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Crisis europea: la hora de las tijeras

El chiste circuló semanas después de que el volcán Eyjafjallajokull, dormido desde 1823, despertó repentinamente, oscureciendo de polvillo mineral los cielos de la mayor parte del viejo continente. Los aeropuertos estaban cerrados porque no era recomendable volar en esas condiciones, y la crisis económica carcomía la credibilidad del euro. Fue en pleno incendio de Grecia y vísperas de España. La chanza, un hallazgo del ingenio popular, decía que Islandia había muerto, y que su último deseo había sido que esparcieran sus cenizas por Europa.

Es que si bien la economía de los países centrales comenzó a trastabillar en Estados Unidos, viene a cuento recordar que hacia la mitad de ese dramático 2008, un puñado de bancos islandeses había dejado un tendal de acreedores sangrantes en Gran Bretaña y Holanda principalmente, pero que puso en alerta al resto de los países.
Fue así que ese pequeño archipiélago más propio de cuentos de Borges que de tragedias económicas del siglo XXI, perdió su aura de «el mejor lugar del mundo donde vivir» según el Índice de Desarrollo Humano del PNUD de ese mismo año, para estar en el banquillo de los responsables de haber desencadenado la furia de los dioses.
Europa poco a poco se fue internando en una espiral de recortes, salvatajes y amenazas al Estado de Bienestar de tal magnitud que los más de 5.000 millones de dólares acorralados en Islandia pasaron al olvido. Quizás porque, después de todo, los principales implicados –la propia Islandia y Gran Bretaña– no están en la zona euro. Sin embargo, desde Londres se anunció a mediados de junio un brutal «plan de austeridad» refrendado por la nueva coalición del gobierno.
Lo que el avance de la crisis revela es una situación que muchos ven como terminal. Para el euro, para el Estado de Bienestar y, quién sabe, también para la Unión Europea.

Desafíos
«Cuando a fines de los 50 se planteó el “Desafío Americano” –dice el economista e investigador del Conicet Mario Rapoport, recordando al teórico de la unidad continental, Jean Jacques Servan Schreiber– el tema era la respuesta europea a la competencia con Estados Unidos». Había pasado una década desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y tras la reconstrucción del belicoso conglomerado de naciones se debatía la forma de sacarse de encima tan incómodo “vigilante”». De modo que la unión se pensaba primero como una respuesta política. «Uno de los primeros objetivos era armar una Otan paralela, como concepto de defensa», puntualiza Rapoport. Algo a lo que, obviamente, Washington y su aliado Gran Bretaña se opusieron. De modo que, paulatinamente, a partir de la alianza estratégica de alemanes y franceses, se conformó el núcleo básico de la Comunidad Europea. Como sociedad comercial y económica en primer lugar.
Podría decirse que «por causas naturales» que hacen a la esencia del sistema capitalista, el Mercado Común Europeo devino con los años en una Unión de contenido más político y, paralelamente, para fortalecer esa unidad, se fueron tejiendo lazos cada vez más estrictos de asociación monetaria. A fines del siglo XX, el Banco Central Europeo y el euro eran realidades que se fueron cristalizando a lo largo de esta centuria. En la actualidad son 16 los países que integran la «eurozona», de un total de 27 naciones que forman parte de la UE.
«Hay una serie de chalecos de fuerza y es ahí donde está el nudo de la cuestión europea», reflexiona Gabriel Puricelli, analista político y miembro del Laboratorio de Políticas Públicas. «Se terminaron metiendo en una serie de corsés muy delicados, tanto en la cuestión nacional como supranacional». ¿Cuáles serían esos chalecos de los que habla el politólogo?
«Y... primero, el corsé supranacional es el euro, que tiene como piso central la Carta Orgánica del Banco Central Europeo que por estatuto no puede hacer políticas anticíclicas. Ellos se ataron, antes que al euro, a una política monetaria que lo precede y es la que permitió llegar a la moneda común. En realidad, tal como lo concibieron, se metieron dentro de un chaleco neoliberal que es una institución gigantesca y central para el proyecto», sintetiza Puricelli.
Como buen corsé, se ciñe muy fuertemente al cuerpo, según el diccionario de la Real Academia, «para corregir desviaciones». Que de eso en el fondo se trata: de meter a los países miembro en una suerte de caja rígida, atada a la concepción del mundo que planean en primer lugar Alemania, y en un plano secundario, Francia, como gestores del proyecto común de unidad continental.
Esto explica por qué razón las respuestas que ofrecen la canciller germana Angela Merkel o el presidente francés Nicolás Sarkozy ante una realidad que no obedece a las teorías, se parecen tanto a las que circularon por estas tierras cuando la convertibilidad se venía abajo. «Están empezando a hacer las tonterías que hicimos acá en el pasado», se lamenta ante Acción Marco Aurelio García, el principal asesor del presidente Lula en política internacional, de paso por Buenos Aires.
–¿Pueden funcionar allá las mismas medidas del FMI que no sirvieron acá?
–Mantuve largas conversaciones a solas con el director del FMI (el socialista francés) Dominique Strauss Khan y él me decía que Europa necesita un pac (Plan de Aceleración del Crecimiento), como el que nosotros hicimos en Brasil. Hablaba en el sentido de que la línea de enfrentamiento de los programas allá no debiera ser solamente un ajuste fiscal, que tendrán que hacer, seguramente, sino que se necesita relanzar la economía y crear oportunidades sociales. Porque todas las medidas que recomiendan a los griegos y demás, van restringiendo el consumo, disminuyendo la producción.

Modelos enfrentados
Entre las curiosidades que deja esta crisis, la que tal vez destaque es la posición que terminó defendiendo cada país en el encuentro del Grupo de los 20. Los europeos, capitaneados por la canciller Merkel y Sarkozy, sacaron a afilar las tijeras que quieren imponer puertas adentro de la ue , con el conocido discurso del cuidado fiscal, la reducción del déficit y la disminución de los beneficios laborales. Por el otro lado, sin Lula en Toronto, ausente por las graves inundaciones que asolaban por entonces el nordeste brasileño, además de la presidenta Cristina Fernández, fue Barack Obama quien defendió la reactivación o, en sus términos, «las políticas de estímulo».
Cierto es que las realidades son bien diferentes, porque el presidente estadounidense necesita posicionarse frente a la elección de medio término de noviembre y aspira a remontar un resultado, que parece difícil, bajando en algo un nivel de desocupación que hoy ronda el 10%. Sin embargo, también hay un enfrentamiento en torno a los controles a los mercados especulativos. Obama fue a la cumbre con la ley de regulación financiera debajo del brazo, que se había logrado consensuar en el Capitolio trabajosamente. Pero no logró que los europeos se movieran en esa misma senda.
A pesar de que los capitales volátiles y los más grandes bancos de inversión están en el centro de la controversia, por ahora son intocables.
Tim Geithner, secretario del Tesoro, y Larry Summers, principal asesor económico de Obama, habían publicado una carta en The Wall Street Journal advirtiendo contra la estrategia europea contraria a los estímulos fiscales. «El timing y la secuencia de los ajustes debería variar según el país», detallaron los funcionarios. Paul Krugman, el Premio Nobel de Economía, opinó en el mismo sentido: sería un error abandonar las políticas de reactivación. No perdió ocasión, de paso, de considerar que el planteo de la Merkel obedece a que «los economistas alemanes, simplemente, no entienden».
Esa podría ser una explicación. Otra es la que desgrana frente a Acción un estrecho colaborador del presidente ecuatoriano Rafael Correa. Pedro Páez Pérez fue ministro coordinador de Política Económica de la República del Ecuador y actualmente preside la Comisión Técnica Presidencial de ese país. Conoce el paño porque también es uno de los mentores del Banco del Sur. «Esta no es una crisis cíclica, es una crisis estructural, que tiene que ver con la madurez del capitalismo y con un proceso largo de estancamiento de la productividad del trabajo en el cual, paradójicamente, hay un problema de sobreproducción. Por un lado, entonces, resulta contraproducente invertir en las tecnologías apropiadas para salir del impasse, precisamente porque aumentaría la capacidad productiva y sería no rentable. Esta paradoja en el interior del capital lo lleva a buscar alternativas de inversión que no tengan el costo hundido de la inversión del capital fijo y que más bien entren por el lado de la volatilidad del sistema financiero, con instrumentos financieros nuevos, con ese tipo de innovaciones».

Laberintos
La forma de salir de un laberinto, para buscar otra imagen borgeana, es por arriba. Algo difícil para los europeos en la actualidad, según lo ve Rapoport. «Es difícil que puedan mantener mucho tiempo esta situación, y nosotros sabemos que los planes de ajuste van a fracasar, eso casi lo puedo asegurar».
«Salir de esta situación sin que todo vuele por los aires es bastante complicado. Y aún haciendo que todo vuele por los aires, las alternativas tampoco son muy claras», sostiene Puricelli. ¿Por qué razón? «Pues porque el problema no sólo lo crearon ellos sino que lo presentaron al mundo como una solución».
Abandonar el euro sería la propuesta automática que podría aportar cualquier argentino. Pero ninguno de los dirigentes europeos piensa en esa posibilidad. Más bien, mirarían al atrevido como quien habla del diablo en medio de la misa. Y, sin embargo, ya desde los albores de la moneda común había quien estudiaba estas cuestiones. Lo recuerda Rapoport: «Cuando se instauró el euro hubo un seminario del que participé donde hablaban de la teoría de los free banking, que tuvo su auge a fines del siglo XIX. Ocurrió también en Argentina, que se permitía a las provincias emitir dinero. En Estados Unidos de alguna manera ese fue el origen de lo que luego fue la Reserva Federal. Acá terminó con la crisis de 1890 y en España tampoco resultó. Pero cuando ellos hablan de free banking están pensando en que cada Estado o los bancos de cada país puedan emitir dinero».
Claro, la conformación de un Estado central da lugar, como correlato, a la aplicación de una moneda común. Y eso ocurrió en la UE. Pero sucede que no todos los países que ingresaron en la eurozona estaban en las mismas condiciones. De hecho, Krugman piensa que se aceleraron los tiempos para mostrar logros políticos en un momento en que Europa vivía la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana. Con el tiempo fueron apareciendo hendijas por las que se colaban las diferencias. Hay países en los que hubo más inflación que en otros, menos productividad. Alemania es el motor económico y a la vez la aspiradora de los mayores capitales. La crisis explotó en Grecia, España y se podría extender a Italia, Irlanda y Portugal. Pero los recortes son democráticamente repartidos.
Otra vez es Rapoport el que cuenta su historia, en este caso como investigador asociado con estudiosos de la economía europeos. «Hace dos años estuve en un seminario en Lyon, Francia, donde percibí mucho interés en el tema de las monedas paralelas en Argentina y me preguntaba por qué. Nos confesaron que les resultaba muy impactante que las cuasimonedas de alguna manera habían permitido la desmonetización con la convertibilidad, que habían funcionado».
–¿Patacones a la europea?
–Por lo menos se analizaba a nivel de economistas heterodoxos. Para salir de ese candado que es el euro. Hicieron varios trabajos con las monedas paralelas.

Votos cantados
«Este es un proceso de lucha por la hegemonía –no duda Páez Pérez– y en una crisis de sobreproducción tiene que definirse al final del día quién produce y quién termina con las ganancias, por lo tanto, quién termina con la crisis social». En estas pequeñas batallas cotidianas, se percibe un fuerte impacto mediado a través de «la deslocalización del trabajo, tratando de postergar o de relanzar la producción física, la producción industrial a lugares donde los costos laborales son cada vez más bajos», según enumera el ecuatoriano. Esto lleva a traslados de empresas cada vez más frecuentes. O a amenazas para lograr los mismos objetivos fronteras adentro.
Es lo que hizo por estas semanas la Fiat en su planta de Pomigliano D’Arco, en Nápoles. La empresa de los Agnelli hizo correr el rumor de que se llevaría la producción del nuevo Panda al exterior, donde los costos son menores. Los gremios plantearon un plan de lucha. Los metalúrgicos italianos de la poderosa Fiom estuvieron entre los más combativos, pero en asamblea de obreros primó la decisión de aceptar un referendo para aprobar una baja salarial y en los beneficios laborales. El resultado fue 2.888 votos (62,2%) para el Sí al acuerdo contra 1.673 (36%) que votaron por el No.
Podría pensarse que los trabajadores prefirieron un recorte de derechos con tal de mantener sus puestos. Porque el pacto los compromete a hacer tres turnos rotativos de lunes a sábado, la imposibilidad de declararse en huelga un sábado por la noche o, incluso no cobrar si la producción desciende un determinado límite.
Pero ahí no termina la cosa. El referendo no es vinculante. Y por un lado, el 36% de los empleados que votaron por el No se niegan a seguir trabajando a cambio de la merma en las condiciones laborales.
Además, la empresa ahora dice que sin la aceptación de los resultados de la totalidad no quiere «arriesgar» inversiones. La federación de los trabajadores metalúrgicos italianos, en tanto, promete que las cosas no van a quedar así y aseguran que irán a plantear el caso a los tribunales.

Huelgas demoradas
Esto explicaría en parte por qué en Europa parece haber tanta reticencia de los sindicatos para tomar medidas de fuerza drásticas contra planes que amenazan la estabilidad laboral de millones de personas. De hecho, en España los sindicatos más importantes decidieron un paro general contra el tijeretazo recién para el 29 de setiembre. «Los dos gremios son cercanos al PSOE», el partido gobernante, cuenta Puricelli. Tanto la Confederación Sindical de Comisiones Obreras como la Unión General de Trabajadores, en efecto, tienen vínculos con el Partido Socialista Obrero Español de José Luis Rodríguez Zapatero y saben que cualquier oposición fuerte podría desestabilizar al gobierno a favor del derechista Partido Popular. «No hay opción», advierte Puricelli.
En Gran Bretaña, sin embargo, el laborista Gordon Brown perdió las últimas elecciones en manos de lo que luego se transformó en la primera coalición de gobierno desde el fin de la guerra, entre conservadores y liberaldemócratas. Y los ganadores vinieron no con una tijera, como dicen en España, sino con un hacha, como retratan los medios locales.
Fue en este contexto que el ministro de Finanzas George Osborne cumplió con la tradición, tomó el desgastado maletín rojo que alguna vez utilizó el primer ministro William Gladstone en 1860, y llevó al Parlamento un presupuesto con anuncios de recortes, congelamientos, aumento del IVA en 2,5 puntos y la elevación de la edad jubilatoria en forma paulatina hasta quizá los 70 años. La cuestión pasaría por encontrar trabajo a esa edad.
Un día antes, y conocedores de los tiempos que se avecinan, los empresarios británicos salieron a abrir el paraguas cuando todavía no podían esperarse tormentas, y dejaron trascender a través de la tapa de The Times que la Confederación de la Industria Británica (CBI), la cámara que nuclea a los patrones ingleses, advirtió al gobierno que auguraban una serie de huelgas que podrían paralizar servicios públicos y «hacer un importante daño a la economía del país».
Y ya que estaba con las tijeras en la mano, le propuso al primer ministro David Cameron que también recortara el derecho de huelga de los sindicatos. La Confederación de la Industria Británica quiere que haya un porcentaje mayor de votos para que los sindicatos puedan convocar una huelga, y que se reduzca de 90 a 30 días el período de consulta con las autoridades para concretar un despido colectivo; también, que los trabajadores del sector privado puedan salirse de un convenio laboral aunque estén sindicados. Esto es, que «por voluntad propia» puedan desistir de las leyes de protección laboral y sindical. A la manera italiana.
«Tenemos un nuevo gobierno con la determinación de atajar las finanzas públicas y la voluntad política para hacerlo. Necesitamos ver un plan detallado en el presupuesto», había adelantado unos días antes el director general de la CBI, Richard Lambert. «También tiene que hacer todo lo que pueda para crear las condiciones correctas para que el sector privado pueda mantener y crear empleos», añadió.
La cuestión de fondo es por qué las dirigencias políticas, incluso en los sectores que se dicen de izquierdas, no intentan otras soluciones. «Hay una especie de callos mentales, dogmatismos y fundamentalismo en el plano teórico», sostiene el ecuatoriano Páez Pérez.
«La caída de la Unión Soviética afectó a todo el mundo. Digamos que al caer el muro, todos recibimos algún cascote. Y hay aún una incapacidad de la izquierda para dar respuesta a la crisis del capitalismo, tras una victoria sorpresiva por un cierto período, de las ideas liberales», opina Marco Aurelio García.
–Pero esas ideas liberales hoy están en crisis y sin embargo los paradigmas siguen vigentes.
–Pero están en crisis. Las crisis toman tiempo. Las ideas son un poco como esas estrellas que desaparecen y te quedas 1.000 años viéndolas, pero ya no existen.


Derechos sociales o euro, esa es la cuestión

Tanto en las islas británicas como en la península ibérica y en Francia, la demanda de los sectores más progresistas de la sociedad es en defensa de lo que queda del Estado de Bienestar, que tanto orgullo hizo sentir a los europeos desde los 50 en adelante.
En la París de estos días, incluso, surgieron críticas a esos que en mayo del 68 protagonizaron la épica más desbordante de finales de siglo XX. Porque el proyecto de ley que el ministro de Trabajo Eric Woerth enviaba al Parlamento, y que paulatinamente incrementa la edad jubilatoria a 62 años, impacta en muchos de aquellos jóvenes rebeldes, a punto del retiro.
La generación del baby boom, los nacidos tras el fin de la guerra, como recordó un analista galo Eric Aeschimann, «ha sido vista desde su ingreso a la política como una generación bendecida por los dioses». Para ella, lo habitual fue el crecimiento, «contratos de duración indeterminada, el optimismo político, la revolución de las costumbres y ahora, a la vejez, tal vez sean los últimos que puedan vivir sin padecer la miseria. A las generaciones siguientes les esperan años de desempleo, precariedad, deuda pública y por todo horizonte una pensión deshilachada».
En Inglaterra, las políticas del nuevo gobierno apuntan directamente contra el Welfare State y se hacen sentir en los foros de debate y los think tank laboristas. En España, el país donde el Estado de Bienestar entró más tarde (hubo que esperar el retorno de la democracia, a la muerte del dictador Francisco Franco) y con menos convencimiento (los beneficios sociales están por debajo de la media europea) la polémica se extendió a los dos diarios más cercanos al PSOE, como El País y Público.
Es que los recortes que «como un fantasma recorren Europa» (para aprovechar una metáfora de la prensa hispana precisamente) se ensañan sobre todo en ese apartado de los presupuestos. Y la coincidencia es tan abrumadora como conocida: baja de salarios en el sector público y las jubilaciones, aumento de la edad para el retiro, flexibilización laboral, modificación a la baja de las leyes de estabilidad, eliminación progresiva de los subsidios a la niñez y la educación de los más pobres. Pero nada de regulación financiera o impuestos al capital especulativo. Centrando, por lo tanto, la culpa de la crisis en los más débiles, que no sólo sufrirán las consecuencias de la recesión económica, sino que tendrán menos recursos para defenderse de la injusticia social.
Pedro Páez Pérez cree que Europa, finalmente, apelará a sus recursos morales para salir de la crisis sin autoinmolarse. «El pacto social demócrata en Europa y el New Deal en los Estados Unidos fueron los años dorados del capitalismo. Ahí hay una opción muy importante relacionada con el desarrollo de la capacidad de consumo de los sectores más vulnerables de la población».
Desde las páginas del español Público, el economista egipcio Samir Amin da una explicación algo más desesperanzadora: «El patrón de construcción europea ha sido reducir la capacidad de los estados, sobre los que descansaba el Estado de Bienestar, sin crear un Estado supranacional. Estaba cantado que sin crear una organización supranacional el euro tendría problemas».
Eso es lo que está ocurriendo ahora, tal vez. Que para terminar con los estados nacionales, en esta batalla por la hegemonía, la vieja Europa necesita deshacerse de esa sociedad más justa y equilibrada en provecho de atrincherarse, como bastión, detrás de su moneda.

Revista Acción
15 Julio 2010

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