‘Quiero que la gente vea la verdad’, dijo el joven analista de inteligencia al famoso hacker, que lo delató al Ejército. Había copiado centenares de miles de documentos sobre la guerra desde Irak. Estuvo preso en Kuwait.
El muchacho se presentó ese verano de 1969 en el aula magna del Haverford College, de Filadelfia, atestada de pelilargos indignados por el curso de una guerra que había definitivamente dividido a la población de los Estados Unidos y despertaba protestas en todo el planeta.
“Mi nombre es Randy Kehler, soy graduado de la Universidad de Harvard –dijo el joven, de 25 años recién cumplidos–. Mi país depende de que personas como yo se conviertan en dirigentes de empresas, que sirvan en oficinas públicas. Mi país depende de que lo dirijan personas como yo.” En el auditorio, entre los estudiantes rebeldes, había un correcto funcionario del gobierno federal, de 38 años, atravesado por una duda existencial.
“Lucho por causas justas –continuaba Kehler–, y no creo que nuestra causa en Vietnam sea una de ellas. Por eso no iré a pelear allá. Soy americano y me niego a servir en otro país para defender intereses personales. Dentro de unos días iré a prisión. Creo que la mejor manera, la única manera de luchar, es sacrificándome.”
Daniel Ellsberg, analista de la Rand Corporation que trabajaba para el Departamento de Estado se revolvía en la grada, junto a cientos de jóvenes que buscaban la forma de combatir lo que entendían como una barbarie. Ellsberg también era un brillante egresado de Harvard, y estaba en las filas de Robert McNamara, quien de la Ford Motor Company pasó a la Secretaría de Defensa durante los años más dramáticos de Vietnam, y luego sería director del Banco Mundial.
Kehler era lo que se llama un objetor de conciencia. Como Muhammad Alí, ese extraordinario boxeador de peso completo nacido Cassius Marcellus Clay que en la plenitud de su carrera había tomado dos decisiones fundamentales: se convirtió al islamismo y se negó a hacer el servicio militar en Vietnam. “No tengo ningún conflicto con el Vietcong, nunca un Vietcong me insultó llamándome niger”, decía. Alí fue despojado de su título mundial, y durante cuatro años no pudo boxear porque le retiraron la licencia.
Hay una larga tradición en los Estados Unidos en torno a la objeción de conciencia que encuentra un gran exponente en otro egresado de Harvard, Henry David Thoreau. Escritor y filósofo, en 1849 se negó a pagar impuestos porque se oponía a la guerra contra México y a la esclavitud, por lo que pasó una temporadita entre rejas. Sus ideas están volcadas en La desobediencia civil.
“Cuando salga de la prisión –adivinaba Kehler desde el estrado del Haverford– quedaré marcado. Nunca seré un ejecutivo. Nunca podré servir en una oficina pública. Nunca más seré confiable para muchos. Esa marca quedará en mí... pero la llevaré con orgullo.” Era el tipo de discurso que necesitaba Ellsberg para decidirse a fotocopiar los cerca de 7000 documentos sobre Vietnam que había atesorado en su oficina. Algunos de esos expedientes los había elaborado personalmente, ya que para tener información de primera mano se había internado por meses en las selvas del Extremo Oriente con las tropas de su país.
Ellsberg era un patriota y quería saber en qué se estaban equivocando, por qué razones estaban empantanados en una guerra que creía necesaria en favor de la libertad, la democracia y la civilización. “En Vietnam no estamos del lado equivocado. Somos el lado equivocado”, descubrió amargamente. Y eso pretendió explicar en despachos de funcionarios de alto rango de la administración central y de legisladores en el Capitolio. Pero la realidad le demostró que, si quería cambiar las cosas, debería hacer circular esa información ante el público. La sociedad tenía que saber por qué morían de a miles los hijos de su país y en qué se dilapidaban los fondos públicos.
Corría el año 1971 cuando Daniel Ellsberg envió el material a The New York Times y al Washington Post. Que los dieron a conocer como “Los papeles del Pentágono”. Fue a prisión, por traición a la patria. El gobierno de Richard Nixon demandó a los diarios, que lograron un fallo de la Corte Suprema a favor de la libertad de prensa que se usa como jurisprudencia en varios países del mundo.
Nixon no era precisamente una hermana carmelita. Lo corroboró por esos meses, cuando un grupo de “plomeros” instaló micrófonos para espiar la convención demócrata en el Hotel Watergate, donde se elegiría al candidato para las presidenciales de ese año. Investigando el caso, dos curiosos periodistas del Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, se toparon con información que les pasaba un misterioso personaje que les hizo jurar a rajatabla que mantendrían su anonimato.
El informante, bautizado “Garganta Profunda”, en alusión a una famosa película pornográfica de la época, les fue dando las pistas que permitieron recomponer la maniobra de espionaje, y sobre todo la responsabilidad presidencial. Nixon tuvo que renunciar en medio del escándalo, en 1974. La fuente anónima había sido William Mark Felt, número dos del FBI al momento del escándalo Watergate. Lo confirmaron luego de que el propio Felt se diera a conocer en 2008, cuando le quedaban pocos meses de vida.
En estas tierras también hubo personajes dispuestos a todo en defensa de causas justas. Tal vez el más emblemático sea el coronel Felipe Varela, catamarqueño de Valle Viejo, que se plantó contra el gobierno porteño para oponerse a la guerra contra el Paraguay. No tuvo empacho, Varela, en vender sus propiedades y ponerse al frente de un sentimiento popular muy arraigado. La de la Triple Infamia era una guerra de Mitre, el imperio brasileño y los comerciantes británicos contra los pueblos rioplatenses. Un genocidio.
“¡Basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón, sin conciencia!... ¡Abajo los traidores de la Patria! ¡Abajo los mercaderes de los cruces de Uruguaiana, a precio de oro, de lágrimas y de sangre argentina y oriental!...¡ Abajo esta guerra premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de dominio, contraria a los santos principios de la Unión Americana, cuya base fundamental es la conservación incólume de la soberanía de cada República!”, escribió Varela en el Manifiesto a los Pueblos Americanos.
El mismo espíritu es el que animó ese milico que, en medio de una partida, descubrió que el gaucho al que intentaban reducir no merecía morir ante esos soldados del gobierno. “¡Cruz no consiente / que se cometa el delito / de matar ansí un valiente!”, dice el verso del Martín Fierro. Jorge Luis Borges, en su biografía apócrifa de Isidoro Tadeo Cruz, reflexiona: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.”
Ese momento le llegó hace unos meses a Bradley Manning, un analista de inteligencia de la Segunda Brigada de la Décima División del Montaña del Ejército de los Estados Unidos apostada en Irak, de apenas 22 años. El chico conoce todos los secretos de la tecnología web, estaba en contacto con información privilegiada y admiraba a Adrián Lamo, un hacker condenado por violar los sistemas informáticos de Microsoft, The New York Times y Yahoo.
En un correo electrónico le describió su conmoción al ver de qué modo la policía iraquí detenía a un grupo de personas que imprimían panfletos que catalogaban de antipatrióticos. “Después de eso... vi las cosas de manera diferente. Estaba activamente implicado en algo con lo que estaba totalmente en contra”, escribió, según la agencia AP.
“Si tuvieses acceso a redes clasificadas 14 horas al día y siete días a la semana durante más de ocho meses, ¿qué harías?”, quiso saber en otro mail. Y mientras escuchaba a Lady Gaga, copió centenares de miles de expedientes y videos que mandó a Wikileaks, el sitio creado por Julian Assange. “Quiero que la gente vea la verdad”, se justificó ante Lamo. Pero el hacker lo delató al ejército.
Manning fue arrestado en mayo pasado, luego de que circulara un video llamado Daño colateral, donde se muestra un ataque desde un helicóptero estadounidense en Bagdad, en julio de 2007, en que fueron masacrados desde el aire una docena de civiles, entre ellos dos periodistas de Reuters.
El Pentágono dice que Mannig fue el responsable de la filtración de 92 mil documentos sobre la Guerra de Afganistán que aparecieron en la Web. Hace dos meses fue detenido y estuvo preso en un centro de detención de Kuwait. El viernes lo transladaron a Virginia. La única imagen que se conoce de él es una con boina militar y sonrisa de niño recién salido del secundario.
Tiempo Argentino
1 Agosto 2010
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