jueves

Trabas burocráticas

Las burocracias de los países latinoamericanos tienen una concepción del mundo que va a contrapelo de lo que proponen los actuales gobernantes. Una visión subalterna para cada una de las naciones con el poder central.


Una regla elemental de la diplomacia dice que los mandatarios deben llegar a un encuentro cumbre para la firma los documentos que han elaborado antes los funcionarios menores. No es norma del buen arte que los acuerdos se alcancen sobre la hora y bajo el impulso personal de los signatarios. Cuando eso ocurre, algo anda mal en el engranaje de las relaciones.
Este momento excepcional de los países sudamericanos obedece a circunstancias históricas poco comunes, pero fundamentalmente a la coincidencia en tiempo y espacio de un grupo de presidentes con similares visiones del mundo, un consenso interno importante y, sobre todas las cosas, la voluntad política de construir territorios de integración sólidos y duraderos, que subsistan más allá de su propio paso por este mundo.
El Mercosur prosperó de voluntades similares entre el gobierno de Raúl Alfonsín y José Sarney cuando a mediados de los ’80 firmaron la Declaración de Iguazú, que plasmaba el deseo frustrado de Perón, el brasileño Getúlio Vargas y el chileno Carlos Ibáñez del Campo en los años cincuenta. La fecha de nacimiento establecida para el Mercado Común del Sur, sin embargo, es la firma del Tratado de Asunción entre los cuatro miembros iniciales, la Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay.
Pero la simple enumeración de quienes dieron el puntapié inicial a ese esbozo de integración ya indica sobre qué bases se sustentaba. Carlos Saúl Menem, Fernando Collor de Melo, Andrés Rodríguez y Luis Alberto Lacalle Herrera fueron notorios representantes de la concepción neoliberal que primaba hace 19 años, y uno de ellos, el paraguayo, ni siquiera puede decirse que había llegado al poder democráticamente.
La última cumbre, que se desarrolló en San Juan esta semana, mostró de un modo categórico la realidad de un grupo de presidentes que buscan formas de avanzar en la integración. Pero también el nivel de oposición que encuentran en esta etapa clave, tanto de los sectores más conservadores de cada sociedad como de los estamentos intermedios en la burocracia diplomática de cada país.
Los detalles de esta puja se dejaron ver el lunes, cuando los cancilleres anunciaron los acuerdos políticos más trascendentes en años, pero aún faltaba la frutilla del postre, que era consensuar el Código Aduanero. Para los medios concentrados nacionales y muchos periodistas especializados, la demora en rubricar ese documento era una prueba de divergencias insalvables, de que las negociaciones estaban estancadas. Esa mirada burlona y prejuiciosa desmerece siempre cualquier resultado que pueda obtener ese puñado de gobernantes de sesgo progresista en el subcontinente.
Porque ese día se había anunciado la creación del Instituto Políticas Públicas de Derechos Humanos del Mercosur (IPPDDHH), un organismo que tiene como objetivo explícito “contribuir al fortalecimiento del Estado de Derecho en los Estados Partes, mediante el diseño y seguimiento de políticas públicas en Derechos Humanos, y a la consolidación de los Derechos Humanos como eje fundamental de la identidad y desarrollo del Mercosur”. La institución funcionará en la ESMA, el predio que simboliza como pocos la represión de los ’70 en el Cono Sur a través del Plan Cóndor, ese otro Mercosur, pero de la barbarie.
También se aprobó el Acuerdo sobre el Acuífero Guaraní, que define a esa preciada reserva natural como un “recurso hídrico transfronterizo” del que los países del Mercosur “son los únicos titulares”. Esto es, son los únicos dueños de una de las reservas de agua más grandes del planeta y determinarán el uso y explotación que se le dará “de acuerdo con sus disposiciones constitucionales y legales, y de conformidad con las normas de derecho internacional aplicables”.
Recién el martes, tras la llegada de los presidentes, se avanzó en los aspectos más trascendentes de la parte económica y “se destrabó” el esperado Código Aduanero. Quienes lograron “destrabarlo”−sin entrar en detalles− fueron la presidenta Cristina Kirchner y el uruguayo José Mujica. Otros aspectos que hacen a la política común y que cristalizaron en el documento final de la Cumbre fueron “destrabados” por Cristina y el brasileño Lula da Silva.
Lo que no se ve tanto es quiénes son los que traban este tipo de compromisos. El ex dirigente metalúrgico paulista reveló una parte de la cuestión, cuando dijo que los presidentes “sufren muchas presiones” de los sectores económicos y de empresarios de cada país, que “quieren vender pero no comprar”. Y agregó, lapidario: “eso no es comercio internacional”.
Lo que sigue es un catálogo de expresiones que muestran dónde se ocultan los enemigos de la unidad. Lula y Cristina coincidieron en que “el comercio entre naciones debe ser equilibrado, tener un camino de doble mano”. El brasileño destacó varias veces en la conferencia de prensa conjunta que los avances del Mercosur, “son una respuesta a quienes se oponen al bloque”. Y abundó: “Existe una confianza mutua que no existía tiempo atrás.” A modo de aclaración, Cristina dijo que se habían “saldado los diferendos que teníamos”. Y resaltó que “muchos no creían que se pudiera llegar a firmar el Código”, sin mencionarlos.
Hace pocas semanas, Mujica y Cristina habían dado un paso enorme para “destrabar” otro conflicto no menos determinante para el futuro de la unión continental, como lo es el corte del puente de Gualeguaychú por la instalación de la pastera de Botnia en Fray Bentos. También en este caso, la respuesta vino del diálogo directo de los mandatarios entre ellos y con los vecinos de la asamblea popular que durante tres años bloquearon la ruta al puente internacional.
“No hay que temerle a los conflictos, hay que temerle a la esterilidad de los conflictos, cuando son nada más que mera confrontación. Toda superación tiene contradicción”, filosofó Mujica. El uruguayo destacó la actitud para “dejar atrás el chauvinismo, en el que cada país se creía el centro del universo” y apostar por la integración. Lo que ninguno de ellos creyó conveniente decir es que la solución no vino de los cuerpos diplomáticos de carrera sino de los superiores políticos, y de una relación personal entre ambos mandatarios que superó diferencias y promovió avances decisivos.
Las burocracias de los países latinoamericanos tienen una formación y una concepción del mundo que va a contrapelo de lo que se proponen los actuales gobernantes. Una visión subalterna para cada una de las naciones con relación al poder central. La oposición en muchos rincones de los cuerpos diplomáticos va desde el “cajoneo” de los temas fundamentales hasta el “teléfono descompuesto”, que provoca irritaciones innecesarias. Y puede llegar hasta las “denuncias graves”, como la supuesta “diplomacia paralela” entre la Argentina y Venezuela.
Como si las relaciones entre países que forman parte de un bloque de integración no se debiera realizar en todos los niveles del aparato estatal... Integración significa que los países deben coordinar la diplomacia para el trato con el resto de las naciones del mundo, y no para aplicar la desconfianza entre compañeros. Nadie pretendería canales diplomáticos para tratar divergencias entre las provincias argentinas, por poner un ejemplo. Tampoco debería haberlos en el Mercosur, la Unasur, o las instituciones que vayan surgiendo a futuro. Para eso están los organismos respectivos de cada área.
Salvo que se reduzca al país hermano a un mero socio comercial del que hay que defenderse porque tiene un apetito voraz, que es la tesis que defiende el candidato opositor para las elecciones brasileñas de octubre próximo. “Lula se subordina a Chávez”, dijo José Serra, seguramente pensando en canalizar las aspiraciones de muchos empresarios paulistas, donde gobernó hasta hace unas semanas. “Basta de perder tiempo con el Mercosur y no hacer respetar los intereses de los exportadores brasileños a la Argentina”, es su mensaje de campaña. Posición que extraña, porque es evidente la fuerte influencia de las empresas brasileñas en este lado del mapa, donde en los últimos años compraron una parte sustancial del aparato productivo local.
“Debemos avanzar hasta que el Mercosur sea algo de lo que nadie tenga la menor duda: de que somos amigos en la construcción de un bloque político, económico, social y cultural”, dijo Lula cuando recibió el martillo del Mercosur de manos de la presidenta argentina, Cristina Fernández. De eso se trata.

Tiempo Argentino
7 Agosto 2010

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