América Latina, y especialmente los países del Cono Sur, padecieron las políticas del consenso de Washington, aquel proyecto que la Casa Blanca acometió  durante los '90 y que extendió el proyecto neoliberal por todo el continente, con las consecuencias que se conocen sobremanera.
En lo que va del siglo, la región cambió su eje y creó instituciones que se convirtieron en herramientas de cambio, a instancias de un puñado de mandatarios que supieron  interpretar el momento y fueron consecuentes con las medidas que se necesitaban. En el caso del Mercosur, Lula y Néstor Kirchner fueron esenciales para modificar el enfoque aduanero de los '90 por una línea más inclinada a la defensa del trabajo local y del crecimiento con inclusión social. Algo que, por consiguiente, llevó a mantener políticas comunes y posiciones coordinadas en las relaciones exteriores.
Se cumplen nueve años desde que con el apoyo de Hugo Chávez se le dijo No al ALCA, aquel proyecto de mercado común para único beneficio de las multinacionales y el poder financiero.
Las elecciones en Brasil y Uruguay y el clima preelectoral que se vive en Argentina son un espejo donde contrastar la idea de integración que aún mantiene su llama ardiente en Europa y la que defienden los candidatos de las derechas locales.
Aparecen en ese marco electoral voces que claman por abandonar los organismos regionales y que basan su discurso y propuesta en soluciones individualistas. Cierto que la crisis económica deja sus consecuencias incluso de este lado del océano, lo que provocó un menor crecimiento en los principales países y cierto debilitamiento externo en el bloque en general.
Esta realidad permite que empresarios poderosos de todos los rincones del continente ensalcen las posibles ventajas de acomodarse con los centros de poder, como han hecho toda su vida. Un mensaje explícito que distribuyen los medios de comunicación, acicateados por los grupos concentrados que se beneficiaron en los '90 y son conscientes de que su única posibilidad de mantener los privilegios sería la "desintegración" regional.
No es casualidad que la derecha más acérrima fomente la condena a muerte del Mercosur y que sostenga, sin poder dar una sola prueba consistente, las ventajas que habría en ceñirse a las reglas de los organismos internacionales.
Es preocupante, por otro lado, que los grandes fogoneros ideológicos apuesten a destruir eso que con paciencia y oportunidad se fue construyendo desde que Raúl Alfonsín y José Sarney dieron el puntapié inicial al Mercado Común del Sur cuando firmaron el  Tratado de Asunción, en noviembre de 1988.
Es preocupante que esa idea de salvación individual haya prendido como para que propuestas como esas hayan alcanzado importantes cuotas electorales en Brasil y en Uruguay y que incluso se presenten como panaceas electorales. En momentos en que la influencia de los estrategas de campaña es tan determinante para las diligencias políticas, sobre todo entre los candidatos de la derecha, se sabe que nadie se peina sin antes consultar a su asesor de imagen. Los hay que cambiaron la dentadura con la ilusión de ganar un voto.
De modo que ese mensaje antiintegración, que sin dudas busca endulzar los oídos del establishment  –que aporta a los fondos electorales y sustenta los medios de comunicación amigos–, también llega a importantes capas de la población. Seguramente no todos los que votaron por Aécio Neves el domingo pasado lo hayan hecho por su promesa de acercarse a la Alianza del Pacífico y de firmar tratados de libre comercio con Europa por fuera del Mercosur. Pero esa información no los detuvo a la hora de depositar la papeleta. Y fueron más de 50 millones de personas.
También en Europa son muchos los que se quieren bajar del colectivo y de hecho en Gran Bretaña el líder conservador David Cameron promete un referéndum para determinar si los británicos quieren seguir dentro de la Unión Europea. Los grupos xenófobos buscan en el fondo algo parecido, pero en Europa ellos son la derecha de la derecha y no representan a las abrumadoras mayorías. El consenso, con las críticas que cosechan los planes de ajuste, es que la Europa será unida o no será. Hay quienes lo dicen de un modo algo más brutal: "al fin de la Segunda Guerra, el continente estaba cubierto con 25 millones de cadáveres. Ahora son 25 millones de desocupados. Es duro y cruel, pero es un avance."
En América Latina no hubo guerras como esas y las diferencias culturales y nacionales son mínimas. No hay que construir una nacionalidad, hay que reconstruir una Patria Grande que contenga a "todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar este suelo", como dice el preámbulo de la Constitución.
Cierto es que en Brasil y en Uruguay, al fin y al cabo, las elecciones mostraron un consenso mayoritario a favor de la integración y en contra de los medios y de la derecha. Y que además todos y cada uno de los que votaron sí saben lo que eso significa. Pero sigue siendo un dato a tener en cuenta el perfil pro dependiente en muchos sectores de la ciudadanía, acicateados por un establishment que se indigna con el populismo, pero en estos años dorados latinoamericanos "la juntó en pala" sin rubores. Sigue siendo preocupante, en definitiva, esa sensación de que aspiran a llegar al poder para tirar todo abajo y volver al pasado, disfrazado de "cambio de ciclo".

 Tiempo Argentino
Octubre 31 de 2014

Ilustró Socrates


Bob Kennedy ya les avisó que se venía una revolución



“Una revolución está viniendo –una revolución que será pacífica si somos lo suficientemente sabios; compasiva, si nos preocupamos lo suficiente; exitosa si tenemos suerte– pero una revolución que está llegando, queramos o no. Podemos influir en su carácter pero no podemos alterar su inevitabilidad." El 9 de mayo de 1966, el entonces senador Robert F. Kennedy explicaba así ante la Cámara Alta estadounidense las reflexiones de su gira por el "patio trasero" latinoamericano. La frase fue rescatada en estos días por Information Clearing House (http://www.informationclearinghouse.info/), un sitio no partidario con información "que no publica la CNN", como se jactan.

La Asamblea General de la ONU eligió ayer a cinco nuevos miembros rotativos para el Consejo de Seguridad. Si hay un dato de relevancia para la región es que Venezuela logró 181 votos para ocupar un lugar en la primera votación, entre las 193 naciones que participan del organismo. A España, otro país que aspiraba a un lugar, le costó un poco más y necesitó de tres rondas para imponerse sobre Turquía.

Como se sabe, las plazas permanentes están en manos de las cinco naciones que se declararon ganadoras de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, Rusia –como continuadora de la Unión Soviética–- China, Gran Bretaña y Francia. Otras diez bancas se reparten entre el resto de los países, cada una por un período de dos años y en representación de las diferentes regiones. La renovación de esos sitiales es de a mitad por año, de manera que los cinco nuevos miembros deberán compartir parte de su mandato con Chad, Chile, Jordania, Lituania y Nigeria. Argentina cede su lugar a la Venezuela de Nicolás Maduro, el sucesor del líder bolivariano Hugo Chávez.

Los analistas coinciden en que entre los principales desafíos que deberá enfrentar el nuevo Consejo de Seguridad figuran los conflictos en África, Medio Oriente y Ucrania. A los que se agrega la crisis económica y últimamente la falta de respuestas globales a la epidemia de ébola, que parece haberse convertido en un grave problema en la medida en que se extendió del África pobre hacia España y Estados Unidos.

La postulación de Venezuela, como era de esperarse, había despertado críticas de la derecha internacional. La congresista estadounidense Ileana Ros-Lehtinen, una anticrastrista visceral, había alertado a sus pares que la nominación del país sudamericano "tendrá serias consecuencias para la seguridad global y los intereses de Estados Unidos". La representante republicana por Florida, argumentó que ahora Venezuela se convertirá en "un golpe de propaganda para Maduro y sus titiriteros, el régimen Castro". Por supuesto que Ros-Lehtinen, cubano-estadounidense, no estuvo sola en esta virulenta crítica.

Uno de quienes la acompañó fue el venezolano Diego Arria, quien fuera embajador ante las Naciones Unidas y candidato presidencial por la derecha en Venezuela. Arria se quejó de que "un régimen como el venezolano, que tiene un record olímpico de violaciones a los derechos humanos, que se ha opuesto a todas las resoluciones de la Asamblea General que tienen que ver con la paz, que es algo muy serio, tenga ahora el compromiso de naciones de Latinoamérica y el Caribe de apoyarlo, pagándole de cierta manera la ayuda que reciben".

Si es por desoír las decisiones de la ONU, en lo que afecta a Argentina es evidente la sordera de Gran Bretaña para sentarse a discutir la soberanía de Malvinas. Estados Unidos es campeón en este rubro y sin dudas el más flagrante de los "olvidos" es el fin del bloqueo a Cuba, un pedido refrendado cada año por una aplastante mayoría de estados miembros del organismo –los rechazos se cuentan con los dedos de una mano- y que incluso va alcanzando consenso dentro de los mismos EE UU.

Precisamente el The New York Times publicó una encendido alegato por el levantamiento del embargo a la nación caribeña. Fue quizás el más grande argumento desde que fue instaurado el castigo a la revolución cubana, en 1961. Sobre todo porque proviene de uno de los medios más influyentes en la dirigencia política estadounidense.

Claro que el NYT no podía aparecer apoyando al gobierno de La Habana. Y si bien sostiene que “en conjunto estos cambios demuestran que Cuba se está preparando para una era post-embargo”, dice que el “régimen” sigue “acosando disidentes” y critica que “el proceso de reformas ha sido lento y ha habido reveses”. De todas maneras el periódico le da ideas a Barack Obama, al recordarle que la Casa Blanca no necesita respaldo del Congreso para reanudar las relaciones diplomáticas. A su vez, le avisa que “un acercamiento a Cuba ayudaría a mejorar las relaciones de EE.UU. con varios países de América Latina y a impulsar iniciativas regionales que han sufrido como consecuencia del antagonismo entre Washington y La Habana”.

El tono sinuoso del editorial despertó críticas en el propio Fidel Castro, quien definió a la movida como un intento de obtener "el mayor beneficio para la política" interna de Estados Unidos, sumido en una realidad grave y en medio de una “compleja situación, cuando los problemas políticos, económicos, financieros y comerciales se acrecientan”.

Más allá del artículo del líder de la revolución cubana en el Granma, el NYT se hace eco de un clamor que va creciendo fronteras adentro. Es que los descendientes de los primeros “gusanos” no conservan el mismo odio al gobierno surgido en 1959 tras el triunfo de la guerrilla. Y además, la crisis económica en muchos sectores estadounidenses hace ver las ventajas que ganarían en poder comerciar con la isla.

Por otro lado, desde el punto de vista ideológico no hay defensa posible del embargo. Salvo que el orgullo nacional del principal imperio de la tierra todavía se considere herido por la afrenta de aquellos barbudos entre los cuales fulguraba el argentino Ernesto Che Guevara. A esto apunta el reverendo Jesse Jackson, alguna vez precandidato demócrata a la presidencia, quien llamó a terminar con el bloqueo desde las páginas del Chicago Sun-Times. "La oposición implacable del gobierno de Estados Unidos a la presencia de Cuba en las reuniones hemisféricas, ha ofendido prácticamente a todos nuestros vecinos", dijo.

"El embargo contra Cuba se ha mantenido en gran medida por dos razones. En primer lugar, (Fidel) Castro avergonzó a la CIA y los guerreros fríos, frustrando sus intentos de invadir la isla, desestabilizar el régimen y asesinarlo", finalizó el religioso.

Documentos desclasificados del gobierno demuestran que el propio Robert Bob Kennedy había promovido el levantamiento de la prohibición de viajar a Cuba cuando era procurador de Justicia, en diciembre de 1963, poco después del asesinato de su hermano John. RFK consideraba entonces que la medida aprobada durante la administración de JFK no resultaba coherente "con nuestros criterios de sociedad libre y contrastaría con cosas tales como el Muro de Berlín y los controles comunistas a esos viajes".

Otros documentos desclasificados que salieron a la luz estos días hablan de la intervención de la CIA en el asesinato del Che en Bolivia, el 8 de octubre de 1967, cuatro años después del pedido de RFK al Secretario de Estado, un año después del informe al congreso sobre su viaje a América Latina y uno antes de que fuera asesinado a tiros tras haber ganado la nominación como candidato a presidente por los demócratas. Toda una parábola.

Esa revolución que los Kennedy querían sofrenar o conducir mediante la Alianza para el Progreso, siguió su marcha en Cuba y se fue extendiendo al resto del continente de diversas maneras y en distintos grados. El Chile de Salvador Allende fue uno de los casos más emblemáticos. Los golpes de los '70 y los genocidios cometidos por las dictaduras militares fueron la respuesta que llegó desde Washington.

El ALCA, la nueva Alianza para el Progreso, fue enterrada en Mar del Plata en 2005. Para entonces, Evo Morales se disponía a ocupar la presidencia de Bolivia, Chávez estaba en todo su esplendor, Néstor Kirchner comenzaba a mostrar sus cartas regionales y Lula da Silva ponía en marcha sus primeros planes sociales.

El domingo pasado, el ex líder cocalero ganó por tercera vez una elección presidencial. Con una mayoría que le suma dos tercios del parlamento tras ocho años de gestión. De pronto, el indígena que aprendió a hablar castellano en una escuela argentina cuando su padre venía a hacer la zafra, que para algunos no sería capaz de gobernar un país complejo como Bolivia, es visto por los capitales internacionales como rubio y alto –incluso en nada revolucionario semanario británico The Economist escribió artículos laudatorios sobre su figura– y batirá un récord en el tradicionalmente combustible asiento presidencial boliviano.

Ya lo había avisado Bob Kennedy. Se venía una revolución en América Latina. Con sus diferencias y algunos retrocesos, pero ya sin la “ayuda” estadounidense. Un dato a tener en cuenta.

Tiempo Argentino
Octubre 17 de 2014

Ilustró: Sócrates

Las reglas del juego latinoamericanista

La oposición faltó a la cita con el presidente Nicolás Maduro, argumentando que sólo acepta un encuentro para hablar de pacificación "con una agenda de asuntos relevantes al interés nacional, y con la participación de un tercero de buena fe, nacional o internacional, que facilite, garantice y, de ser necesario, medie, para que ese diálogo sea fructífero". El mandatario interpretó inmediatamente que la dirigencia más radicalizada de la MUD no quiere la paz y busca seguir empiojando las calles y provocar de ese modo reacciones peligrosas para el sistema democrático en ese país.
La cuestión, como se viene diciendo desde estas páginas, excede a Venezuela y se enmarca en el proceso de autonomía que vienen desarrollando los países de la región. De allí que no sea inocente la exigencia de la oposición no sólo de insistir en desconocer el triunfo del chavismo tanto en abril como en diciembre pasado, sino en pedir un mediador externo. En realidad, son dos caras de la misma moneda: "No nos sentamos con un gobierno ilegítimo. Tanto lo es que sólo aceptamos hablar de pacificación con alguien de afuera", sería la traducción del reclamo de la MUD. Suena a esa necesidad que tienen algunas parejas de recurrir a una terapia de ayuda ante una crisis de convivencia. Normalmente, el primer punto será determinar cómo se elige al profesional. Si es por el ofrecimiento de alguien relacionado con uno u otro "contendiente". La experiencia indica, por otro lado, que en el mejor de los casos el terapeuta puede lograr que no se maten, pero no siempre evitará el divorcio.
En ese camino, el gobierno de Panamá, en manos del empresario Ricardo Martinelli, pidió una reunión de la OEA para debatir la situación venezolana. Tal vez en este intríngulis haya un trasfondo fundamental para entender qué se juega en las calles venezolanas. Porque la Organización de Estados Americanos, la entidad formada en 1948 a gusto y necesidad de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, últimamente dejó de tener el peso político y sobre todo ideológico que solía.
Como muestra baste decir que ya no podría quitar la membrecía a Venezuela como sí pudo hacerlo con Cuba en 1962. Pero tras la reincorporación de la isla caribeña en 2009, a insistencia del resto de los países latinoamericanos, a fines de enero pasado, por primera vez tuvo que viajar a La Habana un secretario de la OEA. Y nada menos que para asistir a una cumbre del organismo creado para vaciarla de sustancia, la CELAC, la última contribución de Hugo Chávez a la integración americana… sin Estados Unidos ni Canadá.
El canciller Elías Jaua apuró un viaje a los países del Mercosur para explicar personalmente a los diversos mandatarios cuál es la situación venezolana desde la óptica del Palacio Miraflores. Hasta ahora el gobierno de Maduro había elegido intentar una solución a la crisis política por sus propios medios, entendiendo que recurrir a los instrumentos de protección democráticos de los distintos estamentos regionales podría interpretarse como una muestra de debilidad.
La CELAC todavía no tuvo su bautismo de sangre, como quien dice, pero la Unasur, que nuclea a 12 naciones sudamericanas, probó su eficacia para detener la intentona golpista de la media luna del Oriente boliviano en 2009, y luego el putsch policial contra Rafael Correa en 2010. Era natural que ahora apareciera como paso imprescindible para reforzar a la democracia en Venezuela. Y a eso enfila la minigira de Jaua. Por eso pide una reunión de la Unasur, que es el organismo natural, entre pares, donde debatir su caso.
Ese pedido de Jaua llega al mismo tiempo que desde la OEA se abortaba la convocatoria a los representantes de cada país en su sede de Washington para expresarles el pedido panameño de llamar a una cumbre de cancilleres. La explicación oficial de esta marcha atrás merece entrar en el catálogo de las excusas más sorprendentes: cuando fue realizada la convocatoria, el presidente del Consejo Permanente, el dominicano Pedro Vergés, no se encontraba en el edificio para recibirla, y las normas formales establecen que el funcionario debe estar físicamente presente para recibir el petitorio a una reunión. La suspensión de esta iniciativa es sin fecha. Lo que oculta tamaña puntillosidad es que no había quórum para que los delegados de Estados Unidos y Canadá pudieran "meter baza" en ese foro afín a sus intereses, para debatir la problemática de un adherente rebelde. Y que el rechazo venezolano tiene su peso.
Ayer también se conoció un informe del Departamento de Estado que advierte sobre "la impunidad, las restricciones a la libertad de prensa y la debilidad de los sistemas judiciales" en los países andinos. Un dossier "muy oportuno" que refleja la posición oficial del gobierno de Barack Obama sobre cuestiones muy sensibles para la opinión pública, y que le permite al canciller estadounidense, John Kerry, mostrarse "ecuánime", ya que cuestiona tanto a las autoridades de Ecuador y Bolivia como a las de Perú y Colombia. Ni qué decir sobre Venezuela. Tanto cabe una crítica por la "ineficiencia del sistema judicial" colombiano como la violencia contra  mujeres y niños en el Perú. A Bolivia, un país en permanente tensión con Washington, le achaca "problemas de Derechos Humanos"  por mala aplicación de la ley debido a las condiciones carcelarias de los imputados o condenados.
Como es de imaginar, sobre Venezuela destaca "limitaciones prácticas  en las libertades de expresión y de prensa" y acusa al gobierno de "utilizar el sistema judicial para intimidar y perseguir de manera selectiva a líderes de la sociedad civil que son críticos con el gobierno". Un muy conveniente rosario de reproches para abonar los argumentos de la oposición venezolana, replicado en estas tierras por sectores de la derecha, que cada vez muestran un sesgo más antichavista como reflejo de su inveterado antikirchnerismo. Como la presidenta apoya a Maduro, analizan, es conveniente estar con la oposición para no aparecer como furgón de cola del populismo latinoamericanista.
Si es lícito desplegar sospechas en torno de quienes son los que tienen algo por ganar con un crimen, el gobierno de Obama está mostrando en los últimos tiempos una eficacia en política exterior que ya envidiaría George W. Bush. Porque lo hace sin entrar en una guerra declarada e incluso reduciendo presupuesto. Cierto es que tuvo que "besar la lona" en su deseo de intervenir en Siria. Pero se desquitó con creces del presidente ruso Vladimir Putin en Ucrania, donde se supo que Kerry planteó el nombre del que debía ser el nuevo primer ministro, cosa que la dirigencia ucraniana cumplió al pie de la letra.
Tras haber "perdido" en el encuentro de la CELAC en La Habana, podría decirse que se tomó revancha en Sudamérica, haciendo temblar al gobierno brasileño con marchas violentas en las calles, y ahora mantiene en vilo a los impulsores de la integración ensayando un jaque temerario contra el sucesor de Hugo Chávez.
Que la jugada en Venezuela excede los límites del país se verifica también en que, tras el ingreso del último integrante del Mercosur, todavía los miembros del club atlantista no lograron juntarse en una cumbre, un encuentro que se viene demorando desde el intrincado retorno de Paraguay luego de las elecciones que llevaron al poder a Horacio Cartés.
La derecha argentina –pero también las de Paraguay y Uruguay– viene coqueteando, todavía de un modo elemental pero pertinaz, con la Alianza del Pacífico (AP), ese conglomerado de tinte neoliberal que integran Chile, Perú, Colombia y México. Los medios concentrados muestran a la AP como la panacea para todos los males de la economía vernácula. Aunque ocultan que se ofrece como continuadora de la idea del ALCA, la "regional" que capotó en Mar del Plata, en 2005, a instancias de Chávez, Néstor Kirchner y Lula da Silva.
Se entiende que el gobierno de Maduro apueste a tratar el hostigamiento a su gestión en la Unasur. Que no será un estricto mediador ni un terapeuta de pareja, pero sí puede servir como freno para las apetencias antidemocráticas de la oposición, tal como lo demostró en los casos boliviano y ecuatoriano. No pudo cumplir un mismo rol en Paraguay para defender a Fernando Lugo, y esa deuda todavía se paga. Pero se supone que ese fracaso también debió de enseñar, aunque en medio del fárrago cotidiano esto aún no sea fácil de determinar.
En este delicado tablero regional, Maduro, está claro, no iría a la OEA para no volver a legitimar su existencia. ¿Irían Henrique Capriles o Leopoldo López a la Unasur, donde deberían comprometerse a acatar las reglas del juego latinoamericanista?

Tiempo Argentino
Febrero 28 de 2014

Elecciones cruciales y precio justo

Comienzan tres semanas cruciales para la democracia de América Latina, con elecciones presidenciales en Chile y Honduras y municipales en Venezuela. En la primera de esas citas, este domingo, Chile finalmente puede poner punto final al golpe contra Salvador Allende y al legado de 40 años de pinochetismo.
Así lo entiende la gran favorita, Michelle Bachelet, que si las encuestas no se equivocan tanto, puede volver al Palacio de la Moneda en primera vuelta. Por eso sabe que tiene una oportunidad única para refundar una nación sumida de modo violento en el neoliberalismo. La candidata de Nueva Mayoría prometió "reformas de fondo" y entre ellas citó en primer lugar instaurar una educación gratuita, universal y de calidad, obedeciendo al clamor de los estudiantes, que desde hace tres años atruenan las calles apuntando al corazón del modelo pinochetista: un sistema elitista que sirvió para diseñar una sociedad desigual en la que para ascender en la escala social muchas familias hipotecaron su vida y quizás hasta su dignidad.
Como una cosa lleva a la otra, esa reforma implicará un aumento de las erogaciones públicas de entre el 1,5 y el 2 % del PBI. Para lo cual se necesitará modificar el régimen tributario y así compensar ese desbalance –que para la izquierda representa una inversión y para la derecha un gasto–, cosa de recaudar ese por ciento del PBI más.
Pero la verdadera reforma es la de la Constitución, el último legado pinochetista, pergeñada en los albores de los 90, cuando ya se estaba yendo, como para que gane quien ganare nada cambie. Cierto que hubo retoques en estos años, pero lo esencial sigue siendo el mismo esquema político que dejó el general genocida.
De allí que si bien la Concertación estuvo en el poder desde ese 1990 hasta 2010, no hubo nada demasiado nuevo bajo el sol chileno. Contra eso es que los jóvenes se vinieron quejando. La derecha había tenido tuvo mucho que temer hasta que los vientos se hicieron huracanes.
Por eso los pases de factura de los últimos días sobre la candidata que eligieron para suceder a Piñera, le controvertida Evelyn Matthei. La mujer forzó que la designaran y muchos la pensaron como un mal menor. Estaban seguros de que nada pondría en riesgo su posición como poder real.
Pero esta vez la alianza centroizquierdista es más amplia –a la vieja Concertación se incorporó el Partido Comunista– y además se mantiene como tercero en la discordia Marco Enriquez-Ominami, con lo que los guarismos que espera Matthei la ubican como segunda por poco o incluso tercera. Una cosa es tener votos como para bloquear reformas a la Carta Magna, otra es tener que aceptar reformas y no conseguir una minoría suficiente como para mantener sus privilegios en el papel.
"Debemos terminar con los cerrojos de las leyes orgánicas constitucionales, con los quórum tan altos y con la labor preventiva del Tribunal Constitucional, que puede parar una ley, porque todavía no ha terminado su discusión", se explayó la mujer que ya gobernó al país, aunque en otro contexto, entre 2006 y 2010. "El pueblo chileno merece que la Constitución Política reconozca y garantice sus derechos", resume la ex secretaria de ONU Mujeres.
Bachelet apunta a cambiar las leyes represivas que regulan el trabajo y al fortalecimiento de la organización sindical. Además, intentaría crear una Administradora de Fondos de Pensiones estatal que compita con el actual sistema jubilatorio, exclusivamente privado, que diseñó siendo ministro José Piñera, hermano del actual mandatario. Otro ítem de medio centenar de propuestas gubernamentales habla de una ley para determinar "los límites de la concentración de la propiedad de los medios de comunicación social."
La reforma de la Constitución fue la excusa para darle el golpe a Manuel Zelaya en Honduras en 2009. El presidente estaba terminando su mandato y apenas quería colocar una urna en una elección para que la población dijera si es que quería o no modificar la Constitución. Pero era mucho para el establishment.
A cuatro años de aquel baldón, su esposa, Xiomara Castro, aparece como primera en las encuestas para los comicios del 24 de noviembre, aunque por un margen muy estrecho. Candidateada por el partido Libertad y Refundación (Libre), la señora de Zelaya se ofrece como alternativa a los proyectos neoliberales en danza.
Xiomara Castro dijo en un discurso en Santa Rosa de Copan: "Aquí hay agricultores, queremos una constitución que refleje cómo vamos a desarrollar nuestro país. Aquí hay maestros, queremos una Constitución donde se defina cual es la educación que queremos para nuestros hijos e hijas". Para ser más clara, agregó que "en el primer día, cuando me pongan la banda presidencial, mis primeras palabras serán: convoco a la Asamblea Nacional Constituyente para una nueva Constitución e iniciar el proceso de refundación de nuestra patria tan querida, Honduras".
"Libre propone la reconciliación y la refundación nacional para inaugurar una nueva era de paz, de diálogo, de grandes acuerdos sociales, de libertad, de prosperidad y de ideas en democracia", declaró hace unos días en un encendido discurso en un hotel de Tegucigalpa.
Entre la audiencia estaba la embajadora de Estados Unidos, Lisa Jean Shapiro de Kubiske, una diplomática neoyorquina que no tuvo el menor empacho en inmiscuirse en la campaña. Aunque no señaló a quién se debería votar, si propuso que fuera por alguien que defendiera el mercado y la libertad de expresión. Lo deslizó ante estudiantes de la Universidad de San Pedro Sula.
"Examinen seriamente sus propuestas. ¿Cuáles reflejan su propia visión? ¿Cuáles pueden ser realísticamente implementadas porque han sido bien pensadas, tomando en cuenta cómo pueden ser financiadas? Decidan cuáles candidatos son los mejores", arengó.
En La Prensa, el principal diario hondureño, cuando asumió su cargo, hace dos años, le hicieron un artículo que de tan laudatorio resultaba empalagoso. Basta con solo los subtítulos (y ver las fotos de la mujer a los arrumacos con su marido, el consorte diplomático): La llegada de la gran dama, Enamorada y feliz, Comienza un gran camino, Un día con la embajadora.
Dice en esa nota que su mundo ideal es aquel en que "toda la gente pueda estar completamente alegre viviendo una vida que le da satisfacción, tiene que ser un mundo sin violencia y que cada persona pueda desarrollar su potencial y que hay relaciones intensas en forma positiva".
Otro asistente a ese discurso capitalino de Castro era Adolfo Facussé, uno de los empresarios más poderosos de Honduras, presidente de la Asociación Nacional de Industriales y uno de los principales impulsores del golpe contra Zelaya. Facussé fue el que en 2009 justificó el derrocamiento con esta frase que merecería figurar en un pedestal: "Si vas manejando y se te cruza un perro en un lado de la calle y una señora del otro, ¿qué haces? Matas al perro por no matar a la señora." Quizás ahora la opción sea más cercana a lo que él consideraba como un perro, por eso señaló que "es hora de cambiar".
Los empresarios juegan un papel preponderante también en la Venezuela de estos días. El 8 de diciembre hay elecciones municipales. Normalmente no debieran ser comicios tan preponderantes para el análisis político. De hecho el oficialismo mantiene el 80% de los municipios bajo su férula y es difícil saber si eso cambiará de manera drástica.
Pero un resultado muy adverso al PSUV podría alentar a la oposición, que todavía tiene a Henrique Capriles como su referente, a forzar un referéndum revocatorio contra el presidente Nicolás Maduro o para seguir con el trabajo de "cepillado" de su gestión. En 1998, lo primero que hizo Chávez al calzarse la banda presidencial tras obtener el 56% de los votos fue anunciar una Asamblea Constituyente. Sabía los riesgos de gobernar con el arma institucional diseñada por la derecha.
Su sucesor, Nicolás Maduro, enfrenta un boicot patronal con desabastecimientos y una inflación sin límite. Para contrarrestarla, ordenó la ocupación de locales comerciales donde se comprobó acaparamiento y especulación y la justicia hizo detener a una treintena de empresarios bajo cargos similares. "Vendimos más del 50% de la mercancía, la cual rebajamos 15% y 20 por ciento. Aún mantenemos ganancias dependiendo del producto, porque no todos tienen la misma rotación", declaró al diario Ultimas Noticias de Caracas Ángel Rodríguez, de la tienda Asiamérica. El periódico revela además que los artefactos en Electrohogar fueron bajados entre 5% y 15% "y la gente arrasó con todo".
El problema radica en la obtención de los dólares, que el gobierno administra y entrega mediante fuertes registros oficiales. Por eso se elaboró una tablita para determinar el precio de una mercadería. Se suma Precio del dólar oficial +Costo de nacionalización del producto+ Costo de salarios y alquiler de local+ 30% de ganancia+ IVA. Ese sería el precio justo.

Tiempo Argentino
Noviembre 15 de 2013